6. Homo homini lupus

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Aquella voz femenina que rompió el silencio dijo esas palabras.

“(…) hemos estado esperando por ti (…) tienes muchas preguntas (…) darte las respuestas…”

Esos pequeños fragmentos quedaron grabados en su hipocampo. Yuki dirigió entonces su vista hacia la puerta, y se encontró con tres figuras humanas. Una le era conocida: Hanamura Hanami, que le sonreía tímidamente. En cuanto a los desconocidos, pudo notar en sus rostros una fugaz expresión de sorpresa, que rápidamente fue cambiada por semblantes serios.

Una de esas personas era una mujer alta de rasgos arios, a quien atribuyó el origen de esas palabras. Veena Strauss rondaba los treinta; por su cuerpo atlético, postura erguida y su cabello, que apenas sobrepasaba el lóbulo de la oreja, Yuki infirió que se trataba de una militar.

Le llamó la atención las cicatrices varias que dejaban ver la blusa de mangas cortas en los brazos de aquella mujer. “¿Es una sargento?”, pensó Yuki, al mirar sus anchos pantalones verde olivo. “Con ese atuendo no lo parece”.

La otra persona era un hombre que llevaba sobre la ropa una bata blanca. Parecía tener un poco más de cuarenta, pero conservaba un fuerte atractivo. Sus ojos pardos dibujaban una expresión cansada, que se ocultaba levemente por unas gafas de armadura metálica. Algunas canas se asomaban en las sienes, para perderse luego entre la espesura de su cabellera azabache. Miró a Veena y asintió, para dirigirse luego hacia la cama donde Yuki descansaba.

—Soy Elijah Steins —dijo con calidez. Su voz era suave y segura—, médico y psicólogo. Hanami y yo nos encargamos de cerrar esa herida en tu espalda. No he pasado por aquí desde que te recibimos hace tres días. Tengo que moverme mucho en el campamento… Pero sé que Asu ha cuidado muy bien de ti… Gracias, joven.

El doctor miró hacia el chico que se encontraba de pie al lado de Yuki y le saludó con una corta reverencia de cabeza. Él le devolvió el gesto, algo avergonzado de que un doctor le agradeciera por su ayuda.

—¿Cómo te sientes? —preguntó dirigiéndose una vez más a la chica.

—Bien… Aunque me duele un poco cuando me muevo.

—Comprendo. Te haré un rápido chequeo para verificar que todo ande bien. ¿Puedo?

—Supongo…

—Fija tu vista en mi dedo —le habló colocando su índice a unos quince centímetros de sus ojos—, ¿puedes verlo claramente?

—Sí.

—Ahora sigue su movimiento, solo con los ojos. No muevas la cabeza. ¿Todo bien?

—Sí.

—Ahora intenta tocar mi dedo con tu índice.

Ella obedeció un poco renuente, nunca le habían gustado los médicos. Aunque esta vez se sentía diferente; el doctor Steins no se parecía en nada a los fríos galenos de su ciudad. Este sacó una linterna médica del bolsillo e inspeccionó sus pupilas.

—Todo bien. Ahora, por favor, date vuelta. Necesito ver cómo avanza la cicatrización de tu herida.

Yuki se giró y tensó un poco su cuerpo. A pesar de saber que ese era su trabajo, la idea de que un desconocido viera y tocara su espalda desnuda la ponían un poco nerviosa. Sin embargo, esa sensación la abandonó pronto, y recordó el motivo por el cual había sentido su corazón retumbar a la llegada de esa visita.

—Esa mujer dijo que tenía las respuestas para mis preguntas…

—Y las tiene, solo espera un momento, ¿sí? Tu estado de salud es más importante que cualquier cosa que ella te pueda decir. Hanami, tráeme un par de guantes.

Elijah desató uno de los amarres de la bata de hospital azul claro de la chica y esperó a que la enfermera le alcanzara unos guantes delgados de látex. El sonido de la goma al ser estirada y luego ajustada a sus manos hizo un ligero eco en la habitación. Apartó el cabello de la paciente y sacó con cuidado el vendaje que cubría la herida.

—Increíble… —murmuró y pasó sus dedos por la espalda de Yuki. Donde esperaba encontrar las heridas de los puntos aún en curación, estaba solo una delgada línea rosada, con la piel blanca e intacta a su alrededor— Hanami me había dicho que estaba sanando rápido, pero no imaginé que a este punto…

—Ella siempre ha curado rápido —interrumpió Asu—, desde niños… Recuerdo que cuando estábamos en primaria y jugábamos, cuando se caía los raspones en sus rodillas desaparecían en pocas horas…

—El Ar-gen realmente es poderoso…

—¿El qué? —preguntaron los dos jóvenes al unísono, al escuchar aquella palabra extraña de los labios de Elijah.

