18: Pequeña

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[!] Little Space.

Odia la ropa formal.

Odia las cenas familiares.

Si vamos un poco más profundo, Lisa odia hacer todo aquello que esté dentro del círculo de "cosas de adultos" que remueva su ansiedad e inseguridades. Un círculo que, de poder hacerlo literalmente, marcaría con crayón rojo y dibujaría una carita enojada dentro.

No exactamente todo dentro de ese círculo es malo, al menos Lisa se ha encargado de englobar solamente los aspectos desagradables de una vida con responsabilidades laborales, vestidos ajustados que la hacen sentir apretada y grandes collares que la hacen sentirse atada. No le gusta sentarse a conversar con personas aburridas e interesadas únicamente en la marca de su reloj, no le gusta ser observada y sentirse indefensa ante una oscura mirada lasciva que no sea de Mami, no le gusta que le llamen "Señora Manoban" (sólo pasó una vez y fue muy extraño para ella) y lo que más odia, es no poder ser atendida y cuidada por Jennie.

Hay cosas de adultos que a Lisa le gustan, por supuesto que las hay, pero solamente si son con Mami y Lisa solamente quiere hacerlas con ella. Le gustan los collares pequeños y sencillos porque son bonitos y la hacen verse linda, pero detesta los collares grandes (que hasta le pesan e incomodan), le gusta cenar con su familia, con sus amigos, pero no con gente desconocida y aunque sabe que es necesario y debe ser una niña grande para quien más ama en el mundo, no quiere ir a conocer al nuevo esposo de su madre.

—Lisa —la coreana le llama, con suficiente volumen para que la pequeña pelinegra escuche, sin perder detalle en su tarea de abrochar el collar—. Mi amor, quita esa carita.

Totalmente enfurruñada, como un gatito al que han mojado, Lisa resopla y se mueve el flequillo de la frente.

—No quiero ir.

—Lo sé, pero debes hacerlo —Jennie termina de acomodar el seguro finalmente, tirando de la parte más larga hacia abajo.

Se levanta de su posición anterior sobre sus rodillas y, mirando hacia abajo, puede ver como Lisa forma un puchero considerablemente tierno, pidiendo clemencia. Jennie le pica la naricita, causando que la pequeña se encoja en su sitio con un respingo.

—No funcionará.

—¡Pero Maaaami! —Lisa patalea, todavía tratando de convencer a la mayor que la mira con media sonrisa en los labios.

—Ven —se sienta en el sofá individual que está esquinado en la habitación, junto al closet y palmea su muslo izquierdo llamando a la menor a sentarse, quien pronto obedece sin quitar esa carita de berrinche—. ¿Recuerdas lo buena que fuiste en Tokio? —suavemente, acaricia la mejilla de Lisa.

—Sí...

—Fuiste una niña grande, ¿no es así? —ceñuda y con toda la intención de soltarse a llorar y fingir dolor de estómago, Lisa asiente en silencio—. Y todas esas personas, dijeron cosas maravillosas de ti. ¿Lo recuerdas?

—Mhm...

Jennie la acuna en brazos, recargándola sobre su pecho, con las piernas sobre su regazo.

—Seguro recuerdas alguna, vamos Lili, dime cuales eran.

—Dijeron que soy inteligente... —en voz bajita, Lisa comienza a numerar obteniendo un "mhm" como respuesta—. Y... Y que soy educada...

—Eso es. ¿Qué más, mi cielo?

Sintiendo las caricias de Jennie en su espalda, Lisa habla un poco más fuerte, más confiada.

—Ellos dijeron que soy guapa, que... ¡Que era encantadora!

Jennie no puede evitar reír cuando su pequeña pega un brinco, sonriendo tan radiante como siempre lo hace y la rodea, abrazándola con fuerza y amor.

—¿Y sabes que más eres? —la menor niega con la cabeza—. Eres mi orgullo, Lalisa. Iremos con tu madre, conocerás a su futuro esposo y cuando vuelvas, tendremos una noche de películas. ¿Suena bien?

—Quiero ver 101 Dálmatas.

[...]

