CAPÍTULO 31: MI HERMANA Y MI HERMANO

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Los sucesos que me hicieron empezar a sospechar iniciaron en abril. Un día llegué de trabajar en la noche y escuché a Doretta riéndose eufóricamente en el comedor. Me acerqué, escuchando que platicaba con alguien por la computadora. En su mano sostenía una copa de vino mientras sonreía radiante. Estiré los labios, sintiéndome feliz por lo tranquila que se veía su alma, sin embargo, mi cerebro se hizo añicos de confusión cuando escuché la voz de Edwin del otro lado de la pantalla. A tientas me aproximé torpemente, pensando que había alucinado; pero no fue así. Mi amigo sonreía inocentemente por la laptop.

—¡Emily! —me llamó Doretta para despertarme de mi estupefacción—, le estaba diciendo a Edwin que debería venir en mayo a visitarnos para deshacerse de su corazón roto.

Yo parpadeaba, pero, aun así, mi cabeza todavía no lo asimilaba.

—Y que te distraiga del tuyo —añadió mi mejor amigo en modo de queja.

Mi boca era incapaz de hablar.

—¡No! —corrigió la chica—, sólo tuvimos una cita, ¿está bien?, y fue un espanto. Qué bueno que Emily me acompañó —sentí su mirada sobre mí—, su amigo también resultó una decepción, ¿verdad?

El chasquido en mi cabeza me sacudió. Miré a mi amiga con una sonrisa.

—Totalmente. Admito que eran guapos, pero no pude lidiar con su estupidez —agregué, fingiendo melancolía.

Los dos me sonrieron con complicidad.

—Esto nos deja una enseñanza: Jamás hay que salir con gente que conocemos en internet —resumió Doretta.

Hace unas semanas, ella había conocido a alguien en una de esas aplicaciones de citas, y cuando por fin decidieron conocerse en persona, ambos acordaron que fuera una cita doble, así que mi amiga me arrastró a su aventura. Todo resultó ser una completa decepción. Por otra parte, Edwin también había conocido a una chica por internet —me platicó de ella en mi cumpleaños—, pero después de dos meses, habían terminado.

—¿Entonces vendrás en mayo? —le pregunté a mi amigo, recordando lo que había dicho Doretta.

—Lo estoy considerando... —respondió— Claro, las dos deben estar de acuerdo.

—¡Por supuesto! —estalló mi amiga de alegría— Quiero conocerte en persona, Edwin Bridgerton; las videollamadas ya no resultan suficientes.

Mi mente se revolvió más cuando Edwin sonrió con los ojos brillantes.

—¿Con él es con quien hablas todas las noches en tu cuarto? —cuestioné, uniendo las piezas.

Doretta se rio.

—Nos hemos vuelto buenos amigos desde tu fiesta de cumpleaños —comentó el hombre.

Un nudo se apretó en mi pecho. Tenía la sensación de que me había perdido de mucho. No obstante, sonreí. Si Edwin venía, seríamos los tres contra el mundo.

—Eres bienvenido —mencioné—, hablaré con William sobre tu estancia en la casa, pero seguramente dirá que sí.

Doretta alzó los brazos, vitoreando; y Edwin se rio. Me dieron ganas de dar saltitos de euforia: Tener a mis dos mejores amigos, bajo el mismo techo, era un sueño hecho realidad.


En su tiempo libre, Doretta se dedicaba a planear todas las actividades que haríamos cuando Edwin arribara. Incluso hizo llamadas para apartar la fecha e ir a ver La última cena en Milán. Su humor me contagiaba, haciendo que mi corazón vibrara; no obstante, tenía la sospecha de que ella estaba ligeramente más emocionada que yo. 

Mi amigo llegó el primer día de mayo, por lo que fuimos a recogerlo en el auto prestado de mi abuelo. Cuando Doretta sacó un letrero adornado con el nombre de Edwin, me quedé sin habla. Mi amiga casi volaba mientras nos acercábamos a la puerta de llegada.

Esperamos unos minutos a que Edwin apareciera y, cuando lo hizo, mi mundo entero se detuvo. Se veía como un sol, completamente fresco y feliz. Parecía que sus demonios también se habían aplacado desde la última vez que nos vimos. Cuando estuvo a mi alcance, no pude reprimir la tentación de correr y lanzarme en sus brazos. Él soltó la maleta y me recibió, cargándome unos segundos. Me drogué con su aroma hasta el éxtasis, percatándome de lo mucho que lo había extrañado. Nos separamos para mirarnos a los ojos, yo sostenía su mejilla, y él, mi cabello. Edwin me miraba con ternura y añoranza, mi corazón iba a explotar liberando flores. Sin pensarlo, le planté un beso en el pómulo.

—¡Qué bueno que estás aquí! —exclamé, abrazándolo otra vez cálidamente.

—Opino lo mismo, Anderson —comentó, acariciándome el pelo—. Te ves impecable, Emily.

