SAMARA | Les deux rengaines.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

❛LES DEUX RENGAINES❜

                        Camisón, enagua, medias, zapatillas, cotilla, bolsillos, almohadilla de cadera, otra enagua, pañuelo, falda del vestido, stomacher, vestido, delantal; todo lo recito mentalmente, para memorizar los pasos a seguir al vestir y así ayudar a Magda una vez regrese de curar al joven Jamie. Es aquí, delante del espejo, viéndome portar un disfraz del siglo XVIII que ni siquiera con un millón de intentos lograría igualar, que sé que estamos verdaderamente atrás en el tiempo.

Obra de un Dios Todopoderoso, obra de un panteón entero de dioses de una religión o el producto de la unión entre similares, u obra de nosotras que, ciegas y cerradas a lo desconocido, ignoramos un poder innato potenciado en el viaje a las rocas enhiestas. No tengo la menor idea. Puedo desentrañar y armar hipótesis con base en lo que sé pero, siendo sincera conmigo y razonando el contexto por el cual descanso sobre una cama en espera de una mujer que me dará ropa extra y en espera de mi hermana que he dejado irse sola con un hombre del que apenas si sé su nombre, entiendo que tratar de comprender las cosas sería gastar energía estúpidamente, energía que podría volcar en encontrar una buena historia de fondo que justifique nuestra presencia allá en el bosque, solas y desorientadas, con escasa ropa.

—No hay mucho más de lo cual ustedes conozcan —dice una voz cantarina desde el umbral de la puerta. Bonnie Mai Mackenzie. Sostiene entre sus manos pequeñas la ropa que Magda ha de usar en un rato; sonríe y la vergüenza de alguien que vive en medio de la nada y aspira grandes multitudes, es casi tan palpable como el yunque que la detiene aquí. A su lado, una niña de no más de cuatro años permanece quieta, tímida, escondida tras sus faldas.

Una vez, Magda me dijo que entre mujeres la confianza surge rápido porque tienen un pasado igual, un presente igual y un futuro igual de poco prometedor, a menos que las cadenas del hombre las opriman tan fuerte como para expulsar de ellas todo sentir de claridad ante la verdad y se conviertan en uno más; con ello, veo que se refirió a esa histórica opresión invisible que tanto me insistía en remarcar en mis ensayos escolares y que, tristemente, es cierta. Aquí lo veo claro: pasado igual, porque estamos literalmente en la historia base, viviendo la lucha por ser tomadas en serio; presente igual, porque estamos atrapadas en éste lugar, sin salida, a menos que sea bastante inteligente y convenza a todo un clan de que, en efecto, sangre de un marqués llena nuestras venas; y futuro igual, porque a no ser que volvamos a los setenta del siglo XX, nos espera la misma estadía, como parte de la producción de los más grandes.

Pero no veo todo perdido. Entre medio de las paredes de piedra del castillo Leoch veo a Bonnie Mai como la mujer que confía en mí lo necesario, que es más que suficiente, para darme una idea de mis contrincantes. Se ve de fiar, se ve como alguien que cuenta historias a extraños para romper el silencio y nuestra presentación lo confirma.

—Es lo justo y necesario —Con una sonrisa simpática y revoloteando las pestañas, me veo haciendo un gesto, invitándola a tomar asiento conmigo. No obstante ella se limita a acercarse, dejar la ropa doblada sobre la cama y apartarse hasta tomar una distancia prudente tratándose de mi, una extraña y, por demás, extranjera—. ¿Todo ésto es suyo? No quiero que se sienta obligada a despojarse de...

—Aún si no quisiera dárselas, sé que quedará mejor en ustedes que en mí —reconoce, dando palmadas a su regazo para que la niña salte a ella y sea envuelta en sus brazos, con los que la abraza tiernamente, con las mejillas sonrojadas por un trabajo desconocido del cual fue apartada por Broc para que nos ayudara, al igual que la joven Laoghairie tiempo atrás—. No soy la misma desde el embarazo de la pequeña Nessie y, créame, lass, le hago un favor remarcando su estatus aquí. No habrá asquerosos renacuajos atrás y eso también lo sabe mi querida Ivonne... De ella es la ropa para su hermana.