La última vez que hablaron, estaban en la casa que fuera el hogar de Lisa durante diecinueve años, mientras bebían de la misma botella de té helado sentadas en el pórtico porque su madre olvidó las llaves dentro.

Podría tener veintiún años ya, pero para su madre, siempre sería esa chiquilla que se escondía en la alacena para asustarla al llegar del trabajo, pero se quedaba dormida dentro. Lisa frecuenta mucho a su madre y se asegura de llamarla todos los días, aunque ella insista que nada sucederá si no lo hace. Recuerda cuando llevó por primera vez a Jennie para conocerse y su madre quedó encantada con sus modales, su sonrisa y ese efecto peculiar que tienen esos ojos felinos con todos quienes la vean. Sentía que le llovía levadura del cielo y se inflaba orgulloso al escuchar a su madre decirle que Jennie era una buen mujer y definitivamente, quedaba tranquila de que cuidara de su única hija.

A partir de ahí, las visitas se hicieron constantes y aunque su madre no podía saber todo de su relación y Lisa era muy cuidadosa de llamar a Mami por su nombre, Jennie lo hacía siempre todo más fácil. Cuando su madre le dijo que se casaría de nuevo, Lisa no pudo ser más feliz por ella y por supuesto, se postuló como ayudante oficial para los preparativos, pero no contaba con que su amada madre organizara una cena que incluye a toda la familia del susodicho en la que, por supuesto, la ayudante oficial, debe ser participe.

—Si sigues moviéndote así vas a hacerle un hoyo al asiento.

La tailandesa suspira, nerviosa, y hace caso omiso a la broma de Jennie a su lado.

—Siento que voy a vomitar.

Jennie hace una fingida y exagerada mueca de asco.

—¡No quiero ver todos los ositos de goma digeridos! —y logra su cometido, haciendo reír a la menor.

—¡No debiste dármelos entonces, Mami!

—Ah, pero fue inevitable no parar a comprarlos —Jennie suspira—. Me hiciste los ojitos de cachorro, no puedo decirle que no a esos ojitos, princesa —antes de que lo intente, Kim pone una barrera entre ambas formada de su dedo índice—. No, no lo intentes.

La pequeña pelinegra se hunde en su asiento, de brazos cruzados.

—Mami mala.

Cuando finalmente llegan a la casa, Jennie se asegura de estacionar correctamente antes de abrir la puerta y bajar, para poder abrir la de Lisa, quien la recibe con los brazos estirados, esperando ser cargada. La mayor no puede negarse y la carga, tomándose ambas un momento antes de entrar.

—Estaré contigo, ¿de acuerdo? —Lisa asiente—. Lo harás muy bien, mi amor.

Se asegura de bajar a su pequeña con cuidado, acomoda su bonito y elegante vestido negro y le besa los labios lenta y cariñosamente, tratando de transmitir todo lo que su corazón siente. Lisa está hecha un manojo de nervios y siente su boquita temblando contra sus labios, por lo que se asegura de sujetarla de la espalda baja y acercarla a su cuerpo.

Jennie lo sabe. Sabe perfectamente que su madre es capaz de separarse y cancelar la boda si su prometido no es del agrado total de su hija, si hay algún roce o si alguien en la familia la trata mínimamente mal, porque, al final de todo, Lisa siempre será su prioridad. Sabe que su pequeña se deshace de angustia porque odia conocer nuevas personas que puedan juzgarla y señalarla, porque debe dar una excelente impresión y hacer sentir orgullosa a su madre y, aunque todos los días se asegura de besar y amar esas fisuras, Lisa no está totalmente reparada. Por ello, está y estará ahí a su lado, recordándole lo valiosa y amada que es.

Jennie se separa apenas los suficiente para poder articular una palabra, tocando con sus dedos la mejilla de la menor.

—Andando.

[...]

Pocas cosas se aprecian en la vida del modo que deberían. Una de ellas es sin duda la sonrisa de una madre, el calor de sus brazos después de tiempo separadas y la paz que genera ser tomada entre ellos.

Lisa inspira el aroma dulce de su progenitora mientras la abraza con fuerza, sintiéndose con tan sólo ese gesto desinteresado y de amor puro, en casa

—Mi muchachita... —la mira con fervor, despejando con sus manos el cabello que se le pega a la frente, cosa que aparentemente después de tanto tiempo no deja de sucederle.

