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Título: Golpe de suerte.
Personaje: Damian Wayne
IreneGrayson1
Espero que te guste mucho el Os, lo hice con todo el cariño del mundo para ti 💕 perdón por la tardanza:c pero la preparatoria y otros asuntos apenas me antoja tiempo para escribir de vez en cuando 😂💔

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— No te podré entrenar hoy, Irene — habló Bruce, acomodándose rápidamente las mangas de su traje para después echar una mirada distraída a su reloj de mano —. La junta en Metrópolis es en menos de tres horas y tengo que ser de las primeras personas allí. El trato que se hará hoy podría marcar una gran diferencia para Industrias Wayne.

— ¿Y entonces cuándo? — la chica lo comprendía, sin embargo, Bruce ni siquiera dejaba que los demás la entrenaran porque, según el caballero de la noche, las primeras lecciones de los grandes héroes debían ser impartidas por alguien de las viejas ligas —. No dejas que Todd me entrene porque es muy violento, Tim menos porque tiene trabajo en la baticomputadora por hacer, Dick nunca está en la mansión y a Damian ni mi nombre le interesa — murmuró, sin saber que el menor de los Wayne recién había llegado a la sala, lugar donde Bruce se estaba despidiendo de la chica.

El murciélago suspiró.

— Solo... Solo espérame, ¿Quieres?

Y salió de la mansión en zancadas grandes, con un pequeño golpe de consciencia pegándole en el pecho por dejar allí plantada a la chica.

— Maldita sea — gruñó, pateando el aire con amargura —, ¿Cuánto tiempo pasará para que pueda dejar de ser una maldita debilucha?

— Dejaras de serlo cuando decidas hacer algo por tu cuenta. No toda la vida alguien estará allí para decirte qué hacer — habló Damian, sobresaltando a Irene. La chica se dió la vuelta y lo observó de brazos cruzados, con una mirada neutra y hasta cierto punto aburrida.

— ¿Qué haces aquí?

— Es mi mansión, puedo ir a donde yo quiera — dijo, con obviedad.

— No me refiero a eso — si se tratara de Jason, o inclusive de Richard, probablemente agregaría algo como idiota o pedazo de pendejada, pero ahora estaba hablando con Damian Wayne, el chico que aseguraba que la odiaba, el que no hablaba con nadie y, a pesar de que no insultaba, sentías que lo hacía con las palabras tan hirientes que llegaban a salir de sus labios —. Me refiero a qué es lo que estás haciendo aquí, en la misma habitación que yo, hablándome.

— ¿Acaso no puedo hacerlo?

— Pensé que no me soportabas.

— Pensaste bien. No lo hago, sin embargo, soporto menos todos tus quejidos — dijo, tronandose los nudillos —. Andando.

El muchacho comenzó a caminar y sin entender muy bien por qué, Irene lo siguió.

— ¿A dónde vamos?

— Por hoy te entrenaré, no quiero oírte llorar mientras leo.

— Pero Bruce dijo...

— No sé si lo hayas notado, pero me importa muy poco lo que mi padre pueda ordenar o no — tajó, bajando con la castaña hacia la sala de entrenamientos —. Si quieres entrenar de verdad, no deberías quejarte.

— Bueno. — Resopló, cansada de la actitud de Damian.

Ambos no volvieron a pronunciar palabra y se limitaron a entrar a aquella habitación de gran tamaño, de paredes hechas de cristal y unos cuantos sacos de boxeo apilados en la esquina. El lugar era limpio y desprendía un ligero olor a alcohol mezclado con sudor. Irene pudo a notar a simple vista que, a pesar de ello vacía que lucía la sala, había un montón de compartimientos que formaban parte de las paredes; posiblemente necesitaba códigos para abrirlos.

— No tengo idea de lo que eres capaz — habló Damian, quitándose la playera como si se tratara de lo más normal del mundo. La chica frente a él frunció el ceño y se quedó pensando en por qué lo hacía, si era el más reservado de todos los hermanos. El joven tiró el pedazo de tela al suelo y su bien trabajo cuerpo quedó al descubierto. Tenía la piel morena bañada de cicatrices hechas en batallas, con los músculos tan bien trabajados que parecían haber sido esculpidos en el Olimpo, tallados a mano por el mejor de los escultores. Aunque, si se pensaba, Damian Wayne y su rostro, su perfil de Dios griego, sus ojos esmeralda que se tornaban oscuros cuando se enfadaba, sus expresiones amargadas, llenas de fatiga, sus silencios ardientes, sus labios apretados en una ligera mueca, sus cejas fruncidas, sus manos firmes y su voz capaz de derretir el corazón más helado del planeta, parecían haber sido creados para adorar; parecía haber sido creado solo para morir por él —. Así que pelearemos para ver lo que haces.

