CAOS

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—¡Detective Gastrell, usted no lo entiende! ¡Estoy segura de que Marco usaba a su hermana para conseguir dinero! ¿Cómo es qué está libre! ¡En el video claramente se ve que Dylan le pregunta si puede subirlo a la red!

—Sofía, ya usted sabrá que al mundo lo maneja un motor llamado dinero. La discográfica que hay detrás de Dylan es muy grande, créame. Tienen los mejores abogados. 

—No puede ser... ¡Estoy harta de tantas injusticias, Gástrell! Nadie me dijo que trabajar aquí significaba vivir esto... No hay justicia. 

—Sofía, eres una practicante... Sé que al principio te consume la culpa, pero después debes aprender a pensar con la cabeza fría...

—¡Necesito que vengan a ver esto! —vociferó Tina, quien llegó en un pispas hacia la oficina—. ¡Alex Brown llamó a una conferencia de prensa!

Fue en ese preciso instante cuando todos se miraron entre todos y corrieron a la vez hasta la sala de estar. No tardaron en exigirle al chico que se encontraba ahí que subiera el volumen. Resulta que Alex se había instalado detrás de un atril, acomodó el micrófono cerca de él y carraspeó la garganta. Se observaba de lejos que palideció frente a las cámaras; que sus ojeras violáceas ejercían un peso y que lo morado de sus labios indicaban total descontrol de su cuerpo. 

Eso significaba algo. Había parte de él que se estaba delatando. 

El cuerpo nunca miente... 

—Hoy... Bueno hoy... Yo... 

Los periodistas se aglutinaron, desesperados. No habían tenido información y cuando alguien al fin se la podía brindar, corrían como perros tras un hueso. Alex Brown podía darles material, al fin. Lo que ellos no sabían, era que el muchacho iba a darles algo mucho más fuerte que una información sencilla.

—Bueno... hoy los reuní...

El muchacho se trababa al hablar. Sus ojos continuaban enrojecidos, su piel y todo su aspecto macilento era duro de ver. Una gota de sudor caía por su frente que ni siquiera era capaz de limpiar. No tenía control de sus manos. De hecho, estaba tan nervioso y vulnerable que no podía ni siquiera sacar una palabra. Alex, en ese momento, estaba firmando su sentencia a muerte.

—Disculpen... —Trató de tomar un vaso de agua.

—... ¿por qué nos reuniste hasta acá, Alex Brown? Cuéntanos. ¿Tiene algo que ver con lo que pasó con Callie Morgan? 

Exhaló y miró hacia el cielo. Estaba clamando por un poco de ayuda, por un poco de valor; por un poco de luz. 

... ¿encontraron al asesino de Callie? 

... ¿Por qué la conferencia? 

Fue ahí cuando el muchacho se armó de valentía. Quizá "valentía" no era la palabra que lo representara en ese entonces, si no que sentía que, si esas palabras no salían de su boca, se iba a ahogar en su propia culpa y eso no era nada agradable, era agónico.

—Quizá ustedes se pregunten del por qué yo, los estoy juntando en esta reunion. Todo para mí ha sido difícil. Callie era una de las mejores personas que conocí en mi vida. Ella llenaba mi alma con su sonrisa, con sus ojos rasgados cuando reía. Ella era luz y nunca se dio cuenta... —tragó saliva, fuerte—. A lo que voy es que me he enterado por todo lo que sufrió, me he enterado de todas las barbaridades en las cuales tuvo que pasar. Se rodeó de gente enferma y aprovechadora y al final terminó siendo asesinada por alguien que nunca tuvo un motivo para hacerlo. No es justo.

—¿Qué?

—¿Qué insinúa?

—¡¿Por qué está diciendo todo esto?!

—Lo que yo quiero decir, es que yo, Alex Brown, fui el asesino de Callie Morgan.

UNA HORAS ANTES.

Javiera soltó una sonrisa irónica.

—¿Me estás pidiendo mil libras? ¿Es en serio?

—Solo mil libras y es todo.

Javiera era consciente de que no era una gran cantidad de dinero para ella, fácilmente podía entregárselos y evitar que su prima sufriera algún inconveniente. El problema es que no podía confiar en ella, más cuando tuvo participación en el homicidio de su amiga.

—Te los daré y como veo tu desesperación, las reglas las pondré yo, no tú.

