CAPÍTULO 6: ÉL Y YO

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—Hemos hecho caminatas por el parque, a veces salimos a comer, hemos ido al cine, platicamos por mensaje hasta altas horas de la noche, hemos ido al teatro —le contaba emocionada a la doctora—, o a veces simplemente nos sentamos en la azotea de mi edificio a charlar sobre cualquier cosa de la vida —Kaur emanaba una enorme sonrisa, por lo que me imaginé que mi gesto debía ser gigante—. ¡Es increíble! ¡Tenerlo de vuelta en mi vida me hace muy feliz!, compartir con él realmente alegra mis días —concluí, usando mucho mis manos porque, evidentemente, estaba entusiasmada.

—¡Me da mucho gusto escuchar eso, Emily! —comentó Sarisha— El regreso de Edwin ha hecho que tu fobia social por las salidas desaparezca.

—¡Lo sé! —concordé—, ahora siento que puedo hacer lo que sea.

La doctora sonrió tiernamente.

—Sí, así has estado las dos sesiones pasadas y eso es muy bueno.

Habían transcurrido casi tres semanas desde que Edwin había retornado de su desaparición para estar junto a mí y, desde entonces, mi humor estaba inquebrantable. Yo había renacido de la podredumbre, me sentía fuerte y capaz.

—Además, sus amigos me agradan bastante —añadí.

—¿Ya los conociste? —se interesó Kaur.

—Sí, los conocí el lunes —hice una pequeña pausa—: Jake, Eliza, Kara y Max; los cuatro son muy amables. Jake y Max me hicieron reír mucho.

—¿Son sus amigos de la universidad?

—Sí —afirmé—, de hecho, los cuatro tienen raíces londinenses, sin embargo, estudiaron en Cambridge con Edwin —suspiré—. Por otro lado, Eliza y Kara me contaron brevemente que, antes, una chica llamada Lena también era parte de su grupo, pero la muchacha se alejó de ellos, con excepción de mi mejor amigo, en el último año.

—Eso es extraño..., ¿no me habías dicho que Edwin terminó la universidad por internet porque huyó de Inglaterra antes de comenzar el último año? —inquirió, alzando una ceja.

—Sí... —dije, dándome cuenta de que había algo raro en toda esta historia, pero todavía no tenía claro qué era.

La incertidumbre me invadió el pecho.

—Hmm... ¿Tu amigo aún no te ha dicho por qué se fue?

Yo negué con la cabeza.

—Todavía no hemos hablado al respecto —admití. De repente, mi buen humor desapareció— y yo tampoco le he contado sobre mi pasado.

—Bueno, como él bien lo mencionó, platicarán sobre eso cuando estén listos... Sin embargo, hay algo en el tema de esa chica Lena que me parece un poco inusual —fruncí el ceño—. ¿Edwin te ha dicho si aún la ve? —preguntó.

—No...

Ahí finalmente capté el problema. ¿Por qué Kara y Eliza me comentaron que mi amigo fue el único que siguió comunicado con Lena si él se alejó de todos el último año? La doctora me miró convincentemente, asintiendo con la cabeza.

—Pues podría referirse a que con la única que mantuvo contacto por teléfono o por correo electrónico, después de que huyó, fue con Lena, ¿no?

—Pues sí, pero si ella fue la única persona de su pasado con la que decidió hablar después de que se fue, ¿por qué ahora ya no se comunican más?, ¿y por qué fue ella la única a la que Edwin no apartó de su vida cuando decidió dejarlo todo?

Los nervios me carcomían las entrañas.

—Tienes razón... Incluso por encima de Evelyn.

¿Quién demonios es Lena? ¿Por qué fue importante en el pasado de mi mejor amigo? El hecho de no saber quién rayos era esa chica y qué papel desempeñó en la historia me irritaba.

—Así es, eso es lo que veo raro...; pero en fin, tú decidirás si cuestionarlo o no.

—Él me está ocultando cosas de nuevo —pronuncié molesta—; sin embargo, no quiero preguntarle. Respetaré su espacio; sé que, tarde o temprano, me lo contará todo. Confío en él, necesita tiempo.

—Si de esa manera lo ves, está bien —concluyó—. Por otra parte, ¿qué hay de tus amigos de la universidad? —hizo mucho énfasis en la palabra tus.

Un hormigueo se apoderó de mi torso y las manos comenzaron a sudarme. Finalmente, tragué saliva.

—No los he visto desde hace mucho tiempo... —respondí.

—¿Por qué? —quiso saber la doctora.

—Me han mandado emails y a los tres ya les pasé el número de mi nuevo móvil, por lo que también me han escrito mensajes por ahí, preguntándome cómo estoy. Pero cuando me invitan a salir, todo mi ser quiere que diga no, por lo tanto, así lo hago; sin embargo, después la culpa me invade —confesé.

Se sintió muy bien admitir aquello.

—¿Te sigues tomando el medicamento?

—¡Por supuesto!

La pregunta me había ofendido. No quería volver a experimentar la sensación que Sophie desataba en mí cuando estaba cerca y tenía miedo de encontrarme otra vez con la Serpiente, así que claro que seguía siendo responsable con el asunto de las píldoras.

—Hmm... —Sarisha hizo una pausa— ¿Por qué no pruebas asistir a una reunión con ellos? Arriésgate, Emily. Recuerda que estarás más cerca de curarte si rompes con los... hábitos que tenías antes de que todo esto se desatara. Incluso, puedes pedirle a Edwin que te acompañe; si te empiezas a sentir mal, él te puede auxiliar.

No había considerado esa opción y debo reconocer que me convenció al instante. Sonreí.

—Esa es una buena idea. En la próxima ocasión, haré lo que me recomiendas —dije con entusiasmo.

—Al fin, Colin, Javier y Samantha son de aquí, ¿no? Los cuatro estudiaron juntos en Oxford, pero ellos ahora también viven en Londres, ¿cierto?

—Sí —contesté, asintiendo con la cabeza.

Kaur sonrió.

—Ya ves, no dejes que tus miedos te obliguen a decir que no. Atrévete a ir.

—Sí, lo haré.

Un silencio se extendió por el consultorio. La doctora alzó las cejas.

—¿Hay algo más que me quieras comentar?

—No —respondí, pensando en todo lo que había ocurrido en la semana—, ya lo he dicho todo.

—Está bien. ¿Entonces nos vemos el siguiente miércoles?

—Claro.

Ambas estrechamos las manos en signo de despedida. Después de algunas palabras de adiós, salí del despacho para pagar esta cita con la recepcionista.


Al día siguiente, algo completamente imprevisto se presentó. Era mediodía, por lo que faltaban varias horas para irme al Programa; Jane había salido desde la mañana para asistir a su ensayo, no volvería hasta dentro de tres horas; y yo, mientras tanto, había decidido limpiar el departamento. Removía las manchas de la mesita de cristal de la sala —cantando Buzzcut Season— cuando el teléfono fijo sonó con estruendo por todo el lugar. Mi corazón dio un brinco, dejé el trapo sobre la mesa, me quité los guantes de plástico y apagué rápidamente el reproductor de música para contestar la llamada. No conocía el número, así que el hecho de responder me dio pánico, pero me causaba más pavor oír al aparato timbrar con alboroto. Al final elegí atender, sin embargo, el espasmo en mis piernas no desapareció.

—¿Hola? —mi voz sonó con una pizca de inseguridad.

—Buenas tardes. ¿Sería tan amable de comunicarme con Emily Anderson? —habló la voz femenina del auricular.

El escuchar mi nombre me puso muy nerviosa. Creí que era un déjà vu de la llamada que había recibido hace casi dos años y que lo había cambiado todo, pero no estaba ni cerca de tratarse de algo parecido.

—Ella habla —murmuré.

—¡Oh, Emily!, ¡qué gusto escucharte! —esas afirmaciones me hicieron perder el equilibrio. ¡¿Quién era esta mujer?!— Soy Hayley Weston, fuimos a la misma secundaria, ¿te acuerdas de mí?

Mis ojos amenazaron con salirse de sus órbitas, el corazón me palpitó con más fuerza y tuve que sentarme en el sillón para no caer. La imagen de la chica con cabellos dorados, tez medio bronceada y de estatura baja se me vino a la mente con mucha violencia: El primer gran amor de Dylan..., y la amiga de la perversa Alison y el monstruoso Dayron. Iba a desmayarme. ¿Qué quieres, Hayley?, estuve a punto de contestarle con rudeza. 

—Sí —fue lo único que respondí, tragándome mi miedo y enojo.

