Capitulo 45

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—No me digas —Pamela volteó sus ojos sin dejar de observar su teléfono —es mi tía que quiere saber en cuanto tiempo volvemos, ¿me equivoco?

Sonreí pidiendo paciencia a Dios.

—Te equivocas —eso tomó la atención de Pamela—Quiere que regresemos a casa.

—¿Tan pronto?... son unos aguafiestas...

Pamela se había ofrecido amablemente para acompañarme al hospital, aún tenía que venir cada dos dias para que limpien la herida y revisar que no esté infectada.

—Lillie, si sigues la dieta al pie de la letra en una semana te quitaremos los puntos. —Dijo la doctora antes de salir de la habitación.

Me baje de la camilla y me acomodé la camisa.

—¿Y ahora que hicimos? —Pamela volvió a hablar mientras pensaba en otras cosas. Creo estar segura que no hice nada malo en las últimas horas... y tú, prima?

—Pues... —me tome el tiempo de pensarlo.

Si, la familia justo ahora era un desastre total, se podría decir que nadie se hablaba, es decir, Daniel había llegado tomado, demasiado ebrio para entender la situación, lo poco o mucho que sabíamos era que él y Jenny habían terminado su relación. Pamela estaba castigada por sus padres, creo que esa fue la razón por la que se ofreció a venir, sus intenciones eran salir de la casa, ya que tenía prohibido ir siquiera a la biblioteca, yo era su salida libre y eso solo era porque nuestro destino solo sería el hospital y luego la casa, por otro lado estaba la abuela enojada con mis padres y mis padres con ella, creo que justo ahora solo se respiraba tensión y enojo en esa casa.

Si las miradas mataran... mi familia ya no existiría.

—Lo averiguaremos —dije inquieta.

Salimos del hospital con dirección a casa. ¿Que si tenía miedo llegar? Por supuesto que no... demonios, claro que tenía miedo y no porque mis padres no me hablaran o porque la abuela me mirara con reprobación o porque mis tíos insistían en que sabía la razón por la que su hijo terminó con su novia y empezó una carrera profesional de bebedor de cantina.

—Hasta que se dignan en llegar —nos recibió nuestra espectacular tía.

La seguimos hasta llegar a la sala de estar. Ahí estaban todos esperándonos sentados bebiendo té. Como si fueran personas normales que no se quisieran matar.

—Dorothea cree que estamos locos —La abuela comentó, bebiendo de su té con elegancia.

Permíteme reírme, pensé divertida.

—No es chiste —dijo mi padre al verme sonriendo.

Borre mi sonrisa de la cara.

—Si me permite hablar —Dorothea se entrometió levantando la mano —pero no es que crea, es que están locos, claro esto se los digo con todo el respeto que les tengo a cada uno.

—Pues si que nos respetas —Pamela se rio.

—Y también cree que necesitamos ayuda —continuó la abuela hablando con toda la paz y paciencia del mundo.

Era como una instructora de Yoga, llena de vibras buenas y relajantes. Empezaba a cuestionar los ingredientes de aquel té.

—No creo que necesiten ayuda —aclaró Dorothea — necesitan ayuda, es por eso que me tome el tiempo para llamar a la Doctora Tate.

La doctora de la familia entró por arte de magia y se asombró al vernos a todos.

—Buenos días... a todos —dijo sonriendo algo confundida —Dorothea, ¿quién de todos ellos necesita hablar?

Dorothea nos miró a todos sin saber que decir.

—La pregunta es ¿quién de ellos no necesita hablar?.

Sonrieron disimulando tranquilidad, ya veía la cara de la Doctora Tate, no sabía si salir corriendo o tomar este reto.

—Está bien, creo que funcionará por separado.

—Me están diciendo que estoy loca y simulan que todos lo estamos para que acepte la ayuda? —Pamela levantó la voz, señalándonos con el dedo índice.

