29.

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Echaría de menos el poder relajarse en el sofá con Simon. En ese momento, Kim y su hermano se encontraban tumbados en el mismo sofá —bastante apretados— mientras en la tele retransmitían un partido de fútbol américano.

—¡Mira, Simon! ¡Eso es lo que hizo Marc el otro día! —Kim señaló a un jugador placando a otro en el televisor.

El chico entrecerró sus ojos verdes y terminó por quitarse las gafas. Kim le había dicho que mirara la televisión tantas veces mientras intentaba dormirse, que comenzaba a confundir a los jugadores, los equipos y finalmente ya no tenía claro ni siquiera qué deporte estaban practicando.

—¿Vas a hablar con él? —Le preguntó a la chica, intentando que desviara la atención del partido.

Por suerte, logró su cometido y con un suspiro, Kim apagó la tele con el mando a distancia.

—Sí —murmuró mirando a Simon mientras se acomodaba en el sofá—. Quiero decir… le quiero, y ya sabía a qué me estaba enfrentando cuando quise preguntarle sobre el incendio. Ahora no puedo enfadarme simplemente porque él me ha contado la verdad.

—Ajá —farfulló Simon mientras sus ojos se cerraban.

Kim ahogó una exclamación y de inmediato le dio un golpe en la pierna con el dorso de su mano.

—¡Haz el favor de escucharme! Estoy intentando contarte esto porque confío en…

—Ya lo sé, perdona —interrumpió su hermano.

Simon resopló y (no sin esfuerzo) se sentó en el sofá. Tomándose su tiempo, volvió a ponerse las gafas y miró a Kim a los ojos, con expresión conciliadora.

—Lo único que estoy escuchando es que tú estás enamorada de él, pero después de lo que ocurrió en el incendio… Siento decirlo así, pero no confías realmente en Marc.

—¡Claro que confío en él! —Repuso Kim, aunque no estaba convencida del todo.

—¿Ves? —Simon la miró como si se tratara de algo obvio—. Y, la verdad, sin confianza no queda nada.

Durante unos minutos, ella le miró. Sabía que lo que Simon le estaba diciendo era lógico y no tardó mucho en salir a la luz una mueca de triunfo en Don Tengo-razón-y-te-aguantas.

Kim quiso admitirlo pero no sabía cómo hacerlo. No es que no se fiara de Marc, sino que aún albergaba miedo a sufrir. Las situaciones habían sucedido tan rápido que todo estaba confuso en ella, todo menos que quería estar con él costara lo que costase.

Tenía en mente esto cuando, de pronto, el teléfono comenzó a sonar junto a Simon.

—Sim, coge el teléfono —murmuró, pero pronto se dio cuenta de que era estúpido decirlo. Su hermano se había quedado dormido.

Torpemente se levantó del sofá y agarró el teléfono, convencida de que cualquiera habría colgado ya después de todo lo que había sonado ya.

—¿Diga? —Se aclaró la voz para que al menos no pareciera que se iba a la cama.

—Hola, soy el jefe de policía Tom Johnson. ¿Eres la hija de Lisa Mason, verdad?

—Sí, sí. ¿Ocurre algo?

La voz del policía se escuchaba entrecortada, como si estuviera llamando desde el medio de la calle con un montón de gente y gritos alrededor.

—Necesito que vengas  a la plaza de Minewolf acompañada de tu pad… de Daniel. Él es el propietario del vehículo afectado.

En un segundo supo que no ganaría nada haciendo preguntas, sino que simplemente perdería tiempo, así que colgó el teléfono inmediatamente y se dedico a zarandear a Simon.

Cuando su hermano se despertó, alterado por la forma en la que intentaba levantarlo, preguntó qué demonios estaba sucediendo para que se comportara de ese modo.

—Sim, ve arrancando algún coche, el que sea —salió corriendo por el final del pasillo, que dirigía al gran garaje de la casa—. ¡Voy a buscar a Dan!

—¡Pero si aún no tengo el carnet de conducir! —Intentó decir Simon, pero su voz se perdió y Kim la ignoró.