—Me temo que es una explicación algo larga, chicos. Yuki, estás bien. El dolor debe ser por el golpe más que la herida, y supongo que se irá pronto teniendo en cuenta la velocidad de tu organismo en sanar. De todos modos, en un rato haremos una radiografía.

Él cubrió nuevamente la espalda pálida de la joven. Acomodó sus lentes presionándolos contra el entrecejo y exhaló, contemplando por unos breves segundos los rostros confundidos de Asu y Yuki.

—Los dejaré con Strauss, ella les aclarará todo… dentro de lo que pueda. Iré a chequear a otros pacientes. Si necesitan hablar conmigo, pueden pedirle a Hanami que les lleve hasta mi oficina. También es mi trabajo escuchar sus problemas e intentar ayudarlos a darles solución.

Les dirigió una corta reverencia y se dio vuelta. Caminó hacia la puerta, en donde la sargento había estado esperando. Colocó su mano sobre el hombro de la mujer dándole una ligera palmada, para salir de la habitación hacia algún lugar incierto.
Veena tomó una silla de madera y la colocó junto a la cama. Dejó caer su cuerpo y dio una larga inspiración. Sus manos reposaban sobre los muslos y tenía la cabeza gacha. Hanami estaba algo nerviosa; Yuki lo supo por la forma en la que jugaba con sus dedos y la sonrisa que le estaba costando mantener. Después de un minuto de silencio, aquella mujer de mirada fría cruzó las piernas y los observó con una escalofriante expresión de calma ligeramente.  

—Dime, Yuki… ¿conoces la historia de este lugar?

—¿A qué se refiere?

—¿Qué es lo que te dicen en Hoffen? Sobre la ciudad, su surgimiento. ¿Qué sabes del mundo en el que vives?

—Es una historia bastante larga…

—Más larga de lo que crees, seguramente. Necesito que me cuentes todo lo que sabes, para comprender qué tan grande es el hoyo que hay en sus mentes.

—Bueno… Sé que todo tuvo su origen hace ya trescientos veinte años, en el 2024. Antes de eso la Tierra solía estar dividida en muchas naciones, y todo era muy diferente a como es ahora. La disputa empezó como una guerra económica entre los desaparecidos estados de China y Estados Unidos; pero a esto se sumaron provocaciones a Rusia, tensiones por la tenencia de armas nucleares en Corea del Norte y el conflicto bélico que ya se estaba librando en la región de Medio Oriente… Una bomba en el edificio del Congreso de los Estados Unidos… Y el mundo despertó en la Tercera Guerra Mundial. Luego de eso, seis meses de lucha. La economía mundial se vio deprimida como nunca antes. Por supuesto, los países más pobres fueron los primeros en sufrir las consecuencias, pero los ricos no se salvaron de la desgracia. Hambruna, destrucción y muerte por todos lados. La balanza de la victoria se inclinaba ligeramente al bloque asiático, pero occidente no iba a ceder. Por eso, se tomó una decisión: rendir Estados Unidos. Lanzaron dos bombas atómicas en ese país, y una en Israel… Pero de eso solo vino más devastación, y había peligro de más bombardeos. Sin embargo, todo se detuvo el día en que un fragmento de meteorito se desprendió y atravesó la atmósfera, impactando en el Polo Norte. Fue de tal magnitud el golpe que el eje de la Tierra se inclinó un grado, y se ralentizó unos milisegundos… suficientes para desatar la verdadera catástrofe. El clima cambió drásticamente, los fenómenos naturales nos azotaron, los animales perecieron por la pérdida de sus ecosistemas, y también la mayor parte de la población. Aun así, no todo se perdió. Un grupo de científicos y otros especialistas lograron dirigir un proyecto juntando a las pocas personas que quedaron. Se construyó una ciudad en  la isla de Hokkaido, en Japón. Se le llamó Hoffen, ya que esta era la última esperanza de la humanidad. Para protegernos de la hostilidad del exterior, se construyeron muros de cien metros de altura y una cúpula cubriéndolo todo… Y así llegamos al presente.

—Ya veo…

—Pero yo… —susurró Yuki con la cabeza gacha. Mordió su labio inferior y apretó los puños. Alzó la voz mirando a Veena fijamente—. ¡Yo siempre creí que había algo más! Creí que afuera aún estaba la belleza de antaño… Pero cuando salí de esos muros, me encontré con una realidad demasiado aterradora. ¡Pero sí era cierto! Al menos, una parte lo era… Usted está ahora frente a mí, y Hanami, y el doctor Steins… Personas que se suponía no deberían existir están respirando ante mis ojos. Quiero saber la verdad… ¿Cuánto de lo que Asu y yo sabemos es cierto? Por qué… ¿Por qué hemos estado viviendo una mentira todo este tiempo?

—Yo también quiero saber —dijo Asu con una mirada de determinación—. Desde que llegué aquí mi universo cambió de tamaño. He visto cosas que no entiendo: muerte, destrucción, miseria, personas actuando de una manera demasiado extraña. Por favor… Ya he esperado tres días. Necesito saber la verdad.

Veena realizó dos respiraciones lentas, y tras una tercera inspiración dejó salir el aire de sus pulmones como un suspiro.

—La historia que ustedes conocen es cierta, hasta el punto en el que se decide construir la ciudad de Hoffen. Verán, esto es lo que me ha llegado a través de los escritos que han sobrevivido al fuego y los años, es la verdad que los que vivimos afuera, de los que fuimos echados de la Tierra Prometida.

Asu y Yuki miraban a esa mujer de brazos coloreados con cicatrices hablarles con voz serena. Hanami también la escuchaba tranquilamente, con la cabeza algo gacha, como si le causara aflicción.

—Cuando el meteorito impactó en el Polo Norte —prosiguió Strauss—, ¿realmente creen que nos tomó de sorpresa? Bueno, a la mayor parte de la gente sí, pero un grupo de personas ya sabían que eso iba a suceder, estaba previsto. Ellos encontraron una forma de garantizar nuestra supervivencia: construir ciudades en diversos puntos del planeta, ciudades con fuertes murallas que nos protegieran de la amenaza que representaba el exterior. Fueron dieciséis, repartidas en todo el orbe, y una de ellas es Hoffen, la única que se construyó en Japón.

“¿Dieciséis?”, murmuró Yuki tan por lo bajo que nadie debió escucharla, o eso creyó hasta que Asu colocó la mano en su hombro, dándole un suave apretón. Veena hizo una pequeña pausa antes de continuar.

—Como personas de cualquier nacionalidad trabajaron en conjunto para levantar esas ciudades, desaparecieron los países y las etnias se mezclaron unas con otras. Se vivió un momento de alivio: la pequeña parte de la humanidad que había logrado sobrevivir a la guerra y a la catástrofe climática ahora estaba a salvo. Sin embargo, pronto la comida y los recursos empezaron a escasear, como era de esperarse; y a medida que la población crecía la situación empeoraba. Llegó un punto en que las ciudades no podían contener a la totalidad de sus habitantes, fue entonces que se originó el proyecto Éxodus. Se planteó a las masas como un plan de salvataje y de contención, que consistía en trasladar un grupo selecto de personas a una nueva gran ciudad, con el fin de reducir el hacinamiento de las metrópolis ya existentes y hacer más efectiva la distribución de alimentos. Se  les dijo que para ser admisible de migrar a la nueva ciudad, había que corroborar mediante un análisis de sangre la compatibilidad con las condiciones ambientales del lugar. Sin embargo todo fue una mentira: la ciudad no existía,  y habían seleccionado a aquellos cuya genética fuera la más vulnerable para dejarlos a su suerte en un ecosistema hostil. El propósito siempre fue reducir la población. Los lanzaron a esa naturaleza agresiva, a ellos, a los hijos y los nietos de las mismas personas que con sus manos forjaron las murallas para protegerse.

—Pero eso es demasiado cruel… —articuló Asu con el rostro ensombrecido por el asombro y el horror.

—A ellos no les importó. Los que dirigían Éxodus pensaron que era lo correcto y lo único que podían hacer: sacrificar a unos para salvar a otros. Matarse siempre ha sido la respuesta correcta...

Homo homini lupus…

Yuki dejó salir ese murmullo, provocando un silencio incómodo en el aire. Veena cambió sus piernas de posición y giró su cuello en círculos para desentumecer la cervical.

—Sin embargo —habló retomando su mirada calmada—, lo más aterrador es lo que sucede dentro de esas ciudades malditas.

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