—Loca si estás, pero tampoco es para tanto, mira que todos están algo arrebatados y están aceptando la ayuda de la señorita Tate —Nicolás metió cuchara a la conversación, admirando a la señora Tate —usted parece un ángel caído del cielo.

—En serio, ¿que hace él aquí? —Pamela preguntó.

—Vengo a ayudar a la señorita Tate.

—No creo necesitar ayuda, muchas gracias Nicolás por ofrecerte, no es necesario.

—Si, señorita Tate, es necesario, créame... Conozco esta familia desde que estaba en el vientre de mi madre, esta gente es terrible y puede volver locas a las personas.

Levanté la mano.

—Bueno, yo voy a la oficina de la doctora Tate todos los viernes, creo que no es necesario que esté aquí molestando con mi presencia.

Hablé con toda la amabilidad del mundo, y estaba empezando a alejarme de toda la familia para huir a mi habitación.

—¡Lillie Melina! —mi madre habló con paciencia, ¡con paciencia!. Que alguien me libre de esto —Vuelves y te sientas con nosotros.

—Si hablamos de locos, tú encabezas esa lista.

—Pamela no seas grosera, son esas cosas que aprendes de ese amiguito tuyo?

—Mamaaá —se quejó mi prima —Nicolás empezó y además no es mi amiguito, es mi novio.

Corrigió divertida, lo que no le causó gracia a absolutamente nadie, ya que la abuela decía que ese chico no era cosa buena. Lo que la abuela creía y pensaba era importante y algo así como esparcido para las mentes de los demás, así que sí, ahora todos creían que ese chico algún día entraría a la casa y secuestraría a Pamela para llevársela lejos de casa y tal vez, cuando se de cuenta de lo insoportable que puede ser mi prima, entonces en ese momento pediría rescate para devolverla y marcharse con algo de más valor. Ese día que charlaron sobre eso, solté la risa. Aún me acuerdo y me causa gracia, pero es que esta familia si estaba loca.

—Pamela, ¿puedes dejar de mencionar a ese muchachito? —aclaró la abuela con fatiga —con sólo imaginármelo me empieza la jaqueca.

Nicolás se reía ingenuamente de que todos retaban a Pamela.

—Hasta que al fin, llega el niño —renegó mi tía, acercándose a Daniel, que seguía de pie por la ayuda de Santiago, quien lo mantenía sobre pies —¡Dios! ¿Bebiste de nuevo?

Daniel negó. Él estaba muy ebrio.

—¡Pero, mírate estas borracho que no puedes ni mantenerte en pies! —mi tía estaba horrorizada mientras agitaba El Rosario que tenía en manos.

Se había entregado últimamente a las manos de Dios, para ver si así Diosito le ayudaba con la rebeldía que mostraban sus hijos últimamente.

—No estoy borracho, solo estoy mareado —balbuceaba.

—Pobrecito mi niño —mi tía cayó en las redes de su hijo y su amor de madre no aguantó más —. ¿Es por esa muchachita?

Mi tía estaba algo triste.  Yo creía que ese ya estaba por llorar.

—Ah —Pamela se quejó —con que mi hermano llega ebrio y no dices nada, ajá pero si esa fuera yo ya estuviera rumbo al convento. Eres injusta. Ya vio señora Tate, ve esta injusticia?

La doctora Tate parecía que iba a enloquecer en cualquier momento. Y eso que no había visto mucho.

—¡Todas las mujeres mienten! —Daniel gritó eufóricamente o al menos lo intentaba sin trabarse.

La abuela abrió sus ojos y miró la escena.

—Patético. Eso es en lo que se ha convertido mi pobre nieto. ¿Doctora Tate, puede empezar por el? Porque parece que le hace falta dignidad.

—¿Dignidad? ¿Con que se come? —preguntó el borracho.

Mi tío negaba avergonzado por su hijo y decidió que sería mejor ignorar la escena y mejor informarse sobre el resultado final de su equipo favorito.

