ETAPA VI: Creación de monstruos.

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Retumban las nubes, envueltas en su traje gris. Cómo me gusta ver llover. Pero hoy no, porque sé la razón. Es por y para mí; pues necesito bañarme, a pesar de que mi cuerpo luce limpio, yo no lo siento así.

Apresuro los pasos, mis zapatos chapotean, la llovizna se ha convertido en tormenta, o por lo menos así lo veo. Las personas corren a resguardarse, en fútiles intentos por no mojarse. No me ven, nunca pueden. Sólo lo hacen cuando eso sucede.

Odio que sea así.

Si no fuera por los vívidos recuerdos podría soportarlo, si tan sólo pudiera olvidar y permanecer en ignorancia sería tan feliz, pero no, al contrario, al despertar todo se presenta con claridad.

Llego a mi "hogar", las horas pasan y yo permanezco en silencio, escuchando las gotas golpetear las ventanas mientras me consume la agonía, un dolor indescriptible que lucho por contener. Al final, con el cuerpo todavía mojado, no sé si por la lluvia o sudor, decido encender una vela. La llama danza al vaivén del viento que se cuela por los resquicios de la habitación, me hipnotiza con su baile y me pierdo en mis pensamientos, cuando me doy cuenta estoy rememorando lo acontecido.

Estaba con el cadáver de esa mujer, la que hallé en el contenedor de basura, comencé a llenarme de miseria, ya no pude más y me perdí. "Desperté", si es que puede llamarse así, en un estado de somnolencia, veía todo como en un cristal borroso, había varias personas ahí, me miraban con terror; las caras desfiguradas de dolor y bañadas en lágrimas, como si lo que vieran fuera un monstruo. Y yo, no me sentía realmente yo, era diferente. Lo supe entonces, ya otras veces ocurrió, estar en otro ser, hombre o mujer no importa, siempre es en alguien que se ciega de rabia, de rencor, envidia o locura. Los veo, nos veo, cometer atrocidades, algunas indescriptibles, demasiado horribles; desmembramientos, asesinatos, canibalismo y... más. En esa ocasión me encontraba dentro de dos personas, por raro que eso fuera. Ninguno tenía un arma, aun así ellos temblaban, dos niños y una niña, sus hijos supongo. Los adultos gritaron, realizaron aspavientos con las manos, y cada uno de los pequeños parecía encogerse en su sitio, llegó el momento en que la atención de fijó en ellos.

Ya no, no quiero recordar, los gritos no me dejan. La sangre, el miedo, el crujir de los huesos y el llanto. Las súplicas rompen mi ser, deseo derramar lágrimas. Sus miradas, los ojos grandes y llorosos de los niños, los brutales de los adultos.

Inhalo con fuerza para salir del sopor, y observo mi reflejo por primera vez hoy. A diferencia de ellos yo tengo los ojos apagados. Aprieto los puños al tiempo que la luz de la vela parece menguar.

¿Sufres?

Escucho una voz. Sí, respondo sin pensarlo mucho.

¿Por qué?

Por existir, por la soledad, digo y logro reconocerla.

No deberías, tú eres tan vital como yo.

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