—Entonces le agradezco mucho a usted y a la querida Ivonne.

Ríe ligera, parándose de costado y dando amago de estar lista para irse—. Siempre creí que los franceses serían extravagantes y un tanto lunáticos, en especial los de alta cuna —Acomodando a la pequeña Nessie, se da media vuelta y, girando la cabeza para mirar sobre su hombro, agrega—: pero ya vi porqué Broc tiene fé. Una cosa, que pido de favor: si pueden hablar las maravillas de él cuando alguien venga a buscarlas, porque lo harán, será suficiente.

—Por suerte solo tengo maravillas de él en la cabeza —Asiento, a modo de sellar la promesa, pero confundida por la razón de su petición. Si bien Broc no parece del tipo popular en el castillo, no cabe en mí idea alguna que parezca razonable.

Sola, en medio de una habitación con la chimenea encendida, solo puedo suponer y suponer hasta que una opción la vea viable, y es así que me dispongo a crear, dado que Broc no me interesa lo suficiente como para que abandone mi deseo de regresar a casa, de encontrar a mamá, de que Magda esté bien.

La historia inicial, que conozco tan bien que si erro puedo romper mi cédula profesional y dejar de llamarme la más entrometida de mi casa, no tiene porqué cambiar drásticamente, si no es que de época, transportándonos a la fecha que debería ser mi nacimiento, pudiendo usar ésta de referencia para obtener el de Magda y el de toda mi familia, de requerirlo el caso –que restando a 1743 mi edad, con ayuda de mis dedos, sé que vendría siendo el año de 1715–.

Es así que comienzo a trazar a partir de la base, olvidando el dolor de cabeza que me causan las matemáticas, tan necesarias como tan odiadas. Nacimos en Francia, en la Región de Nueva Aquitania y, si nuestros héroes o posibles captores requieren especificaciones por si creyeran que alguien puede ser lo bastante tonto para no conocer su historia de nacimiento –mas ruego que no sean fastidiosos a morir como para pedir una dirección–, entonces puedo complementar la geografía con que fue en la localidad de Brive-la-Gaillarde donde mi madre parió dos hijas que han de vivir en cuna de plata, cortesía de su marido el Marqués Dubois, por tenernos con ella, su legítima esposa, Didianne Dubois, dado que, aunque mi madre jamás se cambió el apellido, comprendo que aquí es así por obligación y que el lado materno en nosotras no importa más que de referencia en caso de que haya un mal en la descendencia y se deba encontrar un culpable –en palabras de Magda, cuando en la madrugada se ponía a darle vueltas a algo hasta llorar y lamentarse porque tendría que ir a la escuela con los ojos hinchados–. Incluso puedo agregar al cuento que no somos cercanas a él pues, en estos tiempos, ¿Quién sí lo es?

Añadir aquello me daría el beneficio de no tener que explicar los detalles de su situación tanto política, como social y económica; sin embargo, no explica el hecho de que sus hijas estén varadas en el medio de la nada y tengan que recibir un rescate...

Súbitamente, me permito un respiro y me levanto de la cama para caminar hacia la única ventana del mendigo cuarto; ésta da hacia la entrada del establecimiento del clan, donde aún está la gente que vimos al pasar en la llegada. No obstante, distingo entre ellos a Bonnie May y Nessie caminar en dirección a uno de los hombres que está cuidando un par de caballos cerca de la puerta de entrada del castillo. No parecen intercambiar muchas palabras y, es más, el hombre da tantas miradas alrededor que parece que la evita, a la vez que se cersiora de que nada los relacione entre la multitud; no sé cuánto tiempo estoy pegada al cristal de la ventana hasta que el hombre parece dar un asentimento y se aleja de ella rápidamente con los caballos a su costado. Rechazo. Es lo único que puedo entender que hay sin tener contexto de la situación, dado que abunda aquí; rechazo a Broc, ahora rechazo a las dos mujeres...

