ETAPA V: Azul asfixia.

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Justo las cuatro de la mañana. Muy tarde para seguir fuera y demasiado temprano para levantarse.

Sólo deambulan los perros y gatos callejeros, llenos de sarna y garrapatas. Algunos vagabundos o ebrios duermen arropados por periódicos viejos. Por último huyen los amantes furtivos que salen de algún motel. Escapan de miradas inexistentes.

Disfruto de la paz que me brinda caminar por los callejones. La oscuridad se cierne y las sombras danzan juguetonas ante las luces de las farolas, me acompañan en mi recorrido.

Voy en busca de un nuevo celular, el que tenía se ha quedado sin batería, la persona de quien lo tomé no traía un cargador consigo. Nunca lo hacen. No es que me guste hurtar, es sólo que ellos no lo necesitarán más. ¿Para qué lo querrían los muertos?

Llevo tiempo sin ir a los contenedores de basura, se hallan cosas interesantes por ahí.

Qué sorpresa, es un cadáver. Una mujer retoza entre los restos de comida, papel higiénico y otros objetos que no logro identificar por la suciedad. Sus cabellos son finos y ondulados, enmarcan un rostro ovalado. Tiene ojos grandes, o quizá estén así por causa de una sorpresa desagradable, pues se encuentran inyectados en sangre. El rigor mortis condena a sus manos a permanecer en una posición suplicante, como queriendo agarrar algo. Sus rasgos son difíciles de identificar con su piel azulada, apenas distingo leves arrugas, parecen haber sido causadas por el rictus de terror y no por la edad, pues luce joven. ¿Qué le habrá pasado para quedar así? ¿La rociaron con pintura? ¿Y quién la trajo aquí?

Me distrae un destello en su pantalón; su celular suena por una llamada entrante. Cuando finaliza puedo ver que tiene cuatro perdidas además de ocho mensajes. Siento un placer morboso al revisar el contenido de esos aparatos. Mirar las fotografías e imaginar que forman parte de mi vida. Incluso entro en la agenda para programar reuniones, cumpleaños o cualquier evento, fingiendo una vida que no tengo. Luego sollozo entre la pena y la soledad.

Quiero saber quién soy, qué soy. Me duele no pertenecer, tanto que he llegado a simular las necesidades fisiológicas habituales en todo ser viviente. Convenciéndome de poseerlas cuando no es así. Hasta los animales las tienen. ¿Por qué yo no? ¿Qué clase de criatura soy? Los admiro y al mismo tiempo odio a los humanos. Tan débiles y frágiles, pero capaces de destruir y ser poderosos. Efímeros. Así como dan vida, también la quitan.

Duele mucho. Me oprime el pecho, lo que sea que tenga dentro, algo parecido a un corazón, comienza a latir con fuerza. La cabeza me pesa, me gobierna un mareo y furia indescriptibles, mis párpados caen.

No. Quiero. Esto.

Me. Lastima. Me. Hiere.

Despierto. El paisaje es ese que he visto tantas otras veces; cuerpos sin vida. Charcos de sangre, un olor nauseabundo que asciende a mi nariz y revuelve mi estómago. Mis manos están intactas y parece que únicamente yo no tengo daño alguno.

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