SAMARA | Avant nous.

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❛AVANT NOUS❜

                            Hay dos cosas que amo de la vida más que ninguna otra, solo dos de las que el goce es perpetuo en mi efímera vida; esas dos cosas –de las que más que cosas, son personas, se trata de mi familia y también, por el contrario, de la intangible expresión oral de la historia.  Si bien amo ambos, hoy decanto por descansar y dedicarme al ocio puro mientras tengo la oportunidad, porque Magda, mi constante dolor de cabeza, ha aceptado la invitación de una anciana mujer de visitar su jardín, viéndose interesada por esas cosas raras con nombre raro que alcanzó a ver desde la reja; mientras que mamá prefirió recorrer de nuevo las tiendas del centro.

No me arrepiento de permanecer en el hotel cuando veo que el cielo se torna gris . Envuelta en las mantas de lana que atentamente guardaron en el segundo cajón de la derecha del ropero, sé que no pasaré frío, así como no pasaré hambre porque he sido lo suficientemente precavida para comprar algo de comida antes de dirigirme al hotel. Doy un sorbo a la crema irlandesa que me he servido de la reserva del lugar, disfrutando mi momento.

Estoy envuelta en una burbuja de paz. No hay aire pesado, ni silencios dolorosos, así como tampoco hay misterios que desentrañar para así entender los pesares que habitan en mi madre y en mi hermana, que me excluyen por completo. Solo estoy yo, inhalando el aromatizante a manzana canela que desprende cada rincón de la habitación; solo estoy yo, viendo el techo color blanco como manchas borrosas que asemejan nubes por el éxtasis de mis sentidos embriagados; solo estoy yo, saboreando el licor que prevalece en mi cavidad bucal, mientras delineo las curvas de mi cuerpo en busca de hacerme olvidar todo lo que no me concierne y que aún así me encuentro persiguiendo.

El sonido es lejano y ¡Oooooh! ¡Cuánto extrañaba escuchar mis pensamientos sin interrupciones, sin preocupación a la vuelta de la esquina! Lo único que mis oídos captan son los gemidos que escapan de mi boca, al ser incapaz de reprimirlos. No obstante, a ellos los acompañan pronto una suave voz que se va alzando por sobre todo; la voz está cantando y la reconozco como Édith Piaf. Mamá ha llegado y quiere pensar, tal vez estar sola; razón suficiente para permitir a Édith Piaf alzarse indómita e impertinente en el cuarto del hotel.

Me permito acabar, pues soy humana y la sensación de entereza clama que termine lo que empecé. Seguido de ello, permanezco sobre la cama unos minutos más, escuchando a Édith Piaf cantar como si un gorrión estuviera enjaulado en su garganta; el camisón está hecho jirones y aún siento mi cuerpo temblar extasiado, acompañado del estremecimiento que causa esa voz melancólicamente romántica. No pongo trabas a la naciente intensión que tengo de darme un baño y de disfrutar otra copa de la crema irlandesa, o tal vez una de ese whisky de malta tan tentador que podría tumbarme y evitarme una larga charla con Magda cuando regrese sobre lo que fue a ver al jardín de la señora. Pero no soy tan insensible; no con ellas, al menos.

Lo que menos tendría que hacer es abandonarlas; porque salimos de Francia en busca de aclarar la turbia mente de Magda y llegamos aquí a nublar la de mamá. No hay manera en que pueda librarme ahora de éste problema desatado, aparentemente de desconocido origen.

El agua caliente ayuda a que me relaje y, en el proceso, me replantée porqué la idea de ignorar sus pesares me ha embargado. Tal vez por salud mental, diría Magda, alegando como cuando aún estábamos en Francia que no requiero de envenenarme para curarlas a ellas; cosa que, claramente, no ha pasado y solo es producto de sus ideales. Yo, en cambio, he encontrado la razón en el miedo: saber qué origina aquello que las enferma, me hace temblar ante la posibilidad y caer antes de tiempo a los pies de la incertidumbre.

