CAPÍTULO 29: LA ÚLTIMA CARTA

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No pudimos acostumbrarnos nuevamente a la rutina porque mi abuelo anunció que se iría con Jack a pasar las fiestas de la época. Lo llevamos a la estación de autobuses un par de días antes del veinticuatro de diciembre, donde nos dio un abrazo porque no nos vería hasta enero del 2016. Estuve muy sensible en esa simple despedida, su presencia constante en mi nueva vida se había encajado en mi corazón.

Como habrán intuido, yo no iba a estar en Navidad ni Año Nuevo con mi familia... Ni pensarlo, jamás me volvería a poner en la situación de tener que pasar un mal rato por soportar la mirada desaprobatoria de mi papá, así que me quedaría con Doretta. Al principio sólo seríamos ella y yo, pero sus padres le insistieron que fuera en Nochebuena a su casa porque hace mucho tiempo que no la veían, a mi amiga le costó decir que no por haberles ocultado lo de Luka durante años; por lo que accedió, comunicándome que necesitaría de mi apoyo moral para relatarles todo el desastre. Por lo tanto, estaríamos en Navidad con ellos, y en Año Nuevo, solas en la casa de mi abuelo. El asunto nos tenía entusiasmadas como si fuéramos adolescentes otra vez, así que no pudimos evitar sonreír cuando William ascendió al autobús que lo llevaría a otra ciudad.


Yo tuve que tocar el timbre porque mi amiga fue incapaz de acercarse a la puerta. Doretta temblaba, pero dudo mucho que fuera por el frío. Mientras aguardábamos a que abrieran, no pude evitar percatarme de que la vivienda parecía que se había achicado desde nuestros días en la escuela; aunque probablemente tenía esa percepción por el paso de los años y la sensación de libertad que siempre me dio esta casa, ya que la mía era un infierno.

Cuando abrieron el umbral, algo pellizcó mi estómago. De inmediato, la madre de mi amiga se lanzó sobre ella. Salté de sorpresa, clavando mis ojos en la escena: Doretta parecía abrumada mientras Carola, su mamá, sollozaba en sus brazos. ¿Hace cuánto que no estaban juntas? Su padre, Diego, se mostró más distante, quedándose en el marco de la puerta mientras sonreía alegremente de oreja a oreja. Mi mejor amiga no tardó en acostumbrarse al calor de su madre, así que le respondió el abrazo, cerrando los ojos y sonriendo. La envidié al instante porque mi mente me atacó con memorias de Jack y lo segura que me sentía cuando me abrazaba en mi niñez, pero después él rompió todo y provocó que sólo sintiera incomodidad cada vez que su piel me tocara. Sin embargo, sabía que, en ciertos momentos de crisis durante la juventud, el cariño de un padre podía ser muy gratificante... o eso me habían dicho, lástima que jamás lo experimenté.

Después de unos segundos, Carola soltó a su hija y se acercó a mí para también abrazarme con calidez; me calentó las mejillas de cariño. Luego nos guio a la casa.

Adentro, Diego también abrazó a su hija, aunque Doretta se mostraba nerviosa con el rostro descompuesto. La admiré demasiado, yo jamás me atrevería a platicarle a mi padre lo que esta noche ella deseaba contarle a los suyos.

Pensé que habría un poco de charla antes, pero la cena ya estaba lista, así que pasamos al comedor de inmediato. La comida sabía muy bien, como todo lo que siempre se había cocinado bajo este techo. Durante el primer plato hubo un silencio que nadie supo cómo llenar. El ambiente navideño era acogedor y mágico, pero todo se veía eclipsado por el hecho de que parecía que los tres deseaban decirse cientos de cosas, pero ninguno se atrevía a comenzar.

—¿Qué hay de nuevo, cariño? —preguntó Carola cuando ya estábamos por finalizar la entrada.

Su voz titubeó un poco, supongo que estaba ansiosa. Por el otro lado, mi amiga resopló, después cerró sus ojos con fuerza, y luego los abrió para alzar la cabeza y enfrentarse a la realidad.

—Ahora estoy viviendo con Emily —dijo sin más. Su madre abrió mucho los ojos y su padre dejó de comer para ponerle toda la atención posible, supongo que ellos ya sabían lo que eso significaba—. Luka y yo terminamos a principios de este mes: Me echó de su departamento, por eso me fui a vivir con Emily y empecé a ir a terapia —soltó fluidamente, frunciendo los labios.

Los ojos de Carola y Diego casi se salían de sus cuencas, y yo me encontraba abrumada, esperando la peor respuesta de ellos.

—¿Qué fue lo que sucedió, hija? —preguntó Diego tranquilamente.

Mi corazón se serenó cuando la tensión se fue. Sin embargo, vi que los ojos de Doretta se cristalizaron. Quise tomarle la mano para reconfortarla, pero se encontraba muy lejos.

—Mamá, papá —inició, intentando que no se cortara la voz—: Les he estado mintiendo por más de una década, Luka nunca fue tan encantador conmigo como yo expresaba —y empezó a narrarles toda la historia, desde su relación tan complicada antes de volverse novios hasta lo que había pasado unas semanas atrás.

Carola y Diego escucharon sin interrumpir, no obstante, fue muy notable cómo sus rostros se fueron apagando mientras su hija avanzaba con el relato. Incluso me enteré de nuevas cosas: Una vez, Doretta tuvo que esconderse del rubio porque temía que la golpeara, se había enfadado mucho con ella. Me enojé, soltando algunas lágrimas que dejé correr con serenidad. La peor parte fue escuchar cómo siempre se había sentido sola porque sabía muy bien que sus amigos lo apoyaban a él. Casi me puse roja de la rabia, era inaceptable que no supieran valorar a una persona tan amigable, divertida y solidaria como lo era ella; la gente está ciega. Cuando llegó al final, un silencio inundó la habitación. Ese momento me bastó para volver a sentirme orgullosa de la mujer tan fuerte que era mi mejor amiga.

—Jamás creí que tendría ganas de matar a alguien —expresó Carola, cerrando los puños.

Si yo estaba completamente cabreada, no quería imaginarme cómo se encontraban los padres de Doretta.

—Mamá, no se trata de eso —refutó mi amiga—. Hay veces que mi mente se va al pasado e igual me dan ganas de matarlo, pero he empezado a sentirme aliviada de que por fin se terminó.

—Eso me alegra mucho, cariño —comentó Diego—. ¿Pero por qué tardaste diez años en decirnos esto?

—Porque me daba vergüenza —sollozó Doretta y mi corazón se partió—, tenía miedo de que me juzgaran por seguir con él.

Mi amiga tuvo que limpiarse el llanto con una servilleta. Su madre le tomó la mano, mirándola con una mezcla de dulzura y fuerza.

—Doretta, siempre podrás contar con nosotros; jamás te dejaremos de amar, tesoro.

Esa frase me golpeó mucho, tuve que hacer una respiración profunda para no chillar. Debo admitir que la oración me tocó tanto porque yo jamás contaría con esa clase apoyo invisible, pero sanador de parte de mi padre. Mi amiga tenía mucha suerte.

Diego y Carola no tardaron en alzarse de su lugar e ir a abrazar a su hija. Mi amiga lloró en sus hombros cuando se levantó a recibirlos. Yo me quedé sentada, observando la escena. Jamás podría igualar el ánimo reconfortante que le proporcionaban sus papás; los ojos se me cristalizaron cuando me di cuenta de eso, ahora lo más importante era que ella se rodeara de gente que realmente la amara.

Después de que todo se serenó, Doretta rompió el ambiente de llanto con uno de sus comentarios que siempre me hacían reír. Luego, afortunadamente, cenamos sin más tensión. La charla estuvo enfocada en los proyectos futuros que tenía cada una, mi amiga compartió la nueva idea que tenía para su siguiente proyecto de fotografía y yo comenté que estaba a punto de terminar mi nuevo libro. A las dos nos interrogaron sobre los dos acontecimientos, qué bueno que Doretta los calmó para que no me presionaran y revelara más de la cuenta sobre la historia; según ella, tenían que vivir la experiencia de leer La Reina del Mar de primera mano.