Apenas un par de minutos después, los tres se encontraban en el todo terreno de Dan. Habían dejado una nota en la cocina para que cuando Lisa volviera de Coolidge, supiera que debía llamarlos.

Con las manos temblando, Kim se temía lo peor. ¿Por qué tenía que pasarle todo a ellos? Especialmente cuando en muy pocos días ella volvería a Washington y no podría controlar nada desde allí.

Cuando llegaron a la plaza, al principio todo el barullo y la gente impedían que pudieran ver nada, pero enseguida, los policías acudieron hacia el gran coche.

—¡Dan! —Bramó Baslie Smith, uno de los policías jóvenes, al verlos.

Dan salió inmediatamente del coche y se dirigió a él.
Kim y Simon le siguieron y en ningún momento hizo falta que preguntaran qué estaba ocurriendo ya que, a unos metros de ellos, la que antes había sido la camioneta gris que Kim usaba despedía furiosamente un humo negruzco y maloliente.

Los ojos de la chica se agrandaron al ver la estampa y tuvo que ahogar un sollozo. ¡Mierda! Dan había sido muy amable al confiarle uno de sus coches para que pudiera moverse por allí, y ahora, esa confianza estaba echando humo como una chimenea frente a ella.

Oyeron una voz familiar y supieron que Rhiannon se estaba haciendo un hueco entre la multitud para llegar a ellos.

Uno de los policías la interceptó antes de que llegara y le cortó el paso, pero Simon le indicó que la dejara pasar y la llevó corriendo donde Kim.

Las dos jóvenes se abrazaron durante un momento y cuando Rhiannon se separó un poco para poder hablar, Kim la interrumpió.

—¿Cómo… cómo ha podido pasar? ¿Qué ha ocurrido?

Fue ahí cuando Rhiannon se percató de que Kim estaba tan nerviosa que no se había dado cuenta de qué era lo que todo el mundo estaba diciendo y lo que los policías repetían desde hacía diez minutos.

Sintiéndose mal por tener que ser ella quien lo dijera, miró hacia la derecha, donde se encontraban cuatro o cinco policías concentrados, y se alejó de Kim murmurando una disculpa.

Kim siguió la mirada de su amiga, algo confusa y entonces lo vio: pegado a la pared y con las manos esposadas a la espalda, Marc la miraba con ojos confusos y a la vez algo asustados.

Sin perder tiempo,  corrió hacia él a toda velocidad, pero sin previo aviso, Dan le cortó el paso. A su lado, el jefe de policía la miraba con gesto de gravedad.

—¿Qué está pasando? —Exigió saber Kim, histéricamente—. ¿Por qué está detenido?

El jefe Johnson se quedó mirándola fijamente y después habló con voz clara y tranquila, intentando que ella no se pusiera más nerviosa.

—Ha sido un incendio provocado. En caso de que la camioneta hubiera llegado a explotar, podría haber ocurrido una desgracia.

—Le estoy preguntando sobre él,  ¡sobre Marc! —Exclamó—. ¡No ha sido él!

Tras unos segundos mirándola, el policía no supo cómo decirlo.

—Sí, él ha sido el causante. Hay testigos que lo han visto, no es simplemente una suposición.

Las lágrimas comenzaron a caer de los ojos de Kim. ¿Testigos? ¿De veras lo había hecho? Sintió que su mundo se derrumbaba por momentos y, en un momento de desesperación, salió corriendo hacia Marc.

Apenas a unos metros de él, su cuerpo fue sujeto por otro de los policías.

—No puedes entrar, jovencita. Retrocede y vuelve con los…

—¡Tengo que hablar con él, maldita sea!

Extrañamente, con un empujón pudo deshacerse del agarre del hombre y rápidamente llegó hasta donde se encontraba Marc.
A su espalda pudo ver cómo todos los agentes de policía estaban en tensión, dudando si apartarla del chico o no hacerlo. A una señal del jefe de policía, todos se quedaron quietos, esperando que algo ocurriera.

—¿Qué está pasando, Marc? ¿Qué quiere decir que te han visto incendiando mi…? —La voz de la chica era ahogada, ni siquiera pudo terminar la frase.

