Capítulo 11

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Dios mío cuanto echaba de menos escribir y por supuesto... ¡A tod@s vosotr@s amores!  Pero ya sabéis eso que dice: la vida universitaria es una mierda. Quien diga lo contrario no es universitario o esta loco. 

Recordar donde lo dejamos: 

- Amoos y Débora se han reconciliado

- Hay un misterioso personaje 

- Arthur esta muerto

Sin más dilación, os dejo leer en paz. (ALTO TRAUMA)

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Amoos

Sentado en la cama de su habitación, escuché cómo encendía la ducha. Lleno de nerviosismo pase mis manos por mi cabello. Se me hacía raro estar en aquella habitación. A plena luz del día y estando ella a escasos metros. Parecía un niño pequeño lleno de miedo e inseguridad por estar a punto de hacer algo nuevo. Pero ese no era mi caso. Por desgracia no era la primera vez que estaba en una situación similar...

De repente un sonido interrumpió mis pensamientos. Sin poder evitarlo mi corazón se aceleró al escuchar el sonido de su ropa cayendo al suelo. Inevitablemente giré la cabeza hacia su dirección, olvidándome por completo de todas mis preocupaciones. Tras la protección de aquella fina puerta de madera, escuché como Débora se metía en la bañera. Ella, ajena a los estragos que cada movimiento y sonido suyo hacían en mi imaginación, empezó a tararear una suave melodía que no supe reconocer...

Rápidamente me levanté de la cama y me alejé con prisa de aquella habitación. Estar ahí, escuchándola, sabiendo que su cuerpo estaba desnudo y que no podía tenerlo... no creo que hubiera peor tortura que aquella. A medida que me alejaba el sonido de su voz, y la tentación, se hacían cada vez más y más pequeñas. Jamás había odiado tanto a un trozo de madera. Sacudiendo de mi mente la idea de regresar y derribar aquella endemoniada puerta, me dediqué a analizar con calma todo lo que había pasado en apenas dos horas. Lo primero que llegó a mi cabeza fue el recuerdo de sus palabras:

<De acuerdo>

Antes de que ella las pronunciará mi mundo estaba teñido por una densa niebla. No me había percatado de cuánto necesitaba oír aquellas simples dos palabras hasta que estas salieron de su boca. El efecto de su poder fue instantáneo. Todo el caos que nublaba mi mente se disipó tan rápidamente, que por un momento llegué a pensar que este jamás había existido.

El desayuno a pesar de todo fue ameno. Tras un silencio inicial, únicamente interrumpido por el sonido de los cubiertos chocando con los platos, empezamos ha hablar. Había cierta tensión en el ambiente, pero a medida que la comida frente a nosotros iba desapareciendo, también lo hacia la distancia que había entre ambos. Para cuando terminamos el desayuno, los dos no podíamos parar de hablar y sonreír. Sin querer que la magia del momento terminará, subimos las escaleras sin dejar de charlar. Ya frente a la puerta de su habitación, hubo un momento donde no sabíamos qué hacer. Antes de comenzar el desayuno habíamos pactado ir con calma... ¿A quién quiero engañar? Débora había decidido que debíamos ir con calma. Así pues, mientras ella se preparaba, yo me tuve que quedar con los brazos cruzados sentado en su cama.

Frustrado pasé mi mano por la cara. Cuanto autocontrol iba a necesitar durante los próximos días. ¿Porqué solo iban a ser unos días? ¿No? Cada vez más deprimido, solté un gruñido. No. No debía pensar en ello. Tenía suerte, mucha suerte, de que al menos me hubiera dado otra oportunidad de enmendar mis errores. Y eso mismo iba a hacer mientras ella terminaba de ducharse. Debía empezar a arreglar mis desastres.

Con prisa, bajé todos los escalones que llevaban a aquella familiar sala. Ignorando la peste del lugar, avance por el pasillo hasta llegar al origen de todo ese mal olor. Sin duda iba a necesitar limpiar aquel lugar hasta que todo posible rastro de Arthur desapareciera por completo. Cerrando los ojos, me detuve un instante antes de entrar donde él estaba. Tenía que mentalizarme para lo que estaba a punto de hacer.

El plan era sencillo: entrar en aquella sala, evitar arrancarle la cabeza a ese desgraciado, hacer que mis guardias lo dejasen frente a la comisaría y volver a tiempo a la habitación antes de que Débora pudiera notar mi ausencia. Mucha suerte tenía aquel gusano de que su hija no tuviera un apéndice de maldad en su cuerpo...

Al entrar, me encontré a Arthur justo donde lo había dejado la última vez: colgando como un cerdo. Tenía la cabeza ladeada, los ojos cerrados y la piel pálida.

Algo no andaba bien.

Como si supiera que estaba pensando en él, Arthur levantó la mirada. Sus ojos se clavaron en mí como lo hace una flecha en la diana. Poco a poco se fue enderezando. Las alarmas de mi cabeza se activaron. Todos mis instintos chillaban tratando de alertarme algo que no era capaz de detectar.

— Es tú día de suerte, Arthur. —dije mientras me acercaba a él. Sin decir nada, sin cambiar el gesto, siguió con su mirada clavada en mí — Vas a poder pasar el resto de tus días entre rejas. —le hice saber mientras dos guardias entraban en la habitación — No vas a poder ponerle un puto dedo encima jamás. — aseguré a escasos centímetros de su rostro con la voz teñida de odio — Jamás.

— ¿No vas a matarme? — preguntó. De nuevo los pelos de la nuca se me erizaron.

— No creas que es por falta de ganas. —murmuré observando su rostro pensativo — Pero por desgracia me veo en una posición de cumplir una promesa, donde tu vida vale más que mis ganas por matarte. — sin querer malgastar una sola otra palabra por él, chasqueé los dedos. — Llevároslo.

A mi lado los guardias avanzaron hasta llegar a Arthur para llevarlo a la comisaría. Antes de salir de la sala, miré por encima del hombro una última vez a ese malnacido. Su rostro lleno de mugre, al igual que el resto de él, no fueron la causa de que se me revolviera el estómago. Fue la sonrisa. Ver su cara cubierta por aquella sonrisa llena de maldad me obligó a torcer el gesto. Sabía que esa imagen de él arrodillado con la mirada llena de satisfacción, y algo más que no pude identificar, me iba a atormentar el resto de mis días. Apretando con fuerza los puños, salí de ahí antes de que mi determinación se esfumara y decidiera partirle el cuello.

De nuevo sobre la cama de Débora, empecé a analizar el encuentro que había tenido con el que era su padre. Algo dentro de mí me decía, que algo andaba mal. Justo cuando iba a volver a bajar, Débora salió del baño. Lo primero que hizo al verme, con el pelo envuelto en una toalla,  fue sonreír. 

Fue una sonrisa tan genuina, tan pura, y tan solo por por haberme visto ahí, que me partió el corazón. No, no había cometido un error. Estaba justo donde debía y había hecho lo correcto por primera vez en mucho tiempo. Debía dejar de pensar en la venganza y empezar a pensar cómo podía volver a ver su sonrisa una vez más. 

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¿Estáis seguras de que me echabais de menos? *risa malvada*

Espero que el trauma que os haya podido causar este capítulo no sea muy grande.

¿Alguna teoría loca que queráis compartir?

¡Nos vemos el día 4 o 5 amores! :)

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