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Bella detuvo su lectura tras escuchar golpes en la puerta, se había apresurado a abrir creyendo que se trataba de algún cazador al cuál lo había alcanzado la furiosa tormenta y segundos después de girar aquella manija, su cuerpo había caído desplomado en el suelo. 

El sonido de jarrón romperse llamó la alerta de quienes ocupaban las habitaciones más cercanas a la entrada.
El asesino pretendió camuflar el disparo.

Bea la había tomado en sus brazos.
El grito de Alicia había llamado la atención de todos que fueron saliendo de sus cuartos.
Bella jadeaba, podía sentir sus débiles latidos con sus manos.

—Perdóname —le susurraba entre tartamudeos—. Yo no quise aprovecharme de ti. Esa nunca fue mi intención.

—Shhh calla, será mejor que no hables.

—Perdóname —repitió.

—Te perdoné hace mucho tiempo —dijo Bea y sus ojos comenzaron a ponerse cristalinos— ¿Dónde está Fer?

Fernard había bajado con su equipo de emergencia, tenía el cabello mojado y se ganó miradas extrañas.

Nada se podía hacer en ese lugar, el disparo había roto una de sus costillas y esta le estaba perforando el pulmón.
Tenía una hemorragia interna, se estaba ahogando en su propia sangre.

—¿Quién fue? ¿Quién te hizo esto?
Solo debía señalar una persona, pero ya era tarde.

Un te quiero abandonó los labios de Bea y un instante después estaba muerta.

El aire y el agua colándose por la colosal puerta, tornaron al ambiente sombrío.

—Lo sabía ¿No eran accidentes? ¿Por qué quisieron evadir la verdad? Son todos unos idiotas, mal nacidos —se desesperó Greta.

—No te hagas la víctima, tú más que nadie no la soportabas —señaló Alex.

—No se vayan a fiar de esa lengua viperina —dijo Sam asustada.

—¿Yoooo? ¿Por qué lo haría? ¿Me conoces, cómo puedes decir eso? Mejor fíjense en el médico, está lloviendo, vino de afuera y tiene el cabello mojado.

—Mi misión en este mundo es salvar vidas, no quitarlas. No voy a permitir que me acuses así se defendió.

—Ya basta —grito Bea con prepotencia—. Dejen de culparse unos a otros. No me dejan pensar.

—Para que quieres pensar, no hay nada que pensar. Uno de ellos es un asesino y no pienso quedarme en este lugar —opinó Sherman.

—¿Te vas a largar, en medio de la tormenta? Lo mejor va a ser que nadie se mueva —dijo Bea.

—¿Quién te crees para darnos órdenes?

—Soy detective —dijo sacando un recorte de periódico viejo que llevaba en el bolsillo— Comprueba lo que quieras, pero no te atrevas a moverte.
Todos quedaron sorprendidos ante la revelación.
Bea estaba como en trance mientras que los demás inquietos, Pauline lloraba apretando los puños contra su pecho.
No podía abrazar a nadie, todos eran sospechosos, y ella estaba adaptada a que siempre hubiese un hombre dispuesto a protegerla.

Una risa como de desquiciada abandonó los labios de Bea, junto con una lágrima.
Después de tantos años fuera de casos y escenas del crímen esto le había pegado fuerte.
No podía contener su sensibilidad ante un conocido, quizás por eso se había aferrado en trabajar en aquella tiendita.

—Lo tengo —dijo después—. Sólo una persona podía tener motivos para acabar con todos, sólo uno de nosotros había sufrido lo suficiente y llegado a odiar a los demás. Me costó mucho descifrarlo, qué razones tendría Alex para hacer esto.

Las miradas dieron un giro.
Rostros de espanto, sorpresa…terror. No podía tratarse de él.

—Pero tú no eres Alex, cierto.

Aquellas palabras habían desconcertado aún más a las personas presentes.

Pero ese que estaba siendo sentenciado como culpable no hablaba, analizaba en silencio. Y fue ese mismo silencio quien confirmó todo para Bea y le permitió seguir haciendo sus conjeturas con mayor seguridad.

—No entendía, no encajaba… Alex solía ser tan adulador y parlanchín, buscaba siempre encajar porque muy dentro de él se sentía diferente. Me pareció muy extraño que Alex me coqueteara cuando me había confesado que estaba seguro de ser gay, pero ¿Cómo podrías saberlo? Si incluso a sus amigos no les había dicho.
No supiste separar tus prioridades y eso me hizo sospechar.

—Ahí te equivocas —por fin habló—. Mi objetivo principal eras tú, ninguno de ellos se había interesado por tu profesión. Nadie había sido capaz de decir, levántate. De darte un estímulo para que volvieras a lo que te apasiona.

Eran su confirmación y las exclamaciones las que resonaban por toda la casa.

—No me involucres con tu mente torcida y juegos sucios. Si me conocieras de verdad, sabrías que nunca te hubiese pedido eso.

—Llevas alrededor de un año y medio de impostor. Tomaste una identidad, y varias vidas que no te pertenecían. Además de un rostro. Solo un chico tenía un lunar característico en su tobillo. Y ese eras tú, o acaso me equivoco, Myke.

—Eres maravillosa Beatriz. Tienes razón, hace aproximadamente ese tiempo me sometí a una cirugía facial, con un proceso de sanación doloroso. Tuve que trabajar muy duro para volverme él.
Todos siguieron con su vida y yo igual. Me hice abogado y pensé jamás volverme a topar con ustedes.
Pero un día me tocó un caso sobre un accidente que acabó con la vida de una niña.
Alex conducía ese auto, sabía que había bebido, aun así, lo negó ante el tribunal. ¿Tenía hijos por criar? Es verdad. Pero no se puso a pensar que esa pequeña también tenía una vida por delante. Me hirvió la sangre. Ese día me di cuenta que, aunque hubiesen crecido, no habían cambiado, ni siquiera madurado, eran los mismos egoístas de siempre. Yo lo atropellé y conseguí hacerme esa cirugía con un dinero que le chantajeé. Lo hice todo al detalle, cuidadosamente. Suplanté al idiota y nadie se dio cuenta. —Se rió macabramente.

—Y creí por un momento que me equivocaba, luego me dirigí a mi segunda víctima, Octavio, era nada más y nada menos que político y, además, corrupto. Parecía un cerdo con esa enorme panza, y por su culpa había muchos niños viviendo en favelas y muriéndose de hambre. Aborrecí totalmente y tras sentir su sangre fresca, su cara de carnero degollado no pude parar. Hice justicia por todo lo alto.

—Eso es todo. Tus estúpidos motivos están expuestos. Quisiera saber quién te entregó sus almas, quien te dio tal derecho. Justicia no es sinónimo de venganza y ese es tu error.

Bea dedujo el movimiento de Myke y pudo empujar a Alicia, pero a este le dio tiempo balancearse sobre Greta y amenazar su cuello con una navaja.

—Suéltala Myke. Sé que no quieres hacer eso.

—¿Cómo vas a saber lo que quiero? No recuerdas todo el maltrato, acoso y hostigamiento que recibí. Sufrí estrés, ansiedad, depresión, e incluso intenté suicidarme. Tuve que ir a terapia y supuestamente sané. Me mudé muy lejos, pero ustedes me persiguieron, me buscaron…

—Myke nadie te persiguió, fue una coincidencia. Y entiendo que estés enojado. Suelta a Greta y te prometo que lo hablamos.

—No quiero hacerlo.

En un desesperado intento por girarse, acabó perforandose las cuerdas vocales.
La profunda cortada ahogaba su grito.
Todos la vieron, como salpicó su sangre, como en vano llevó las manos a su cuello, como se apagaba el brillo en sus ojos.
Estaba muerta y él satisfecho.

Tan entretenida fue para él su victoria, que no vio venir el golpe que lo hizo perder la conciencia. Casi escapó, casi cumplió su cometido.
Pero para Andrius, la vida no era algo con lo que se jugase, la vida era algo valioso.
Nadie debía agotar el tiempo ajeno, acabar con una historia. Andrius era un hombre fuerte, astuto y difícil de doblegar.
Mientras todos espantados seguían cada movimiento de aquel sujeto aterrorizante, Beatriz en su palpitar desbocado intentaba detenerle.
Él ya se había apoderado de un paraguas y le había pegado con el cabo de acero en la yugular.
Inconsciente fue fácil atarlo y meterlo en la cajuela del coche.
Todos se turnarían para vigilar según el plan de Bea, pero nadie quiso dormir o separarse, cada luz de la casa estuvo encendida hasta que los primeros rayos de Sol se escurrieron por la ventana.

Hacia un día soleado por lo que el camino pudo secarse pronto. Fer mantenía sedado al prisionero. Y sin siquiera empacar todos se marcharon a casa.

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