Miró hacia donde Franco, quien silenciosamente, puso la grabadora de voz en su celular.

—Ya te dije, dame el dinero y hablo.

—Habla y te daré el dinero.

Meredith tragó fuerte. No podía confesar que su novio tuvo gran culpa en lo que le sucedió a Callie. ¿Qué pasaba si lo traicionaba? ¿Qué pasaba con el viaje que realizarían cuando tuviera los mil libras? Él necesitaba arrancar y ella lo acompañaría donde fuera. Era consciente de lo mucho que sufría con él, pero se esmeraba en permanecer a su lado porque tenía fe que cambiaría, que terminaría dándolo todo por ella. Él se lo prometió.

La había apoyado en sus peores momentos. Era dulce, tierno, el hombre perfecto. Según Meredith, él se merecía otra oportunidad. 

—¿Dónde está Dylan, Meredith?

—¡No... no lo sé! ¡Recibí una llamada de él diciéndome que si no tenía los mil libras iba a matarme! No quiero morir, Javiera. ¡Eres mi prima, joder! ¡Me conoces!

—¡Por eso mismo no confío en ti!

La conversación se interrumpió porque el teléfono de Javiera sonó. Se lo sacó del bolsillo trasero de su pantalón y contestó sin dejar de mirar a Meredith. 

Centro de rehabilitación White House.

—¿Diga?

—Hola, habla Steffy, la enfermera de Chris. Lamentamos decirle que se ha fugado de la clínica. Testigos dicen que lo vieron robando una moto. Creo que se dirige hasta Liverpool.

—¡¿Qué?! ¡Pero cómo dejaron que eso pasara! 

—Lo lamento, se ha fugado y tememos que pueda atentar contra su vida...

«¡Maldita sea!» Gritó Javiera y colgó el teléfono. Su prioridad siempre fue clara: Chris Freedman. Naturalmente, no dudó un segundo en tomar su chaqueta para dirigirse hasta el departamento de John. Necesitaba avisarle lo de su hermano. También tenía en mente en visitar a Alex para que pudiera colaborar con la búsqueda. 

—Yo manejo —se ofreció Franco al sentir los nervios de la rubia.

Meredith quedó en casa.

—¡Javiera, necesito tu ayuda! —gritó, pero fue en vano, porque ella le había cerrado la puerta en la cara—. ¡Demonios!

(**)

—John... ¿Cómo puedes tocar todas las partes de la batería a la vez?

—No las toco todas a la vez, no soy un pulpo.

La Caliope rodó los ojos. 

Cada vez que tocaba cada parte de mi batería, no pensaba en otra cosa que eso y era jodidamente asombroso. Era mi zona malditamente segura.

—¿Quieres tocar? —pregunté, sin dejar de mover las baquetas.

—No sé tocar... 

—No hablo de la batería. Tócame a mí. 

Ella soltó una carcajada. Su sonrisa era amplia, juguetona, era de esas sonrisas que naturalmente te hacían sonreír de la misma manera que ella. 

Aun así, sus ojos siempre me dolieron. A leguas se notaba su tristeza interna; pero nadie sabía qué le ocurría. Como siempre dije, esa chica y su misterio podía desestabilizar a muchos. 

Ya estaba algo agitado, despeinado por todos los movimientos que debía realizar al tocar la batería. Mis labios se mordían con entusiasmo y la euforia por seguir tocando me sumergía en la exaltación.

—Mejor toca algo para mí. 

Dicho y hecho comencé a tocar más y más fuerte. Era un sonido realmente caótico, pero me llenaba hasta la médula. Qué satisfactorio, hijos de puta. 

—¡John, basta ya! —advirtió por el ruido y se tapó los oídos con las manos. 

—¡Esto es rock and roll, Caliope!

—¡Es ruido!

Continué, entusiasmado.

—¡Si no dejas de tocar, buscaré una manera para que pares!

—No voy a parar, ni aunque me traigas a Mick Jagger.  

—No me desafíes...

—No sé si te lo han dicho —jadeé, pero continué con el ritmo—, Me fascinan los desafíos.

A ella se le formó en su semblante un rostro malicioso, fascinado. Sus labios me exhibieron una risita cautivadora y expresiva para después ponerse de pie y colocar sus manos en mi cuello. Segundos después, un beso tan fuerte atropelló a mi boca con frenesí.

Eso era trampa.

Vaya trampa. 

