CAPÍTULO 30: EL RETORNO DE LOS REYES Y REINAS

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Sé lo que piensan: Emily y Edwin volvieron a ser amigos de inmediato, pero la verdad no fue así. Después de que le envié aquel mensaje, él me llamó al día siguiente. Mi corazón se congeló al escuchar su voz otra vez después de tanto tiempo, casi me quedo sin aire. Pude notar nerviosismo en su tono, pero intenté aligerar las cosas. Sólo conversamos sobre mi novela recién terminada, donde mi amigo me transmitió su entusiasmo pidiéndome que se la enviara. La leeré más como un admirador que como un editor, me aseguró con euforia. Tuve ganas de llorar por escuchar su júbilo, pero no se lo comenté. 

Una semana después volvimos a charlar, pero esta vez sobre qué le había parecido la historia... No supe quién quedó más fascinado: Doretta o Edwin. Me hizo decenas de preguntas y me rogó que ya no tardara en escribir el segundo porque se moría por más. Esa fue la primera vez que le hablé sobre mi reencuentro con mi mejor amiga y que ahora vivíamos juntas, haciendo referencia a que sus opiniones desenfrenadas sobre el libro se parecían.

Nuestras siguientes conversaciones se destinaron al trabajo y a la publicación de mi novela con la editorial; nunca hablamos de nosotros y nuestra vida actual o sobre lo que había sucedido el año pasado, lo cual resultaba una pena. A mediados de febrero me di por vencida: ahora nuestra relación se limitaría al amigable ámbito laboral. El libro se publicó a inicios de marzo gracias a que el proceso de edición fue muy rápido, y aunque me llené de vitalidad por ese hecho, también estaba lidiando con aceptar que había perdido a mi amigo. Doretta estaba muy enterada de mis pesares, ya que acudía a ella cuando me daban ganas de llorar por el asunto.

En el presente, mi abuelo, Margarita —su novia—, Carola, Diego, Doretta y yo nos encontrábamos en el comedor de mi nuevo hogar. Mi amiga había organizado todo el asunto para celebrar mi cumpleaños número veintiséis. Se encargó de preparar los alimentos y el postre con William. Además, nos obligó a usar unas coronas adorables de cartón que ella había hecho. Decía que era necesario usarlas para también conmemorar mi nuevo libro que se trataba de deidades y monarcas. Tuve que morderme muchas veces la lengua para no soltarme a reír por cómo lucían los demás, seguramente yo también me veía graciosa.

Realmente me encantaba compartir la mesa con estas personas, aunque la mayoría no fuera mi familia consanguínea. Margarita me había regalado un cuadro que contenía una casita en medio del campo, ella lo había pintado en sus clases y admito que me encantó. Ja, conocía más a la novia de mi abuelo que a la pareja de mi padre.

Avanzada la celebración, mi amiga se levantó de su asiento, aclarándose la garganta. Logró llamar la atención de los presentes.

—Llegó la hora —anunció con ánimo, sin perder los estribos.

No supe qué sucedió después porque hubo mucho movimiento en la mesa. William se levantó para ir por el pastel, y Margarita lo acompañó para traer platos y cubiertos extras. Los padres de Doretta también se pararon y comenzaron a recoger la mesa. Perdí de vista a mi mejor amiga y de repente las escuché...

—Feliz cumpleaños a ti —cantaban las voces de forma descoordinada—. Feliz cumpleaños a ti —Doretta traía su laptop en las manos, sonriendo mientras se acercaba a mí enseñándome la pantalla. En ella había muchas personas encerradas en cuadros, me pellizcaron el estómago—. Feliz cumpleaños, querida Emily —cuando mi amiga depositó la computadora entre el pastel y yo, mi mente se dedicó a trabajar de forma asombrosamente veloz: Lorraine, Sabrina y Erick en un cuadro; Jennifer y David en otro; Jane sola; Jade y Daniel también estaban; Evelyn y Dylan se encontraban juntos; mis amigos de la universidad en alguna habitación de la sede de la editorial; y Edwin en el último rectángulo. Todos sonreían, todos portaban coronas en sus cabezas; Doretta se había lucido—. Feliz cumpleaños a ti. 

Los aplausos en el mundo virtual y real estallaron, y mis mejillas se sonrojaron. Al principio deseé esconderme, pero ahora no podía dejar de sonreír. Me había dado cuenta de una cosa: A pesar de que hui y me había estado comportando distante con estas personas, aún me querían.

Las lágrimas acariciaron mis pómulos con sutileza, poco me importó verme vulnerable: Me levanté para abrazar a mi abuelo y Doretta porque sabía muy bien que ellos habían planeado todo, mi mejor amiga también chillaba cuando me envolvió en sus brazos.

—¿Cómo lo hiciste? —le murmuré entre el bullicio.

—Conseguí los contactos de todos para que se unieran a la celebración —alzó los hombros, restándole importancia—. Los requisitos para conectarse eran que usaran una corona y que hubieran leído previamente La Reina del Mar, es necesario que hablemos de ese libro. 

Casi me echo a reír. Después de darle un abrazo más, cedí a la presión de los invitados y apagué las velas de mi pastel. Era el primer cumpleaños donde realmente sentía que no me faltaba nada ni nadie y eso era paz pura para mi interior.

