3° Comienzo de la Misión

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Tras recoger las cosas de su habitación y arreglar su montura, Percival bajo a la cocina por su bolso donde empaco comida seca y un par de frutas para aquel viaje, aparte de un par de pergaminos con escritos y sellos que, por órdenes directas, ella no podía tan siquiera observar que Merlina le había entregado para Galahad y un par de libros antiguos llenos de polvo y algo rotos dados por su rey, quien aún no se dignaba a decir que quería que ella hiciera allá, nuevamente para el otro caballero, al parecer los necesitaría para descifrar algo en aquel lugar. Restándole importancia la felina fue a los establos y subió a su montura.

Tal como había dicho la tarde anterior, apenas notó la salida del sol, y sin dar chance de dudar, comenzó su marcha a las tierras lejanas donde se requería su presencia, aunque el rey de conducta extraña no hubiera dicho más acerca de su misión debía obedecer aun cuando no entendiera. Todos los guardias en sus puestos entendían a la perfección que sería larga su partida, el ir a lomos de aquella yegua de piel oscura cual carbón y melena color naranja con las puntas más rojizas era la prueba de su largo camino, firmes a la partida de uno de sus jefes dudaban si debían preguntar o actuar.

Por su trote rápido los cascos de ceniza, nombre puesto a la yegua, levantaban el polvo de los caminos de tierra y se hacían escuchar con firmeza a metros de distancia, los senderos ya vacíos le daban libertad a su veloz carrera. Percival veía con cierta satisfacción la ruta libre de personas, los lugareños la conocían y le daban espacio para su lucha, respeto ante su persona generaba ese simple pero agradable apoyo, algunos incluso alzaban la mano en un gentil saludo. Desde la desaparición del antiguo rey los caballeros de la mesa redonda volvían a su antigua gloria, después de temerles por años ahora los pobladores se sentían seguros con su presencia. Oculta tras su casco Percival sonreía con cierta paz ante sus recuerdos, aquella gente volvía a ser su compañía y familia. Todo volvía a ser como ella recordaba, todo tranquilo y seguro, ya no tenía miedo de actuar. Con esa imagen en su mente se perdió tras los muros desgastados en busca de seguir su misión.

Ese pueblo casi olvidado estaba rodeado de desiertos nuevos y bosques densos, ambos eran un peligro para toda vida, y aunque se podía llegar por dos caminos, Percival tendría que usar el largo por su bien, le tocaba correr tan rápido como pudiera, esas tierras eran lejanas al castillo y tardaría en llegar, aun Ceniza con su trote de carrera, que podría ser la más veloz del todos los caballos del castillos, podría demorar un par de días para llegar por la ruta más segura, por la otra llegaría al anochecer pero sin yegua o vida. Sus órdenes eran claras, llegar cuanto antes pero ilesa para poder luchar.

Se sabía que ese era un lugar pacifico lleno de animales peligrosos, pero que no se acercaban a los lugareños, sus tierras eran secas y ya nada se podía plantar allí, su principal alimento era la carne que cazaban y las bayas dudosas que crecían en el bosque, aunque era un lugar difícil para vivir no habían peligros o enemigos que requirieran caballeros, no habían otros pueblos cercanos como para tratarse de una riña, simplemente no había razones para su estadía allí. Todo era confuso, no comprendía por que iba, pero ella no podía cuestionar, debía proteger a esa gente de... algo, y eso haría.
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Galahad desde días antes había estado patrullando en aquel pueblo oculto, tras hablar con el rey habían llegado a un acuerdo y vigilar aquella zona fue su parte, aunque aún no entendía la razón de estar en ese lugar, sentía que debía ser allí, pero aun no conocía porque... poco se sabía de esas tierras aparte de ser pequeña y de escasos recursos, los días pasaban más rápido entre los trabajosos oficios y eran pocos los logros de esa región, nada en especial o valioso se formaba allí. El caballero de plata veía todo desde la copa de uno de los árboles, un pino de hojas grises tan alto como una torre y firme cual muro, ubicado en el centro del pueblo con una perfecta vista de las cabañas de madera oscura decoradas con esmero, era el árbol más antiguo y querido, los senderos de tierra y piedra improvisados junto a los que caminaban en ellos, las carretas casi rotas siendo arrastradas y puestos improvisados de venta a ambos lados del camino.