Lenta y sublimemente dejé caer las baquetas y posicioné mis manos sobre su cintura. La miré hacia arriba. Todo fluía a nuestro favor.

 Ella, tratando de que el beso fuera más largo, se acomodó en mi regazo.

Apenas la sentí, no pude evitar gruñir sobre sus labios. Era una sensación demasiado exquisita para tolerar. 

Comenzó a darme besos cortos, a tranzar con delicadeza un rose de labios fogosos, candentes. Su respiración espesa se mezclaba con la mía y su cálido cuerpo cada vez se pegaba más, desesperándome, tentándome, dejándome experimentar lo que tenía en mente para hacer con ella. 

Poco a poco comenzamos a maniobrar movimientos distintos. Mis manos se fueron hacia su trasero y la empujé para que sintiera en qué estado me tenía. Volví a sus caderas y comencé a moverla mientras la besaba. Eso sí, muchas veces los besos eran interrumpidos por los jadeos que hacíamos ambos al sentirnos. 

Tan pronto como puse una mano en su cuello para apretarlo, ella comenzó a vibrar...

A... ¿Vibrar?

—¿Por qué vibras?

—¿Eh? Ah, es mi celular.

Prontamente lo sacó de su bolsillo y comenzó a ver el mensaje.

Mientras aún estaba en mi regazo, recogí las baquetas y comencé a tocar con ella encima.

Callie comenzó a teclear y yo no hacía nada más que volver a entusiasmarme con la melodía que tenía hace tiempo en mente. Su cuerpo daba pequeños saltos producto de mi pierna inquieta. 

Guardó el celular en su bolsillo y me miró fijamente. Solté las baquetas y acomodé mis manos en su trasero para escucharla. 

—Creo que... Bueno, tengo algo que decirte, pero no te enojes. 

—Vale... Entonces soy todo oídos.

—Sera nos invitó a todos a una fiesta... en el QueenRoll.

—¿Qué? No, ni en puta broma.

—¡Estoy limpia!

—No me jodas ahora... 

—¿No confías en mí? —me preguntó y se salió de mi regazo. 

—No se trata de confiar o no... Estuviste nueve malditos meses en rehabilitación y aún lo sigo encontrando extraño del por qué te dejaron salir...

—¡Porque lo superé! John, yo cambié, ¿vale? 

—Las cosas no cambian Callie, las cosas te terminan cambiando a ti, tarde o temprano.

—Joder... es que si no es ahora ¡Cuándo probaré de qué realmente estoy bien!

—No necesitas probarle nada a nadie.

—Necesito probármelo a mí misma.

—Y yo no necesito probarme a mí mismo de que si te llegara a pasar algo, me harías mierda, Callie.

Ella resopló.

—Tú sabes que es tu decisión y yo no soy quién para interferir.

—Lo sé, pero tu opinión es la única que me importa.

—Bueno, ahí tienes mi opinión. Es una mala idea. 

Tragué saliva y comencé a morderme el labio inferior, ansioso. Era obvio que era una mala idea, pero Callie era jodidamente intensa. Tomaba decisiones erróneas, una tras otra. A veces no entendía qué pasaba por su cabeza. Era muy inestable. 

Lo que me impresionaba era que estábamos actuando como una pareja. ¡Ni siquiera éramos una! Éramos dos chicos con el corazón roto, con el sentimiento a flor de piel; un intermedio que se esforzaba en intentarlo...

—Quiero ir, me gustaría ir. Sera es mi amiga y... no lo sé, quiero verla. 

Rodé los ojos. 

—Es tu decisión.

—¿Me acompañas? 

Parte de mí trató de contener mi molestia. 

—Supongo. 

—Gracias... por confiar. 

Solo un gesto de jovialidad salió de mí, pero ni tenía ganas de sonreírle. 

—Bien, ahora debo irme a casa —dije y tomé la sudadera para colocármela—. Te veo mañana, supongo. 

No me despedí de la manera en la que quería, solo salí lo más rápido que pude y cerré la puerta de una manera arisca. 

—Y así fue como la vi por última vez. Fue seco, patético —contaba John mientras bebía—. Bueno..., después fui a ese bar y la vi besándose con mi hermano. Salud por eso. Aunque... pensaba en decirle que la amaba ¿Sabias? Sí, no pongas esa cara —miró a Moon, perspicaz—. De hecho... tenía una jodida cadena de plata para regalarle, pero no alcancé.