—Y también parece que le hace falta el concepto—dijo su hermana.

—Y ya empiezan a burlarse de mi hijo —dijo la tía Merly —Santiago, puedes meterlo en la ducha y que sea con agua fría, por favor.

Santiago aceptó y me dio una rápida mirada antes de irse con Daniel, que lloraba en susurros.

—Ella dijo que me amaba... pero es una perfecta mentirosa. No dejes que se junte con Lillie, puede ser contagioso —decía mi primo.

Santiago se enrojeció y se lo llevó rápidamente mientras lo hacía callar.

—Porque le dijo eso a Santaigo? —preguntó mi padre.

Yo ya estaba enrojecida.

—Por qué más —Pamela se entrometió—porqué esta loco.

—Mm, creo que es mejor que vuelva otro día. Uno en el que estén totalmente sobrios.

—No señora Tate, por favor quédese y ayúdeme con este problema —suplicó Dorothea.

Y cuando dijo problema se refería a nosotros.

—Me temo que es imposible, lo es si todos parecen reacios a conversar.

Dorothea se acercó más a la psicóloga y le susurró algo que causó interés en la mujer.

—Me quedaré, necesito hablar con cada uno de ustedes en privado y luego ya veremos lo que continúa.

Aclaró, llevándose a la más adulta, la abuela. Ella se demoró dos horas y media, cuando salió se veía diferente, se veía más compresiva. Después de ella, entraron mis padres, salieron después de mucho tiempo, es decir, ya estaba muriendo de aburrimiento. ¿De que hablaron? Eso no se sabe aunque yo moría por saber.

—Lillie, puedes pasar —anunció la señora Tate.

—Yo le sedo mi turno a mis tíos —hablé rápidamente —ellos se ven más necesitados.

Les eche una rápida mi mirada, mis tíos estaban abrazados, uno consolando al otro.

—Lillie, ve con la señora.

Mi madre me mandó con una sola mirada, aún funcionaban.

—Bien.

Entre a la habitación y me senté en frente de aquella mujer que podía sacarme todos mis pensamientos con unas cuantas palabras.

—Hola, Lillie.

—Hola.

—¿Cómo te sientes?

—Bien —respondí, inmediatamente me retracté —mal.

—La ultima vez que te vi, te veías muy contenta, ¿que ha cambiado?

—¿Que cambió? —repetí la pregunta, buscando una respuesta —pues no se si lo sabe, pero estuve en el hospital y luego hice algo muy malo, molestando a mis padres.

Tate anotaba todo en su libreta, sin mirarme.

—Eso que hiciste, fue malo para todos o solo para ellos?

—En realidad solo me beneficiaba a mi, así que supongo que fue malo para ellos.

—Y como te sientes por hacer eso.

—Mal.

—Y como crees que se sintieron tus padres?

—Pues, peor.

—¿Porque lo hiciste?

—Yo... creí que sería mejor que ellos vivieran conmigo, es normal querer que tus padres estén a tu lado.

La señora Tate dejó su elegante pluma sobre la mesa.

—Hablamos un par de veces, dijiste que estabas bien sin tus padres, cambiaste de opinión? Si es así puedes decirme porque?

—No estoy enojada con ellos.

—Entonces, si estas enojada.

—Quiero decir, ni yo se lo que me pasa. Un día creo estar bien y al otro siento como si voy a explotar en llanto... es como estar en una montaña rusa, solo que no se siente bien. No es divertido, ni emocionante...

La doctora Tate escuchaba con atención.

—¿Quieres hablar de Elizabeth?

Abrí mis ojos, casi se salían de mi cuenca.

—¿Mis padres la han mencionado? —pregunté tragando saliva.

—Estoy preguntando por ti, no por ellos. Lo que ellos han dicho es totalmente confidencial.

—Estoy bien con eso —hablaba de mi hermana.

La doctora me miraba con seriedad.

—Con "eso"? ¿A qué te refieres?