Salgo envuelta, tras eternos minutos, en una toalla blanca de hotel y, con una mano sobre mi maleta, a punto de sacar una muda de ropa interior, es cuando me percato de algo. El volumen de la música ha bajado, pero no es eso lo que me altera, sino que mi madre, aquella que adora casi todas las canciones de Édith Piaf, ha dejado reproducir la canción que no tolera ni en sus días más grises. L’Homme à la moto. Conforme me pongo la ropa, espero internamente a qué la cambie, a qué se levante de su meditación y le arrebate el momento a Piaf para sustituirlo por otro; pero no sucede.

Estoy tan inmersa en la necesidad de saber que mamá está bien, que está en sus facultades y que éste viaje solo es melancólico para ella y no hay nada más detrás, que no me percato de que la tormenta se ha desatado afuera. Al instante la imagen de Magda viene a mi mente, pero me obligo a priorizar a mamá.

Calzandome las zapatillas, salgo a pasos torpes y doy vuelta a la izquierda, dispuesta a saber si mamá está bien y, tal vez, recibir una explicación de su comportamiento. Ha estado rara; más rara de lo que alguna vez fue y más rara de lo que puedo explicar con mi conocimiento privilegiado de cinco años más a Magda.

Toco la puerta lentamente y pienso que no debe escuchar por la música, así que arremeto con golpes más fuertes a su puerta hasta que, sin recibir respuestas, me veo abriendo la puerta e invadiendo su momento de relajación. ¡Oh, si mi especialidad es sentir culpa! Porque el picor que tengo en el pecho sé que es debido a mi interrupción; siempre he sido respetuosa de ello, he de presumir que soy bastante observadora como para conocer las señales que indican que quieren soledad.

Limpio el sudor de mis manos y abro por completo la puerta. La habitación del hotel es igual a la mía, media, con buena entrada de luz –ahora opaca por la tormenta, una cama y ropero, mesa de noche y una puerta del mismo lado que el mío que conduce a un baño entero. Sobre la mesa de noche, está la grabadora que parece nunca abandonarla, reproduciendo el cassette de Édith Piaf sin descanso. No hay señales de mi madre, conforme detallo el área.

No obstante, me retengo a indagar más en el lugar para respetar su privacidad y doy media vuelta, dejando todo cual está, dispuesta a darle hasta la cena para hacer acto de presencia y, posterior a ello, empezar mi interrogatorio, porque no puedo permitir que mamá y Magda estén mal y que, ella, la única que puedo considerar completamente sincera, me de la cara.































                         Pero en la cena me llevo la decepción –y la preocupación, al ver que no está junto a Magda en el comedor del hotel. Mi pequeña hermana saluda animada, más de lo que he visto en los últimos días, y me recibe con una gran sonrisa. Supongo que la visita a ese jardín la ha hecho feliz, por lo que me replanteo el adelantar la ruta que Magda trazó para visitar los jardínes representativos de Escocia, como manera de mantenerla en este estado por más tiempo.

—¿Has visto a mamá? —inquiero, con suspicacia. Magda frunce ligeramente el ceño, pero el ánimo no decae—. Solo pregunto, su meditación ya duró más que otras veces.

—¡Oooh...! Pero no, para nada —Se encoge, restándole importancia—, al llegar escuché a Piaf y preferí no molestar, así que me quedé dormida todo este rato.

—Entiendo —Asiento, sin rendirme y decidiendo hacer una pregunta más—. Oye, Magda... —La castaña me mira atentamente, como siempre que le hablo, aunque le desagrade el tema. Ha dejado de lado su patata asada y por un milisegundo estoy dispuesta a dejarla comer y luego atormentarla con mis sospechas que sé, no tendrá igualmente, porque es a veces tan crédula y confiada que me acongoja—, ¿De pura casualidad no te ha contado algo mamá sobre cómo se siente?