—Me has contado esa historia todo el puto mes, John.

—¿Y qué?

—Joder, cuéntame algo más... que sé yo, algo más alegre.

—Yo sabía que ella no iba a durar mucho en mi vida. ¿Puedes creer que aun así, dejé que entrara, pese a que era consciente de que terminaría hecho mierda? Qué más da, la quería y ya está.

—No tiene nada de malo querer a alguien...

—Lo sé. Gracias Moon, aunque no me hayas dado ni un puto buen consejo. 

—Gracias —sonrió, enrojecida y sacó un cigarrillo de la cajetilla—. ¿Cuándo tendremos sexo? 

—¿Me ves cara de querer tener sexo? Es una mierda sobrevalorada. —Me acosté en el sofá del frente—. Deja de joderme. 

John conocía a Moon, sabía que era una chica que seguía a las bandas de rock por drogas y dinero a cambio de favores sexuales. Pero John solo la quería para que lo escuchara, no quería sentirse solo. 

Para Moon, John le resultaba enormemente atractivo y tierno. Verlo sufrir por amor era realmente romántico, pero a la vez trágico. Ella esperaba que algún día él la invitara a salir.

Su sonrisa desapareció cuando nuevamente comenzó a hablar de aquella chica. Moon volvió a poner los ojos en blanco.

—Yo tenía miedo de perderla, ¿sabes? Y no solo a ella, a todos. Siempre fui frío y quizá no lo demostré, pero... ¿Sabías el miedo que sentía si algún día me decían que mi hermano había muerto producto de las drogas? ¿El miedo a perder a Alex? 

—Y si tienes miedo de perder a Alex, ¿por qué no lo llamas? Te has alejado de todos últimamente. Quizás ese guapo igual está pasándola mal...

John se quedó dubitativo. Moon tenía razón. ¿Por qué no? Ha sido su amigo desde que eran pequeños y para John, Alex era como su hermano... Le tenía un cariño especial. Siempre se vio en la necesidad de protegerlo, de cuidarlo. Él era consciente de que el rubio platinado era inestable y bastante sufrido. El vínculo con su mejor amigo era demasiado fuerte, y en cierta parte, sentía que lo estaba descuidando. 

—¿Sabes qué? Lo llamaré.

Entonces John se posicionó en el sofá del lado de Moon y le sonrió a gusto. Marcó un tanto titubeante producto del alcohol y lo colocó en altavoz con una sonrisita entusiasta, esperando a que Alex le respondiera.

(**)

—Necesito drogas... Yo las necesito... ¡Por favor! —suplicaba una chiquilla rubia y desesperada—. Marloc, necesito que me vendas drogas...

—¡Qué te den! me debes dinero.

—Marloc, voy a morir... solo... las necesito...

En el callejón todos presenciaban la desesperación de la chica, incluso yo, Alex, que miraba el acto de cerca, sentado junto a los demás. Estaba lo suficientemente drogado para no enfocar la vista y presenciar quién era; sin embargo, podía escuchar esa voz agónica, esa voz que se parecía mucho a la mía cuando tenía abstinencia. Me generaba mucha ansiedad y ganas de llorar. 

Tomé mi pulso para verificar que no latiera muy rápido. 

—¡Marloc, te lo suplico! —gritó, a lo que todos los que estábamos ahí volteamos a verla.

—¡Déjame en paz! —La empujo y luego se marchó. Ella cayó al suelo.

El callejón estaba sucio, olía a orina y había muchas jeringuillas en el suelo. Ese hedor en particular siempre me recordó a mi madre. Estaba acostumbrado a ir a buscarla a esos lugares. 

Cuando su mirada encontró la mía, vislumbré unos ojos chocolate, una cabellera clara y despeinada. Vestía con un sweater, al parecer de lana y de múltiples colores. No pude presenciar bien su silueta, ni siquiera sabía si la muchacha era real.

—¿Por qué no me convidas? —suplicó—. ¿Me das un poco? Dame un poco ¿sí?

—Yo... no tengo nada... —Me asusté y retrocedí hasta que mi espalda chocó con los ladrillos. 

—Estoy embarazada... perderé a mi hijo si no consumo nada...

—Yo... yo no...

