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Título: Escolta prohibida.
Personaje: Dick Grayson.
Advertencia: Universo alterno. Edad media.

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El carruaje que viajaba con la persona más importante de toda la provincia de Gotham, se detuvo lentamente, alertando a la bellísima princesa que permanecía hasta ese momento reposando tranquilamente en los asientos de piel traía directamente desde la India. Frunció el ceño y dejó el lado el libro tan interesante que se encontraba leyendo, acomodó un mechón castaño de su fina y ondulada cabellera por detrás de su oreja y abrió la ventanilla.

Al primero al que divisó fue a nada más ni nada menos que su más fiel guardián, Richard John Grayson, quien se acerca a ella con paso lento pero seguro.

— ¿Qué sucede, Dick? — preguntó  curiosa, llenando los oídos del joven caballero con aquella voz que tenía la mala maña de ser lo único que lograba calmarlo durante hasta la peor tormenta. Él, en respuesta, le sonrió.

— Todo está en orden, Su Alteza, los caballeros decidieron hacer una revisión de perímetro.

La chica hizo una mueca y dirigió sus ojos jade más allá de los azul cielo de Richard, preocupada.

— ¿Seguro?

— Llegará a salvo al castillo, Su Alteza, no dejaré que nada le pase — el chico le volvió a sonreír, no como un guardián, sino como el amigo que había sido para ella desde que ambos tenían uso de la razón. Por otro lado, Dakota sentía su corazón palpitar con una dolorosa lentitud dentro de su pecho, aterrada por el tiempo que podría quedar varada allí con su escolta, tan a la vista, tan escondidos de una civilización.

Estaban tan vulnerables allí...

Soltó una risilla nerviosa que llamó la atención de Dick.

— ¿Qué sucede, Su Alteza?

— Encontré la segunda razón para odiar ser la siguiente heredera al trono... — reveló, con un atisbo de tristeza surcando su fino rostro — no se puede manejar fácilmente una amenaza de muerte.

— Exactamente es para lo que nosotros, sus guardianes, existimos — miró a su alrededor, vigilando que cada hombre que había sido elegido para escolta real de princesa cumpliese su trabajo y después volvió su vista hacia Dakota —; daríamos la vida por usted sin dudarlo. Pero, si tan nerviosa está, mejor cuénteme cuál es la primera razón por la que odia ser la gobernante de toda una provincia.  

— Mi casamiento no será por amor, sino por conveniencia, ¿Podría haber peor razón? — contestó sin titubear, mirándolo fijamente.

Richard abrió los ojos con sorpresa, haciendo que el ambiente de pronto se tornara algo tenso.

— Entonces su corazón ya está ocupado — murmuró más para sí y después se obligó a sonreír —. Este hombre... ¿No forma parte de la alta sociedad?

— Tiene un alto rango, sin embargo, lo nuestro es prohibido — contestó ella.

— El re-

— ¡Todo despejado! — gritó con júbilo, Jason Peter Todd, apareciendo entre los árboles con una sonrisa encantadora que podría derretir hasta el iceberg más grande del mundo. Se sacudió las manos y ajusto la funda donde colgaba su espada, acercándose radiante hacia la ventanilla de la princesa. Una vez frente a ella, sin pudor alguno, pidió su mano para besarla delicadamente en un gesto descaradamente liberador para el puesto que tenía. Jason Todd era un gran guerrero, impecable amigo, fiel, honesto hasta llegar al punto de ser directo, listo y ágil, sin embargo, en aquellos tiempos sus actitudes liberales ante las mujeres con más estatus que el de él le traían problemas o bien, le daban la oportunidad de tener mucha más riqueza de la que poseía como guardián.

Dakota le regaló una pequeña sonrisa, aliviada ante tal información.

Y, desgraciadamente, allí fue comenzó el desastre.

— Tengo que irme — gruñó Grayson mirando la escena y malinterpretando la sonrisa que la castaña le había dedicado a Jason, ¿Él, su mejor amigo, se trataría del bastardo que logró robarle el corazón a la dueña del suyo? —. Y tranquila, Su Alteza, su secreto se irá a la tumba conmigo. — Añadió con algo de veneno; furioso, celoso. Se dió la vuelta y sin recibir órdenes ni esperarlas, se lanzó dentro del bosque.

— ¡Vuelve aquí! — gritó ella, alarmada al verlo partir tan enfurecido — ¡Es una orden!