—Hola mamá —abrumada y con una enorme sonrisa, Lisa se deja hacer quedamente por su madre, quien debe ponerse de puntitas para alcanzarla.

De pie en el marco de la puerta, Jennie observa la cálida escena en silencio, con una suave sonrisa en los labios. La ex señora Manoban, es siempre muy dulce cuando ve a su hija, no importa cuánto tiempo haya pasado desde la última vez, ella siempre la recibirá con un fuerte abrazo y muchos mimos.

—Jennie querida, ven, ven aquí —la llama con los brazos extendidos y, a pesar de que es una mujer pequeña y delgada, Jennie se acerca de la misma forma para ser abrazada.

—Señora Lee, siempre es un gusto verla..

—Pues deberían darse ese esto más seguido —con los brazos en jarras y el ceño ligeramente contraído, la madre de Lisa señala hacia el techo, acusadoramente—. ¡Hace mucho tiempo que no me visitan!

Ambas comparten suaves sonrisas cómplices, apenas Jennie tocando el hombro de Lisa mientras su madre da media vuelta entrando a la casa.

—Hemos estado algo...  ocupadas.

—Trabajan demasiado, ese es el problema —caminando hacia la sala de estar, la madre de la tailandesa continúa su ya clásica letanía de todas las visitas—. Mucho trabajo para ver a Mami, ¿eh?

Oh Dios, que ironía. Ambas deseaban reír.

Lisa apresura unos pasos hacia su madre, a quien abraza por la espalda fuertemente, dejando su barbilla recargada en el hombro de ella.

—Aaah, mamá no digas esas cosas. Te amamos y nos encanta verte —con una gran sonrisa, Lisa mira hacia atrás donde Jennie avanza a pasos calmos—. ¿Verdad, amor?

Jennie detiene su andar por un momento, totalmente tomada por sorpresa. Una pequeña muestra de afecto, casi sin pensarlo y sin embargo fue capaz Lisa de desetabilizar todo su sistema. Incapaz de hablar, la mayor asiente a tropezones.

—Ah... Sí —se aclara la garganta, metiendo incómodamente las manos a los bolsillos de su abrigo.

Una vez llegando al comedor, en la mesa están sentados los miembros de la familia del futuro esposo de su madre. Son al menos 10 personas y la ansiedad comienza a apoderarse de su cuerpo, sintiendo como de repente el collar le "aprieta" demasiado el cuello, el suelo se siente demasiado hondo y el sudor frío le recorre el cuello. Lisa traga saliva y se lleva el dedo índice por inercia al cuello, jalando del collar lejos de su garganta.

El suave toque de la mano de Jennie la tranquiliza, logrando que el aire le vuelva a los pulmones.

—Hey —una dulce sonrisa y una caricia por la espalda—. Puedes hacerlo, estoy contigo ¿de acuerdo?

Lisa asiente, con una pequeña sonrisa en los labios.

—Por favor, tomen asiento —la ex señora Manoban las llama, con una bandeja de estofado en las manos, colocándola sobre la mesa.

Jennie toma del meñique a la pelinegra y así avanzan hasta la mesa, recorriendo la silla para la pequeña, quien toma asiento diligentemente sin quitarle los ojos de encima a Mami, hasta que esta se sienta a su lado en el comedor.

—Ella es mi hija, Lalisa —la presenta su madre, orgullosa, dirigiéndose a los presentes en la mesa. La pelinegra asiente con una sonrisa y una venia educada—. Y ella es Jennie, su novia.

Poniéndose de pie educadamente, Jennie se acomoda el abrigo y en una cortes venia saluda a la familia, realmente sin percatarse del hecho de que no todos le recibieron el saludo de la misma forma cordial.

—Lisa, ven un poco cariño —la llama su madre, de pie a lado de su futuro esposo. Un hombre pelinegro de facciones fuertes pero ojos suaves, bien vestido y de aproximadamente la edad de su madre, rozando los cincuenta—. Él es Lee JongHyuk , mi prometido.

