8- Los vampiros de la tabla redonda.

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"Lear: ¡Aullad, aullad, aullad! Ah, sois hombres de piedra; si yo tuviera vuestras lenguas y ojos, los usaría de tal modo que la bóveda del cielo se quebraría: se ha ido para siempre. Sé cuándo uno está muerto y cuando vive; ella está tan muerta como la tierra. Dejadme un espejo, si su aliento empaña o mancha el cristal, ah, entonces vive".

El rey Lear, Acto V, Escena III, William Shakespeare [*].

  El final de Camelot se percibe en el horizonte. ¿Qué le puede quedar? Minutos, no más. Miles de monstruos con colmillos acechan detrás de las murallas, incluida su amada Ginebra. Merlín y él son los únicos que resisten, los demás han sido transformados. ¿Qué sentirá cuando lo vacíen de la sangre, como si fuese una vasija, y lo conviertan en uno de ellos?

  Arturo recuerda los momentos en los que, junto con sus caballeros de corazón puro, se sentaba alrededor de la mesa redonda. Allí, todos eran iguales mientras analizaban la situación del reino. ¿Por qué había permitido que los celos y el veneno de Mordred corrompieran la paz de años?

ᅳNo penséis en ello, Majestad ᅳle advierte el mago Merlínᅳ. Necesitáis toda vuestra fuerza y los recuerdos os hacen más débil.

  Rápido como la luz, por su cabeza pasan las imágenes de la fuga de la reina Ginebra con Sir Lancelot, cómo los persiguió implacable más allá de los mares, dejando Camelot a cargo de su hijo, el traidor Mordred; cómo los atrapó y los condenó a la muerte en la hoguera.

ᅳEs necesario, mi amado Merlín ᅳle responde cariñosamenteᅳ. Debo expiar mis culpas.

  Recién se compadeció cuando, el día antes del cumplimiento de la sentencia, le vinieron con la noticia de que su esposa yacía moribunda sobre la cama, en tanto Sir Lancelot agonizaba en las mazmorras del castillo. Tan desesperado estaba que, olvidando que él la quería muerta al día siguiente, le ordenó a Sir Galahad que fuera hasta la isla de Ávalon y trajera a Morgana. La bruja era la madre de Mordred. ¿Por qué se le habría ocurrido tal desatino?, ¿por qué habría conducido hacia sí la destrucción, ignorando el odio que ella sentía hacia Ginebra?

ᅳ¡No ha sido culpa vuestra, Majestad! ᅳexclama Merlín, leyéndole los pensamientosᅳ. La destrucción ya se había ensañado con Camelot y esperaba dentro.

ᅳSí, querido amigo, eso es cierto ᅳle dice el rey, dándole una palmada en la espaldaᅳ. Pero yo, por ignorancia, permití que se expandiera.

  Morgana vino de Ávalon enseguida. Se acababa la prohibición de acercarse que habían decretado sobre ella y deseaba ver con los propios ojos la tragedia. Sin embargo, Sir Galahad no era el mismo de siempre.

ᅳFiebres del lago ᅳle comunicó la brujaᅳ. Sólo es menester que tenga descanso.

  Pero veinticuatro horas después no podía levantarse del lecho y se encontraba igual que los dos condenados. Dos días más tarde se le unían en la agonía Sir Perceval, Sir Bors de Ganis, Sir Bedevere, Sir Tristán y el resto de caballeros de la tabla redonda.

ᅳ¿Qué está pasando? ᅳse preguntó, atónito y en voz alta, yendo de una cama a la otra y observándolos, sin comprender que el final de Camelot estaba más cerca aún.

  Alguna vez habían tenido que cerrar las murallas para protegerse de la peste, que se cebaba con otras zonas, pero nada similar a esto.

ᅳLa reina Ginebra ha muerto ᅳle comunicó su dama de compañía, luego.

  En tanto se dirigía a sus habitaciones, Arturo se arrepentía del sufrimiento que le había acarreado a la pobre muchacha, como consecuencia de sus celos. Al fin y al cabo, la culpa era suya: había enviado al hermoso Sir Lancelot a Cameliard, el reino del rey Leodegrance, el padre de ella, para que la trajera y celebraran el enlace, en lugar de ir personalmente. A sabiendas de que todas las féminas de la corte se enamoraban al momento de los ojos azules y el pelo azabache del caballero, de su gran porte y de su cuerpo elegante. ¿Cómo pudo ser tan descuidado?

  Al llegar a las estancias de la reina y verla así, tan pálida y exangüe sobre el lecho, lo inundó el amor por todos los poros. Pero ya no había remedio: le colocó un espejo sobre la boca y no se empañaba. La muerte se había llevado a su adorada esposa.

  Morgana sugirió que le dieran un entierro digno de un rey. Sentía tanto dolor que no advirtió la maldad. Por tal motivo, llevaron el cadáver de Ginebra y lo depositaron sobre una barca, a fin de dejarla en Ávalon. La Dama del Lago iba a ayudarlos en esta última ceremonia pero, en un descuido de todos, alguien sustrajo el cuerpo de Ginebra y no se supo más de él. Poco después, también desapareció el de Sir Lancelot. Más tarde los del resto de caballeros.

  Ahora sabe dónde están: han regresado convertidos en vampiros, reclamando Camelot. Escucha las risas de Morgana desde el otro lado. Mordred también es uno de ellos y el responsable de haberles inoculado la maldad. Ni siquiera ha podido devolverle Excalibur a la Dama del Lago, antes de que su amado reino sucumba. La magia de Merlín no resulta suficiente para acabar con esta lacra, está muy debilitado después de días de asedio. Y ahora falta muy poco. Pronto será uno de ellos.

