95

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Título: El príncipe del trapo.
Personaje: Jason

Advertencia: Desde este capítulo voy a hacer capítulos de todo lo existente hasta ahorita, desde Jason como príncipe hasta la bolita de odio como vampiro.
Yo sé que lo amaran 7u7
~~~•••~~~•••~~~•••~~~•••~~~•••~~~•••~~~•••~~~

Burla era una palabra horrible, una palabra llena de desprecio, de descontentos. Y lamentablemente era una palabra que era muy frecuente en mi clase social.

Con las ropas desgarradas, la cara sucia y mi cabello enmarañado, corrí por el bosque con el sonido de las risas de los niños del pueblo atacando mis sensibles oídos. Me perdí lejos del sendero por donde acostumbraban pasar las carretillas, adentrándome en el oscuro bosque del reino e ignorando las pequeñas ramas que me rasguñaban el rostro con cada pisada que daba.

Añoré a mis papás, añoré que estuvieran vivos, junto a mí ayudándome contra los males que la sociedad representaba para una niña pobre y huérfana, sin ningún hogar para siquiera dormir protegida de las noches frías. Estaba sola, sin ningún amigo en el mundo.

No sé cuándo comencé a llorar, mis lágrimas terminaron mezcladas junto a la lluvia torrencial que hizo de la tierra un asqueroso fango con el que me terminé estampando de bruces.

Solté un quejido, cerrando los ojos con fuerza por inercia. Sentí mi rostro asquerosamente mojado por el lodo.

— ¿Tus padres nunca te enseñaron que correr mientras llueve es malo? — cuestionó una voz despectiva —. ¿Agricultores? ¿Pastores? Tu ropa tiene ese aspecto, solo que más sucia. 

Lentamente, elevé la cabeza asustada por la repentina voz algo chillona que se burló. De pie frente a mí, con ropa sencilla pero visiblemente costosa, un tahali de cuero cruzando por su pecho, un niño de ojos azules me miraba con aire de superioridad. Baje de nuevo la cabeza, avergonzada,  sintiendo mis mejillas arder a pesar del frío desolador de la noche.

— ¿Te cortaron la lengua por desobediente? ¿Qué esperas? Contesta, es una orden del hijo de tu monarca.

— Si fueras hijo del monarca, estarías en el castillo real protegido de la lluvia, no en medio de este bosque — murmuré en respuesta, sin poder evitar querer azotarlo contra un árbol por su soberbia, suficiente tenía con los niños de mi pueblo. Un segundo después me atreví a agregar: — y si fueras mi príncipe, creo que te reconocería.

— Ser obediente nunca fue una de mis tantas virtudes — dijo con sorna —. Conoces a mis hermanos porque ellos son presentados ante la sociedad con el fin de que el pueblo conozca a sus siguientes gobernantes. Yo en cambio decidí aprender las artes de la guerra y la expedición. Las fiestas y los vestidos pomposos nunca fueron lo mío.

Haciéndole caso omiso, el nudo que me ahogaba se hizo presente y solté un pequeño chillido, llamando su atención.

— ¿Estás llorando? — preguntó confundido.

Negué con la cabeza deseando que se fuera.

—  Al menos deberías contestar, alguien como yo no debería estar hablando con los de tu clase, estás obteniendo un privilegio que pocos llegan a tener en toda una vida.

— Déjame en paz... Por favor... — sollocé elevando la mirada para verlo con abatimiento. Él quedó petrificado por un segundo, posiblemente sorprendido por mi acción, sus facciones se suavizaron pero después de un segundo pareció reaccionar, volviendo a mostrar un aspecto burlón e insensible. 

— No sé por qué estoy perdiendo el tiempo aquí — se dijo así mismo, agachándose a mi altura — pero suponiendo que mi padre no me mate por salirme por quinta vez del castillo, se sentirá satisfecho al saber que no dejé a una niña tonta aquí en el bosque.

