Capítulo 9

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Solo diré tres palabras: SEMANA DE EXAMENES...

Muchas gracias por esperar. Mañana escribiré la continuación. 

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Capítulo 9

Amoos

La energía que estaba malgastando con tantas mentiras y evasivas me estaban consumiendo. Cada día me sentía peor. A pesar del malestar que crecía en mí con el paso de las horas, me veía incapaz de salir de aquella rutina. No era sencillo romper un círculo vicioso. Nunca lo es. Cada mentira lleva a otra y sin darte cuenta te vuelves adicto a ellas. Lo preocupante es que para cuando te das cuenta del problema, ya es demasiado tarde...

Los primeros días recuerdo lo difícil que me era salir a escondidas de su habitación. Me suponía un esfuerzo dejar de abrazarla. Dejar de estar envuelto en su aroma y calor. Recuerdo que aquella primera madrugada el frío me atravesó la piel y huesos como un cuchillo recién afilado. Hiriéndome. La necesidad de borrar mis pasos, de abrir de nuevo la puerta de su habitación, para volver a su cama y seguir abrazándola, fue casi asfixiante... Sorprendentemente, la culpabilidad cada día fue menguando. Para cuando pasó una semana, ya ni sentía el filo afilado de aquel cuchillo de hielo atravesarme.

El problema, lo más grave, era que no me daba cuenta. No era consciente de cómo me estaba perdiendo entre tanta oscuridad. En lugar de temerla, la veía como una amiga. La abrazada sin miedo. Y ella me devolvía en abrazo, clavando sus afiladas garras en mi espalda, impidiéndome escapar... No hacía caso a las advertencias de nadie. Los había silenciado por completo. Veía sus rostros llenos de preocupación. Sus miradas llenas de lástima, pero no era capaz de escapar. Había dejado de intentarlo.

Fue una de aquellas mañanas, cuando ya estaba cerrando su puerta y me alejaba, cuando la realidad flotó a la superficie. La verdad llegó de la mano de una bandeja de plata. Aquel objeto fue quien me hizo ver que tan jodido estaba. Al llegar al comedor, como siempre, me encontré la mesa dispuesta y la comida preparada. Nadie andaba cerca. Nadie se atrevía últimamente a tentar su suerte hablando conmigo. Era una sombra del hombre que alguna vez fui.

Solo en la sala empecé a comer. El silencio reinaba en el lugar. Distraído alargué la mano para coger la tetera, y mi codo golpeó algo. Segundos después, el suelo quedó decorado por cientos de trozos de porcelana rota. En mis manos quedaba lo único que había sido capaz de salvar, una taza decorada en tonos celestes y aquella bandeja de plata. Mis ojos se agrandaron por la sorpresa al ver mi reflejo. Llevaba tanto tiempo ofuscado por la rabia que casi no pude reconocerme. Pálido y con dos grandes surcos violáceos bajo los ojos por falta de sueño. Con los pómulos marcados y los hombros caídos...

La imagen me produjo náuseas.

Aquel fue el primer día que no fui al sótano. En su lugar, salí de la casa y fui directamente al bosque. Sin preocuparme por la ropa que llevaba, me transforme en menos de dos segundos, y comencé a correr sin parar por el bosque. Y así pasé toda la mañana y toda la tarde. Corriendo sin pausa como un loco desquiciado. Solo cuando comenzó a oscurecer, regresé a la casa. Tenía la respiración descontrolada y el corazón acelerado, no por el ejercicio sino por lo que estaba a punto de hacer.

Sin saludar a nadie, subí a gran velocidad las escaleras para llegar a su habitación. Sin poder controlarme la imaginé sobre la cama. Sentada cerca de la cabecera, con un libro entre sus manos, y las piernas recogidas hacia un lado. Estaba seguro de que su pelo estaría recogido en un moño mal hecho, demasiado concentrada en la lectura como para preocuparse por su aspecto. Tampoco es que eso fuera un gran problema para ella. Sin hacer nada estaba siempre perfecta... Tendría el ceño fruncido, y una adorable mueca decorando sus labios. Al oírme entrar me miraría de reojo, analizando desde la distancia que tenía en mente. Al verme, se daría cuenta de todo lo que me preocupaba, y seguramente dejaría el libro sobre la mesita de noche. Se tomaría su tiempo para cerrarlo. Con un punto de libro improvisado, como un trozo de papel o una carta de póquer, aseguraría la página en la que se había quedado. Después se giraría de nuevo, esta vez con los brazos abiertos y la mirada llena de dulzura al ver la culpabilidad que encerraba mis ojos. Pero al abrir la puerta, la imagen que vi fue bien distinta.

La habitación se encontraba vacía. Fría sin la calidez que ella aportaba a todos los lugares. Con el ceño fruncido comencé a buscarla. Gracias a los guardias, que la seguían día y noche, sabía donde solía esconderse. A medida que pasaban los minutos la lista de lugares se iba haciendo más corta y mi preocupación más grande. Una hora más tarde, todas las alarmas en mi mente se encendieron. Todos los guardias acudieron a mi llamada, y tras unos minutos, descubrimos quienes habían sido los últimos en verla.

Con la cabeza gacha, y las manos temblorosas escondidas tras la espalda, ambos guardias se encogieron ante mi gruñido lleno de rabia. La habían perdido de vista, y lo único que mi mente era capaz de procesar era que ellos eran los culpables de lo que pudiera haberle pasado a Débora. Estaba a punto de perder el poco autocontrol que me quedaba cuando la escuché gritar a lo lejos. Todo mi cuerpo se tensó. La sangre desapareció de mi rostro al sentir en su voz su miedo. No tuve que decir nada, toda la casa supo que debía hacer. A mi lado los lobos corrían olfateando el aire, yo los lideraba. A lo lejos, otro grito. Mis pies apenas tocaban el suelo.

En mi mente se abrió paso una voz. El pensamiento de mi hermana fue lo único claro en el caos que reinaba mi cabeza. 'La huelo' dos palabras contundentes. 'Sígueme' una orden que estaba dispuesto a obedecer sin rechistar.

Al llegar junto a Débora, mi preocupación era tal, que ni me molesté en analizar el lugar en busca del peligro. Toda mi atención, todos mis sentidos, estaban enfocados en sus ojos asustados. El olor de su sangre me alarmó, pero al ver sus manos y rodillas raspadas me tranquilicé. A pesar de todas las preguntas que tenía, la única que fui capaz de formularle era que sucedía y ella solo fue capaz de señalar algo entre la oscuridad que nos rodeaba. Sin dudarlo, corrí hacía aquella dirección.

Recorrí aquella zona del bosque hasta que el sol comenzaba a asomarse de nuevo, pero no conseguí atraparlo. David me aseguró que seguirían buscando, y sin más me ordenó volver a la casa. Con todo el mundo fuera, la casa se veía vacía. 

Sin vida. 

Abandonada. 

El único sonido que logré captar fue el latir constante de su corazón. Eso me lleno de paz.

Esta vez lentamente, fui subiendo aquellos escalones hasta llegar a su dormitorio. A pesar de saber que estaba dormida, me detuve un segundo fuera para pensar. Antes de tocar el pomo de la puerta, esta se abrió. Al otro lado de la entrada estaba Anabel. Su mirada era amable, pero en su rostro se veía su desaprobación ante mi comportamiento. Por primera vez en mucho tiempo, agaché la cabeza avergonzado. Consciente de mis errores. Sabiendo que aquello iba a acabar mal si no cambiaba.

—Esta dormida. —dijo a pesar de saber que ya lo sabía— No la despiertes, le ha costado mucho dormir. —su voz suave chocaba con la firmeza de su rostro— Pero cuando despierte, espero que seas capaz de estar allí para ella. Espero que seas capaz de recoger tu mierda y cumplir con tus promesas hermanito. —me escupió llena de rabia— No pierdas lo único bueno que te ha pasado en años. —murmuró antes de desaparecer por el pasillo— No seas estúpido Amoos...

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¿Quién esta preparad@ para la charla de los dos protas...? ¡Ya va siendo hora!

¿Alguien más piensa lo mismo que Anabel?

Como ya he dicho arriba mañana seguramente subiré el nuevo capítulo.  Este ha sido un poco más light, ya que se trata de la transición para lo que esta por llegar. Mañana, con suerte, más y mejor. 

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