Rechazo, rechazo, rechazo; canturreo en mi cabeza hasta que se clava profundo en ésta y me digo que el rechazo es la moneda más fácil de intercambiar sin que pongan peros, si bien el estigma es el precio al pormenor. Me imagino a dos hijas, cuya vergüenza es tal la que le causan al padre, un hombre de renombre, que éste recurre a mencionarlas pocas veces, sino es que veces inexistentes, y por ello éstas permanecen fuera del ojo público hasta que, permitiéndoles un viaje a Escocia a pedido de su hija mayor por su cumpleaños veintiocho, otro error de ellas las expone ante ojos desconocidos y requieren de ayuda para volver a casa. No es una completa mentira, dado que mi cumpleaños sí fue días antes de realizar el viaje, pero el drama añadido no hace más que fungir como la cereza de éste pastel llamado: Hemos caído en algo llamado pasado y estamos cerca de la locura; por favor, ayuda.

La burbuja de concentración que envolvía todo mi ser se rompe, cuando la puerta se vuelve a abrir y, al voltear, encuentro a mi hermana, mi Magda, entrar aquí. Al verme, sus ojos se abren un poco más e, ignorando al joven Jamie que la escolta, corre hacia mí y me envuelve en sus brazos; tiembla ligeramente, incluso estoy segura de haber observado sus mejillas rojizas por algo más allá a mi entendimiento, pero está bien y está conmigo, y tengo la seguridad de que nada me va a apartar de ella ahora que he despabilado y escogido el camino de tratar de volver a casa.

—Deberían descansar —Alzo la cabeza al escuchar a Jamie hablarnos, aún desde el marco de la puerta. Él, por el contrario, ha bajado la suya y ve al piso, mientras juega con el broche de su capa—. Es probable que alguien quiera hablar con ustedes dentro de poco.

—Gracias —pronuncio, sin soltar a Magda y acariciando su cabello inconscientemente—, por todo.

Él asiente, de repente adoptando una postura seria, aunque confiable—. No deben tener miedo de mi, ni de ningún otro aquí —Magda, separándose del abrazo, voltea con la cabeza por sobre su hombro, ligeramente descolocada—. Nada va a pasarles mientras esté aquí. O mientras Broc tenga derecho a pisar éstas tierras...

—¿Y cuando no estén? —inquiere Magda, tomando mi mano y colocándose al lado.

—Solo no olviden lo que valen.

Cerrando la puerta al salir, las palabras resuenan en eco en mi cabeza como si ésta fuera una caverna. Negando, conduzco a mi hermana hasta un banquillo, junto al cual se encuentra una jofaina y aguamanil dado por Laoghairie. Una vez sentada, la ayudo a desprenderse del bolso y de su blusa y falda, hasta que queda en ropa interior, esa futurista por la que tuve que inventar una tonta excusa ante la señora Fitzgibbons.

—¿El plan sigue siendo el mismo? —inquiere, tomando la jarra y vaciando un poco de agua en el plato, para comenzar a lavarse la cara—, no quiero arruinar nada.

—No arruinarías nada porque es, en resumen, la historia de nuestra vida —Pausando la limpieza, me ve incrédula, así que añado rápidamente, para explicar—, solo que añadiendo a papá a la historia como si verdaderamente hubiera estado presente todo el tiempo... Somos hijas de un marqués decepcionado de nosotras, así que no somos cercanas a él y él no se tomó la molestia de mencionarnos. Estamos aquí porque nos adelantamos para pasear por mi cumpleaños... Algo salió mal, nos perdimos y huimos al ver a los casacas rojas.

—Suena elaborado —Ríe ligera, con el atisbo de una sonrisa, pasando de limpiar su cara a su cabello. Por un instante, creo ver una fina línea calvicea surcando el lado derecho de su cabeza; si aquello es una cicatriz o es causada por algo más simple, lo desconozco—, ¿Estuviste mucho tiempo pensando en eso...?

—No tanto —Le resto importancia, agarrando unos trapos de la mesita e hincándome para ayudarla a limpiarse el resto del cuerpo. Con la tela húmeda en una mano y la otra dándole un apretón en el brazo, veo que su torso está cubierto por ligeras marcas, igual de blanquecinas que la espectral de su cabeza—, ¿Quieres que hable yo?