—No —responde casi al instante, su ceño ahora sí está profundamente hundido, y parece debatirse entre contarme algo o guardárselo. Ahora mismo es cuando deseo que Magda vuelva a ser esa niña tristona y melancólica que llegaba después de sus clases a atiborrarme de preguntas sobre la vida que yo, a mí corta edad, nunca fui capaz de contestar. Se relame los labios antes de seguir—, pero creo que está algo rara... No sé, algo dispersa... Tal vez es el lugar lo que la pone así, ya sabes, aquí conoció y aquí perdió a papá por la guerra...

—Tienes razón —digo, capturando sus palabras como si mi mente hubiera sido sustituida por el diario de un detective. Sonrío al final, regalándole una mirada tranquila, para hacerle saber que solo ha sido la curiosidad del momento lo que me ha impulsado a preguntar—. Iré por algo de comer.

Mi apetito no es enorme, pero Magda arrasa con parte del buffet y en menos tiempo del que espero, ya tiene sueño. Milagrosamente, se limita a contarme en resumen lo que hizo en el jardín de  esa señora, estando maravillada aún con el espécimen de ¿Líquenes saxi-saxí... Saxicolas? Qué consiguió del jardín al decirle a la pobre mujer que aquello que tiene también se le conoce como Soldados británicos por su característico color rojo. A veces, solo a veces, quiero entender de lo que tanto habla Magda.

—Iré a dormir —dice, bostezando. Su mirada de pronto recae en mi y se percata de que aún tengo arenque ahumado sobre mi plato—. ¡Oh, no me había dado cuenta! Perdón... Te espero.

—No te preocupes, Magda —Niego, a sabiendas de que más preocupaciones no es lo que necesita ahora mismo; no una que puede estar injustificada—, de todos modos, me iba a quedar otro rato.

Titubea un segundo y finalmente asiente, con los labios fruncidos, como hace siempre que tiene un dilema en mente; en este caso, qué tan bueno es dejarme comiendo sola—. Bien... En ese caso, buenas noches, Sami.

—Buenas noches, Magda... Descansa.

Da un último asentimiento y besa mi mejilla antes de irse.

Termino de comer apresurada, dando una seña al mesero para que se acerque y deje todo para la cuenta del hotel y no tenga que dar vueltas con los números ahora mismo. Me levanto dándole las gracias, con una sonrisa tensa y salgo del restaurante del hotel, cruzo el vestíbulo y una vez doy la primera vuelta de las escaleras, subo corriendo el resto hasta el tercer piso y me acerco a la puerta del cuarto de madre. Solo hay tres habitaciones por piso y estamos en el último. Magda está en el de la izquierda, al final del pasillo; yo en la puerta de en medio, a la mitad de éste; y mamá está a la derecha, apenas saliendo de la escalera.

La música prevalece al tiempo y es Adieu mon coeur aquella canción que me recibe al abrir la puerta. Delante mío está el vacío de su presencia; la cama está hecha, las luces apagadas y la luz de la luna entra por la ventana abierta en forma de finos rayos de luz. Pero ella no está.

Me adentro a la habitación cuando la curiosidad me invade y, en el camino hacia la cama, tropiezo con un abrigo hecho ovillo que está en el suelo. No me detengo mucho, más que para desenredar mi pie, y me dirijo a la lámpara de mesa que está junto a la cama, para no tener más percances.

La luz dorada lastima un poco mis ojos hasta que estos se acostumbran, y lo primero que capto al abrirlos es una servilleta con algo escrito en ella. La alzo lo suficiente para no tener que esforzarme al leerla, pero de modo que permito a la luz iluminarla. Siento la boca terriblemente seca, como si el arenque ahumado tuviera un efecto tardío, pero sé, en el fondo, que la causa es el inicio de lo que parece una carta ideada años atrás, desempolvada para la ocasión.