Se suponía que las órdenes reales nunca debían desobedecerse, por más que el caballero estuviese en desacuerdo, y allí estaba Grayson, rompiendo una de las máximas leyes del reino.

— Dakota... — advirtió Jason mirando a su amiga bajar del carruaje, mirando furtivamente hacia todos lados para comprobar que ningún otro guardián volviese de revisar el territorio. La chica ni siquiera se inmutó cuando Jason la llamó. Él tenía la costumbre de llamarla por su nombre de pila si no había gente merodeando por allí por dos simples razones: la conocía desde que usaba pañales y, por mala costumbre, a él le importaban un comino las clases sociales.

— Prometo volver pronto — avisó tragando en seco —. Tengo que aclarar un asunto.

— Eres la siguiente al trono, no te puedo perder de vista por un simple y estúpido caballero en plena rabieta — bufó intentando detenerla.

— ¿Desde cuándo te importan las clases sociales? — le cortó y se echó a correr a las entrañas del bosque, rogando internamente por que Richard no se encontrase tan lejos. 

Agradeció que a medida que avanzaba, sus pasos no hicieran el más mínimo ruido, o que si lo hacían, los pajarillos y su canto, junto con el sonido del viento rozando las hojas verdosas de los árboles y de los ríos corriendo con agua cristalina en ellos, cubrieran el sonido que ella se atreviera a emitir.

— ¡Maldito Jason! — oyó no tan lejos de donde se encontraba y no dudó en acercarse hasta posicionarse detrás de un árbol —¡ Bastardo mal agradecido! — El guardián soltó un puñetazo directo en la rama de un árbol, partiendola — ¡Se atrevió a traicionarme después de todo lo que he hecho por él!

— No te traicionó — desmintió Dakota saliendo de su escondite, parando en seco cualquier acción que Dick tuviera intensiones por hacer. Se volteó a verla con el entrecejo contraído —. Él no me gusta, Richard.

Sorprendido, se acercó un poco más a la princesa.

— Entonces eso que ví...

— Es mi mejor amigo — la chica rió, causando que a Grayson se le erizara el vello de la nuca —. Sin embargo, no te encuentras tan errado. La persona que tiene mi corazón en bandeja plata a su disposición, se encuentra en mi escolta.

Dick soltó un gruñido.

— ¿ Y puedo saber quién es el bast- — se mordió la legua para no terminar la frase. Carraspeó — ¿Puedo saber quién es el dueño total de sus sentimientos, Su Alteza?

Con las manos temblorosas de emoción, Dakota acarició la mejilla de Richard, disfrutando el tacto que suponía para ella por tocar algo que la parecía tan lejano, tan prohibido en la forma en que lo deseaba. Él se obligó a cerrar los ojos, dejándose llevar por la sensación de sus suaves dedos contra su piel.

— Siempre has sido tan devoto en tu trabajo — murmuró acercándose un poco más —, demuestras tanta pasión como ningún otro... Eres tan atento conmigo, siento que inclusive darías tu vida por mí.

— Sin pensarlo — respondió en el mismo tono que la chica, con el corazón a mil por hora.

—Me encantaría pensar que lo haces por otra cosa mas que tu deber como guardián y el juramento que tu familia le tiene a la mía — siguió, mirándolo a los ojos.

Dick sabía que aquello estaba mal, que probablemente era el peor delito que una persona podía llegar a cometer. Le importó poco al final, cuando atrapó la mano de la princesa y la colocó sobre su pecho, colocándola de espalda contra uno de los árboles, acorralando su pequeño cuerpo.

— Mi devoción por mantener a salvo va más allá de un juramento — reveló —. Eres la única mujer que ha hecho latir a mi corazón de forma desesperada... Me haces feliz, Dakota. Verte dormir, ver cómo tus facciones se contraen mientras lees, oírte reír, escucharte pronunciar mi nombre y solo saber que respiras el mismo aire que yo me hacen brincar de alegría como un tonto enamorado. Eres justo lo que necesitaba para saber por fin qué es la felicidad.

Se lanzó a besarla, mandando al carajo lo que su padre, el rey, pudiese decir, sin importarle quién pudiera verlos o si el día de mañana terminaría en la guillotina por cometer tal cosa. Porque allí estaba, besando a la estrella más brillante de todas, probando la gloria por primera vez, aunque hubiese ganado guerras millones de veces. Allí estaba, sintiendo que volvía a nacer.

Allí estaba, sintiéndose vivo.

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