Sin mi permiso, me tomó por los hombros con una facilidad increíble y me elevó por el aire hasta dejarme de pie frente a él. Era un poco más alto que yo, de aspecto algo aniñado pero mayor, con la piel blanca y el rostro de un muchacho rudo pero curioso. Pasaron algunos segundos y me extendió un pedazo de trapo más limpio que toda mi ropa.

— No tendré mi mano así toda la noche, tómalo — me ordenó.

Me quedé tensa, sin saber exactamente qué hacer más que dejar caer una que otra lágrima silenciosa. Me sentía estúpida. Ambos estábamos sumidos por una oscuridad casi total, empapados de pies a cabeza.

— ¿No sabes hacer otra cosa más que llorar? — cuestionó cansado, dejándome sorprendida al ver que se había percatado de ello incluso cuando la lluvia parecía disimularlo.

Se acercó a mí con el trapo empapado y comenzó a pasarlo con cuidado por todo mi rostro, deshaciéndose de los restos de fango que no querían escurrirse por mis mejillas junto con el agua torrencial del cielo gris.

— Listo, ya quedaste menos fea — exclamó seguro, deteniéndose un momento para mirarme a los ojos —. ¿Dónde están tus padres?

— No tengo — tomándolo de nuevo por sorpresa, me miró como si fuese un bicho raro.

— ¿Abuelos?

— Muertos — susurré —, estoy sola.

Él se quedó callado, analizando la situación.

— Yo... 

— Deberías irte, el rey debe de estar buscándote. Yo estaré bien— le recomendé para acabar con el momento incómodo. Como si hubiera reparado en que no había nada qué decir y que claramente estaba manchando su reputación de príncipe al cruzar palabras conmigo, se tensó ligeramente.

soltó un bufido y me extendió su mano —. Ven conmigo.

— ¿Qué?

Antes de responder, se echó una capucha color escarlata encima de la cabeza.

— No me agrada a mí tampoco la idea de pasar más tiempo contigo  pero no puedo dejarte morir aquí de frío, ¿Qué le diría a mi padre? — me jaló de la mano haciendo una pequeña mueca y, asegurándose de ir por lugares seguros para evitar caernos, emprendimos un pequeño recorrido por el bosque que parecía abrirse ante los pies de él, revelandole un camino lejos de todo obstáculo.

Poco tiempo después de recorrer el bosque, los campos y un pequeño pueblo de casitas más humildes que las del mío donde los animales eran los únicos seres caminando por las veredas, llegamos al pie del castillo, una enorme edificación de piedra, llena de fosas y torres de enorme tamaño que se alzaban  por encima del horizonte. Apenas tuve tiempo de asombrarme por el lugar  cuando ya éramos cordialmente recibidos por una ballesta entre ceja y ceja.

— ¿Quién se atreve a profanar los territorios sagrados del Gran Monarca a estás horas de la madrugada? — cuestionó el guardia.

— Buenas noches, Frederick ¿Qué tal tu día?  — saludó sacándose la capucha para ver al hombre directamente a los ojos. A pesar de la diferencia más notoria de estatura, el hombre se vió claramente intimidado por él.

— Príncipe Jason — susurró con el rostro desencajado —. Volvió a salir del castillo, señor...

— No es ninguna novedad — le restó importancia con un gesto de mano —. Ahora, ¿Podrías dejarme pasar a mi castillo? Unos segundos más aquí afuera y creo que me fundiré con el agua.

— S-Sí señor, adelante — el guardián gritó unas órdenes y las puertas rápidamente se fueron abriendo con majestuosidad —. ¡Nuestro noble príncipe ha llegado! ¡Mantas! ¡Comida! ¡Llevadlo al fuego de la chimenea!

Sentí envidia al oír todo aquello, mirando cómo lo mimaban de un segundo a otro, trayendo regalos a diestra y siniestra solo para el capricho de un niño malcriado. Él veía todo aquello con normalidad y para era una bendición, no recordaba cuánto llevaba sin comer.

