Capítulo 25: Suerte

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Me miro en el espejo mientras me hago una coleta rápido. No quedó como deseo, pero tampoco quedó tan mal, así que tengo que decidir si invierto mi tiempo en eso o en desayunar y la decisión no me resulta compleja. Esto de peinarse requiere su tiempo, cosa que siempre me falta. Me doy un último vistazo antes de bajar y no sé cómo sentirme exactamente. Supongo que así se siente una chica de quince años, como una cometa en medio del viento, con ganas de alzar altura, pero con las corrientes en sentido contrario.

Dejo mis clases de filosofía para después y me encamino al comedor para servirme un trazo de ese pastel que ayer preparó Matilda y que no me deja en paz desde que empezó a recalentarlo.

—Vas tarde —anuncia papá mientras me ve sentarme y robarle un trozo del plato.

—Volaré, papá. Prometo lo haré, pero después de comer un poco —respondo mientras me sirvo un poco de leche para acompañar—. Ya sabes lo que dice la profesora, el desayuno...

—"Es la comida más importante del día" —termina por mí mientras toma el periódico y lo revisa rápido —. Siempre sales con esa excusa.

—Le diré eso a mi profesora —bromeo— ¿Llegó una nueva carta?

—Nunca fallan, el cartero ya se sabe nuestro nombre —contesta mientras despega un poco la vista de lo que lee y busca el sobre—. Las cartas de Angélica son como los recordatorios de pagos. Nunca se atrasan, nunca se olvidan de ti.

Río al escuchar eso, pero no debato porque tiene su toque de verdad. Me alegra que sea así, si Angélica no se olvida de mí, a pesar de estar tanto tiempo fuera del país, debe ser que aún me estima.

—La leeré en el camino, estas cartas son como los buenos libros, se deben leer a conciencia —aclaro mientras la guardo en la mochila.— Si el viaje de trasportación fuera más veloz todo fuera más fácil.

—¿Sabes algo? Se me ocurrió hacer una cena especial, podríamos comprar comida china —interrumpe distraído como si fuera la idea más original del mundo.

—Si que será especial, papá —respondo–; cenamos comida china una vez a la semana.

—¿En serio? Tienes razón —reconoce más concentrado. Papá nunca cambiará.— Entonces podemos pedir algo que te guste...

—¿Por qué tanto misterio? —sonrío curiosa.

—Te tengo una sorpresa —confiesa, pero no se ve emocionado. Está pensativo.

—Tus sorpresas me asustan —reconozco cuando me pongo de pie para alistar los últimos detalles.—Pero pide pizza, sea lo que sea será más ameno así..

Él asiente más relajado y se levanta también para terminar de prepararse.

Papá me lleva al colegio porque la secundaria está camino a su trabajo. Ahora es gerente de finanzas. Después de que Angélica se marchó, él quedó a cargo. De eso ya se cumplieron tres años. Nadie pensó que ella se tardaría tanto en regresar, o más bien, que no pensaba hacerlo, pero el golpe trajo buenas oportunidades. El trabajo de papá por ejemplo.

En su última carta habla sobre películas, juguetes y música. Los años no la cambiaron demasiado a pesar de que su posición económica contrasta bastante con la realidad que vivía aquí. No me lo dice, pero puedo deducirlo por las fotografías que manda, por los regalos que ofrece cada vez que visita a su madre en navidad, hasta por el perfume que utiliza para enviar sus cartas. Y a pesar de que su entorno cambió por completo, el interior se mantiene intacto.

—Tendremos que rentar una película este fin de semana —propongo a papá mientras estaciona el coche —. Angélica dice que es muy buena.

—También dijo eso de la última y me quedé dormido.

—Te quedaste dormido en la mejor parte, eso no cuenta —sonrío mientras me quito el cinturón y tomo mi mochila—. Te veo en la cena.

—Que tengas buen día, cualquier cosa llámame —aconseja con ese tono protector que me hacen adorarlo. No importa que crezca, él siempre me verá como su niña y lo valoro mucho.

—Lo prometo, papá, ve tranquilo.

Miro el reloj y me percato que voy un minuto tarde. Todos están despejando la entrada, así que me hago un espacio en la multitud para acelerar distancia.

La secundaria no es divertida, dista mucho de los libros y películas. Al menos mi secundaria es todo menos emocionante. Gracias al cielo este es mi último año así que solo trato de no provocar demasiado escándalo.

Camino a pasos agigantados para poder llegar al aula sin demasiado tiempo acumulado porque conociendo a la profesora no me dejará ni asomar la cabeza.

—¡Oye, Lisa, alto ahí! —escucho detrás de mí.

Reconozco esa voz hasta con los ojos cerrados, está demasiado feliz como para ir tarde. Y lo más preocupante es que ella nunca lo hace, ¿habré olvidado cambiar la hora?

—La profesora no llega aún —explica con una sonrisa. — Su carro se averió. Seguro llega en unos quince minutos, estaba por pedir un taxi.

—¿Cómo sabes eso...?

—¿Se te olvida que puedo ver el futuro?..Sólo bromeo, la ví por la ventanilla del autobús —responde despreocupada—. Será mejor que nos preparemos porque deduzco que no vendrá de muy buen humor.

Me relajo un poco al escuchar eso, al menos llegué antes de la matanza.

—Perfecto ¿Todos están adentro?

—¿Bromeas? Deben estar causando revuelo por ahí —dice mientras caminamos por los pasillos que aún no están vacíos por completo— ¿Tu padre te trajo?

—Sí, como siempre —acomodo mi mochila en mi hombro antes de que se resbale—. Dice que me tiene una sorpresa.

—¡Quizás te regale un automóvil y apruebe tu examen de conducir! —celebra ella emocionada. Su sueño es manejar algún día.

—Nunca hará eso. Aún recuerda cuando me estrellé en patines...

—Y con la bicicleta, con la patineta, con el auto de juguetes...

—Bien, bien, aún recuerda como me estrello con todo —reconozco.

Ella ríe sonoramente y yo no puedo hacer otra cosa más que rendirme también. Cecilia y yo hemos compartido muchas cosas difíciles juntas, quizás por eso valoro cada risa que sale de su boca. A sufrido mucho, mucho más que yo, así que verla reír, siempre es un lindo suceso.

Pero aquel sonido no dura mucho porque uno más fuerte se interpone ante él. Es un golpe. Un golpe que se acompaña de risas.
Me doy la vuelta buscando su origen y no me gusta lo que veo.
Es Eduardo. Está haciendo problemas de nuevo.

—¿Qué pasa esta vez? —pregunto tratando de seguirle la pista, pero se mueven rápido y se introducen al baño.

—No ví bien, creo que capturaron su nueva presa. No estoy segura, pero creo que es Daniel...¡Oye! ¿A dónde vas? —dice mientras me sigue el paso—. Ni se te ocurra meterte ahí, está prohibido.

—No, no lo haré —aseguro. Aún no estaba tan loca para meterme en semejante enredo, pero lo suficiente para investigarlo.

Pego mi oreja a la fría puerta azul que está cerrada para poder escuchar con precisión lo que pasa adentro. Encuentro gritos y carcajadas. Daniel está suplicando que lo dejen en paz, y yo siento que algo me estruja el corazón. Siento pena e ira, no solo contra Eduardo que siempre fue un tonto, sino también contra mi misma por ser siempre tan cobarde y no hacer nada durante este tiempo.

Al principio las bromas eran inocentes y todos éramos víctimas, luego se tornaron burlonas y negras. Pero esto era el colmo.

—¿Qué escuchas? —pregunta curiosa Cecilia al verme tan entretenida.

—Iré a avisar a la directora —concluyo muy segura. Era momento de parar esto.

—¿Qué? ¿Estás demente o qué? —Me detiene del brazo deprisa antes de que pueda dar un par de pasos camino a la dirección.

—No, no lo estoy. Deberías escuchar lo que le están haciendo —suelto horrorizada. Odio eso.

—Sí, lo sé. Eso está feo, pero te lo digo por experiencia personal, nada va a cambiar, sólo te meterás en problemas —está asustada. Se había esforzado mucho por pasar desapercibida para echarse de enemigos de último momento a semejantes patanes.

—Lo siento, pero voy a decírselo. Si fuéramos él estaríamos rogando que alguien lo hiciera —suelto tratando de hacerla entender.

—Lisa, ¿por qué no podemos hacer lo que todos hacen? Dar la vuelta e tratar de ignorar esto...

El sonido de un portazo nos alarma. Eduardo y sus amigos salen con una sonrisita triunfadora y caminan por los pasillos hasta perderse.
Clavo la mirada en la puerta del baño esperando ver a Daniel, pero no sale hasta después de unos minutos. Lo veo cojear cuando pone un pie afuera y sin mirar atrás se encamina al patio.

—Son unos...

—La clase ya empezó —Me anima Cecilia tratando de desviar la atención—¿Vamos? Nos matarán si llegamos tarde.

Dudo mucho antes de decirle que sí, pero no me atrevo a seguirlo porque tengo miedo. Miedo de no saber que decir, ni que hacer.

—Antes de irme se lo diré a la directora —respondo mientras entrábamos al salón.

Ella hace como que no escuchó, pero estaba segura que sí lo hizo.

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La clase de orientación era la clase que más me aburría de todas.
La razón es que todos mis compañeros ya tenían muy claro a qué querían dedicarse, pero yo no. Un día quería ser maestra, el otro veterinaria, el otro bailarina. Al final me convencía que nunca me gustaba demasiado, o peor aún, me avergonzaba reconocerlo.

—Quiero que apunten la tarea —pidió la profesora con tono maternal y algunos se rieron en voz baja—. Este pequeño proyecto trata sobre saber como nos visualizan los demás. Hay ocasiones que somos buenos en algo y no lo percibimos, entonces la ayuda de otros es importante. Formaré parejas y tendrán que traerme un pequeño informe que hable de que profesiones podría desempeñar de acuerdo a sus actitudes y cualidades...

Miré alrededor. Estaba segura que el trabajo no era tan complicado. Me gustaba analizar a las personas y encontrar siempre su lado bueno. Además me llevaba bien con casi todo el salón, con excepción de Cinthia y Eduardo, así que el trabajo me alegró un poco. Quizás un poco de ayuda me vendría bien.

La maestra comenzó a nombrar a todos. A Cecilia le tocó compartir trabajo con Mariana, ella era buena dibujando, sería una excelente artista. En cambio Cecilia era la mejor violinista del mundo, lo digo muy en serio.

Las posibilidades se fueron extinguiendo con cada nombre que pasaba. Por desgracia era de las últimas en la fila, así que tenía que suspirar cada vez que algún buen compañero desaparecía de la lista.

—Lisa... —Me llamó la maestra y yo levanté la mano para que pudiera visualizarme. Recé todas las oraciones que me sabía, que no eran muchas, para no escuchar un nombre. Un sólo nombre.

—Serás con Cinthia.

Rayos.
Y la sonrisa se desapareció de mi rostro en un segundo.
Gracias suerte, gracias.





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