  Arturo escucha cómo cruje la puerta principal. Los vampiros han conseguido saltar sobre la fosa con cocodrilos. De repente, la madera estalla por los aires.

ᅳ¡Iros, Merlín, rápido! Encontrad una salida para esta enfermedad que nos arrasa ᅳle solicita, angustiado.

ᅳ¡No me pidáis eso! ᅳgrita el mago, compungido y un tanto asustado, nunca sus ojos han contemplado algo asíᅳ. ¡No duraréis ni un segundo si os abandono! ¡Os convertirán en uno de ellos, un asesino de criaturas, un chupasangre!

ᅳ¡Es una orden! ᅳinsiste el reyᅳ. ¡Os ordeno que os vayáis y penséis en una manera de ponerle fin a estas alimañas!

  Merlín se ve obligado a obedecer una orden directa. Así que se esfuma, en medio de una nube de gases con olor a azufre.

ᅳOs han dejado solo ᅳse ríe Ginebra, acercándoseᅳ. No es de extrañar, señor, usted tiene por costumbre quemar a vuestros súbditos.

ᅳY yo os agradezco que me hayáis cuidado tan bien a Excalibur ᅳexpresa Sir Lancelot, arrebatándole la espada y, alzándola lo máximo que le permite el brazo, diceᅳ: Saludad al nuevo rey de Camelot, yo mismo.

  Los vampiros aplauden, chillan y gritan con alegría, incluso Mordred, que está entre ellos.

ᅳArturo, vos vais a ocupar mis mazmorras mientras viváis. No cometeremos el error de haceros más fuerte, convirtiéndoos en vampiro, sería un privilegio que no merecéis.

  Hace una pausa porque todos comienzan a aplaudir, una vez más.

ᅳÉsta es mi mujer y nueva reina, Ginebra, que ocupa un lugar en la tabla a partir de ahora ᅳexpresa Lancelot, señalándolaᅳ. Y ahí tenéis a todos mis caballeros de la mesa redonda. Aunque las costumbres han variado, ¿verdad, Ginebra, amor mío? Sir Galahad, por favor, sujetadlo. No creo que esté preparado para la celebración que viene a continuación.

  El vampiro lo obedece y coge a Arturo por el brazo. Tiene tanta fuerza que impide cualquier movimiento.

  Todos los hombres están allí, dentro del castillo. La reina es la única mujer. Las demás esperan fuera, con los plebeyos, ocupadas en otra celebración, más tarde se les unirán. Se escuchan sus gritos y suspiros, carcajadas, gemidos. Ginebra camina hasta quedar a tres metros de su antiguo marido. Muy lentamente, comienza a desabrochar los lazos del vestido color rojo intenso y lo deja caer sobre el suelo. Se quita la camisa y queda desnuda. Bella como nunca. La piel pálida resplandece, sus formas son más gráciles, el pelo rubio más brillante, las aureola de los pechos más rosadas. Siempre ha sido la mujer más admirada del reino pero ahora se asemeja a una diosa mientras sonríe, con un toque de ingenuidad.

  Sir Tristan coloca varios almohadones en tono carmesí sobre el suelo. Ella ese acuesta, con las extremidades abiertas, esperando a que Sir Lancelot se desabroche el pantalón. Los demás aplauden, felices, por haberse desembarazado de las antiguas restricciones. Los ojos brillan codiciosos, admirando la silueta de la muchacha.

ᅳ¡No! ᅳgrita Arturo, pero lo ignoran.

  El resto de vampiros, su antigua corte, sonríe mostrando los largos colmillos, cuando el nuevo rey se lanza sobre el cuerpo de la reina y la posee a la vista de todos. Observan sus embestidas, huelen el aroma a sexo y perfume, incluso los que están más cerca estiran la mano y cogen entre ellas algún rizo rubio.

ᅳLas costumbres han cambiado ᅳse burla Sir Tristán en el oído, mientras le cede su lugar a Sir Galahad y se dirige hacia Ginebra.

  Tristán se desprende de la ropa, impaciente. Su miembro luce erecto. Estaba harto, igual que los demás, de ese amor a distancia. De juglares y trovadores cantando loas a una Ginebra que no podían acariciar: ahora está al alcance de los caballeros de la tabla redonda. La reina lo invita, llamándolo con la mano. Primero le acaricia el pelo castaño y a continuación lo guía dentro. Sobre él, comienza a moverse de nuevo, gimiendo de placer.

ᅳCreo que Arturo ya ha visto demasiado de nuestra fiesta ᅳmanifiesta el nuevo rey y luego le ordena a Sir Bedevereᅳ: Llevadlo a las mazmorras, así los demás caballeros de la tabla redonda ocupan su turno dentro de Ginebra. No soy un esposo celoso, como vos, gozo mientras ella gime con mis compañeros de armas.

ᅳSí, es mejor que mi padre se vaya ᅳgrita Mordred, desabotonándose la ropa, impaciente; sonríe con cinismo, dejando visible los colmillosᅳ. No creo que os guste contemplar cómo cometo incesto con la que fue vuestra esposa.

  Y se llevan a Arturo que, aunque no lo han despojado de la sangre, parece un muerto en vida.


[*] RBA Coleccionables, Barcelona, 1994, página 244.



Ginebra ahí, siempre inalcanzable para los Caballeros de la Tabla Redonda... Hasta ahora...


https://youtu.be/s_H-brUgeLk

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