La menor se pone de pie para saludar al hombre, quien la recibe con un simple saludo seco, dejándola desconcertada.

—M-mucho gusto, es un honor conocer al futuro esposo de mi madre.

—Eres una muchacha educada —acota el mayor, sin mayor efusividad—. Tu madre me ha hablado mucho de ti, deberas visitarla más seguido.

—Lo haré, señor —asiente, quizás más veces de las debidas por culpa de sus nervios.

Su madre, al notarla nerviosa y sentir a su vez el incómodo silencio que se ha creado en segundos, trata de romperlo con una cálida sonrisa.

—Me hace muy feliz que están mis dos preciadas personas juntas —un rápido beso en la frente de su hija—. Comamos, por favor.

Cuando Lisa vuelve a su asiento, Jennie tiene los puños firmes en el regazo, mirando como hielo a Lee, quien se sirve en el plato tranquilamente.

—¿Todo bien? —habla bajo, pero firme. Lisa asiente en silencio, mirándose los dedos bajo el mantel.

—¿Lisa?

Lisa traga saliva, tratando de contener las lágrimas en sus ojos y mira hacia Jennie con una gran sonrisa, cerrando sus ojitos.

—Es un buen hombre.

Con la cabeza dando vueltas todavía, incómoda y claramente preocupada, Jennie asiente dejando pasar por el momento la situación. Ya habría tiempo para abordarlo después. Un plato lleno llega frente a Jennie acompañada de una mirada indulgente de la ex señora Manoban: la mirada de una madre cómplice.

[...]

Durante la cena, Lisa habló poco menos de lo usual. Hizo chistes adecuados e incluso conversa sobre videojuegos con uno de los sobrinos menores del señor Lee, siempre bajo la mirada atenta de un preocupado su novia. La mayor por su parte, también se mostró educada, elegante y encantadora, desde los comentarios adecuados hasta ayudar a su suegra a lavar la loza.

Enjabonando un plato, con las mangas de su abrigo arremangadas y los labios sellados, Jennie termina diligentemente su tarea, sin percatarse de la mirada curiosa de la mujer a su lado.

—¿Cómo han estado? —pregunta de repente, secando un vaso con una franela blanca, mirando hacia la tarja de trastes.

—Muy bien, señora Lee —le extiende el plato a su suegra, quien lo recibe entre la franela.

Ella asiente, a media sonrisa.

—Me alegra mucho, Jen. Puedo ver que Lalisa es feliz, eso de verdad debo agradecértelo.

—Con la mirada dulce y añoran sobre su única hija en el sofá mostrándole alguna función de su teléfono al sobrino menor de su prometido, ella suspira—. Me preocupa mucho, ¿sabes?...

Jennie deja de lado su labor, para mirar de llena a la madre de la mencionada.

—¿Preocupar?

—Lisa siempre ha sido muy buena mentirosa —con una sonrisa temblorosa, continúa mirando hacia el suelo—. Ella cree que yo no me doy cuenta cuando algo le afecta, cuando está triste, cuando quiere salir corriendo y pone esa bonita sonrisa suya, que podría hacerte comprarle el mundo entero —mira de reojo a Jennie, quien no puede evitar sonreír nerviosa, porque en efecto ha sucumbido ante ese efecto—. Me preocupaba mucho hoy, porque sé que es sensible y resentiría cualquier cosa... —un largo suspiro, seguido de ella llevándose las manos al vientre, entrelazando sus dedos—. Por eso realmente agradezco que estés a su lado.

Consternada y abrumada, la castaña se mantiene en silencio.

—Realmente está enamorada de ti —continúa—. No la ha pasado fácil desde que en el colegio le molestaban, incluso cuando me lo dijo, estaba hecho un mar de llanto, temblando de pies a cabeza... Pero como madre, lo sabes —Jennie asiente—. No pudo haber encontrado una mejor mujer que tú, Jennie. Tienes a mi tesoro más preciado en tus manos... Por favor cuida de el.

Antes de que pueda soltarse a llorar, Jennie la tiene en sus brazos, sujetándola fuertemente.

—Lo haré, se lo prometo...

[...]