—¡Qué bien! —exclamó la mujer— Ayer hablé con Jade, y ella me pasó tu número y el de tus amigos —antes de que pudiera cuestionarla, prosiguió—; todo esto es con el motivo de invitarte, y también a ellos, a la reunión de egresados de la generación 2008. Será el viernes, 4 de julio en el gimnasio de nuestra antigua secundaria. El evento dará inicio a las seis de la tarde. ¿Podrás asistir?

La sangre se me congeló al pensar en la pesadilla que había presagiado la muerte de Amanda y Geneviève, ya que esta había comenzado en la reunión de egresados... Estaba asustada. Sin embargo, la sensación de desafío aplacó a los miedos. Sonreí.

—Claro que iré —anuncié con una pizca de vileza—. Por cierto, Hayley —cambié de tema—, ¿Jade también te pasó el número de Edwin Bridgerton?

Un silencio se extendió por la línea telefónica.

—No..., ella me dijo que ustedes ya no estaban en contacto con él.

Mi sonrisa burlona se hizo más grande.

—Bueno, ellos no, pero yo sí. ¿Quieres que te dé su número? —presioné con enojo y un sentimiento incontrolable de justicia.

—¡Sí! Esta reunión se trata de reencuentros, así que por supuesto que sí.

Mi rostro se llenó de una satisfacción maliciosa. Si todo salía de acuerdo al plan, en menos de un mes, los que habían hecho a Edwin a un lado, serían testigos de su retorno y tendrían que vivir con el hecho de que él había regresado para quedarse.


—¿Piensas que el Destino existe o, por el contrario, crees que cada quién tiene el poder sobre su propia vida? —le cuestioné a mi amigo.

Nos encontrábamos en la azotea de mi edificio, sentados en el piso de concreto, con las últimas luces del atardecer rozando nuestra piel.

—Hmm... —reflexionó Edwin por un momento— Cada quién toma sus propias decisiones y eso los conduce a las respectivas consecuencias. Por lo que, no creo que realmente el destino intervenga en este proceso. ¿Y tú?

—Igual... —respondí, tomando aire— En estos meses he aprendido que la vida no tiene sentido, cada persona debe construir su propósito; si no, morirán esperando por uno.

—Tienes razón.

Después el silencio se extendió. Edwin se veía magnífico ante los últimos rayos del día. Su piel pálida se llenaba de vida con la luz y sus cabellos negros se alzaban por la brisa vespertina. Incluso, por un instante, pude visualizar a ese rostro adolescente que me había cautivado tanto en el pasado.

—¿Sabes?, no te lo había dicho, pero en serio extrañaba escuchar tus preguntas peculiares pidiéndome una opinión —concluyó.

—Lo sé —alardeé, sacudiendo mi melena castaña—, mis temas de conversación son los mejores.

Mi mejor amigo dejó escapar algunas risitas.

—¿Te acuerdas que, en la secundaria, había ocasiones donde todo el almuerzo nos la pasábamos discutiendo sobre cosas así?

Aparté mi vista de él. A mi mente vino la exaltación que nos dominaba a los seis cuando alguien ponía en la mesa una cuestión para comentar. A veces hasta nos parábamos de nuestro asiento para corregir al otro. Éramos casi niños, queriendo que nuestro punto de vista fuera el correcto. Sonreí con añoranza. Esos lazos que nos hacían casi una familia se rompieron hace mucho, pensé con melancolía. Mis dedos se extendieron para taparme más las palmas con mi chaqueta. Estaba nerviosa.

—Sí, era divertido —respondí levemente.

¿Lo sabía? ¿Hayley ya lo había llamado? ¿Iría? Mi corazón comenzó a temblar y en el estómago sentí un gran hormigueo. Tragué saliva para aclarar mis dudas de una vez por todas.

—Edwin —dije, viéndolo directo a los ojos. Estaba segura de que mi rostro reflejaba algo de incertidumbre que no pude disimular, no obstante, en el de él sólo había suavidad—, ¿te llamó Hayley Weston?

De inmediato, mi amigo apartó la mirada rudamente. Luego exhaló molesto, sus facciones se habían endurecido.

—Sí —contestó con rigor sin verme.

Sus ojos color azabache estaban perdidos en el final de la terraza, donde yo antes había intentado suicidarme. Esperé a que añadiera algo más, pero no lo hizo.