—Sería lo mejor —admite, con una creciente incomodidad que adivino, es por la cercanía que he tomado hacia su cuerpo semidesnudo. No obstante, asiente cuando hago amago de limpiar sus brazos—, Sam... ¿Recuerdas que, después de mi primer día en Cambridge, asistí a una fiesta?

Asiento, con el ceño fruncido, sin poder adivinar adónde se dirige la conversación repentina—. Sí, te querías quedar más tiempo así que mamá te esperó cerca... ¿Por qué?

—En realidad, mamá no me esperó porque quería quedarme hasta tarde —dice, apartando el cabello y revelando la que, en efecto, es una línea en su cuero cabelludo. Parece contenerse, como si no recordara lo que es hablar después de tanto tiempo guardando las cosas—. No recuerdo mucho... Al principio, estaba con Jean y Thomas, dos chicos que conocí en clase... Después, es borroso.

—¿Me estás diciendo que...? —Con la boca seca y los sentidos aturdidos, apenas puedo seguirle el hilo hasta que, después, se queda en silencio y tengo tiempo para digerir. Ella asiente y es así que, súbitamente, nada parece tener sentido por más que, en realidad, sí lo tenga.

Siempre he dudado de parecerme a mamá, de parecerme al recuerdo de papá, incluso de ser, en general, como la única familia que he conocido y que son los Géroux. Pero entre ellos, parecen haber formado a Magda a su imagen y semejanza para ser lo que ellos son: una caja de secretos, que en algún momento ha de ceder a la presión. Mamá ya cedió y está desaparecida, papá cedió hace tanto tiempo a la muerte que ni siquiera existe herida, y ahora es el turno de Magda por resquebrajarse, después de solo evidenciar por años la existencia de terrores nocturnos y fantasmas de un algo que no nos concierne, si bien preocupa.

—Desperté por una chica que me ayudó a levantarme del piso del baño —relata, si bien parece buscar palabras que no revelen detalles que, aunque me gustaría saber, no soy quién para forzarla a revelarlos—, tenía la herida en la cabeza y un dolor allá abajo causado pues... Por eso. También se llevaron mi dinero, así que esperé a la hora acordada con mamá, acompañada por el grupo de amigas de esa chica. Cuando llegó, no necesité contarle nada y me llevó a la estación de policía. Tuve que mentir que recordaba todo para que procedieran a algo... Por eso tardamos tanto esa noche.

—¿Por qué no me dijeron?

Cómo si hubiera apartado a Magda del vívido y envolvente recuerdo, ella me mira por un momento con la mirada vacía hasta que, poco a poco, parpadea para enfocarse en mi.

—Si te dijera porqué, solo serían tontas excusas —Levantándose del banquillo, huyendo de mi mirada, repara en la ropa y parece adivinar cuál va primero, acertando y tomando entre sus manos el camisón, para colocárselo y luego despojarse de su ropa interior—, porque ni siquiera recuerdo bien porqué.

—¿Y a qué va todo esto? —musito, más suave y pescando su mano, para transmitir mi apoyo a pesar de los años que hayan pasado de ese día, a pesar de que el dolor probablemente se haya disipado y solo queden retazos del trauma, a pesar de que una parte de mi esté herida por recibir la noticia después de tanto tiempo, aunque las señales nunca hayan estado ocultas—, sabes que no necesitas contarme nada si no quieres.

—Pero sí quiero —niega—, a mí tiempo. No quiero entorpecer más las cosas sabiendo que te estás esforzando por sacarnos de ésto. No quiero seguir preocupándote y dejándote únicamente como espectador sabiendo que quieres ayudarme a como de lugar.

Sonrío, por una parte triste, con rabia, y por otra parte agradecida, melancólica. Ahí está la pequeña Magda que tengo en mis recuerdos, la pequeña niña que sabía vendría a mi si tenía algo perturbando su mente. La callada, pero que era parlanchina cuando quería; la que de todos modos, es triste, ahora porque su vida no ha sido liviana y no solo porque era algo hereditario.

—Entonces está bien —Besando la coronilla de Magda, me inclino para tomar el resto de la ropa—. Ahora, hay que vestirte, porque no memoricé los pasos para nada... Sigue la enagua... Sí, esa.















Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro