Capítulo 10

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Antes de empezar, gracias por el apoyo y paciencia. ¡Sois las mejores!

Ahora si... ¡Ha llegado el momento!

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Capítulo 10

Débora

Me encanta esa sensación cálida tras una noche de sueño profundo. Esa que llega de la mano de un tímido hormigueo que te recorre de la cabeza a los pies como un tsunami: primero lentamente, como cuando se retira la marea, para después hacerlo con rapidez, ahogándote sin piedad.

La que te obliga, inconscientemente, a estirarte. A levantar los brazos con pereza y tensar tu cuerpo unos segundos, antes de volver a relajarte sobre el colchón. Seguidamente llega una dura decisión: quedarte unos minutos más disfrutando de esa paz o salir de la comodidad y protección de las suaves sabanas... Muchas veces la tentación de quedarse es tan abrumadora que no sucumbir a ella es prácticamente imposible.

Hacía mucho tiempo que no me despertaba arropada por esa sensación. Hacía semanas que no me veía tentada a quedarme tirada en la cama un ratito más. Ya me había hecho a la idea de que no iba a volver a sentirla. Al menos no dentro de poco. Así pues, no se sorprendió despertarme con el corazón acelerado y la respiración agitada.

Las pesadillas eran unas amantes nocturnas crueles. Indeseadas, pero al mismo tiempo, inevitables. Lo único bueno era, no tener que decidir si quedarme o no. Nada más despertar la necesidad de salir y distraerme era mayor.

Como cada mañana, amanecí en la habitación sin rastro de Amoos. Y a pesar de que mi mente sabía que no estaba, mi mano se estiraba de forma automática en su búsqueda. Pero nunca lo rozaban. Mis dedos solo recibían como saludo la fría tela del colchón. Ni siquiera torcí el gesto en una mueca triste, tan solo aparte las sábanas y bajé de la cama. Como un robot inicie mi rutina de cada día:

Recoger mi pelo en un moño rápido, en un intento de ocultar que llevo días sin lavármelo. Mirar mis ojeras en el espejo para seguidamente suspirar resignada. Lavarme la cara, con agua helada, y maldecir lo fría que esta. Beber un sorbo de ella... Bajar las escaleras arrastrando los pies con cada paso. Mirar los pasillos vacíos y envidiar a todos los que siguen durmiendo. Saludar con un movimiento de cabeza a los pocos guardias que rondan la casa. Seguir bajando más escalones... Llegar a las puertas del comedor. Apoyar la cabeza en ellas. Cerrar los ojos. Respirar profundamente. Mentalizarme para otro desayuno acompañada por la soledad y silencio. Entrar. Ver a Amoos. Sentarme. Mirar el plató de comida con desgana. Dar un sorbo al café. Ver a Amoos...

Casi me olvido de como respirar.

Como cervatillo deslumbrado por los faros de un coche, levantó la mirada rápidamente. Todas las alarmas de mi cabeza estallan al ver que es cierto. Que está allí, apoyado junto a la ventana. Con el sol a sus espaldas, marcando su silueta llena de elegancia. Oscureciendo sus rasgos. Haciéndolo más irresistible que nunca. Qué imagen más dolorosa...

Poco a poco mi mente procesa la información, y al darme cuenta, el trago que le había dado al amargo café se me atraganta.

'Mierda' pienso, mientras toso como una loca.

'Mierda' repito, tosiendo sin parar.

La necesidad de esconderme bajo la mesa se hace cada vez más, y más, grande al verlo tensar su mandíbula para ocultar una sonrisa. Esa sonrisa... Dios... ¡Cómo la echaba de menos! Pero solo se queda en eso. En un amago. En un intento. Congelada en la comisura de sus labios. Dejándome deseosa de verla de nuevo. Torturándome con su recuerdo.

'Mierda'.

Mientras intento evitar sacar los pulmones por la boca, lo veo acercarse. Su andar sigue siendo el mismo de siempre. Ágil y lleno de orgullo. Un caminar de alguien que sabe que tiene poder... Pero algo no encaja. Mi ceño se fruñe al darme cuenta de un pequeño detalle. La inclinación de su cabeza. Inusualmente cabizbaja. Levemente agachada. Los hombros caídos, como si soportaran un peso enorme sobre ellos. Su mirada vacía parecía un reflejo de la mía.

Sin dejar de mirarnos, llega a mi lado. Sin saber muy bien que hacer, me quedo en silencio. Contemplando su rostro por primera vez después de tanto tiempo. Memorizando cada detalle como si fuera la última vez.