Irene se obligó a apartar la vista antes de empezar a babear.

— S-Sí...

—¿Miedo? — cuestionó, elevando una ceja mientras se ponía en posición. Ella se obligó a asentir, creyendo que era mejor que pensara eso a qué se diera cuenta que lo único que pasaba por su mente, era la idea de también arrancarle el pantalón.

Antes de poder hacer algo, Irene ya tenía encima a Damian atacando . La chica apenas y se pudo mover un par de centímetros antes de que un golpe impactara en su estómago. Retrocedió llena de pánico y quiso gritarle que se detuviera, pero sabía que no serviría de nada así que decidió aguantar todo lo que podía. Esquivó y esquivó, dándose cuenta al poco rato de que Damian había decidió tomar un solo patrón de golpes con ella para no matarla. Sabía que su capacidad era increíble y que hasta estúpido llegaba a ser el hecho de que él todavía no lo asestara ningún golpe, sin embargo, aquello era porque él así lo quería.

Realmente no la quería dañar...

Al darse cuenta de ello, Irene por fin se pudo dar a la tarea de contraatacar. Dió dos pasos más hacia atrás y esquivó un puñetazo de Damian, se agachó e intentó regresarle el mismo golpe en la boca del estómago pero el héroe fue más rápido y se hizo a un lado, le propinó una patada que Irene frenó con ambas manos y sostuvo con firmeza su pierna; le dolieron los brazos por hacerlo. Con intenciones de desequilibrarlo, la castaña tomó osa la fuerza que tenía y elevó su pierna a la par que lo llevaba hacia adelante, sin embargo, Damian una vez más volvió a ser más listo e hizo una voltereta. Irene se quedó echa piedra al verlo acercarse con velocidad y, cómo recurso de último momento, se agachó antes de que pudiera atraparla. Fue algo que el menor de los Wayne no esperaba y ambos terminaron por caer.

— ¡No! — chilló la chica, imaginandose el peso de Damian aplastándola por completo. Alzó las manos para formar un pequeño escudo  y él alcanzó a frenar el golpe. Irene tragó en seco cuando cayó en cuenta en la posición de se encontraban: ella, tocando su pecho con las palmas, sintiendo el calor que desprendía su cuerpo  y las pequeñas marcas que residían por esa zona. Y él, con los brazos a cada lado de la chica, agitado y respirando a unos cuantos centímetros de ella, con las piernas enrededadas y dos zonas muy sensible rozándose de vez en cuando.

Damian simplemente la observó sin perderle detalle, con el corazón latiendo como loco. El deseo de ambos podía palparse en la habitación y por lo caliente que se había puesto el ambiente. Irene tenía miedo de no poder controlarse y lanzarse a besarlo, porque eso significaría ser rechazada. Damian siempre había demostrado un enorme desprecio por ella, ya le había dejado claro que nunca estaría a la altura de las chicas con las que él salía. Tenía que escapar, tenía que correr lejos para evitar ser lastimada. 

—¿Damian? — habló ella, temerosa. Deslizó sus manos fuera de su pecho hasta dejarlas en el frío suelo, porque sentía que le quemaban al no poder tocarlo como pensaba hacerlo.

— Enseguida me quito — dijo, carraspeando.

Él se movió un poco, lo suficiente para que Irene sintiera el abandono y el repentino frío que su cuerpo sintió sin el de él.

Y entonces lo jaló.

Lo besó, le robó un beso mientras rodeaba su cadera con ambas piernas y lo atrapaba con las manos, sosteniendo su espalda. Le valió una mierda el rechazo, el asco que le podía causar al chico, le valió una mierda que después de aquello definitivamente no volverían ni a dirigirse la mirada. Lo necesitaba, lo quería.

— Sé que me odias, que te causo repulsión. Sé que no estoy a la altura de todas esas super modelos con las que has salido, ni  que soy tan inteligente  como las Einstein que tienes de amigas— habló, acabando el beso que Damian no se negó en seguir —. Pero no pude evitarlo...

— No necesitas ser una súper modelo, ni una Einstein. No necesitas ser igual que todas las chicas — dijo, sin dejar de mirarla —. No necesitas nada porque ya lo tienes todo.

La acarició la mejilla y colocó un mechón de cabello detrás de su oreja, sintiendo las mentadas maripositas idiotas de las que todo el mundo hablaba.

— Estando contigo odio un poco menos estar vivo.

Ella le sonrió y él le sonrió de vuelta. Hasta entonces se dió cuenta que era la primera vez que lo veía haciendo algo más que una mueca con esa boca suya.

— ¿Quieres seguir entrenando?









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