Volví a observarlo para sonreír.

—Tú también.

Nos separamos definitivamente para que saludara a Doretta. Mi amiga sostenía el cartel con fuerza.

—Hola, Doretta —dijo mi amigo, sonriendo de una manera desconocida para mí—; soy Edwin.

El hombre estiró su mano, esperando a que la chica estrechara la suya. No obstante, Doretta tiró el letrero y lo abrazó. Edwin abrió mucho los ojos, sin duda lo había tomado desprevenido —yo me sentía igual—, pero después le respondió el gesto. Su abrazo me pareció un tanto extraño, por un momento pensé que jamás se soltarían. Sin embargo, lo que me confundió más fue cuando Doretta recogió su cartel, esperó a que Edwin tomara su maleta y después lo cogió de la mano, guiándolo al auto. Me quedé atrás, frunciendo el ceño con los brazos cruzados. Había algo entre ellos, como una burbuja invisible. Seguramente no se habían dado cuenta, pero estaba ahí y aún no descifraba qué era. 


Edwin se instaló en mi cuarto y yo me fui al de Doretta, así nos acomodaríamos durante su visita. La verdad no podía determinar quién estaba más emocionado de los tres por los acontecimientos.

Como ya les había mencionado antes, mi amiga había planeado todo el viaje. Nuestra primera parada fue la catedral de Milán en reparaciones. Siempre me había gustado esta iglesia por su apariencia gótica e imponente. Gran parte del interior estaba en restauración, pero cuando subimos al techo sentí un alivio inquebrantable. Las palomas volaban, todo el duomo nublado se podía ver con claridad. Doretta sacó muchas fotos de nosotros y el paisaje. 

Luego fuimos al museo de la iglesia. En la entrada había tanta gente diversa, que me sentí en medio de algo importante. Los distintos tonos de piel, colores de cabello, estaturas, formas y peinados me excitaron; ojalá hubiera podido contemplar la escena todo el día.

Después nos dirigimos a visitar los estantes de ropa y joyas al costado de la plaza. Había muchas marcas operando bajo ese pasadizo en forma de arco. Todo era dorado y los objetos, que jamás podríamos comprar, relucían. Al final nos encontramos con la Scala del otro lado de la calle: blanca y estructural.

Posteriormente fuimos al castillo Sforza. Vimos los techos pintados con los signos del zodiaco. Lo más tierno fue ser testigos de una excursión de los preescolares, vestidos como duendes, que participaban en una obra de una bruja malvada y un hechicero.

Luego salimos al parque detrás del castillo. Era enorme y hermoso, con un pequeño estanque, puentes de madera, caminos dictados, bancas y animalitos. Cuando ya nos habíamos adentrado en el pequeño bosque, Doretta y Edwin comenzaron a juguetear pesadamente, riéndose. Volví a fruncir el ceño. ¿Qué había ahí que no entendía?

Esas fueron nuestras visitas en la primera semana con Edwin; y para cerrar con broche de oro, el domingo, en la noche, Doretta propuso ver una película. Sin embargo, nunca supe de qué se trató porque me quedé profundamente dormida.

Al despertar me percaté de que estaba acostada en el sillón; mis amigos se encontraban en el suelo, platicando. La televisión se hallaba apagada, supuse que el filme había terminado. No me detuve a admirar el hecho de que se habían sentado en el piso para que yo pudiera dormir plácidamente, sino que su charla me llamó la atención.

—Supongo que aún piensas en él —decía Edwin.

—No a propósito —contestó Doretta—, más bien, son pensamientos invasivos que me hacen enojar. Así que, de vez en cuando, grito o hablo con Emily al respecto.

Al parecer mi amigo ya conocía la historia de la mujer con Luka. Eso me pareció curioso, realmente Doretta confiaba en él si le había relatado todo.

—Lo mismo me pasaba con Jade hace unos años —agregó Edwin—. Algún día los episodios se largarán, te lo aseguro.

—¿En tu caso, cuánto tardaron en irse? —inquirió mi amiga.

Su tono era de miedo e impaciencia.

—Lo desconozco. Sólo sé que me di cuenta cuando vi a Emily en Burdeos —mi estómago hormigueó. Recordé su imagen en el 2012: prendiendo un cigarrillo del otro lado de la calle—, su imagen permitió que me perdonara.

—Yo no sé cómo me disculparé por haber perdido una década de mi vida con él —soltó Doretta, escondiendo el rostro entre sus piernas dobladas.

Sentí una punzada sangrante en el corazón.

—No te angusties —Edwin la rodeó con sus brazos—, algún día lo lograrás... Mientras deberías divertirte.

Entonces supe qué era ese lazo invisible que los unía. Un foco se prendió en mi cabeza, abrí mucho los ojos, mis piernas temblaron y casi me quedé sin saliva. Desconocía cuándo, podía ser mañana o en diez años, pero mis mejores amigos terminarían juntos.

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