El dolor se reflejó en los ojos azules de él.

—¡No he sido yo, joder! Te estaba buscando y… y de pronto ha empezado a arder y yo ya no sabía qué hacer…

Marc estaba confundido, realmente confundido y asustado a la vez. Sabía que en unos segundos estaba perdiendo toda la confianza de Kim, y el temor a que esta vez pudiera acabar en un reformatorio o en algún sitio peor, lo estaba volviendo loco.

—¿Me estabas buscando? —Preguntó ella, escépticamente.

El joven se quedó mirándola, perplejo por el tono que ella acababa de usar.

—¿Por qué demonios no me crees? ¿Qué está pasando?

—Eso es lo que yo me pregunto, no sé qué está pasando —suspiró y se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. ¿Qué quieres que piense? No eres un santo, Marc.

Él no terminaba de creerse lo que acababa de oír.

—Entonces deduzco que crees que yo he quemado tu camioneta. Pero, ¿por qué lo haría? Sabes que te quiero y no, no soy un santo, pero tú tampoco eres ningún ángel…

—¡Yo no soy la que quemó una librería y al parecer, también una camioneta! —Terminó gritando Kim.

Se arrepintió al instante de haber pronunciado esas palabras. Sabía que lo de la librería había sido culpa de Frank, y él acababa de decirle que lo que había pasado con el vehículo no había sido asunto suyo…

La expresión de Marc reveló dolor e incluso Kim pudo ver algo de repulsión en su mirada.

—No hay nada más qué decir —dijo el chico—. Vete.

Con pasos torpes, la joven se dio la vuelta y se dirigió a Dan, que seguía hablando con el jefe Johnson. Notaba sus piernas temblando y rogaba en silencio por poder dar marcha atrás en el tiempo y borrar lo que acababa de decirle a Marc. ¿Por qué demonios había tenido que decirle eso?

—Los dos testigos lo vieron merodear por la plaza y acercarse demasiado a la camioneta justo antes del incendio —le estaba explicando Tom Johnson a Dan, cuando Kim llegó a su lado—. Y, esta información  no debería dártela, Dan, pero somos amigos y el chico Tyler te ha metido en un buen lío. Esto era algo que llevaba planeando un buen tiempo e incluso una de las chicas que le ha visto quemando tu camioneta, Suzanne Harold, ha comentado lo raro que estaba últimamente.

Dan no terminaba de dar crédito a lo que estaba oyendo de labios de su amigo.

—¿Qué ha dicho él? ¿Ha reaccionado como cuando quemó la librería?

—No, extrañamente esta vez está mucho más nervioso y lo ha negado mil veces. El chaval parece desesperado, incluso ha intentado echarle la culpa a mi hija, Kelsey. Ella intentó convencerle de que no hiciera nada, pero al parecer, desde que murió su padre,  no ha podido recuperarse.

En cuanto oyó el nombre de Kelsey en la conversación, Kim sintió que se mareaba y algo parecido a un acceso de náuseas llegó hasta ella. ¿Kelsey era la hija del jefe de policía?

Con los ojos desorbitados miró hacia donde, con dificultad, dos policías intentaban meter a Marc en uno de sus coches oficiales.

De pronto sintió ganas de gritar, de abalanzarse sobre ellos y suplicarles que lo soltaran. Y acto seguido gritar que todo había sido parte de una conspiración de Kelsey en la que, realmente, no le extrañaría nada que también hubieran participado Suzanne y Frank.

Es más, estaba casi segura de eso.

Pero en vez de ponerse aún más histérica y comenzar a hacer lo que tenía en mente, Kim se acercó sigilosamente a Simon y Rhiannon y los llevó aparte, donde nadie pudiera oír su conversación.

Rezando por que pudieran hacer algo para salvar a Marc y esperanzada por que éste pudiera llegar a perdonarla o al menos no odiarla, Kim se humedeció los labios y procedió a explicarles a ambos la situación.
Esa era la única oportunidad que tendrían para salvar a Marc.

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