En el camino al auto, Lisa se mostró en ese curioso modo que enciende donde no responde más de lo estrictamente necesario, ni hace comentarios que llenen el silencio. Sin mimos, sin berrinches, sin absolutamente nada. Harta de la incómoda situación, Jennie estaciona a la orilla de la carretera, apagando el auto. Quedaban al menos dos horas de viaje que no pensaba mantener en ese incómodo silencio.

La pelinegra suspira, llevándose ambas manos al rostro, murmurando algo en voz bajita. Jennie le quita las manos con cuidado, revelando el rostro de su pequeña.

—Se acabó, Lisa —la menor le esquiva la mirada, peleando para soltar sus manos de las de la mayor—. ¿Qué sucede?

—No —esconde el rostro, evitándole la mirada a toda costa a la contraria—. No... —el lado inferior le tiembla, aprieta los ojitos y sin poder evitarlo más, se suelta a llorar siendo rápidamente abrazada por Jennie, quien la tranquiliza con suaves caricias en la espalda—. ¡Arruiné todo! Él, debiste verlo, yo, me veía y no... no podía...

—Lili, mi cielo, debes calmarte... —hipidos, seguidos de lágrimas que no cesan de caer, pero tampoco deja de limpiar—. Lisa, por favor...

Desabrocha los primeros dos botones de su abrigo y limpiar con los puños de las mangas sus lagrimas.

—Quiero ir a casa, quiero dormir... por favor, vámonos...

—Mi cielo...

—Estoy cansada de esto —Lisa suspira, hundiéndose en el asiento—. Yo lo intento, por ella. ¡Sabes que lo hice! Pero es demasiado, a nadie tuve contento, todos siempre tenían algo que preguntar, algo que decir... Tú misma viste la forma en la que su prometido me recibió...

—Lisa, ¿de qué hablas? —se quita el cinturón, tirando de la palanca del asiento hacia atrás. Llama a la menor a su regazo y la pelinegra acude—. Estuviste asombrosa ahí, eras todo encanto y elegancia, mi amor. ¿De qué me perdí?

Lisa mira hacia abajo.

—Si te decía, te molestarías.

—Si no me lo dices, me voy a molestar igual.

La extranjera asiente, tomando aire.

—Cuando me llamó al jardín, dijo... cosas hirientes —Jennie aprieta los dientes, sin embargo la deja continuar—. Que tengo abandonada a mi madre, que estaba muy triste de que nunca le daría... —su voz se rompe un poco —nietos y-

Jennie la abraza contra su pecho, dejándola empapar de lágrimas su camisa, tarareando una canción de cuna que Yerim cantaba para ella las noches donde preguntaba cuando volverían sus padres de viaje. Las notas resuenan en el pecho de Jennie, graves armonizados que Lisa recibe y abraza con fuerza y desesperación, dejándose llevar por el dulce murmuro del pecho fuerte de Mami.

—Bueno, todos tienen una opinión diferente, Lili... —habla en voz baja, guardando sus palabras celosamente para su pequeña—. Yo pienso que eres muchas cosas buenas, tu madre te considera su ángel, mi jefe cree que eres una chica muy inteligente, Taehyung te considera de sus mejores amigas ¡Incluso Minnie le ha contado a su madre de ti! te llama "su bonita amiga" —a medida que habla, una sonrisa incontenible le tiembla en los labios—. También habrán quienes piensen cosas no tan agradables, pero solo es porque no te conocen, porque no se dan el tiempo de hacerlo y descubrir todo lo que eres —Lisa se alza levemente, quedando de frente a quien ahora le retira el cabello de la cara—. Él puede pensar lo que quiera, porque no se dio el tiempo de conocerte y se queda solamente con lo que quizo. No debes hacer caso de ese tipo de personas porque lastiman tu pequeño corazón —un toquesito en el pecho, suficiente para que la menor sonría encogiendo sus hombros—. Y aquí, solo debe haber esas buenas. ¿De acuerdo?

—Síp.

—¿Sí? —alarga la vocal, esperando una respuesta.

—Sí, Mami.

Jennie le besa los labios rapidamente, un tronido fugaz y dulce antes de sonreírle a su ángel de cabello negro.

—Vamos a casa.

3263 palabras. Creo que cumplí.

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