‘J'ai pensé la même chose encore et encore dans mon esprit, voulant croire que cet endroit est ma maison quand, en fait, vous l'êtes. Ce voyage m'a fait voir combien j'attends pour ces moments: son père et la chaleur d'une maison laissée pour compte.

Vous, mes sages filles, vous m'avez exhorté à aller de l'avant. Parcela qu'ils savent bien qu'ils se battent pour ce que vous aimez et qu'ils comptent les étapes pour atteindre l'avenir souhaité: moi, aujourd'hui, j'ai décidé de me battre pour être l'exemple qu'ils ont toujours cru en moi, car personne ne peut guérir s'il vit dans la farce.

Je t'aime et je te dis au revoir, mon amour. Je vous promets de vous expliquer, si tout va bien, si mon endroit heureux reste intact.’¹

No me atrevo a mirarla otra vez y mis pies me empujan cuál resortes a salir de la habitación, a trompicones, hacia Magda, que parece atraída por un alardeo del cual no estoy conciente de haber causado. Se detiene a mitad del pasillo apenas me ve, con los brazos a los lados, extendidos, y en posición de batalla, por la manera en que sus pies parecen listos para lanzarse cual gacela que olvida su naturaleza de presa y se vuelve el depredador; creo que la he alertado en mal momento, porque el fantasma de un turbio recuerdo prevalece en sus ojos.

—¿Qué pasa? —dice, tratando de moderar sus respiraciones. Mis sospechas son ciertas, pues sus ataques son físicos y todo le duele en aquellos tortuosos momentos.

Dudo en decirle lo de la carta, creyendo que puede tratarse de una broma de mamá, pero ante mi actitud Magda se acerca más y ve el papel entre mi mano, arrebatandomelo sin darme tiempo a reaccionar. No puedo apartar los ojos de ella, cuyo rostro se distorsiona hasta convertirse en el cuadro más desdichado jamás creado en la historia.

Magda confirma mi peor pesadilla, esa en donde mamá amenaza con irse y ni siquiera mi amor es capaz de mantenerla conmigo. La carta cae de entre sus manos y puedo ver la culpa invadirla, evidenciandose en temblores.

—¿Pero a qué se refiere...? —pregunta, y a mis ojos vuelve a ser una niña, una que ni siquiera con sus veinticuatro años de vida puede contra mi necesidad de hacerle saber que nada es culpa suya, pese a lo desconocido de los actos que ha realizado mamá.

—No lo sé, no lo sé, Magda —Me acerco a abrazarla, maquinando a toda marcha múltiples razones por las cuales ha dejado ésta carta. Pronto, la mención de mi padre envía una señal de alerta que clama su muerte—. Hay que ver si se ha llevado algo... Sí, es probable que solo haya salido por un rato...

Magda se separa, con una expresión de preocupación creciente, como si hubiera leído mi mente o pensando lo mismo que yo. Ella recoge la carta y yo soy la primera en entrar al cuarto de mamá.

Visualizo su maleta debajo de la cama. La saco de un tirón, mientras Magda va hacia el baño para saber si ha dejado algo ahí; su valija es grande y pesada y que siga igual no me da buena espina. En ella están sus faldas y blusas revueltas, su ropa interior en el mismo rincón y no parece faltar más que la ropa que ha llevado hoy, además de su abrigo de lana favorito. Las zapatillas igualmente están ahí, a excepción de su único par de botas que ha usado en el viaje a Craigh Na Dun.

Me alzo del suelo y cuando estoy por revisar la mesa de noche, Magda sale del baño y me avisa que falta su perfume y su loción. No parece un escenario normal, pues su ropaje está intacto. En la mesa de noche todo está normal, con sus lazos para el cabello aún enrrollados.

—Tal vez solo salió, Magda —digo, reteniendo la respiración como si eso me ayudara a pensar—. Faltan sus botas, y su bolso...

