Hay peores caminos que la muerte.

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Confesión de Meredith Koch:

—Todo comenzó el día en que sospeché que Dylan me engañaba. Me aferré tanto a esa idea que le tomé el celular tratando de averiguar por qué actuaba tan distante conmigo y lo que me encontré... bueno, me encontré ese video que ya se supone que todos ustedes vieron.

—¿Y cómo diste con Marcos?

Se tomó una pausa y cerró los ojos. Algo en su interior se removía como una astilla filosa.

—Porque ya lo conocía. Cuando vi el video quedé paralizada... Nunca me imaginé que su propio hermano fuera a...

—Declara, Meredith, tú también sabías y no hiciste nada. Ahórrate la molestia de hacerte la víctima —Gastrell tomó un sorbo de agua—. Habla.

Ella exhaló.

—Hay un primer video que Dylan guardó. Yo al comienzo pensé que él me había sido infiel con ella, que no la conocía en ese entonces. Marcos no salía en la grabación.

—Un momento... —interrumpió Gómez—. ¿Hay... hay más de un video?

—No, fue solo ese —dijo Meredith—. Después de borrarlo lanzamos su celular al arroyo para evitar que lo divulgara.

—¿Con qué fin Dylan hizo eso? Grabarlo...

—Él conocía a Marcos y... bueno, Dylan quería subirlos a la red para que le pagasen.

Gastrell negó con la cabeza. No era el primer caso que le tocaba sobre la red oscura. Sabía que había cierta gente que pagaba por ver videos donde se sometía a la víctima. Dylan la drogó, la grabó y abusó de ella para repartir el dinero con Marcos.

—Continua.

—Yo también conocía a Marcos desde mucho antes. Resultaba que era amigo de Sera, que también es una amiga mía, así que coincidimos un par de veces.

—¿Por qué lo encubriste?

Ella sonrió, agobiada.

—Supongo que fui una estúpida que era fácil de manipular.

—Vamos a ver: Tú sabías de todo esto y no se lo dijiste a ella.

—No, jamás se lo dije. Se enteró por una discusión que tuvimos con Dylan. Si lo decía... yo... yo podía perderlo.

—Alex Brown declaró en contra de ti. Lo sabes, ¿no? ¿Cómo llegó el arma a tus manos, Meredith?

—Nuestra banda no estaba en una buena situación comparado con Feedback; así que vendíamos drogas y nos unimos a Deni. Resulta que la misma Callie le vendió un arma que estaba al nombre de Patrick Freedman. Digamos que ella entregó en bandeja de plata esa arma para que la asesinasen. Sobornamos a Alex y él, en su abstinencia... Pues accedió.

—¡Alex!

—¿Meredith? ¿Qué haces aquí?

El aspecto fantasmal de Alex se incrementó cuando me vio en el callejón. Sus ojos estaban algo desorientados, su cuerpo pavoroso y todo en él era una bomba, una bomba a punto de estallar.

—Para hacer lo que estás a punto de hacer... debes usar un arma. Ya te lo dijo Marcos, ¿no?

—Yo... —Rascó su nuca— Yo no sé qué estás hablando... ¡No tengo ni puta idea qué estás diciendo!

—Alex, debes hacerlo... Marcos lo tiene todo bajo control. Si haces todo lo que dice, paso a paso, nadie irá a la cárcel, nadie. Ninguno de nosotros.

—No quiero hacerlo —explotó en llanto—. Meredith... yo... Yo no puedo hacerlo...

—Te irás a la cárcel, Alex. Marcos ya me dijo que mataste a esa chica. Era menor de edad. ¿Tienes idea la condena que vas a enfrentar? ¿La abstención a las drogas por la cuál tendrás que pasar?

—¡Que yo no hice nada!

—¡Le diste drogas!

—¡Ella me la sacó de las manos! —exclamó y se desgarró la voz.

—¡Estaba embarazada, Alex!

Me acerqué, con cautela. En ese momento no sentí nervios, miedo, ni siquiera ansiedad. Estaba enfocada, con la mente fría. Necesitaba permanecer así al lado de alguien tan inestable como Alex.

