ETAPA IV: Soy...

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Otra vez es ese momento.

En el que el cielo se cubre de tonos anaranjados y cálidos de la tarde, entremezclándose con las nubes y transformado los colores, dentro de poco se convertirá en un azul intenso que se oscurecerá hasta llegar al negro.

Pareciera como si el día cerrara los ojos y la noche los abriera. Es otro espacio, otra realidad, un mundo diferente del que existe cuando hay luz.

La transición que se origina con el crepúsculo es un espectáculo bello que logra tranquilizar mis emociones.

Escucho un grito provenir del callejón debajo de este edificio. Sin prisa alguna opto por ver de qué se trata.

Es un hombre, dos en realidad. Uno de ellos sentado contra la pared, apoyado en la superficie mugrienta que emana olor a orina de algún ebrio. El otro sostiene una pistola, la mano le tiembla, grita, le exige su cartera y otras pertenencias al tipo que solloza y asegura no tener nada.

Aun sin el arma, aquel asaltante impondría terror. Su cuerpo es grande, musculoso, lleno de tatuajes de seres cornudos; demoníacos. En cambio la víctima es menudo, frágil y cobarde. Las piernas flacas permanecen encogidas y sus anteojos están rotos.

Es normal que se sienta perdido. Incluso yo tengo resquemor de ese delincuente.

La veo a ella en su mirada, en el destello febril de sus ojos.

Se apaga cuando constata lo que el agobiado hombre le decía. Lo amenaza de nuevo con el arma, quiere asegurarse de que no llame a la policía.

A veces pasa, se arrepienten, yo sólo soy quien introduce la idea y les doy un empujoncito, al final de cuentas cada persona es responsable de sus propias decisiones.

Es ella la que habla, la escucho en mi cabeza. Los dos hombres siguen aquí, ambos se estremecen por la incertidumbre. ¿Quién eres?, le pregunto, ¿qué quieres?

No quiero nada, cumplo mi función simplemente. Igual que tú.

Me habla con la voz dulce,


melodiosa,


envolvente,

susurrante,


hechizante,

seductora,

vesánica.

Los hombres no notan nuestra presencia, los diálogos transcurren en nuestra mente.

¿Pero, quién eres? Inquiero. ¿Quién soy yo?

¿Yo? Eso es fácil, soy la demencia. En cuanto a ti, tú eres...

Un sonido estruendoso la interrumpe. Un grito desgarrador, es el de un animal herido; una súplica de piedad ignorada.

El suelo ribeteado de ese líquido de aroma metálico que tanto conozco, sangre, carmesí de los humanos.

El ladrón yace tirado en medio de la inmundicia. Muerto.

Y el otro hombre, aquella imagen deprimente lo ha matado. Ese que no parecía dañar ni a una mosca, ha sido capaz de asesinar otro ser humano. Llevado por el miedo o la locura.

Ella está ahí, en sus ojos desquiciados. Se va con él, sin darme a conocer lo que tanto deseo. Y con ellos termina el crepúsculo, recibiendo a la noche con aullidos de auxilio que fueron dejados a un lado y un alma menos en el mundo.

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