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Titulo: Mala suerte.

Personaje: Damian. 

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Había sido la maldita Alicia de aquel hombre que se sentía el Sombrerero Loco por las calles de Gotham, el Joker me había utilizado de rehén en varias ocasiones, Harley Queen me había golpeado con su maso, Enigma me había puesto como carnada en unos de sus juegos hechos para llamar la atención de Batman, me había visto en peligro en medio de un fuego cruzado de Doble cara y así podría seguir todo el día, contando las veces que mi suerte fue una mierda y me encontré a punto de morir por culpa de la enorme inseguridad que habitaba en Gotham. 

Sin embargo, para donde va mi historia no es exactamente por ahí. 

La peor de mis suertes fue una vez que estaba bebiendo desconsolada en la mesa de mi cocina, a llanto abierto y con los mocos resbalando por mi nariz. Lo sé, patético. Vivía sola, a mis padres ya los habían asesinado y como el universo se esmeraba en darme palizas, yo había sobrevivido al ataque. Ahora tenía que valerme por mí misma pero como todo  joven de apenas 17 años, ese día decidí que era mejor lamentar mi miserable existencia mientras intentaba perder el conocimiento con una botella de alcohol barato. Sin embargo, cuando iba a la mitad, tocaron la puerta. 

Lo único bueno de tantos secuestros, caídas, disparos e intentos de homicidios era que había aprendido a ser precavida y como a mi mejor amiga Barbara la habían dejado en silla de ruedas por un disparo que recibió en la puerta de su casa, me las había ingeniado para crear un sistema a prueba de muerte. 

Perezosamente me arrastré hasta la puerta de la cocina y jalé una cuerda vieja que estaba atada en la pared. La puerta del departamento se abrió y del techo cayó un pedazo de metal que se sostenía gracias a la soga. Había un papel pegado en metal que decía: "Antes de entrar di tus intenciones e identificate, bastardo, de lo contrario adornaré tu cara con una bala entre tus cejas:)" 

— Robin. — Susurró la voz. Rodé los ojos de inmediato. El estúpido e increíblemente guapo Robin. Habíamos tenidos varios roces gracias a los rescates de Batman, así que el cabrón no necesitaba una gran presentación para evitar un disparo en la frente. 

Me quedé en la cocina e inconscientemente inspeccioné mi atuendo mientras me arrastraba pegada a la pared hasta el suelo. Traía una camiseta blanca grande que me llegaba un poco por debajo de los muslos y unos shorts de mezclilla algo ajustados. Hum, qué gran atuendo para recibir al tipo. 

Ah, y encima, ebria. 

Oí sus botas marcar los pasos por mi recibidor y la sala, y más pronto de lo que creí lo tenía asomándose por la puerta de la cocina, con su cabeza viendo en mi dirección. 

— Has bebido. — Afirmó. 

— Wow, ¿cómo lo supiste? 

— Como sea, levántate. He venido a sacarte de esta pocilga. 

No me moví de mi lugar y lo miré indignada. 

— Sé que está algo sucio y no hay luz, pero no hace falta que me lo restriegues en la cara. No necesito tu condescendencia ni el puto dinero de Bruce, estoy bien aquí. Es lo unio que me queda. 

¿Olvidé mencionarlo? Conocía sus identidades. Larga historia. 

Robin pareció abrir los ojos porque el antifaz se arrugó, se abalanzó sobre mí y puso su mano en mi boca, silenciandome. El olor a colonia de hombre y el látex me invadió, embriagándome un poco más. Seguramente él estaba oliendo ese extraño olor que deprendes cuando te levantas de la cama; suciedad, baba y pedos si tienes problemas digestivos, además del olor de cualquier alcohólico en potencia. 

— No digas ni una puta palabra más, ¿me oíste? Sigueme. 

Asentí con el corazón desembocado. Había algo en su tono que me convencía de que no estaba allí por lastima, sino porque en realidad volvía a estar en peligro. Me levanté con cuidado y caminé hasta estar junto a él. Casi de inmediato se oyó cómo abrían la puerta seguido del ruido metálico y un quejido. 

—Maldita sea — se escuchó y por el eco del ruido, como si trajeran macaras baratas de plástico, supe que eran hombres del Joker. 

— Por aquí — murmuró Robin, tomando mi mano. 

Me jaló para salir por la ventana, pero yo aún tenía mi botella en la mano e hizo ruido al chocar con la mesa, alertando a los hombres para darse prisa. 

—Eh, quién anda allí. 

—Mierda — Gruñó Robin y de inmediato nos pegó a la pared donde hace unos segundos yo estaba. 

Mi pulso se descontroló completamente y mis piernas flaquearon. La sombra de los hombres robustos e reflejó gracias al sol que entraba por las ventanas y en cuanto visualicé un pie del primer hombre que entraría, rompí la base de la botella y se la encajé en la cara al sujeto, esperando con todas mis fuerzas que ese ligero trabajo en el gimnasio tuviera efecto y traspasara la mascara. Y cuando gritó y sangre empezó a brotar por debajo de la barbilla, me relajé un poco. De inmediato y antes de morir, el hombre comenzó a disparar locamente, Robin me empujó y caí al piso, siendo espectadora de una batalla de uno contra uno y otro medio muerto. 

Cuando todo terminó, no pude dejar de observar que una bala lo había herido. 

— Vayámonos, no tardan en llegar más. 

— Pe-Pero... 

— ¡Dije que nos fuéramos! 