En lo único que pensaba era en cubrir a Dylan.

—Ten, Alex. —Le estreché el arma—. Ten, tranquilo, todo estará bien.

—No, nada estará bien... ¡No tienes ni jodida idea de cuánto la quiero!

—¿Y tu amor propio, Alex? Siempre cuidando al resto. Esta vez te toca cubrirte a ti mismo. ¡No te dejes pisotear!

Él, pavoroso y jadeante, recibió el arma. Una brisa de viento estremeció a nuestros cabellos y, acto seguido, un trueno nació del cielo con la misma cadencia con la cual las lágrimas de Alex se escurrían por su rostro. Nuestro destino era inexorable. Se acercaba lo peor.

—¡No puedo! Joder... no puedo, Meredith. Ayúdame... Ayúdame, ¿sí?

Alex. —Me acerqué, tomándolo del cuello—. Alex, eres un adicto. Solo imagina el mayor miedo el cual tiene alguien como tú. ¿Cuál es? —pregunté, pero él se mantenía con su cabeza agacha mientras se ahogaba en su llanto—. ¿Cuál es, Alex?

—La... la abstinencia.

—Tu brazo...

—¿Eh?

—Tu brazo, Alex... Probaste la heroína... Y ahora dependes de eso... ¿Sabes lo que significa?

—S...í, pero... ¿Por qué no me ayudas? ¿Por favor?  Por favor... Me... Meredith, ¡ayúdame!

—Dylan tiene drogas. Puede darte todas las que pides.

—¡Que quiero salir de esto!

—Los primeros días, estará todo bien... La segunda semana, te retorcerás en el suelo de la angustia, te sentirás miserable, asqueado y como una jodida cucaracha a la cual nadie le importa tu dolor. después, comenzarás a alucinar. Dolerá, dolerá tanto que lo único que querrás es ponerte una jodida soja en el cuello. Ni hablar cuando pienses en cocaína y no puedas tenerla. Sentirás hambre, fatiga, experimentarás vómitos y no serás capaz ni de abrocharte tu puta zapatilla. No valdrás nada. ¿Quieres eso? ¿Quieres sufrir el terror de la abstinencia, Alex?

—N... no, no quiero, pero...

—No hay peros, Alex. No hay peros. Es momento que salves tu trasero. No mires atrás. ¿Lo harás?

Él, para mi sorpresa, colocó el arma en su cien y cerró los ojos con fuerza. El aire se volvió espeso y sentí que todo se me fue de las manos.

Si Alex se disparaba, tendría que arrancar.

—¡Mierda! —Alex no fue capaz. Bajó el arma, derrotado.

Entonces, tras su fallido intento, tomó aire y limpió sus lágrimas.

—Lo haré, joder, lo haré —finalizó.

🎸🎸🎸

—Y así fue como pasó.

—Bien... Meredith Francesca Koch Smith, quedas arrestada por ser participe del homicidio de Callie Morgan.

Tres horas después.

Detective Rymer.

Mis padres me habían premiado con un viaje. Había tenido muy buen desempeño como detective. Lamentablemente, se había acabado. Debía irme.

Me quedaba un día, un día para hacer justicia y estaba dispuesta a darlo todo, absolutamente todo.

La confesión de Meredith hizo caer a Marcos.

—Detective Rymer —habló Gastrell—. sería un placer que usted me acompañara a capturarlo. 

(**)

—¡ABRA LA PUERTA, AHORA!

Rick se encontraba fuera del carro policial, apuntando y comandando a los demás. Tina acompañaba a todas las mujeres armadas que merodeaban la casa. Por otro lado, los vecinos observaban desde la puerta de sus viviendas.

—¡MARCOS MORGAN, ABRA LA PUERTA SINO COMENZAREMOS A DISPARAR!

—No hay señal —dije por el transmisor.

—Bien —escuché la voz de Gastrell—, pasen.

Había comenzado el forcejeo.

—¡MANIFIESTESE, AHORA!

La puerta de madera había caído de golpe, cerniendo el polvo en el aire. Los policías de inmediato se movieron. La casa estaba oscura, solitaria; las cortinas color marrón no dejaban penetrar ni un rayo de luz. Coincidimos que el hogar estaba bastante ordenado.

