Capitulo 20

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—Por favor señorita, firme estos papeles.

Firme los documentos y me otorgaron una carpeta con un certificado.

—¿Viene con nosotros?—pregunto el señor a cargo.

Asentí y subí a la camioneta con ellos, con todos.

Al llegar a casa, abrí la puerta, utilizando por primera vez la llave que me regalaron y que había perdido, recién la había encontrado bajo la cama.

Todos los perritos entraron corriendo y tumbando todo a su paso.

—¡Ah! —oí a mi abuela, en medio de las escaleras.

Todos llegaron corriendo a su rescate.

—¿Lillie, que es esto?

—Son perritos— respondí a lo obvio— los adopté.

Al terminar de hablar, la abuela cayó en los brazos de Daniel, desmayada.
La mayoría me miraba como si hubiera cometido un asesinato.

—¿Que? No es mi culpa, la fundación estaba quebrada y si no adoptaba a los cincuenta y nueve perritos, los devolverían a la calle.

Mi abuela abrió los ojos y volvió a gritar.

—¿Cincuenta y nueve perritos? - volvió a caer en los brazos de Daniel.

Se veía como una escena trágica de la Rosa de Guadalupe.

—Iré a servirles la comida—informe a la familia.

—Lillie de esta no te vas a salir tan fácil, como es posible que traigas cincuenta y nueve perros callejeros a mi casa, porque no me cabe en la cabeza que es lo qué haremos con tantos perros.

Se acercaba a mi, amenazando con sus dedos índices.

—Prefieres que estén ¿en la calle? ¿Solos, tristes y con hambre?

Esta vez la familia estaba de mi lado, afirmando con pena lo que decía, incluso Dorothea que estaba al borde de las lágrimas.

—No, ni hablar, he dicho que— se interrumpió, luego gritó aterrorizada—¡mis cojines!, los compré en Paris—gritó al ver que un perrito levantó su pata y orinó sobre los cojines—¡Dorothea! Llévate a estos perros al jardín y vigila que no orinen mis hortensias.

Dorothea le sonrió al encargado de  acomodar a los perritos en la casa, el señor tenía la misma edad que Dorothea y ella al ver la oportunidad frente a sus ojos, sonrió y lo invito al jardín, ambos se fueron con todos los perritos.

—¿Que piensas hacer con todos esos animales?

—Cuidarlos, hay suficiente espacio aquí, ¿cierto?

Todos afirmaron a mi pregunta.

—No, no hay tanto espacio y tiempo para cuidar a tantos perros, deberas encontrar casa para cada uno de ellos, tienes tres dias, me oíste Lillie, tres dias.

Dicho eso, Victoria tomó su bolso y salió de la casa.

Últimamente pasaba fuera de casa, quien sabe a dónde iría, ¿quién la aguantaría tanto tiempo?

—¿Que vas a hacer con los perros?- preguntó Daniel al ver que todos se marchaban para seguir con sus vidas.

—Te refieres a que vamos hacer.

Daniel refunfuñó y aceptó.

—Llamaré a los chicos, al menos tienen que adoptar a uno.

—Claro y si es que los adoptan nos quedarían cincuenta y siete.

Daniel se rascó la nuca, evidentemente estresado.

—¿Para que soy bueno?

Entro Nicolás, caminado como modelo.

—Hace un minuto te llamé y ya estás aquí—comentó extrañado.

—Si, es que ya venía, quería pasar el rato aquí.

Se tiró al mueble, como si fuera una ligera pluma.

—A veces me das miedo—reconoció Dani, golpeándole el hombro a Nicolás—¿quieres adoptar a uno o tres perritos?

—De querer, quiero—nosotros sonreíamos, aliviados—pues si, pero no puedo—se desinfló nuestra burbuja de felicidad—amigo sabes que mi mamá es alérgica.

—Justo ahora me resultas inútil.

Me tire al mueble, junto a él.

—¡Gracias! ¿Dónde está Dora? Quiero comer.

¿Porque el si podía llamarla así?

—En el jardín, pidiéndole el número al señor que le gusta— respondió Daniel, andando en su celular.

—¿En serio? Amigo esto es nuevo, quiero ver eso.

Los tres nos asomamos por la ventana, viendo la curiosa escena. El señor arrancó unas hortensias de los arbustos y se la ofreció amablemente a Dorothea, ella sonreía tímidamente.

Quien diría que era la misma Dorothea que nos perseguía con la escoba para pegarnos cuando ensuciábamos el piso.

—Si mi abuela ve lo que hizo ese señor, lo estrangularía con la misma hortensia que acabó de arrancar—comentó Daniel.

Todos asentimos sin dejar de mirar la escena.

—Mira como tontean, lo hacen mejor que yo—Nicolás admitió.

La puerta se abrió y se cerró de un fuerte golpe, asustándonos y alejándonos inmediatamente de la ventana.

—No, no quiero saber lo que estaban haciendo ahí—anunció Santiago, señalando la ventana— ustedes son tan raros.

Susurro pero alcancé a oír perfectamente aunque eso no me preocupaba demasiado, estaba más bien observándolo, traía el cabello húmedo y su claro cabello se podía ver más oscuro, se quitó sus gafas negras y las dejó en su cabeza, se veía casi atractivo, casi porque lo arruinaba con su reservada seriedad.

—¡Lillie, te estamos hablando! —reclamaron los chicos.

Me sobresalte en mi sitio.

—¿Que ves con tanto interés?—Nicolas insistió en saber— me enoja que dejes de prestarme, prestarnos atención.

¿Yo? ¿Interés? Claro que no, solo que soy muy observadora tan buena en eso que nadie se me escapaba y pues sólo estaba mirando, nada más.

—Si, los estoy oyendo, solo que me acorde que dejé el celular en la refrigeradora—me excusé rápidamente.

—¿En la refrigeradora?—pregunto Santiago.

—Si, en la mañana fui a prepararme un sándwich y lo dejé en la refri...— mentía pero me di cuenta que de verdad lo había dejado en la refri.

Me levante y corrí a la cocina.

—Prepárame un sándwich, tengo hambre—gritó Nicolás, pero al final me persiguió a la cocina, con los demás.

Abrí la puerta del refrigerador y busqué entre los alimentos, lo encontré pero en la pantalla tenía un poco de mermelada. Nicolás me lo quitó y le pasó el dedo, limpiándose pantalla y al final comiéndose la mermelada.

—¿Quieres hacerme un sándwich?

Negué.

—¡Por favor!—insistió— muero de hambre y penuria...

Al final accedí. Los tres chicos se sentaron en las butacas y miraban cada movimiento que hacía.

—Y a quien podemos regalarle cincuenta y nueve perros—Daniel preguntó, poniendo una mano sobre su barbilla.

Intentaba agarrar los panes, pero estaba demasiado alto. Santiago se levantó y los agarró, luego se adueñó de la cocina y me mandó al asiento.

Refute pero al final accedí.

—Ustedes no tienen cincuenta y nueve perros para regalar.

—Los tenemos, a Lillie se le ocurrió adoptar a cincuenta y nueve perros—aclaró Nicolás, robando un trozo de jamón.

Santiago dejó caer el cuchillo, sorprendido con la noticia, luego empezó a reírse demasiado divertido e incrédulo se asomó por la ventana y alcanzó a ver todos los perritos que corrían de un lado a otro.

—¿Ese es un gato?—comentó Santi, volviendo a reír.

Su risa me causaba risa y al final todos estábamos riendo.

—¿También un gato, Lillie?—Daniel se ahogaba de la risa.

—Si, pero crei que si no se lo decía a la abuela, entonces no se molestaría— informe con mucha seriedad.

Siguieron riéndose sin parar, ya no me causaba gracia.

—¿Entonces creíste que ocultar un gato, no enojaría a nuestra abuela?—Daniel apenas podía hablar sin dejar de reírse.

—Deberían ayudarme a buscar una solución o en tres dias, los perros seguirán aquí y yo probablemente no.

Parecía que cada que hablaba veían a un payaso, porque no dejaban de reírse de mi.

—Está bien, está bien, podemos darlos en adopción a alguna familia que los quiera— Nicolás comentó, era la primera vez que decía algo lógico y con sensatez.

—Puedes postear en redes que los perritos están en adopción, vi que tienes muchos seguidores y...

Deje de oír lo que decía y es que aún no comprendía pero ¿Santiago acababa de decir que vio mi perfil?

—¿Me estabas stalkeando?

—No, como crees, estaba viendo las noticias y pues me salió tu perfil en conocidos, eso fue.

No pude evitar sonreír, su nerviosismo me causaba mucha risa.

—Claro— respondí.

Santiago dejó los tres sándwiches sobre el mesón.

—¿Entonces le tomaremos foto a cada perrito y los publicamos en el instagram de Lillie?—preguntó Daniel, admirando el plato.

—No estoy loco, son demasiados perros—Nicolás se quejó, haciendo pucheros.

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