Aun cuando la gente disimulaba su curiosidad solían alzar la mirada por algunos segundos para observar al raro caballero que los vigilaba y nunca convivía con ellos, desde su llegada Galahad solo anuncio al líder de su estadía y se dispuso a proteger desde las sombras de aquel árbol, no compraba nada ni hablaba con los del pueblo, nadie sabía nada de él o la razón de su llegada, era como si de una sombra de plata se tratara. Ya los lugareños lo admiraban por su técnica con la espada y temían que fuera una trampa, tenerlo de enemigo no podía ser nada bueno. Por su lado, a Galahad eso poco le importaba, se sentía bien ayudándolos aunque estos no lo notaran y con eso le bastaba.

El cielo apenas iluminado daba la alerta a una nueva jornada laboral, Galahad veía a esa gente apresurarse en montar sus negocios con mercancía algo abollada y vieja o ir al bosque con sus armas en alto y cestas para las presas y verduras que encontraran, ese pueblo se solía guiar por el sol, apenas este se ocultara podrían volver a sus casas y al sol salir debían comenzar a trabajar. Aquella gente no tenía descanso si es que querían sobrevivir a tan "dura" época, el invierno caerían en pocos meses, hasta los niños trabajaban en labores menores pero cansonas para su edad. Era algo curioso de ver, aun en esas condiciones siempre jugaban y reían.

Se sentó en una de las ramas del árbol y contemplo en el cielo como las nubes buscaban ocultarle al sol lo que pasaría y su color oscuro revelaba su pesar que pronto caería en aquel pueblo, los días solían ser oscuros mientras la lluvia amenazaba en caer pero nunca lo hacía, volviendo a ese un lugar gélido pero seco, no era algo muy agradable a largo plazo o de no tener abrigo. Aunque los pobladores ya estaban acostumbrados a ese clima e incluso les había llegado a gustar, desde la antigua guerra estaba así y sabían que no lo podían remediar. Luchaban constantemente contra eso.

A sus pies oyó un fuerte estruendo, el quebrar de vidrios único a más de un grito con espanto, quizá era solo una exclamación de horror junto al crujido de ramas, los pasos de una multitud rodeando el árbol y los murmullos confusos, al bajar la mirada observo como todos retrocedían de los pedazos de una carreta destrozada contra el tronco del árbol, aparte de jarrones que rodaban y estallaban sin razón, como si mucho peso cayera repentinamente contra ellos. Más de un niño se escondía tras las faldas de sus madres.

Galahad, curioso ante lo sucedido, se impulsó bajando de un salto de aquel árbol y cayendo de pie junto a unos trozos de madera oscura, como si estuviese seca y descuidada por años, los pedazos de vidrio y cerámica estaban regados por todo clavándose en la tierra y partes del tronco, al igual que la tierra húmeda en un barro rojizo, alguien había sido herido. Los pobladores retrocedían lentamente dudosos de los pocos jarrones ilesos, aunque algo más los asustaba y provocaba su huida cosa que Galahad no lograba encontrar.

Tras rendirse en entenderlos alzo sus manos concentrando energía en ellas, los trozos de madera se elevaban rodeados de una energía turquesa y se apilaban cuidadosamente en donde no estorbaran, algo lejanos del árbol en un punto seco, igualmente los trozos de cristal y cerámica eran rodeados de aquella energía llevándolos dentro de un jarrón casi ileso, el caballero no deseaba que ninguno se lastimara al recoger tal desastre. Aun con su gran ayuda los pobladores no desearon quedarse con él y solo huían a sus hogares y trabajos, aparentar normalidad sin desear volver a verlo.

Aunque claro, el erizo nunca lo vio y la acción de los pobladores lo dejo confuso y con una enorme duda, pero a su espalda una sombra, la suya, se extendía contra el tronco mostrándose imponente, sonreía divertida dando una amenaza con solo mostrar filosa espada a todo el que estuviese cerca, incluso había roto jarrones en busca de causar daño, su forma exagerada le hacía ver mucho más grande que el erizo, sus brazos esqueléticos y sonrisa colmilluda con unos ojos llenos de rencor, una sonrisa y ojos mucho más oscura que toda la sombra.

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