Entonces ella comenzó a hurguetear mi mochila. Traté de quitársela, de preguntarle qué demonios hacía, pero me ganó. En un par de segundos sacó una bolsa de cocaína. No pude apreciar bien el momento porque la veía como si usara lentes trizados, como si los colores de su sweater se levantaran y formaran una gama de colores difusa de ver. No distinguía ni lo más mínimo y no pude detener nada. 

Apenas enfoqué bien los ojos, ella estaba esnifándola desde el suelo. 

Comenzó a convulsionar.

No, no, no.... 

Y una alarma policial empezó a sonar.

Todos los que estaban a mi alrededor comenzaron a arrancar con desespero, menos yo, que quedé paralizado por el terror. 

Comencé a tener un ataque de ansiedad. Ella estaba muriendo frente a mis ojos y yo no sabía qué hacer. Estaba confundido, necesitaba esclarecerme, pero alguien tocó mi brazo e intentó levantarme, diciéndome que la policía estaba llegando. Anonadado, no quitaba mi vista de ella a medida que me sacudían para que corriera. 

—¡Levántate, Alex! ¡La chica se está muriendo!

—¡Vamos! ¡La policía ya viene!

—¡Te llevarán detenido, Alex! 

Me puse de pie, trastabillando. El impacto de tal escena hizo que me fuera corriendo junto con los demás. Miré hacia atrás, miré a la chica cuyo cuerpo dejó de moverse, miré como todos se sumergían en la incertidumbre. ¡Maldita sea, fui un cobarde! Ella Quedó sola como un perro. No la ayudé, ¡la dejé morir!

Todos los vecinos comenzaron a aglutinarse para ver por qué la policía había llegado hasta allá. Yo solo sé que alcancé a correr, sin embargo, al parecer, alguien de mi mismo barrio me vio.

Marcos Morgan. 

Bastó con una mirada llena de complicidad para que supiera que estuve involucrado el día de su muerte. Lo extraño fue que cuando dio su declaración de testigo, jamás dijo nada. 

Alex recordó las palabras de Marcos ese día que sufrió la sobredosis: «Sé que tú mataste a esa chica, Alex, lo averigüé. Lo sé todo». El rubio se desesperó al ver ese rostro pálido que expresaba maldad en su estado puro. Le estaba haciendo saber que podía delatarlo en cualquier minuto solo por entretención, solo por verlo desesperado. Claro que a medida que pasó el tiempo, Marcos Morgan tuvo un argumento para usarlo en su contra. Matar a su hermana usando a Alex. El plan casi perfecto. 

El rubio se sucumbió en la agonía nuevamente mientras afirmaba su cuerpo en la puerta de su departamento. Un relámpago iluminó su rostro marcado por la incertidumbre y el arrepentimiento. Luego, un trueno y una lluvia copiosa acompañaron a las lágrimas que se escurrían por el rostro del muchacho. 

Había estado horas, incluso días llorando, pensando en una forma de cargar con la culpa. La figura de Callie estaba ahí constantemente. Alex estaba usando drogas para poder verla y así pedirle perdón.

Pero tanta soledad y tanta desconexión con el mundo lo habían beneficiado de cierta forma. Oliver, el chico escuálido de cabellera azul, iba a verlo al departamento; se dejaba caer en el piso y afirmaba su cabeza al mismo nivel de Alex a conversarle. Era como si estuvieran juntos, pero a la vez separados por esa muralla.

—¿Estás mejor? —preguntó Oliver, esperando que Alex pudiera responderle sin echarse a llorar. 

—Hoy... tomé una ducha... —respondió entre jadeos.

—Es un gran avance, créeme. ¿Sabes que hoy es el último capítulo de Euphoria?

—¿Hoy?

Alex mostró un poco de interés entre tanta depresión.

—¡Sí! ¿Quieres verla conmigo? Anda, ábreme la puerta...

—Lo lamento, Oliver, lo lamento mucho..., pero es que no entiendo que demonios haces aquí, por qué permaneces a mi lado... si yo...

—Porque... Es que yo... 

A Oliver se le hacía difícil revelarle que siempre sintió algo por Alex. Que cada vez que lo veía tocar su guitarra, era a él a quién más le prestaba atención. Alex nunca se dio cuenta de eso, porque siempre tenía la cabeza en otro lado. Lo encontraba un muchacho atractivo, pero nunca se imaginó que estaba interesado en él románticamente. Al comienzo creyó que era admiración, pero luego se dio cuenta de que su corazón acelerado cada vez que él pisaba un escenario, era por amor. 