Al final de la noche, después de tantos años, aprecié la verdad: La familia de mi amiga siempre me había tratado como otra hija. Se sentía muy bien pertenecer a algún lugar.


El momento más excitante, antes de que se acabara el 2015, sucedió a la una de la mañana del 30 de diciembre cuando tecleé el punto final de la historia. Mi mente y mis manos habían trabajado con fluidez en las anteriores tres horas, manteniéndome al borde del asiento, y por fin había terminado. Sentí que había vuelto a respirar adecuadamente después de años de sólo estar jadeando por la vida. Mi pecho estaba abierto, y mis manos, llenas de energía; aunque los ojos ya empezaban a pesarme por la hora.

Tuve que levantarme a bailar sin música para tranquilizar a mis pesadas piernas. Intenté no hacer ruido para no despertar a Doretta, pero no pude; me era imposible dejar al júbilo encerrado en mi garganta. Salté, puse los puños en alto, moví la cabeza con soltura y lloré, purificando mi alma con la luz de la luna que entraba por la ventana. Me encontraba de regreso en el juego, la luz trajo de vuelta todo lo bueno que la oscuridad se había llevado y jamás volvería a abandonar a esta sensación adictiva de llevar las historias de mi mente a un pedazo de papel.

A la mañana siguiente, Doretta me tuvo que despertar porque había dormido hasta el medio día debido al desvelo. Fue hasta el desayuno, donde me hallaba menos adormilada, cuando le exclamé con euforia que había acabado el libro. Ella saltó de su asiento y comenzó a brincar, explotando de alegría.

—¡Mándamelo ahora! —exigió, acercándose abruptamente a mí— ¡Lo leeré mientras comes!

Prácticamente me arrastró hasta mi recámara, yo le entregué mi laptop con el documento abierto hasta donde se había quedado y nos fuimos al comedor. Ella leyó el último capítulo y el epílogo mientras yo terminaba de desayunar. Mi corazón no dejó de acelerarse mientras la observaba detrás de mi computadora, a veces me miraba con los ojos saltones por un milisegundo para regresar a la lectura. Tuve que quedarme sentada unos minutos más después de que había lavado mis platos porque aún no finalizaba. No obstante, cuando terminó, un grito de pánico invadió toda la casa; me ataqué de la risa.

—¡Tienes que comenzar a escribir la segunda parte ahora! —exaltó— Esto no se puede quedar así..., ellos dos... —balbuceó sin acabar.

Me seguí riendo. Posterior a contestar sus preguntas sobre el final, donde le dije que no le revelaría qué sucedería en el segundo libro, nos ocupamos de los preparativos para el día de mañana. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que el tiempo de enfrentar a Edwin había llegado; eso me erizó toda la piel.

El festejo de Año Nuevo fue de los mejores que había experimentado hasta el momento. Cenamos sin excedernos porque teníamos muchas ganas de bailar. Por lo tanto, después del postre, Doretta le subió a la música para danzar por toda la sala. Su ánimo radiante fue lo que me inspiró a divertirme sin mesura. Cuando el 2016 inició, nos abrazamos, estallando en carcajadas. Habíamos pensado en dedicarnos unas palabras, pero no queríamos ponernos sentimentales; además, nuestras acciones, en los últimos meses de nuestras vidas, hablaban por sí solas. Ella era mi mejor amiga —siempre lo fue— y yo era la suya, y nadie jamás podría cambiar eso.

Diez minutos luego de las doce, mi abuelo llamó a la casa para felicitarnos. Nuestra llamada fue breve, pero me dio mucha paz saber que estar con sus demás nietas y bisnieta le sentara bien. Como era de esperarse, ni siquiera preguntó si quería saludar a alguien más; después de todo lo que había pasado, sabía muy bien mi respuesta. A la mañana siguiente leería los mensajes que mis hermanas me habían enviado y les respondería con gusto.

Luego de la llamada, Doretta y yo hicimos karaoke. No sé quién ganó en cantar más feo, pero me divertí muchísimo con nuestras bromas. Eran las tres de la mañana cuando decidimos irnos a dormir. Hoy descansaríamos en la misma recámara solamente para seguir charlando hasta el último segundo.

Mientras cargaba mi pijama y cepillo de dientes hacia su cuarto, no dejaba de pensar que también solía divertirme así con Edwin cuando éramos amigos. Doretta parloteaba sobre todo lo que podíamos hacer juntas este año, pero mi mente me arrastraba como un magneto hacia el hombre de los ojos azabache. Me senté abruptamente en la cama, exhalando. Mi cuerpo encorvado y cansado sabía que era hora.

—¿Puedes leerme unos mensajes? —pregunté, interrumpiéndola.

—¿Unos mensajes? —interrogó curiosa.

—Sí, un amigo me escribió hace unos meses, pero jamás los leí... por múltiples razones; ahora quiero hacerlo, ¿me los puedes leer?

Ella asintió. Saqué mi móvil, busqué la conversación con Edwin y la abrí, entregándole el celular antes de que mis ojos captaran alguna palabra. Doretta tomó el móvil y se aclaró la garganta.

—¿El amigo en cuestión es Edwin? —preguntó, alzando las cejas.

—Sí, nos peleamos, pero ahora ya estoy lista para intentar salvar nuestra amistad... si es que aún queda algo —comenté sombríamente.

Era mejor no hacerme falsas ilusiones, así dolería menos.

—Está bien —dijo Doretta—, comenzaré a leer: Emily, me equivoqué en todo. Lamento mucho por lo que te hice pasar —mi garganta se secó—. Los demás me preguntaron si estabas en tu casa, pero les he dicho que no. Ya no interferiré en tus planes —el pecho se me endureció—. Hola, Emily. Espero que hayas llegado con bien a tu destino. Quiero disculparme otra vez por mi comportamiento. Yo..., en serio estaba profundamente enamorado de ti; debí pedirte tiempo en lugar de ser grosero. Ojalá que algún día puedas perdonarme. Sin embargo, independientemente de lo que suceda, yo nunca dejaré de amarte porque, antes que nada, eres mi hermana. Sólo quería que lo supieras. Ya no te molestaré más. Mi número siempre estará disponible para ti.

Mi mirada se había cristalizado sin querer. No sabía qué pensar.

—¿Él es Edwin? —comentó Doretta como si yo no me estuviera muriendo. Veía detenidamente mi celular, supuse que observaba la fotografía de mi amigo en la aplicación—, es muy guapo —las mejillas se me calentaron, no pude contestar—. Me gustan sus ojos.

Sin darle importancia, dejó el móvil sobre la cama, se fue por su pijama y se encerró en el baño.

—¿Estás bien? —me había preguntado—, voy a cambiarme porque la ropa ya me molesta y vuelvo.

Asentí con la cabeza, muda. Cuando cerró la puerta, me dejé caer en la cama. En lugar de preocuparme por los comentarios de mi amiga, me convencí de contestar los mensajes. El abdomen me hormigueó mientras lo endurecía. Volví a sentarme, tomé el celular, desbloqueé la pantalla y apreté el botón.

—Hola, Edwin. Por fin leí tus mensajes... —comencé muy animada, pero esa frase me hizo hablar con franqueza— porque apenas pude recuperarme de lo que sucedió entre nosotros después de que rompimos. Me gustaría que intentáramos ser amigos otra vez, en las últimas semanas he pensado mucho en ti y en lo que teníamos antes del noviazgo: Lo extraño mucho. Sé que debemos conversar y resolver muchas cosas entre nosotros antes de que ocurra, pero espero que este sea el primer paso para la reconciliación —tomé aire para seguir—. Por cierto, finalmente pude terminar una nueva novela. Cuando regresemos a trabajar, te la mando para que consideres si la podemos publicar nosotros o no —declaré, conteniendo la ansiedad—. Espero que hayas tenido un buen inicio de año. Yo también siempre querré a mi hermano.

Después de la oración final, solté la pantalla y el audio se fue; ahora sólo quedaba esperar. Rogaba porque el tiempo me diera la razón.

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