Suspiré.

—Con mi hermana.

—Tu hermana muerta.

Puse mis ojos en blanco.

—Si, mi hermana muerta.

—Nunca has dicho mucho sobre eso.

En realidad nunca hablaba de eso.

—Ya nada cambiaria con hablarlo.

—¿Quieres que algo cambie?

—No, es decir, ya está muerta y con contarlo no regresara de la muerte.

—Eso lo sabemos ambas, pero porque no puedes hablar de ello, que te cuesta?

Me detuve un momento a pensar sobre eso. Era algo que nunca se lo había dicho a nadie y no era por miedo.

—¿Lloras a escondidas? ¿Lloras por la muerte de tu hermana?

Jugué con mis dedos. Levante la mirada y mire a la doctora.

—No me lo permito. De hecho, no derrame ni una sola lagrima, nunca. Ni siquiera en el sepelio.

—¿Por qué no? —soltó de inmediato.

Ya se estaba poniendo en modo: preguntona a la defensiva.

—¿Por qué quiere saberlo? El problema que tengo ahora es por mis padres.

—¿Por qué no has llorado? —insistió.

Me callé. No era algo que me molestara como para soltarlo así nomas.

—Por qué no he querido.

—Hay una razón en el fondo, tú la sabes y yo también.

Modo defensiva: activado.

—No, usted no sabe nada. No tiene ni mayor idea de absolutamente nada, no puede venir y hacerme creer que sabe la razón de algo solo porque ha escuchado un par de cosas sobre eso.

Me levante bruscamente de mi silla, tirándola hacia atrás.

—¿Es un castigo para ti? ¿Por eso no lloras? ¿Porque crees que es el mejor castigo para ti? ¿Porque te castigas de esta manera?

Me senté de nuevo, asombrada y confusa.

—Como...

—Lillie, esto es algo que he visto en ti desde la primera vez que te vi. Todo esto del insomnio empezó cuando tu hermana murió. Se detuvo un momento y ahora que está por cumplir el aniversario de fallecida —tantas palabras y tan confundida que me sentía —tu mente es tan increíble que automáticamente conecta todo al pasado, hace todo esto. Es como una bomba de recuerdos que aparece en cada aniversario de la muerte de tu hermana. Aún te afecta y lo sabes muy bien. Aún te duele, aún la extrañas y toda esta pena que sientes es porque aún no te perdonas por lo qué pasó con ella.

—¡Usted no sabe lo qué pasó! —dije elevando la voz.

—Murió. Eso es todo lo qué pasó.

—¡NO! ¡CLARO QUE NO! ELLA NO MURIÓ, YO LA MATE! —grité furiosa— yo... yo la maté.

Caí en mi silla con la vista nublada.

—¿Tu conducías ese coche? Vamos, respóndeme. Conducías el coche de tus padres esa madrugada en la que tu hermana murió? ¿En esa madrugada donde tuvo un accidente de auto? ¿En esa misma madrugada donde tú estabas durmiendo? Dime, acaso tu fuiste ese árbol en donde se estrelló?

No.

—Yo soy culpable, si tan solo la hubiera detenido o si hubiera sido más lista y no haber firmado esos papeles nada de esto hubiera pasado y mi hermana seguiría con vida, seguiría siendo la mejor, la buena y la comprensiva, la chica sociable y la mejor en todo... seguiría siendo mi hermanita.

No me permitía derramar una sola lagrima, aunque mi voz ya estaba rota.

—Es el destino, es la vida. Ya pasó y no se puede retroceder el tiempo. Nada de lo que pasó fue tu culpa, ni la de tus padres o de tu abuela. No se puede culpar a nadie. No puedes culpar a la lluvia, ni a las llantas desgastadas o al animal que se entrometió en el camino... nadie nunca tuvo la culpa.

—Pero... fui mala con ella y no puedo vivir en paz sabiendo que se fue odiándome. Odiando a su única hermana. Yo fui mala con ella.

—¿Lo fuiste?

—Esa noche le lance una lámpara en la cabeza.

—¿Rompiste su cabeza?

—No, tenía muy mala puntería y no pude pegarle, aunque la lámpara chocó con el marco de la puerta y se quebró... un vidrio rasguñó su mejilla.

—Fue malo de tu parte.

—Ya lo se.

—Pero fue una pelea, una pelea de hermanas, probablemente ella hubiera hecho algo parecido si estuviera en tu lugar.

—No, ella no lo hubiera hecho de esa forma... ella era muy pacífica, alegre, dulce y sabelotodo. Era como tener acceso directo con Google, siempre tenía una respuesta para todo, una solución para todo... ella era increíble y yo estupida y mala.

—Así que ella era buena en todo y tu mala?

—Si. Ella era la favorita de mis padres.

—Y tenías celos de eso?

—No... no tenía celos, solo me parecía injusto.

—¿Que te parecía injusto?

Volví a pensar en eso.

—Mis padres siempre festejaban sus logros y los ventilaban a los vecinos y así todo el pueblo se sentía orgullosa de mi hermana... yo solo daba problemas. Soy la oveja negra de la familia por si no lo ha notado.

—Y siempre estabas molesta con tu hermana por ello?

—No, no es eso. No me está entendiendo.

—Entonces, corrígeme.

—Yo no estaba enojada con ella. Nunca fue así.

—Entonces, estabas enojada con tus padres?

Negué.

—Creo que estaba enojada conmigo misma.

—¿Porqué?

—Por qué no era lo suficiente buena como Beth.

—¿Querías ser como Beth?

—No... quería ser yo, pero mejor. Quería ser suficiente para mi familia. Quería ser su orgullo y no su deshora. Claro que falle en eso también. Le fallé a mis padres y a mi hermana. Le fallé y ahora es muy tarde para remendar mis errores.

—Nunca es tarde, no si lo haces antes que nunca.

—Eso no tiene sentido.

—Déjala ir. No puedes vivir con tanta culpa en tu corazón.

—Siento que he vivido con este sentimiento tanto tiempo que se ha pegado a mi alma como una sombra.

—Intentemos algo. Cierra los ojos y piensa en tu hermana. Vamos, hazlo.

Cerré mis ojos, después de unos segundos los abrí y ahí estaba Tate, mirándome impaciente.

—Bien, lo intentaré.

Cerré de nuevo mis ojos.

—Respira lento. Inhala y exhala... suelta todo tu aire... piensa en Beth, en tu hermana.

—No puedo hacerlo... siento que fue hace mucho que no la veo... es como si su rostro se hubiera desvanecido de mi mente.

—Piensa en un lugar donde siempre estaban juntas. Un lugar donde encontraban tranquilidad.

—En el patio de mi antigua casa.

—Entonces, imagínalo.

Intente. Recordé el patio de la casa de mis padres. Estaba acostada en el césped bajo el árbol de manzana que nunca dio frutos.

—Lo hago.

—Tienes a Beth a tu lado, dile lo que te salga de tu corazón.

—No se que decir.

—Solo di cualquier cosa.

Apreté mis ojos y fue como si estuviera de verdad en mi antigua casa. Todo seguía igual, como si nunca hubiera cambiado.

El cielo era más azul que nunca y el sol brillante que encandelaba mis ojos. El viento soplaba la copa del árbol y lo hacía menear para ambos lados.

—Aún tengo mucho miedo cuando la lluvia cae y el cielo se enoja causando estruendos —solté.

—Aún eres una pequeña niña —ahí estaba mi hermana. De cabello dorado como el sol, de piel blanca como la leche y su cara llena de pecas y siempre con una sonrisa de oreja a oreja —te has salvado esta vez, parece que el invierno aún no llega.

Se acercó y se acostó a mi lado junto al tronco del árbol.

—Estas aquí —dije incrédula.

Ella sonrió mostrando sus perfectos dientes.

—Siempre estaré aquí, pequeña.

—Yo... te extraño mucho.

—Lo se... se que lo has hecho, se que me extrañas tanto como yo a ti.

Nos quedamos en silencio viendo a las palomas volar.

—Lo siento... siento tanto lo que sucedido esa noche... se que fue mi culpa y que debí apoyarte y no darte la espalda, se que fui mala, muy mala contigo y esta bien que me odies y nunca me perdones... yo.

—Callate boba—dijo riendo —no tengo que perdonarte nada. Sabes que siempre te amaré aunque me hagas maldades y seas una diablilla traviesa... Te culpas mucho por algo que no ha sido tu culpa, pequeña. Debes olvidar el pasado.

—Pero no puedo... tu eres mi pasado.

—Y por eso tienes que hacerlo.

—No puedo... eres mi hermana.

—Y eso nunca va a cambiar. Siempre serás mi diablita y yo tu angelito. Siempre estaré a tu lado, pero por favor, ya olvídate de lo qué pasó. No fue tu culpa, no fue culpa de nadie.

—Si pero —me callé.

—Era mi hora, mi noche de partir y ahora soy libre, también tienes que serlo. Es genial.

—Te extraño tanto que duele.

—Por favor, ya no te aferres mas, eso me lastima, me hiere.

—Quisiera poder abrazarte y decirte lo mucho que te amo.

—Se lo mucho que me amas y también sabes lo mucho que te amo, hermanita.

Se inclinó y dejó un beso en mi frente, acarició mi cabello y luego se levantó.

—Ahora me voy.

La detuve, agarrando su mano.

—No lo hagas —supliqué —aún le tengo miedo a los truenos, a los relámpagos, a los rayos y no tengo quien me abrace cuando caiga la lluvia, ya no tendré a nadie que me tranquilice.

Ella sonrió alegre.

—No tenías a nadie —sonrió más alegre —ahora ya tienes a alguien que te ama demasiado a pesar de todas tus locuras. Ahora será esa persona quien te ayude a superar tus miedos.

—Mientes para que yo esté tranquila —voltee mis ojos.

—Hasta pronto, pequeña.

—Por favor no lo hagas, no de nuevo.

—Siempre estaré a tu lado, siempre seguiré tus pasos y cuando estés triste piensa en lo mucho que te amo. Recuerda que tu tristeza es mi tristeza, tu felicidad es mi tranquilidad y cada paso que des al futuro yo lo festejare como si fuera mío, porque aunque no pude cumplir mis sueños, mis metas, estás ahora tú, que lo harás por mi y yo estaré orgullosa de ti, mi pequeña Melosa.

Me dio la espalda y se marchó con una sonrisa en la cara.

—¡Se ha ido! —abrí mis ojos encontrándome con Tate— ¡mi hermana se ha ido! No esta y nunca mas podré verla, ni abrazarla, ni besarla...Se ha ido.

Me levante confundida, dolida. Miles de imágenes pasaron rápidamente por mi cabeza. El accidente, la morgue, el entierro, nuestra habitación, nuestra casa, nuestras locuras. No volverá.

—No volverá... me ha dejado.

Y entonces me caí al piso, de rodillas y con la vista nublada.

—Se ha ido, pero no te ha dejado sola. Tienes a tu familia.

—Mi familia está incompleta. Beth ya no está.

Beth ya no está. Mi corazón estaba roto y su ausencia me dolía.

—Vamos, déjalo salir. Perdónate, Lillie.

Entonces lloré, lloré como nunca lo había hecho en mi vida. Era como una llave abierta, lagrima tras lagrima. Dolor más dolor.

—Me duele mucho.

La doctora Tate se inclinó y me abrazó con su pecho.

—Puedes llorar, tu castigo ya ha terminado.



Nota: terminé así como el niñito de aquí abajo.

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