—No lo sé, me gusta pasar tiempo contigo —contestó, conforme con la respuesta. No era equivalente a decir "me gustas" pero igual servía.

—Me gustaría abrirte, pero..., simplemente no puedo —volvió a llorar—. No puedo... Joder... ¡Deberías alejarte de mí!

Alex ya había visto las noticias de Marcos. Sintió a su corazón despedazarse de manera lenta, tortuosa. Los vómitos habían vuelto a él muchísimo antes de que llegara Oliver y en verdad, estaba a punto de sufrir un desmayo. (Y cómo no, si había bajado más de cinco kilos).

—Pero, Alex, no tengo razón para odiarte... Sé que estás deprimido y todo...

—¡Solo vete, tú no mereces estar acá con una basura como yo! —sollozó.

—Alex... venga ya...

—¡Aléjate, Oliver! 

—¡Dame un motivo, Alex! 

—¡Vete de aquí porque la persona que asesinó a Callie Morgan fui yo!

¡Boom! Silencio.

El semblante de Oliver pasó de tener una sonrisa confundida a una completamente paralizada, sumergida en lo inentendible. 

El silencio abrumador no se alejaba ni con la ráfaga de viento más fuerte.

—¿Oliver?

(**)

Alex supuso que se había ido. Oficialmente su único aliado, le había abandonado.

Se armó de valor. Pues era lo mejor. 

Se vistió, se puso un terno carísimo y trató de sacar a relucir su mejor fachada. Entre llantos arregló su cabello, colocó las gotas en sus ojos y se limpió la vista llena de lágrimas cada vez que tenía la ocasión. Se miró al espejo, decidido. Suspiró.

Todos estaban listos para enterarse.

Cuando abrió la puerta, para su sorpresa, Oliver aún seguía ahí.

—Yo... yo no te creo, lo siento.

—He sido yo y ahora voy a entregarme, Oliver.

—Pero...¡No! Es imposible... 

–Gracias por todo —sollozó—. Fue un placer haberte conocido. Supongo que ahora... —tragó fuerte e inhaló—, ahora debo enfrentar mi destino...

Entonces Oliver, aún confundido, lo abrazó y, Alex como una dinamita, explotó, pero en llanto. Fue su única contención y necesitaba con urgencia a alguien como él para poder llorar.

—No quiero ir a la cárcel, Oliver... ¡No quiero!

—No sé por qué lo hiciste, Alex, joder... Pero... aún me tienes a mí, me tienes. Tranquilo, sé que hay una explicación. 

—Lo sé y gracias. Pero ahora, ahora debo enfrentarlo. —Se separó y aprovechó de limpiar sus lágrimas—. Debo hacerlo.

Oliver asintió colocando ambas manos en sus mejillas. 

Y sin marcha atrás, Alex lo enfrentó.

(**)

A toda velocidad se dirigía Chris por la carretera arbolada. El clima inestable movía los árboles frondosos y, la lluvia caía contra su cabello alborotado. Lloraba y regañaba consigo mismo. Recordaba todos esos fragmentos de la trágica noche.

—¡Yo estaba bien, maldita sea, estaba jodidamente bien!

—¡Deja ya de lamentarte! ¡No soy el culpable de tus actos!

—¡Quiero bajarme del puto auto!

—¿Qué?

—¡Para el maldito auto, Chris!

—¡Claro que no!

—¡Qué lo pares!

Lloraba y lloraba mientras golpeaba el manubrio, frustrado. Estaba hecho un caos y no tenía noticias del mundo exterior. Nadie quería dárselas y él ya no resistía. ¿Habían noticias de Callie? ¿Cómo estará su hermano? ¿Javiera? ¿Alex? 

Estaba de día, nublado y ya presenciaba lugares como la plaza, como las escuelas y... el centro judicial.

Escrutó con atención: había muchos periodistas aglutinándose mientras alguien salía de ahí, esposado. Enfocó la vista, sí, la enfocó, porque le costaba creer que la detective Sofía Rymer llevaba esposado a Marcos Morgan, escoltado hasta el carro policial.

¿Marcos? Se preguntó, turbado, y comenzó a aproximarse en la moto.

La tragedia estaba a punto de comenzar.