—¿Crees que haya ido a Craigh Na Dun a estas horas?

—Está la posibilidad —Magda me mira, queriendo saber cuál es el siguiente paso. No está calmada, pero parece que realmente intenta, ahora sí, no tener un ataque— Anda, vamos a buscarla.































                        Magda maneja el auto rentado como alma que carga al mismísimo diablo. Antes de llegar al pie de la colina podemos ver cómo un auto previamente aparcado retoma la marcha y sigue andando en el camino; ambas, rechazando nuestros impulsos de seguir el auto como creyendo que en él están nuestras respuestas, damos por iniciada la búsqueda de mamá.

La subida no es menos pesada por ser la segunda vez. Mi hermana lidera el recorrido con linterna en mano y la otra firmemente cerrada alrededor del bolso, aquel que carga con la solución a nuestro plan de búsqueda nunca ideado y que daba señales de salir mal desde que me percaté de que no cargaba con luz; por suerte, Magda es lo bastante lista para cargar con todo en ese bolso.

Me abstengo a quedarme tendida en el camino y de pedirle a Magda que termine de subir ella; no obstante, ella   persiste y toma mi mano, para seguir. En el último tramo, podemos escuchar que hay más personas en el círculo de rocas.

Magda apaga la luz de la lámpara sin esperar indicación mía y terminamos de subir, en silencio y en cuclillas, para no levantar falsos. Lo primero que nos recibe son los halos de luz provenientes de velas, sostenidas por mujeres vestidas de blanco, con velos tan largos que forman giros a su alrededor conforme danzan entre las rocas. Druidas.

—Hay que ir —dice, queriendo levantarse. Jalo de su mano para que siga en la misma posición.

—No —Ordeno—. Los rituales no se detienen.

A regañadientes toma asiento en el terroso suelo, como entreviendo en mis palabras que esto va para largo, y me siento a su lado. Ambas vemos avanzar el ritual, admito que anotando mentalmente las características de éste, a la vez que intento ver entre las druidas alguna de cabellos plateados, delgada... A mamá.

Lamentablemente para nosotras, su danza se alarga hasta que los primeros rayos de sol del amanecer comienzan a iluminar el cielo. Magda no resistió mucho, así que dándole un golpe en el hombro logro que se despierte, para acercarnos a las druidas que, olvidando la parsimonia de sus tradiciones, han comenzado a irse poco a poco, en grupos, riendo y charlando.

El indago no dura mucho. Ninguna se asemeja a nuestra madre y ninguna la ha visto de igual manera; se dedican a darnos palabras de aliento o, en dado caso, locas respuestas en referencia a qué le preguntemos a las hadas por ella, cosa que no agrada a Magda de sobremanera y nos hace alejarnos de ellas con rapidez, decididas a buscar pistas en el círculo de rocas.

—No debió ir muy lejos, Magda... No te preocupes.




































¹ ‘Le he dado incontables vueltas a lo mismo en mi mente, queriendo
creer que éste lugar es mi hogar cuando, en realidad, ustedes lo son. Éste viaje me ha hecho ver lo mucho que anhelo esos tiempos: a su padre y la calidez de un hogar dejado atrás.

Ustedes, mis sabias hijas, me han impulsado a ir por ello. Porque bien saben que se lucha por lo que amas y se cuentan los pasos para alcanzar el futuro deseado: yo, hoy, he decidido luchar para ser el ejemplo que siempre me han creído, porque ninguna puede sanar si se vive en la farsa.

Las amo y les digo adiós, amores míos. Prometo explicarles, si todo sale bien, si mi lugar feliz permanece intacto.’





Bien, éste es el comienzo de todo, oficialmente. No suelo dejar notas de autor, pero admito que ésta fic me emociona de sobremanera.
¿Qué tal les ha parecido?
Por cualquier comentario u opinión estoy siempre dispuesta.
–Yuleni.

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