Su cabello, más largo que antes, me llama a gritos. El deseo de enterrar mis dedos en él y besarlo, me oprime el pecho, y a pesar de lo doloroso que es, sigo mirándolo. El nudo en mi garganta se hace más intenso al verlo inclinarse hacía mí.

Mis labios se entreabren, invitándole. Mi respiración se vuelve errática. Las manos me tiemblan y la boca se me seca. A pesar de los nervios, levantó la cabeza. Mi pupila clavada en la suya. Doy gracias a estar sentada, consciente de que la tensión de momento me haría caer de rodillas frente a él. Su mano acaricia mi mejilla, y traza un sendero hasta mi mentón, donde con ternura se detiene. Su pulgar roza mis labios... A escasos centímetros de mi boca se detiene. Su aliento cálido me golpea mientras murmura pegado a mi boca.

- Perdóname... Débora.

Abro la boca sorprendida, pero las palabras se me atragantan y soy incapaz de responderle. No encuentro mi voz y él tampoco me da tiempo de buscarla. Sin darme cuenta, sus labios chocan con los míos. Lágrimas contenidas caen por mis mejillas. Mis manos suben hasta su cuello, y mis dedos se esconden entre su cabello, cumpliendo al fin mi deseo. Las suyas bajan, hasta llegar a mi cintura, donde se cierran. Como si mi peso fuera el de una pluma, me levanta de la silla para ponerme sobre la mesa. Abriendo mis piernas, le dejo colocarse entre ellas mientras seguimos besándonos. A desgana nos separamos, en busca de aire, ambos con la respiración agitada y las mejillas sonrojadas. Agotado, suspira mientras apoya su frente en la mía con una de sus manos en mi cuello y la otra descansando en mis caderas. Yo cierro los ojos, deseando que no sea un sueño. Cuando los vuelvo abrir, lo veo sonreírme con tristeza.

- Lo siento. -murmura. Su voz cargada de dolor me obliga a cerrar los ojos de nuevo- Lo siento mucho, Débora. -lo escuchó repetir- Te he fallado de tantas maneras. He roto tantas promesas. -una lágrima traicionera se desliza- Perdón. -susurra limpiándola- A partir de ahora, voy a estar ahí. Cada día. Voy a recordarte lo mucho que te amo y cuanto lo siento. Yo...

- De acuerdo. -me sorprendo interrumpiéndole- De acuerdo. -repito como si no lo hubiese dicho hace dos segundos- Demuéstramelo, Amoos. No más mentiras. No más drama. -digo abriendo los ojos, mientras miro los suyos. Las palabras se deslizan por mi boca sin avisar. Autoritarias y seguras. Llenas de seriedad- No me alejes. No te perdonaré si me abandonas de nuevo. -le hago saber, mientras acaricio su rostro- Quiero que vuelvas a ser aquel perrito grande del que una vez me enamoré. -le confieso con una sonrisa ladina- Anda, ven aquí...

Mis brazos le dan la bienvenida, y su cuerpo tiembla entre ellos. De rodillas, con sus brazos envolviendo mi cintura y su cabeza sobre mis piernas, lo vi llorar agradecido. Incrédulo de mi perdón. Como si no se lo mereciera. Como si todo siempre fuera su culpa...

No lo era.

Mi padre era el culpable de todo. Nadie más lo era.

Nadie.

Me sorprendí deseándole lo peor. Me asusto la rabia y el asco que sentía hacía su persona. Ya no quedaba rastro del miedo, o la esperanza de verlo ser el hombre que una vez fue. Solo una enfermiza necesidad de hacerlo desaparecer. De que todo lo que se merecía, por fin llegase. Verlo encerrado entre rejas por el resto de sus días. Hacerle pagar por sus delitos. Por mi madre, por Luca... y por mí. Ya no tenía la más mínima intención de perdonarle. No pensaba temerle. No quería darle esa satisfacción. Para mi no era mas que un mal sueño. Un recuerdo por ser olvidado. Mi padre... Arthur... Para mí estaba muerto.

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Opiniones sinceras... ¿Cumple vuestras expectativas?

Personalmente creo que me ha quedado como me lo había imaginado.

Por cierto... ¿Quién le hace saber a Débora que su deseo se ha cumplido?

¡Este finde seguiré actualizando la historia! ¡Gracias por el apoyo y paciencia amores!

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