Me adentré con cautela hacia el comedor mientras apuntaba con el arma. Miré para todos los lados posibles, no había nada. Avancé hacia el pasillo de las habitaciones, abrí una puerta y apunté, rápidamente.

Nada.

Seguí avanzando mientras las tablas rechinaban con mis pisadas. Había una habitación a mi izquierda, una cuya puerta se mantenía cerrada. Me acerqué sin dejar de apuntar y, con una mano, forcejeé la cerradura.

No habría.

—¡Está aquí! —grité.

Desesperada, le disparé a la cerradura.

Abrí la puerta con una patada tan fuerte que me hizo pasar de largo. Apunté. Sin embargo...

Lo que vi me hizo bajar el arma, estupefacta.

¡Oh- por- dios...!

Había un cuerpo colgando y una silla en el suelo.

Gastrell llegó y su semblante quedó completamente anonadado, tal como se encontraba el mío.

Tragué saliva.

No dejé de mirarlo en ningún momento. Sus labios estaban un poco morados, su piel más pálida de lo habitual y...

Espera un momento...

Noté un detalle: Un espasmo salió de su cuerpo.

—¡Fue reciente! —grité. Gastrell sacó un cuchillo y cortó la soga rápidamente.

Desesperada y con las manos trémulas, saqué la cuerda que casi destruyó su cuello. Tenía marcado el cáñamo en la garganta.

—Oh, no, Marcos, Tú no morirás —comencé a reanimarlo—. La cárcel te espera.

—¡Llamen al paramédico!

Continué.

—¡Dónde carajos están! ¡Vengan ya!

Golpeé su corazón.

—¡Tienes que despertar! —jadee.

Golpeé otra vez.

—¡Tina, necesitaré a los paramédicos ya!

Y golpeé.

Nada.

¡Y pum! Otro golpe.

Debe ser más fuerte.

Mi puño retumbó en su corazón.

Como un debate entre la vida y la muerte, el estómago de Marcos Morgan se infló. Acerqué mi oído a su nariz y sentí su respiración.

—Marcos Richard Grunt Foley, oficialmente hoy, queda detenido —jadeé, de rodillas—. Lo espera con ansias la cárcel.

(**)

Javiera se había quedado en el apartamento de John. La única compañía que tenía era él y Moon, quien había estado limpia desde que se supo la noticia. La chica intentaba hablarle, hacerle gracia, incluso, le daba de comer. Sin embargo, la rubia solo se quedaba sentada en el sofá, mirando a la nada.

—¿Cuál es el colmo de Aladdín? —preguntó Moon—. ¡Tener mal genio!

Javiera rodó los ojos.

La puerta sonó y Moon abrió. Franco pasó de golpe.

—¿Cómo está? —preguntó con seriedad.

—No ha querido comer nada, ni siquiera habla.

—¿Dónde está Chris?

—No se ha visto desde ayer.

—¿Y John?

—No lo sé, hace poco salió.

—Javiera —se sentó Franco a su lado—. Debes levantarte, debes hacerlo. Te puedes morir...

Javiera solo recordaba el momento exacto en el cual manchó su cuerpo con sangre. Ella había matado a alguien y, si bien, los cargos fueron retirados por defensa personal, tenía el estómago tan revuelto que la carcomía por dentro. Ya no daba más.

Alex... Alex, ese nombre, ese nombre resonaba en su cabeza una y otra vez como una mosca merodeando una cucharada de miel. No se lo podía sacar de la cabeza. Resultaba que le daba ansiedad el pensar que no conocía totalmente quién realmente estaba a su lado. Ella le había dado todo su amor, toda su amistad y resultó que ahora estaba en la cárcel, por homicidio.

Jamás lo perdonaría.

Ella giró su rostro hacia Franco, rendida.

—¿Le dices lo mismo a John y a Chris?

—No, pero, escucha: quiero que tú estés bien.

—Crees que exagero, ¿verdad? ¿Por qué te da tanto pánico que yo esté mal? ¿Acaso las drogas que ellos se metieron día y noche no era una forma de autolesión?

Javiera no mostraba emoción alguna; solo soltaba sus palabras, sin pensarlas, sin sentirlas. No le importaba nada y Franco se dio cuenta de eso. Ella necesitaba sentir.

Parecía estar muerta en vida. No había emoción en ella, nada.

—Yo la drogaba —soltó Franco.

Ella alzó sus ojos hacia él.

—Necesitaba que rindiera, necesitaba... necesita simplemente que estuviera activa para explotarla concierto a concierto.

Moon quedó completamente sorprendida.

—Yo sabía sus problemas con las drogas y, al fin y al cabo, yo era quién terminaba proporcionándoselas. Yo la saqué de rehabilitación con la esperanza de seguir explotándola.

Hubo un silencio, un silencio donde ni una mosca se esmeraba en interrumpir.

Para la sorpresa de Franco, Javiera negó con su cabeza y sonrió.

Es más, comenzó a reír.

Moon y Franco se miraron, extrañados.

—Es que... es que da risa, ¿vale? —continuó—. Todo partió con una chica que se metió a un bar a escondidas y terminó así...

—Javiera...

—¿Qué? ¿No te parece cómico? ¡Callie era un puto remolino! Dios... Dios... —comenzó a cambiar su faz—. Dios... —dejó de reír para limpiar una lágrima que se deslizó por su mejilla—. Joder... ¡Ella vivió tan al límite que nos contagió con su locura! ¿No es eso una pesadilla y un arte a la vez? 

—Javiera...

—¿Cómo se puede querer a alguien que nos hiciera terminar así? ¿Acaso debería odiarla? ¡No puedo!

—¿Est... Estás bien? —preguntó Franco, realmente preocupado.

—¡Por supuesto qué no estoy bien! ¿Tengo pinta de estar bien?

—Déjame ayudarte.

—Lo harás... ¡Claro que lo harás, Franco! ¡Cuando te largues de aquí!

—Javiera...

—¡No te quiero volver a ver en mi puta vida! —espetó. Al ver que Franco no se marchaba, continuó insistiéndole—. ¡Largo, maldita sea! ¡Largo!

—Está bien —susurró y alzó las manos a la altura de su pecho para mostrar que no estaba a la defensiva—. Está bien. Supongo que este es el final.

—Tú formaste este final —replicó—. Hasta nunca, Franco.

Él no tenía derecho a un reproche, por lo que abrió la manilla de la puerta, le dio una última mirada llena de lástima y se largó. ¿Sería capaz de reclutar a otra banda con el mismo destino autodestructivo que Feedback?

¿Acaso la historia se podía volver a repetir?

Meses después.

Una ligera brisa sacudía el rizado y ya arremolinado cabello de John. Sus ojos lánguidos mantenían la mirada fija en ese collar de plata que centellaba con los rayos del sol. Se encontraba sentado en el borde de un acantilado cuyo mar le bailaba al horizonte. Estaba tranquilo con tal paisaje, pero también cansado.

—A veces miro y miro esta cadena y, joder... me duele como no tienes ni puta idea —musitó.

Le destrozaba el pensar que Callie solo era un alma asustada pidiendo cariño, mendigando amor.

—Joder, es que me cuesta tanto asumir que ya no estás. Es jodidamente difícil, Callie. Yo nunca pensé que me fueras a afectar de esa manera.

>>Yo no te lo dije ese día, no te dije cuanto te quería. Todo lo que pasó me tomó por sorpresa y..., yo no supe como demonios debía reaccionar. Supongo que hoy me toca decírtelo, decirte que, que yo te amé mucho, Callie. Joder, sí, te amé como no tienes ni puta idea. ¿Y sabes? Sigo haciéndolo y lo seguiré haciendo hasta el final.

John vislumbró esa maravillosa vista que ofrecía el mar. Entrecerró un poco los ojos por la fuerte luz solar. La cadenilla de plata aún reposaba entre sus manos.

—Alguien una vez me preguntó si yo me sentía libre... y..., y sí, tú me regalaste esa libertad de una manera tan jodidamente sencilla que hasta el día de hoy te lo agradezco. ¿Te imaginaste que tú y yo tendríamos este final? Yo no, y créeme que yo hubiera hecho todo lo posible para que no terminara así.

>>No lo merecíamos.

>>Me pasé días y noches enteras torturándome a mí mismo, hundiéndome, lastimándome y la verdad es que hoy decidí que ya no más. Ya no quiero que duela. Aprendí algo, aprendí que debo atesorar los buenos recuerdos y, tú, Callie, me regalaste los momentos más jodidamente maravillosos.

>>Sé que jamás volveré a escuchar tu voz, sé que jamás volveré a recibir un mensaje tuyo, se que jamás volverás. Sin embargo, te agradezco todos los jodidos momentos desde que te conocí. Porque sí, Callie, yo no me arrepiento de nada. Cada maldito minuto que pasé contigo, valieron la pena como ni te imaginas. Valieron la jodida pena, y te lo agradezco.

John se puso de pie y miró hacia abajo, miró como el mar le bailaba, como la brisa de viento lo refrescaba. Él poco a poco, estaba entendiendo que debía dejarla ir.

Exhaló y una lágrima se escurrió por su mejilla.

Con delicadeza, tomó el collar, el increíble y hermoso collar de plata fulgurante que se meneaba con el viento. Decidido, levantó su brazo hacia el horizonte y contó hasta tres.

—Gracias por todo.

Cuando la cuenta terminó, cerró sus ojos y lo dejó caer al mar, perdiéndose entre la complicidad de las olas, desapareciendo con todo el dolor, con toda la ira, con toda la tristeza.

John la dejó ir.

—Hasta siempre, Caliope.

Limpió sus mejillas con las mangas de su sudadera holgada y se volteó para salir del lugar, pero lo que vio le hizo sacar una pequeña sonrisa, una sonrisa un poco lánguida, pero significativa.

—Hola, hermano.

El cabello fosco y fulgurante de Chris se movía con entusiasmo con el viento. Sus ojos verdosos y entrecerrados le decían que se alegraban por haberlo encontrado ahí.

John fue caminando hacia él y lo abrazó fuertemente.

—Saldremos de esta, como siempre —aseguró Chris—. Desde ahora todo estará bien, John.

—Lo estará. Aquí me tienes y siempre me tendrás, Chrispy boy...

Javiera se bajó del vehículo. Su cabellera rubia se arremolinaba con el aire también. Sacó sus gafas y se dirigió hacia ellos.

—¡Qué sea rápido, debemos irnos!

John sabía hacia donde se dirigía su hermano.

—Admito que los voy a extrañar... Pero es lo que necesito hacer —dijo Chris, con esperanza, incluso con la vista hacia el cielo.

—No será por siempre. Te iremos a ver a rehabilitación todas las semanas —comentó Javiera, sobándole el hombro.

Chris sonrió y John le dio un último abrazo.

—Te veo luego, hermano.

—Así será.

John le dio un cálido abrazo a Javiera. Ella intentó no llorar. Si bien todos estaban superando sus tormentos, ella necesitaba tiempo, tiempo en el cual aceptó ir a terapia, lejos de Liverpool.

—Vamos. —Entrelazó su brazo con el de Chris—. Es un laaaargo viaje.

John asintió y vio a su hermano marcharse. Una paz que no había sentido antes le recorrió el cuerpo. Se sentía fresco, aliviado.

De a poco, estaban sanando.

(***)

Había pasado una semana y a Alex lo habían golpeado ya unas cuatro veces. No tenía idea como había sobrevivido. De hecho, se había mantenido cuerdo escribiendo canciones, pero fue en vano porque Derek quemó su libreta.

Se aproximó hacia el patio y se sentó en una de las mesas mientras se comía una manzana. Estaba tranquilo, sereno. Sin embargo, sus cejas se juntaron con extrañez al presenciar que una sombra se acercaba a él, una escalofriante sombra. Con cuidado, levantó su cabeza y lo que vio, lo dejó completamente paralizado.

Marcos Morgan se estaba mofando de él.

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