De inmediato callé de mala gana y lo seguí, salimos por la ventana y me agarró fuertemente por la cintura con el brazo que tenía el hombro lastimado. Nos columpiamos por los edificios de Gotham con rapidez mientras me cagaba de miedo. Con la mayor pena del mundo, me aferré de él como nunca me había aferrado a nada en la vida, lo sujeté muy fuerte y su olor se convirtió en lo único que quise concentrarme para no pensar que me encontraba a más de de 30 metros de altura y en cualquier momento el brazo de Robin caería sin fuerzas, soltándome con ello. Pero en ningún momento pasó, incluso seguía apretada junto a él cuando ya nos encontramos frente a la mansión Wayne, agitados y llenos de adrenalina. 

Pero segundos después se rompió la burbuja. 

— Ya no estamos en el aire — dijo, carraspeando —. Hum, puedes soltarme... 

Fuck. Gracias a la tenue luz que había, Robin no pudo notar mi sonrojo. 

Robin me dirigió hacia una entrada secreta que había detrás de unas rocas, bajamos por lo que parecía ser un túnel y mágicamente en cinco minutos estábamos dentro de la baticueva. A paso rápido, me llevó hasta lo que parecía ser un cuarto de hospital montado o algo así, había equipo medico, una camilla, sillas y medicamentos por todos lados. Robin se quitó el antifaz, se sentó en la camilla y comenzó a quitarse el traje con cuidado. 

— Podrías... ¿Podrías traer ese botiquín? — cuestionó, timido. Algo que me extrañó completamente porque eso estaba fuera de su personalidad e, intentando evitar ver su potente mirada verde y su cuerpo cuidadosamente trabajado, hice lo que me ordenó. Me senté junto a él. 

— ¿Por qué no le llamas? — cuestioné al ver su hombro, la mitad de su pecho y una pequeña parte de su torso llena de sangre. 

— Era una misión que hasta un niño de cinco años podría hacer sin salir con un rasguño — murmuró abriendo un paquete de vendas, abstraído en la tarea —. Batman no me verá así, tengo dignidad. 

— Déjame ayudarte, es lo menos que puedo hacer. 

Le arrebaté el alcohol de las manos, humedecí un trapo y comencé a pasarlo por la herida. Él soltó un pequeño gemido lo suficientemente profundo como para que una parte de mí sintiera una pequeña punzada y mi corazón se acelerara. De pronto sentí que el ambiente se tornaba caluroso y por instinto levanté la vista. Sus pesados y profundos ojos me veían mientras fruncía ligeramente el entrecejo, atento, como si cada movimiento mí fuera la cosa más interesante que podía ver. Parecía que brillaba entre todo ese sudor causado por el dolor y su respiración agitada hacía que los musculoso de su cuerpo se tensaran ligeramente. No imaginarlo en otra situación era imposible. 

Pero antes de que mis hormonas ayudaran menos de lo que estaban haciendo, desvié la vista. 

Lo limpié un poco más para poder poner las vendas, acabé de curarle y procedí a desenrrollar la venda sobre su cuerpo, deslizando mis dedos por su pecho y hombro, sintiendo unas ansias infernales por perderme en acariciarlos detalladamente, porque merecían serlo. 

— ¿Quién te enseñó? — preguntó, rompiendo el ambiente pesado. 

— Yo sola — reí —. Cuando tienes la suerte de estar en medio de un fuego cruzado tres veces a la semana debes aprender a atenderte tú misma si no tienes dinero. 

— Lo siento — murmuró, haciendo que me detuviera en seco. 

¿Había oído bien? 

— ¿Lo sientes? ¿Por qué? 

— Por no hacer nada — me sostuvo la mira y sentí que fallecía —. Necesitaste protección desde mucho antes y yo... yo simplemente fui por ti sólo cuando estabas a punto de morir. Fue egoísta y estúpido, impropio de la persona que soy ahora. Nos conocemos desde hace tanto y lo único que te digo siempre es que eres una idiota vulnerable. Sé que parece que no tengo alma pero de verdad me siento una mierda por no actuar antes y dejarte sola mientras tú cuidas de mí cuando se te da la oportunidad. No tenías que pelear en tu casa y lo hiciste, no tenías que atender y de todas formas te ensuciaste las manos de mi sangre sólo por preocuparte por mí... Y-Yo no sé qué decir... 

Sin decir una palabra, posé las yemas de mis dedos en su mejilla y lo observé, lo observé como se mira algo que anhelas y al mismo tiempo rechazas, con un poco de melancolía. Y con el miedo en la punta de los labios, lo besé. 

Al principio, el beso fue algo torpe por la sorpresa, pero en cuanto cayó en cuenta de que no me quitaría a menos de que me rechazara, me agarró con fuerza por la cintura y profundizó el beso. Moví mis brazos hasta rodear su cuello con ellos y él optó por mover una de sus manos hasta mi rostro y acunar mi mejilla en ella. Nunca había sentido un beso tan potente como aquel, tan lleno de emociones y sentimiento, sin saber si en realidad la otra parte era correspondida así que por unos segundos me encontré flotando entre la incertidumbre, pero pronto me dejé consumir en aquella pequeña unión, cediéndole el poder completo de destruirme con sus palabras una vez que el beso terminara. 

Pero cuando lo hizo, él simplemente sonrió. 

— Si esto pasa cada vez que me disculpe contigo, lo haré más seguido. 

Lo dijo en un tono juguetón pero a mí me sonó más bien a una promesa y no pude hacer más que sonreír.

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