7- La venganza de Shylock.

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  "Dux: Lo deploro por ti; pero has sido llamado para responder a un enemigo de piedra, a un miserable inhumano, incapaz de piedra, cuyo corazón vacío está seco de la más pequeña falta de clemencia".

El mercader de Venecia, William Shakespeare.    

  Shylock iba de un extremo al otro de la mísera sala, arrastrando su bastón de madera. En el proceso irritaba a Domenico, el nuevo sirviente, puesto que el suelo rechinaba a su paso. Le recordaba el sonido que hacían los cuervos, al apretar algo duro con los picos.

ᅳ¡Esta situación es insostenible! ᅳgritaba, al llegar a cada esquinaᅳ. ¡Cómo odio a Antonio el mercader!

  Domenico lo miró con asco, sin que él lo advirtiera. Los pelos largos, grasientos, al punto de que la mugre casi tapaba las canas. La nariz ganchuda, que parecía olisquear las intenciones de las personas que se le acercaban. No le extrañaba que la servidumbre lo hubiera abandonado y dejado a su merced. Nadie lo quería. Todos sabían que el Dux[*] de Venecia se había ablandado gracias a Antonio. Había intercedido a favor de Shylock cuando a éste la situación se le había dado vuelta, ya que el magistrado había decretado que todas las riquezas del judío debían dividirse entre el propio Antonio y el tesoro público.

ᅳ¡Piensa, piensa! ᅳse decía Shylock, casi a los gritos, sin dejar de pasear por la estanciaᅳ. ¿Cómo es posible que habiendo sido tan rico deba conformarme ahora con esta miseria?

  Domenico pensó que su jefe vivía en la miseria debido a su tacañería ya que, una vez terminado el juicio, había vuelto a dedicarse a sus actividades de prestamista. De esa manera, se había hecho con los bienes de los desgraciados que no podían pagarle, condenándolos a vivir de limosnas en la calle.

ᅳ¡Cómo odio a Antonio! ᅳvolvió a gritar.

  Olvidaba el comportamiento generoso que había tenido con Shylock, cuando fue él mismo el que se colocó en la desgracia. Es más, lo único que le dolía era que su antiguo patrimonio estuviese en otras manos, no le molestaba su conversión obligada al cristianismo. A él le daba igual ser judío o cristiano: si podía seguir prestando ducados a escondidas, perfecto.

ᅳ¡Si hasta por culpa de Antonio mi hija se ha distanciado! ᅳvoceó, sin reparar en la sonrisa irónica de Domenico.

   El sirviente creía que la falta de contacto era consecuencia de que la había tratado siempre como un objeto. Como una pieza más para comerciar o utilizar de modo conveniente. En los meses que llevaba a su servicio se había dado cuenta de que los rumores eran ciertos: no sentía amor por nadie, sólo por el oro, los bienes y los ducados. También por la plata, pero menos.

  Decían que el día del juicio de Shylock contra Antonio le espetó a éste en la cara, amenazándolo delante de todos:

ᅳMe has llamado perro cuando no tenías razón ninguna para hacerlo; pero puesto que soy un perro, ten cuidado con mis dientes.

  Gracias a Porcia, que se había hecho pasar por letrado, era que Antonio vivía y el prestamista había sido castigado. En el momento en el que Shylock estiraba su cuchilla para hacerse con una libra de la carne de Antonio, la muchacha le recordó que el pagaré no le concedía ni una gota de su sangre. Además, le dijo que era un extranjero que buscaba atentar contra la vida de un ciudadano veneciano, por lo que la vida y los bienes de Shylock dependían de la bondad del Dux de Venecia.

ᅳ¡Maldita la sangre de Antonio! ᅳexclamó, Domenico estaba harto de escuchar todos los días lo mismo; sin embargo, esa jornada hubo una variante, ya que Shylock continuó diciendoᅳ: Si la sangre de ese desgraciado de Antonio no es mía, entonces tampoco será de él.

  Recién comprendió qué tramaba su jefe cuando le ordenó que fuese hasta el palazzo de Francesco Loredan. Conocía la crueldad de Shylock, pero jamás pensó que pudiese llegar hasta ese extremo.

ᅳId rápido a pedirle a Loredan una audiencia dentro de dos horas ᅳle indicó, frío como un témpano, mientras al criado le corría por el cuerpo un escalofríoᅳ. Me debe un favor, no se negará. Tampoco temas porque vas de parte mía.

  Precisamente eso era lo que más temía, ir de parte suya. ¿Acaso Francesco Loredan no lo odiaba como el resto de venecianos?, ¿era posible que alguien le tuviera simpatía? Él no tenía alternativa, su mujer y sus ocho hijos vivían de su trabajo. Debía confiar en el criterio de su jefe y, por las dudas, rezarle a Dios durante el trayecto para salir de ésta con vida.

  El palazzo de Francesco Loredan se encontraba del otro lado del Puente de la Moneda. Para llegar hasta allí debía ir fuertemente armado puesto que detrás de cada callejón, construcción o callecita estrecha, podía haber agazapado un ladrón. En Venecia los delincuentes abundaban y no tenían reparos en matar a la víctima después de desplumarla, tirándola al Gran Canal. Todos los días aparecían varios cadáveres. Además, las personas se esfumaban y nunca se volvía a saber de ellas, sus cuerpos alimentaban el Mar Adriático.

  Rápido como una flecha llegó al palazzo. Golpeó dos veces con la aldaba de bronce y esperó. Escuchó pasos que se acercaban y sintió un estremecimiento. La puerta se abrió lentamente, haciendo un ruido que parecían gritos humanos.

ᅳDisculpad que os moleste ᅳmanifestó, disparando las palabrasᅳ. El judío Shylock me ha enviado para pediros una audiencia lo más rápido que pueda.

  Loredan lo observaba con parsimonia, como si pudiera contemplar sus pensamientos dentro del cerebro. Tenía el pelo y los ojos negros brillantes. Era un hombre muy guapo, que debía de rondar la treintena.

ᅳTranquilizaos, buen hombre ᅳlo calmó, haciendo al mismo tiempo un gesto con la manoᅳ. Decidle a vuestro jefe que venga enseguida. Solo.

  La felicidad embargó a Domenico al escuchar que no era necesario su regreso. Corrió, amparado por las sombras, hasta la casa de su jefe, como si los pies tuvieran alas. Allí, le repitió las palabras de Loredan.

ᅳId a vuestro hogar, entonces ᅳexpresó, haciendo una mueca de disgustoᅳ. Pero mañana aquí a las cinco en punto, yo no estoy para regalaros horas de trabajo.

  Teniendo presente que ya era de madrugada Domenico se preguntó dónde estaba el regalo. Pero no perdió tiempo en protestar y se alejó como si el mismo Demonio lo persiguiera.

  Shylock cerró la puerta y se puso en movimiento. Le costó bastante llegar hasta el palazzo de Loredan. En parte porque debía arrastrar el bastón y, también, porque tenía que hacerlo a escondidas. Se suponía que a esas horas no podía estar en la calle y menos en la zona de la gente de bien.

  Cuando iba a golpear la puerta, ésta se abrió de par en par.

ᅳBienvenido a mi hogar, Shylock ᅳexpresó Francesco, dándole al otro hombre la manoᅳ. Imagino que venís a cobraros el favor que os debo.

ᅳEn realidad vengo yo a haceros otro favor a vos ᅳexpresó el prestamista, entrando.

  Tan enfrascado estaba en su misión que no reparó en el lujoso mobiliario, ni en los frescos, ni en la belleza de la sala.

ᅳ¿Sí? ᅳse asombróᅳ. ¿Cómo es eso posible?

ᅳ¿Conocéis a Antonio, el mercader de Venecia? ᅳle preguntó Shylock rápidamente, sin entrar en preámbulos.

ᅳ¡Ah! ᅳexclamó Loredan, frunciendo el entrecejoᅳ. No me digáis más, ya sé qué queréis de mí.

ᅳ¿Y me lo vais a conceder? ᅳlo interrogó con una sonrisa siniestra, parecía una rata sonriendo.

ᅳSí, pero con una condición ᅳle comunicó Loredan, sentándose en el sofá e invitando al prestamista para que hiciera lo mismo.

ᅳ¿Condición? ᅳse molestó el otro hombreᅳ. ¿Qué condición?

ᅳQue me permitáis someteros otra vez a juicio por lo mismo ᅳexpresó Loredan muy tranquiloᅳ. Sabéis que soy muy justo. Para concederos un pedido de tal magnitud es menester que os sometáis a mi fallo.

ᅳDe acuerdo ᅳaceptó, resignadoᅳ. ¿Y cuándo será tal acontecimiento?

ᅳYa mismo ᅳle indicó Francesco, para alegría de Shylock, que temía que fuera necesario que pasaran varios díasᅳ. Sólo debéis decir: "sí, lo juro". Y empezamos sin más dilación.

ᅳSí, lo juro ᅳexpresó Shylock, sin reflexionar.

ᅳMuy bien, empiezo, entonces. Gracias a Antonio estáis con vida y continuáis con vuestra ocupación. Vos reclamabais la pena que se había estipulado en el contrato, es decir, una libra de carne de Antonio de la parte cercana al corazón. Poco os importó que todos los barcos del mercader hubieran naufragado o que Bassanio os ofreciera tres veces la suma prestada. ¿Todo esto es cierto?

ᅳSí, ¿cuándo podéis ir por la sangre del verdadero culpable?

ᅳYa mismo ᅳdijo Francesco Loredan, cogiendo el cuello de Shilock con las manos, mientras dejaba expuesto sus colmillosᅳ. Creo que el Dux fue demasiado benévolo con vos.


[*] Magistrado supremo y máximo dirigente de la República de Venecia en esa época.



Shylock comparte con Francesco sus planes, sin saber que él también tenía los suyos...

https://youtu.be/0pdPQZEGQFw


NOTA.

  El artículo de El País  que os cuelgo en el vínculo externo no tiene desperdicio: en el año 2009 siete abogados de renombre se reunieron en Nueva York para reconsiderar el juicio a Shylock.

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