Vislumbró el fulgor de las cámaras, los micrófonos, la policía y él no hacía nada más que cuestionarse qué demonios estaba pasando... ¿Por qué el hermano de Callie estaba siendo llevado detenido y por qué la prensa se esmeraba en sacarle alguna palabra? 

Se bajó, dejando la moto tirada en medio de la acera y fue de espectador. Se le olvidó que era un rostro famoso, así que todos los periodistas se centraron en él.

Chris jaló a una periodista, Leah, del brazo y le susurró que le comentara lo que estaba pasando. Entonces ella se lo reveló.

Sucedió de manera ralentizada, caótica, agonizante. Los pasos de Marcos eran lentos, misteriosos. Lo peor era que se iba hacia su hogar. 

A Chris le hirvió la sangre, su corazón se puso espeso. Empezó a inflar su pecho, a juntar los puños. Se llenó de ira, de rabia, de frustración a medida que él avanzaba sin mostrar ninguna expresión alguna, ni siquiera de arrepentimiento. 

No resistió.

—¡La mataste! 

De inmediato los policías fueron a intervenir. 

—¡Qué demonios fue lo que hiciste, maldito! ¡Era tu jodida hermana! —intentó zigzaguear entre  los periodistas—. ¡Mataste a Callie!

La multitud sujetaba a Chris de la chaqueta, sin embargo, este trataba de soltarse a toda costa. Marcos simplemente agachó la cabeza para subirse luego al auto. 

—... graba esto. 

—¡Qué carajos hiciste! 

—... ¡graba desde todas las perspectivas posibles!

El pelinegro se sacó la chaqueta y se aventó arriba de él. Pese al limitado tiempo que tenía, lo golpeó una y otra vez, una mejilla, otra mejilla. La nariz le sangraba, la boca se le tornó morada, el cuello se giraba y, todo eso, hasta que finalmente lo sacaron entre todos los del equipo de investigación. 

—¡Le arrebataste la vida, imbécil! ¡Me la alejaste!

La prensa creó un círculo difícil de entrar, pero cuando todos pensaron que no se podía poner peor, Marcos se puso de pie e intentó conversar con él. 

—¡Ella no merecía morir!

—Yo no la maté, tarado. —Se limpió la sangre de la nariz. 

—Maldito asesino, eso es lo que eres. —Intentó zafarse del agarre, furioso. 

—No... he sido yo..., cerebrito idiota. 

—No puedo creerlo, Marcos, eres un imbécil, un... No vales nada, maldito asesino... ¡Ahora Callie nunca volverá!

—Ja, ¿y me lo dices a mí? Dile a tu amiguito Alex que por su culpa ella no volverá. Porque yo no la maté, sino que él lo hizo. Alex mató a Callie. 

(**)

—¿Qué se supone que haces? —balbuceó John al ver que Moon prendió la tele—. Quiero estar desconectado del jodido mundo... 

—Solo mira por qué no te contestó Alex. ¿Qué carajo está haciendo en la tele? 

Había bebido mucho la noche anterior y solo le quedaba la jaqueca y la sed. Estaba claro de mente, claro y consciente para darse cuenta de que Alex estaba en la pantalla.

Fue ahí cuando decidió prestar atención bajo un entrecejo sumergido en las dudas. Su rostro se ladeó y se preguntó a sí mismo qué hacía Alex ahí. 

Así que el rubio dijo unas palabras que se reprodujeron como susurros, susurros perturbados, susurros que solo se limitó a escuchar mientras su pecho se quedaba sin aire.

Yo... Alex...

Asesino...

Callie.

Callie Morgan.

Yo fui...

—No... 

Él solo se limitó a mirar, a mirar como revelaba todo. Estaba pasmado, sencillamente pasmado. No podía moverse, ni pestañear, ni siquiera respirar...

Moon, sentada en el sofá, se cubría la boca, anonadada. Miraba a John que estaba de pie y solo veía a un chiquillo absorto, atónito, alguien que tal vez no entendía las cosas con claridad. 

El timbre sonó, pero nadie abrió.

Moon miró a John pensando que abriría la puerta, pero no.

—¡John, abre la puerta, soy Javiera! ¡Chris se fugó de la rehabilitación!

La chica, al ver que John estaba paralizado, fue y abrió la puerta. Cuando Javiera y Franco se adentraron, vieron quién estaba en la pantalla.

Y, nuevamente, el silencio, los invadió.

—Qué carajos hace Alex hablando ahí... —exclamó Franco, confundido. 

