1-II

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Marcos corría tan rápido como le daban los pies hacia una dirección desconocida, la oscuridad de la noche y su nerviosismo le cegaban la vista. En par de ocasiones extendió una que otra mano para tirar al suelo algún objeto que impidiera el avance de la mujer que tenía a su espalda. Sin embargo, todo había sido en vano, las cajas, los tanques de basura, una que otra reja que encontró en su camino no lograban su objetivo, nada la frenaba.

Estaba tan cerca que casi podía sentirla encima de él. En más de una oportunidad ella casi lo había atrapado, pero su única mano no acertaba a aferrarse con firmeza a su uniforme. Eso hacía que Marcos sacara fuerzas de donde no tenía y corriera más rápido aún.

El cansancio ya empezaba a pasarle factura, su pecho bamboleaba a toda prisa, su corazón estaba desbocado y su respiración era tan forzada que podía escucharse a más de un metro de distancia. Sus pulmones sufrían, pues él nunca había sido un joven activo físicamente y toda esta carrera, sin preparación previa, era mucho más de lo que su cuerpo era capaz de resistir, estaba a punto de colapsar.

Era casi inminente, le atraparía tarde o temprano. Era sólo cuestión de tiempo, sobre todo, porque el cansancio en ella no surgía efecto alguno. Podía correr cientos de kilómetros sin parar y a un buen ritmo, siempre que tuviera un motivo por el cual hacerlo.

—¡¡¡Ayudaaaaa!!!—gritaba Marcos a todo pulmón, su voz salía quebrantada por el esfuerzo—. ¡¡¡Ayúdenme por favor!!!—clamaba por su vida mientras corría, no sabía qué sucedería con él si la mujer mutilada le daba alcance, pero no se le ocurría nada agradable.

En el silencio de la noche la voz chillona de Marcos retumbaba en los mil quinientos metros cuadrados de la unidad militar. Los soldados de la puerta de entrada se pusieron de pie y trataron de identificar de dónde provenía dicha voz. No lograban identificarlo y no podían dejar sus puestos. No se arriesgarían a perder sus pases el próximo fin de semana.

El barullo, logró despertar a Juan, uno de los cabo de la unidad, poseía un sueño sumamente ligero por lo que no tardó mucho en definir los llamados de alerta provenientes de afuera. Confundido y sin saber de qué se trataba, se levantó de sopetón y se puso sus botas militares, no las abrochó, no lo creyó necesario, sólo saldría del albergue donde dormía a cerciorarse de que todo estuviera en orden. Al fin y al cabo, si estuvieran atacándolos la alarma de combate se hubiera activado ya.

El cabo salió apresuradamente, aunque con mucho cuidado de no hacer ruido, no quería que los cien reclutas que dormían dentro se despertaran. Se frotaba los ojos en un intento de espabilarse. Los gritos se hacían más notables a medida que se acercaba a la puerta del albergue, todo indicaba que se acercaban hacia él.

Al salir fue atropellado por Marcos. Un choque violento que los precipitó al suelo, dejando escapar por parte de ambos un chillido de dolor. La mujer que perseguía al recluta se lanzó hacia ellos como una leona a su presa.

Alcanzó a morder a Juan en la pierna izquierda, justo por encima de la bota y la sangre comenzó a salir de inmediato. El grito de dolor se hizo omnipresente ante la confusión por la que transitaba el cabo. No entendía qué sucedía, cómo había pasado de estar tranquilamente dormido, a estar precipitado por los aires y a tener ahora una sensación dolorosa que ascendía desde su pierna.

Marcos que recién se incorporaba miró la escena y se le retorció el alma, había estado a escasos centímetros de haber sido el que fuera alcanzado por aquella desfigurada mujer. Sus sospechas fueron acertadas: "nada bueno ocurriría si me daba alcance", eran palabras que se repetían en bucle en su cabeza.

El grito escalofriante del cabo Juan provocó que más de un soldado se despertara dentro del albergue. El dolor le recorrió la pierna consumiéndolo por dentro, se clavó en lo más profundo de sus entrañas como una sensación de quemazón. Pataleó, dio varios golpes a la mujer que lo devoraba en vida. Ya no sólo en su pierna, había avanzado y le dio un nuevo mordisco en la ingle, cerca de los genitales, pudo sentir cómo sus dientes desgarraban la carne por debajo de su ropa, haciendo que la sangre esta vez saliera disparada por todos lados a una presión impresionante. Tal pareciera que con cada movimiento que él hacía para desprenderse, ella ganara más fuerzas.

Marcos intentó correr, pero al darse vuelta sintió como una mano se aferró alrededor de su tobillo, lo que le hizo caer de bruces al suelo nuevamente, sin tiempo de apoyarse con las manos, dándose un fuerte golpe en el rostro. Una pequeña herida en su ceja comenzó a sangrar.

En su mente había sido la mujer. Aquella que en la mañana fue una hermosa doctora, ahora le había atrapado y lo conducía por el pasillo de la muerte. Al voltear a ver a su captor, se percató de que no era la doctora la que lo agarraba, sino aquel hombre con el que había chocado.

Su cara de súplica causó cierto remordimiento en Marcos. Una sensación de lástima le embriagó el alma, pero al ver entre la tenue luz de la luna llena los ojos blanquecinos y carentes de vida de la mujer, provocó que se volviera a activar la señal de alarma en su cabeza y, sin pensarlo, pateó tan fuerte como pudo en la cara de Juan; tres golpes le bastaron para liberarse. La sangre y los gritos de dolor, salían desprendidos al unísono. El sonido del tabique al romperse le produjo un escalofrío en todo su cuerpo, sabía que lo estaba condenando a una muerte segura.

Para Marcos primero estaba él y después los demás, haría cualquier cosa por sobrevivir, incluso si para ello, tenía que destrozarle el rostro a patadas a alguien más. La cara de Juan para cuando llegó la mujer a ella, era ya irreconocible.

—Lo siento, pero era tu vida o la mía —dijo en susurros mientras se alejaba corriendo.

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