—¿Asistirás a la reunión? —insistí.

Mi cuerpo entero se encontraba a la defensiva. Su reacción ante mis preguntas me había llenado de desasosiego.

—No puedo —respondió, clavándome la mirada—. Lo siento, Emily, pero no puedo ir —continuó. Su rostro ya se había ablandado, ahora parecía herido—. Si ella me ve...

Se calló, agachando la cabeza. Ni una palabra más salió de su boca respecto al asunto y eso me hizo enfurecer.

—¡Jade tendrá que aceptar, tarde o temprano, que tú sigues siendo mi amigo y que no te irás otra vez sólo porque ella así lo desea! —espeté con furia.

Edwin alzó la mirada. Su gesto me asombró, estaba sonriendo con picardía. Fruncí el ceño. Si él no hubiera hablado al instante, sin duda le habría gritado.

—Guau..., ¿Anderson va a pelear por mí? —se burló, levantándose del suelo.

El enojo me petrificó el pecho; así que, para estar a su altura, también me alcé del piso.

—¡Por supuesto que sí! —exclamé— Oye, no sé qué haya pasado entre ustedes dos, pero esto de que no pueda ser tu amiga por ella es ridículo —afirmé, moviendo mucho las manos.

Su sonrisita aún no desaparecía.

—¿Qué sucederá si al contarte lo que ocurrió hace tres años, cambias de opinión?, ¿qué tal si lo que hice es realmente imperdonable? —cuestionó seriamente.

Negué la cabeza con mucha convicción.

—Eso es imposible —aseguré. Él volvió a apartar la mirada con una expresión llena de tristeza. Al instante, mis palmas se dirigieron a sus mejillas y giré su barbilla para que me viera a los ojos. Su rostro estaba repleto de aflicción—. Te conozco, Edwin, tú jamás harías algo imperdonable —dije con dulzura.

—Tú no sabes eso —murmuró.

Las lágrimas se contenían en sus ojos.

—Claro que sí —respondí suavemente.

—Prométeme que, cuando te lo cuente, no huirás —me pidió con vehemencia—; no soportaría perderte otra vez.

—Claro que no —declaré. Junté su frente con la mía... Casi dejo de respirar por estar tan cerca de su boca—. Yo nunca me volveré a ir —susurré con ternura, llamando al silencio.

El viento me acariciaba la espalda, lo único que podía vislumbrar de soslayo era la oscuridad. Cerré los ojos. El anhelo de juntar mis labios con los de Edwin me carcomía el alma; ellos se encontraban ahí, hambrientos de su calor, violencia y ternura. El corazón me bombea con agresión y la electricidad destruía mi pelvis. Sudaba hielo. Mis mejillas experimentaron un hormigueo cuando sus palmas las tocaron, acercándose más a mi boca. Su aliento olía a una mezcla de nicotina con café y admito que aquel aroma me pareció la gloria misma. Nuestros labios se rozarían en cualquier instante...

—No puedo ir —concluyó, apartándose bruscamente. Después se aclaró la garganta. Me desorienté por un segundo—; aún no estoy listo.

Sentí mucha vergüenza al percatarme de que realmente se había alejado de mí. Las manos comenzaron a transpirarme y sentí que mis pómulos, que hace un momento él había acariciado, se quemaban. Rápidamente se me vino a la cabeza el tema que estábamos discutiendo antes de que mis sentimientos se desbordaran.

—Está bien, lo entiendo —dije con firmeza, mordiéndome el labio inferior.

—Tú sí asistirás, ¿cierto?

Asentí, sonriendo con sequedad. Después hizo una pregunta que me heló la sangre.

—¿Ellos dos irán?

De inmediato supe a quiénes se refería: Alison y Dayron. Mi boca fue invadida por una sensación agria y los nervios se apoderaron de mi estómago.

—No lo sé —contesté huecamente—. Pero Jade, Dylan, Peter y Evelyn estarán ahí...; si empiezo a sentirme mal, ellos me apoyarán — ratifiqué.

Edwin fruncía el ceño, mostrándome su preocupación.

—No tienes que ir si no quieres —agregó con inquietud.

Dayron y Alison, la profunda sensación nauseabunda que me provocaba pensar en la secundaria y los demonios que no deseaba revivir estaban de por medio.

—Lo sé —afirmé—, pero si no los enfrento ahora, ¿cuándo lo haré?

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