Parte 27

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Para el día siguiente mi ánimo no mejora ni un poco. Estoy de acuerdo con todo lo que ha pasado porque prefiero saber la verdad a vivir engañada.

Y por lo menos ya no siento culpa. Ethan se sentirá mejor en algún momento y podrá encontrar a alguien más mientras yo sigo con el corazón roto.

Hoy tampoco fui a la universidad, así que Nana trae mi desayuno y mi comida. Picoteo el plato un poco mientras ella me observa, pero cuando se va dejo el plato sobre el escritorio de mi habitación.

Luego lo recuerdo: el día que hablé con Elena dejé mi teléfono y el juguete en el cajón, por lo que ahí sigue probablemente descargado.

Lo saco del cajón y me siento en mi cama antes de revisarlo. Lo primero que veo es la lista de 24 llamadas perdidas de Christian y unos cuantos mensajes de texto.

* Ana, ¿podemos hablar? *

* Contesta el teléfono *

* No es lo que piensas, déjame explicarte *

* Ana, contesta el maldito teléfono *

* Por Dios, ¿vas a escucharme? *

* ¡¿Podrías ser más necia?! *

Bueno, ese último suena a Don Sarcasmo. ¿Cómo es que puede sonar tan autoritario conmigo pero no con los demás?

Dejo el móvil sobre la cama mientras pienso en alguna solución. ¿Y si voy al trabajo y Christian aparece ahí? ¿Y si Elena cumple su amenaza y cancela los contratos con Isaac? ¿Y si regreso a Montesano con Papá y Mamá?

— ¿Annie?

Nana abre la puerta lentamente y luego la empuja. Ella sonríe antes de entrar a mi habitación con un jarrón verde con rosas rojas.

— Llegó esto para tí.

— Oh – balbuceo antes de levantarme.

— ¿Te peleaste con tu novio, nena?

— ¿Con Ethan? Pues... – técnicamente hablando – ... no.

— ¿Entonces por qué te manda flores? – arquea la ceja – Cuando un hombre manda flores es porque algo hizo mal Annie.

Encojo mis hombros porque no sé qué más decirle. Apenas ella da la vuelta, busco la tarjeta para revisar el nombre de quién envía. Y yo sé que Ethan no lo hizo.

"Lo siento"

Si, no viene firmada pero definitivamente es de Christian. Antes de que Nana cierre la puerta, le pido que se lleve las flores de vuelta a la cocina.

— ¿Segura, nena? ¿No estás siendo muy dura con ese chico?

— No Nana, créeme que se lo merece.

— Bien, entonces me las llevo, sabes que amo las rosas.

Ella desaparece con el jarrón, así que vuelvo a saltar a la cama lo que resta de la tarde. Intenté ver una película en la tele pero justamente hoy todas son de romances fallidos.

Tomo un libro de mi estante, buscando algo de fantasía o ficción que tenga cero romance o chicos de ojos grises para distraerme un rato.

Cuando reacciono, la luz que entra por la ventana me da a entender que es de día. ¡Oh rayos! ¿Me quedé dormida?

— ¿Ana? ¿Cuánto tiempo más vas a dormir? –  gruñe José detrás de mí puerta – ¡Ya levántate, pequeña floja!

Me levanto de la cama y abro la puerta de golpe para gritarle al idiota.

— ¿Floja yo? ¡Qué rayos te pasa!

— Si, eres floja y débil, ahora deja de llorar y mueve tu trasero hasta la cocina.

— ¡No quiero!

— Anastasia Rose Steele...

— No te tengo miedo José.

— Pues yo no temo llevarte a rastras para que desayunes, si tu estúpido hermano no quiere darse cuenta que estás mal, ¡lo haré yo!

— Espera... ¿Qué dijiste? ¿Dónde rayos está Isaac ahora?

— No llegó a dormir.

José se recarga contra el marco de mi puerta, pero por su expresión sé qué dijo algo que no debía.

— ¿De nuevo? ¡¿Qué mierdas le pasa?!

— No lo sé, ¿crees que sea algo sobre una mujer?

— Creo que debería llamar a papá.

— Por qué mejor no hablas primero con él, si eso no resulta llamas a Raymond.

— Bien, entonces me alistaré para ir a buscarlo.

— ¡No! Primero desayuno y luego lo de tu hermano.

José señala el pasillo y frunce el ceño, molesto. Sabiendo que no tengo más opción que hacer lo que dice, bajo las escaleras hasta la cocina para sentarme en la barra.

Nana me sonríe y deja dos platos frente a nosotros para que desayunemos. Cuando ha servido los vasos con jugo, sigue su camino hacia la lavandería.

— ¿A dónde quieres ir a buscarlo?

— En la oficina. Alguien debe saber en dónde está.

— Marla no sabe, le pregunté – dice mi amigo robándome papas fritas de mi plato.

— Rayos...

José se levanta bruscamente de la silla y camina hacia la puerta principal mientras lo observo. ¿Alguien llamó a la puerta?

Lo veo abrir y luego sale azotándola. ¿Llegó Isaac? ¿José va a reclamarle? Las voces que provienen de afuera me dan a entender que es una discusión, pero no la que yo esperaba.

— ¡Ana! ¡Ana!

Mierda, no es Isaac. Es Christian. Siento como si la sangre abandonara mi cuerpo causando que deje de respirar en el proceso.

Me levanto de la silla para correr hasta la ventana junto a la puerta. Incluso desde aquí puedo escuchar los gritos de ambos.

José agita sus brazos haciendo retroceder a Christian. Su cabello cobrizo revuelto, traje gris en un tono claro y la corbata aflojada.

— ¡Ana! ¡Quiero hablar contigo!

— Lárgate, maldito imbécil, ¡ella no quiere verte!

— Quiero explicarle, quítate de mi camino.

— ¡Que no! ¡Ya déjala en paz! ¿No has hecho suficiente?

— No me voy, dile que salga – le gruñe Christian – ¡Ana!

— ¡Que te calles o te parto la cabezota!

— ¡Ana! – José lo empuja para que retroceda.

Christian se tambalea un poco pero vuelve a incorporarse con los puños en alto. José levanta también sus puños en actitud retadora.

— No por favor, no por favor.

Las manos de Nana se apoyan en mis hombros, sobresaltándome. Pero no me mira, su atención está en la pelea que está a punto de iniciar en nuestro jardín.

— Annie, ¿lo conoces?

— Si, él es... – vacilo antes de responder. ¿Christian es mi qué?

— ¿El chico que envió las flores?

— Si.

— La razón por la que llevas tres días llorando encerrada en tu habitación.

Dice pero ya no como pregunta. Ella lo sabe, así que solo asiento. Cuando mi vista vuelve al jardín, veo a Christian bajar sus brazos y acomodar su saco. Se da la vuelta dejando a José sorprendido.

— ¿Ya te vas? ¿No vas a pelear por ella? – le grita – ¡Cobarde!

Pero Christian ya ha salido del jardín hacia la calle. José suelta una risa nerviosa cuando se gira hacia nosotras. Se fue.

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