—Ha confesado que ha sido él —les respondió John sin siquiera voltearse. 

Franco se frotó el rostro y miró al cielo mientras se paseaba por el salón. Estaba perturbado, sencillamente perturbado. Todos lo estaban, incluso Moon que permaneció en una orilla con la boca tapada con su mano, viendo y apreciando la reacción de todos. 

—Y lo dijo el mismo día que Marcos... —soltó Moon.

—¿Qué? —preguntó John, mirándola casi como un depredador. Por primera vez, había apartado la mirada del televisor. 

—Moon, no se lo digas —intervino Franco—. Es muy delicado.

—Dímelo. Ahora. 

Miró a Javiera también, pero ella se había sentado en el suelo con las rodillas en su pecho, atormentada, tratando de refugiarse en algo. 

—Moon... 

—¡Tú me dijiste que querías desconectarte del mundo! Y yo no te lo dije por la misma razón...

—¡Por un carajo, qué cosa Moon!

—Dylan abusó de Callie y Marcos lo permitió para cobrarle dinero, eso. 

Algo parecido al dolor físico producido por un impacto invadió a John.

Sentía que el corazón se le iba a salir, sentía que la respiración cada vez le era más débil. Él no conocía el dolor de esa manera, simplemente no lo conocía hasta que le dijeron que la chica que quería la habían lastimado de esa forma. Le quemaba, le producía nauseas el hecho de que no pudo hacer nada y que lo que le pasaba a Callie estuvo siempre frente a sus narices. 

John nunca pensó que dolería tanto...

Fue mucho para procesar: Alex, Marcos, Marcos, Alex que fue corriendo hasta el baño y vomitó en el retrete.

Vomitó una y otra vez mientras trataba de respirar. Sentía que se iba a morir en cualquier momento, sentía que sus manos no tenían control, que su cabeza le pesaba, que su pecho se destrozaba por dentro y que cada fibra de su cuerpo iba desapareciendo. 

¿De qué servía amar si iba a terminar de esa forma?

—John... tranquilo —trató de animar Moon, pero Javiera se le adelantó y le dijo que los dejara a solas.

Moon asintió y la rubia se hincó y le masajeó la cabeza a John, quien se ahogaba a la misma vez que resistía sus nauseas, acezando rápidamente, manteniendo un coraje interno que le sacaba una que otra lágrima ardiente. 

—Duele —jadeó él—. Me duele el pecho...

—Lo sé, lo sé... respira, intenta respirar, ¿sí?

—Es que...  —vomitó y volvió a retomar la respiración—. Joder, me quema, me... me arde el pecho... No lo entiendes. 

—John inhala... Vamos, inténtalo.

—Es que... es que me estoy ahogando, joder, me... me ahogo. Necesito mi inhalador... 

Javiera no resistió verlo así y rompió en llanto.

—Nunca me dijiste que eras asmático —Javiera sollozó. 

Mientras John trataba de retomar el aire, Javiera afirmó su espalda a la pared y comenzó a llorar como nadie. 

—Fue Alex, fue él —lloró y miró al cielo, teniendo la esperanza que alguien pudiera ayudarla con su dolor. Tenía un poco de fe y quería que alguien le dijera que todo estaría bien. ¿Dios? No lo sabía, solo se aferró en creer en algo.

—Lo sé —trataba de hablar John, pero tenía un nudo tan grande en su garganta que no lo dejaba respirar. 

Por desgracia, la puerta volvió a sonar.

—¡Abran la jodida puerta! —gritó Chris.

Franco de inmediato le abrió y él se adentró, furioso y empapado por el temporal. 

—¡Dónde está!

—Chris, cálmate.

—¡Donde está mi hermano, Franco!

—¡En el baño!

—Ustedes sabían de esto, ¿verdad? —alternó la vista entre él y Moon—. ¡Lo sabían o no!

—¡Todos recién nos enteramos!

Entonces Chris pateó un mueble, asustando a Moon, luego se dirigió al baño y apreció como Javiera no podía parar de llorar y también de como John se sumergía en una crisis de pánico.

Los tres estaban juntos nuevamente.

Los tres sabían qué debían hacer. ¿Qué era? No lo sé... de lo único que podían estar seguros de que ¡Baam! La bomba aún no terminaba de explotar.

Unas esposas, unos policías, una escena del crimen. Curiosamente, no se está hablando de Alex.

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