Jason pareció notarlo.

— Te gruñó el estómago, ¿No es así? — me sonrojé en respuesta y él sonrió satisfecho mientras nos adentrabamos por los enormes pasillos, con una escolta pisando nuestros talones —. Tranquila, pediré todo un banquete.

— Pero los siervos ya deben estar dormidos — me atreví a murmurar confundida.

— Es mi castillo, son mis órdenes — me guiñó un ojo dejándome todavía más confundida. Ese muchacho era una mezcla de un niño de pueblo, sencillo y relajado pero también el príncipe más altanero que existiera en la faz de la tierra.

Cuando llegamos a un salón estrecho de piso de mármol, rodeado de estatuas y cuadros, mi vista se centró en la sombra que reflejaba el fuego de la chimenea;  otro chico de cabello algo largo, tal vez de mi edad, vestido elegantemente con un libro en manos

— Padre te mataría si estuviera en el castillo — exclamó cerrando el libro para dirigirse a nosotros —. Te prohibió salir mientras salía de viaje.

— No tiene por qué enterarse, ¿Verdad Timothy? — le sonrió. Él rodó los ojos.

— ¿Quién es ella? — cuestionó mirándome con curiosidad, casi ignorando mis ropas estropeadas. Cerré los ojos y por inercia me escondí detrás de Jason, deseando quedarme sorda para evitar por los comentarios que haría a continuación: "¿Por qué traes escoria al castillo? ¡Saca esa repugnancia de aquí de inmediato! Alguien de su clase no debería ni siquiera ver este castillo"

Mi compañero notó mi gesto y rió.

— Tranquila pequeña aldeana, a Timothy no le importan las clases sociales.

El nombrado se acercó a mí y me tendió la mano.

— Timothy Wayne a sus servicios,  ¿señorita... ?

— Alyssa — completé dándole mi mano con algo de miedo. Él la besó sin ningún problema, ofreciendo una hermosa sonrisa cortés.

Jason frunció el entrecejo y nos apartó rápidamente.

— Es hora de que Alyssa vaya a comer, hermano.

— Seguro, Jason — el azabache rió sin descaro —. Asegúrate de no tropezar con los celos, curiosamente hoy llegaron al castillo. 

— ¡Guarda silencio, sangre sucia! — chilló empujándome como niño pequeño hacia la cocina. Cuando llegamos, la servidumbre ya estaba trabajando sin descanso junto al fuego, haciendo comida como para alimentar a diez personas.

— Señor, únicamente encontramos una toalla de terciopelo seca. Las demás lamentablemente fueron mojadas por la tormenta.

Él me miró a mí y después observó el objeto en manos del guardia por unos segundos.

— Dásela a ella — sentenció con un solo movimiento.

La acepté penosa junto a una mirada de recelo por parte del hombre. Le sonreí a Jason, sin saber exactamente qué hacer más que colgarmela en los hombros.

— ¿Por qué haces todo esto por una simple campesina? — cuestioné mientras ambos permanecíamos sentados en las sillas de la cocina, riendo con la servidumbre como si fuéramos mejores amigos.

— ¿Qué cosa? — cuestionó con un pedazo de pan en la boca.

— Ayudarme — susurré —. Cualquier persona de tu rango debió dejarme allí tirada. Ni siquiera deberías haberme mirado.

— Las clases sociales solo fueron hechas para discriminar a alguien por su posición — dijo —, cuando realmente deberían clasificarse por la bondad del hombre. Todos somos humanos, a fin de cuentas.

— Realmente pensé que eras un corazón hueco. Qué agradable sorpresa me he llevado.

Me miró y me sonrió.

— Tengo un espacio para ti en el castillo, ¿Qué dices?

Sentí un retortijon en el pecho y los ojos me picaron.

— M-Me encantaría.









Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro