4. Instinto primitivo

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Caminaron por bastante tiempo. El vapor que venía de todos lados los hacía sudar y la mugre del aire se les pegaba en la piel. Sus labios secos empezaban a tener un ligero sabor metálico, probablemente debido a alguna sustancia suspendida en la atmósfera pesada. Ya las piernas empezaban a perder las fuerzas, y la sed a atacar sus gargantas. El paisaje no cambiaba. Las paredes derrumbadas y esqueletos metálicos de camiones parecían ser los mismos.

—Yuki, creo que deberíamos volver… No sé cuánto tiempo habrá pasado pero los camiones deberían salir pronto de la base… Esta búsqueda es inútil.

Ella siguió adelante, al parecer ignorando esas palabras.

—¡Yuki, escúchame! Ya no podemos seguir así… Se está haciendo oscuro, estoy cansado y me muero de sed. Estoy seguro de que te sientes igual… Si no llegamos a tiempo nos quedaremos varados acá, sin comida ni agua. En la noche seguramente la temperatura descenderá y no tendremos refugio… Comprendo que estés decepcionada pero esta es la realidad… Volvamos a casa y sigamos con nuestras vidas…

—¿Cuál vida? —preguntó ella de pronto, deteniéndose— Si a lo que tenemos en aquel lugar se le llama “vida”, entonces prefiero estar muerta…

—No digas algo así…

—¡Tú qué sabrás! —gritó dándose la vuelta, encarando a Asu. Él vio cómo las lágrimas brotaban de sus ojos— ¡No comprendo qué les pasa a todos! Es como si tuvieran un velo delante y fueran incapaces de ver con sus propios ojos… Allá todos sienten lo mismo, piensan lo mismo, dicen lo mismo todo el tiempo… ¡Es como si fuera la única que no está ciega! ¡Incluso mis padres creen que estoy loca! Tú eres el único que se ha mantenido de mi lado todo este tiempo y aun así sé que piensas lo mismo que todos… Y ahora… Por fin estoy fuera de esa maldita cúpula… ¡Y me encuentro con esto! Con lo que todos me habían dicho siempre… Con la verdad de ellos. ¡Pero me niego a creer en esto! Algo en mí… en lo más profundo de mí… me dice que sí hay algo más que muerte en este mundo. ¡Debe de haberlo! No voy a perder esa esperanza, por pequeña que sea… Si pierdo eso… ¡Dejaría de ser yo mis…!

El suelo se sacudió de repente. La voz de Yuki si quebró y el movimiento la hizo paralizar por unos segundos. Otros temblores se repitieron en el mismo minuto. Los dos miraron a sus alrededores en busca del origen de aquellas sacudidas. De repente, un estruendoso sonido se escuchó desde unas ruinas cercanas.

—¿Qué fue eso? —preguntó Asu asustado, acercándose a Yuki quien tomó su mano con fuerza.

—Parece… Un rugido… Se acerca… Escucho algo… Está muy cerca…

Ella se abstrajo y solo se concentró en lo que podía escuchar. Era algo grande, inmenso… Muy pesado también… Y se sentía, sí, vivo… Abrió los ojos, y vio una sombra cubrirlos. Un aura extraña estaba justo sobre ellos. Se lanzó sobre Asu y lo empujó hacia un lado.

—¡Cuidado!

Su voz hizo eco entre los escombros, y después de caer al suelo sintieron un temblor más fuerte que todos los anteriores. Se reincorporaron rápidamente, y lo que vieron frente a ellos los dejó sin aliento.

Era un ser de unos dos metros de altura, con un cuerpo similar al de algún animal salvaje de los que había visto Yuki en los libros, pero inspiraba muchísimo más terror. Su piel parecía estar hecha de una coraza plateada. Alrededor de su cabeza y a lo largo de todo el lomo, salían gruesos cristales de algún mineral del mismo color, que resplandecían aún con la escasa luz. Las garras, como largas navajas, se enterraban en la tierra dejando surcos profundos. En su rostro terrible no parecía tener ojos, y por las fauces llenas de filosos dientes dejaba escapar un aliento caliente y metálico.

Ninguno de los dos jóvenes preguntó al otro qué sería aquel monstruo, a pesar de que esa duda era lo único presente en sus mentes. Tan solo siguieron un instinto primitivo llamado miedo, y empezaron a correr. Ella iba delante, sujetando siempre la mano de Asu. Él intentaba seguir su paso como podía, a pesar de dar traspiés. Las ruinas a su paso servían de escudo frente a los embistes de la bestia, pero al mismo tiempo eran un obstáculo difícil de franquear.

—¡Vamos allá!

Ella cambió de rumbo de repente, haciendo que el animal chocara contra un muro, dándoles algo de tiempo. Penetraron a uno de los edificios más altos del lugar, con unas escaleras que daban la impresión de que se derrumbarían en cualquier momento.

—¿Vamos… a… subir? —jadeó él al ver el rumbo que ella tomaba y soltó su mano. Necesitaba recobrar el aliento— Arriba… no podremos… huir…

—Saltaremos de allá al otro edificio… estaremos bien. Pero necesito llegar a lo más alto de acá para hacer una señal…

—¿Una señal?

—Traje conmigo una pequeña bengala… si la lanzo desde lo alto… quizás nos vean… vendrán por nosotros de seguro… Probablemente recibamos un castigo pero al menos salvaremos nuestras vidas… ¡Vámonos, puede regresar…!

Justo cuando terminó de decir aquellas palabras, la bestia irrumpió en el interior de la edificación. La pared se hizo pedazos y trozos de piedra se dispararon por todo el lugar como en una explosión.

—¡Asu!

Una de las rocas golpeó al chico en la cabeza, abriéndole una herida y dejándolo inconsiente. El gigante de plata se acercó a él e inhaló con fuerza su aroma.

—¡Déjalo, maldito!

Ella tomó algunas rocas y empezó a lanzarlas para llamar su atención. El animal levantó la cabeza y rugió, haciendo temblar la debilitada estructura en la que se encontraban. Fue entonces que ella se dio cuenta. Justo en la garganta, la coraza metálica desaparecía. Un punto débil.

Miró a su alrededor. Solo había piedras y barras de acero oxidadas. Tenía que ser eso. No había tiempo. La fiera se preparó para saltar sobre su presa. Ella agarró la vara más cercana y la empuñó como si fuera una espada. El cazador se despegó del suelo e hizo su ataque. Su piel de plata resplandeció, al igual que el cabello argentino de la improvisada guerrera. Ella se deslizó bajo el cuerpo de su enemigo, y en un movimiento veloz encajó la punta del arma en su cuello.

Un grito agudo y ensordecedor provino del interior del animal, y un líquido viscoso y azulenco se derramó sobre los brazos de Yuki. Antes de que  se desplomara sin vida en el suelo y la aplastara, logró moverse con rapidez hacia donde se encontraba el cuerpo inmóvil de su amigo.

—¡Asu! ¡Asu, despierta!

Se dio cuenta de que su cuerpo estaba temblando, y las lágrimas empezaron a mojar el rostro pálido del joven. Se abrazó a su cuerpo, y un sonido le devolvió el espíritu que se había marchado al creerlo muerto: un latido. Era muy débil, prácticamente imperceptible, pero estaba ahí. Él estaba vivo.

Otro sonido se escuchó entonces. Eran pasos, similares a los del monstruo. También respiraciones y rugidos. Ella levantó la cabeza y los vio: tres seres como el anterior, uno de ellos incluso más grande. Olvidando el miedo superlativo que sentía, se puso nuevamente en pie. Otro instinto primitivo, diferente, la dominaba. El mismo de unos minutos atrás. Ese que la hacía fuerte a pesar del terror: el coraje.

Empuñó en sus manos otra vara de acero y encaró a las tres alimañas. No iba a permitir que todo terminara allí. Esta vez no esperó el ataque del enemigo, fue directo hacia él, y justamente a por el mayor de ellos.

“Con los problemas grandes se acaba primero”, pensó con determinación.

Sin embargo, su cuerpo perdió todas las fuerzas en un segundo. Algo frío en su espalda… Y dolor… Tanto que nubló su mente. Cayó al suelo y sintió su consciencia desvanecerse poco a poco. Un aliento metálico y nauseabundo… Saliva caliente en su piel… ¿Había una cuarta detrás de ella? ¿Acaso la ira la había hipnotizado y no lo escuchó? ¿Ese era el fin?

“Asu… Lo siento…”, susurró con voz desgastada.

Todo iba perdiendo la forma. Pero, de algún modo, cuando creyó que sería decapitada por una mordida, sintió que un peso era liberado de ella. Ya no estaba el aliento asqueroso del animal… Se sentía tan ligera.

Sus ojos se cerraban. Creyó escuchar unos pasos antes de quedar dormida. Pero no, no eran garras… Esas pisadas parecían ser humanas… ¿O estaba soñando?

Dos… Uno…

Oscuridad total.

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