Durante las siguientes horas nos dedicamos a conversar sobre la novela, pero también a actualizarnos con nuestras vidas. Yo apenas pude tocar mi rebanada de panqué porque no dejé de hablar. Jane y Jennifer me sacaron el aliento con tantas preguntas que hicieron sobre el libro, y Evelyn, Dylan y Doretta se pusieron a hablar de la novela como si fueran fanáticos obsesionados.

Cuando nos alejamos del tema de La Reina del Mar, inició la charla sobre nosotros, donde me enteré de muchas cosas: A pesar de que no había convivido tanto con Sab en sus primeros tres años de vida, la niña me reconocía llamándome tía Emily; Lorraine me explicó que era porque le gustaba enseñarle fotografías de nosotras dos cuando éramos adolescentes. Jennifer y David se dedicaban a viajar cuando tenían tiempo libre. Jane ahora salía con alguien, pero no me quiso decir su nombre. Jake y mi amiga, Samy, eran novios ahora, confirmando mis teorías del año pasado. Evelyn y Dylan iban bien en su relación, lo cual me alegró mucho. Sin embargo, lo que sí me perturbó fue cuando Jade dijo que Daniel y ella habían estado pensando en tener un bebé. Me abrumó encontrarnos en esa edad, ya que a mí ni siquiera me atraía alguien en ese momento y mucho menos se me había pasado por la cabeza la idea de los hijos. 

No obstante, volviendo a la fiesta, al final, poco a poco, los invitados se fueron desconectando... hasta que sólo quedamos Edwin y yo. Estuve a punto de despedirme para huir cobardemente de lo que sabía que se aproximaba, pero Doretta había planeado otra cosa. Les pidió a sus padres, a Margarita y a mi abuelo que pasaran al jardín para que mi amigo y yo pudiéramos hablar. Me molesté un poco, ya que exponerme de esta manera había sido fríamente calculado. Sin embargo, admito que ya era hora de dejar las cosas claras entre Edwin y yo.

Cuando estuve sola, con la laptop frente a mí, tuve que sonreír para esconder mi nerviosismo. Mi torso se retorcía de pánico. 

—Ahora me siento tonta, debí adivinar que Doretta haría algo así —comenté para romper la tensión.

El rostro de mi amigo se relajó.

—Cuando me contó su plan por teléfono, me dio la impresión de ser impredecible —agregó.

Solté unas risitas, viendo hacia el patio donde platicaban.

—Sí, lo es.

—Emily —soltó de repente—, ¿debemos conversar de lo que sucedió el año pasado...?

—No —lo interrumpí—, creo que ya hemos charlado de eso lo suficiente —él se había disculpado decenas de veces, así que no valía la pena continuar estancados ahí—. Hay que seguir adelante: Quiero volver a confiar en ti y que tú hagas lo mismo conmigo.

Asintió con la cabeza.

—Muchas gracias por hacer esto, habría sido horrible perderte —resopló—. Además, si soy sincero, la verdad no sabía cómo restaurar lo que teníamos antes del noviazgo.

—Hmm —me alejé de la pantalla y miré al suelo con reserva—, lo he estado pensando y creo que lo nuestro nunca volverá a ser como antes del noviazgo —dije con calma, viéndolo de forma distante— porque, anterior a él, siempre hubo una extraña atracción entre nosotros que ahora ya no está —Edwin se quedó callado, penetrándome con sus ojos oscuros—. Pero me pone feliz que por fin podremos ser amigos sin que haya una especie de represión en nuestros sentimientos. ¿Tú qué opinas?

Me alivió mucho ver que sonreía con honestidad.

—Pienso igual, ya no más momentos incómodos —añadió.

Dejamos escapar unas cuantas carcajadas.

—Y en cuanto a cómo salvaremos nuestra amistad —retomé—, se me ocurre que debemos recurrir a la herramienta que nos hizo volvernos amigos hace más de diez años: la conversación.

Mi amigo esbozó una sonrisa simplona.

—Por favor, no me preguntes cómo ha sido mi vida en los últimos meses porque todo lo que he hecho es insignificante en comparación con lo que tú has logrado —pidió, eludiendo con las manos.

Me reí.

—Sabes que es pregunta obligada, te he dicho mucho de mis actividades, pero no sé nada sobre las tuyas...

Puso los ojos en blanco.

—Pues aún estoy en la escuela dando clases, atiendo a nuestra editorial, a veces veo a nuestros amigos... —empezó a resumir las cosas con aburrimiento, pero yo estaba muy feliz por escucharlo— y comencé a salir con alguien.

Mis ojos se abrieron de par en par. Por un momento dejé de respirar.

—Puede ser que yo haya publicado un libro, pero tú sales con alguien: Una acción que probablemente no haga en mucho tiempo —comenté y él se rio—. Los dos avanzamos en cosas diferentes y eso está bien —declaré—. ¿Cómo se llama?, ¿la conozco? —empecé a indagar, acercándome a la computadora y colocando las manos sobre mis mejillas.

Edwin sonrió más, acalorando mi corazón. Después empezó a relatarme la historia con mucho entusiasmo, haciendo que olvidara todo a mi alrededor. Mientras avanzaba con la narración, me fui convenciendo de un hecho aliviador: Estaríamos bien.

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