11. Bajo el mismo techo

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6:30 a.m. La alarma del celular sonó, indicando la hora de levantarse. Una nueva semana de trabajo había llegado, y contando con que ahora Estela vivía más cerca de la oficina, consideró levantarse media hora más tarde. Se quedó en la cama durante tres minutos exactos, desperezándose, luego se dirigió al baño que quedaba en el corredor. Al girar el pomo se percató que tenía el pestillo puesto. Escuchó una voz tras la puerta, era Fluver cantando, si es que a eso se le podía llamar cantar, sus chillidos emulaban a un borrego en el matadero.

—Fluver, ¿ya sales? —preguntó ansiosa—. Fluver, date prisa, no quiero llegar tarde al trabajo. —El tiempo pasó, ya eran las 6:50 a.m. Estela se desesperó y golpeó con fuerza la puerta—. ¡Fluver! ¡Apúrateee!

—¿Qué pasa? ¿Por qué los gritos? —Pilar salió de su habitación. La cabeza la tenía revuelta como nido de gorriones.

—Fluver lleva casi media hora en el baño —contestó Estela.

—Uy mijita, pues espera sentada, cuando Fluvercito entra a la ducha, se olvida del mundo.

—¡Pero llegaré tarde! —siseó molesta—. Fluver, ¡sal ya!

—Deja de gritar, niña, no estás en tu casa —gruñó—. Debiste levantarte más temprano —dijo en tono acusador—. Voy a prepararles el desayuno.

—No es necesario, señora —objetó Estela, reprimiendo su mal humor—. Comeré algo en la cafetería de mi trabajo.

—¿Le vas a hacer un desaire a tu suegra, Estelita? El desayuno estará esperando cuando bajen —sentenció.

—Gracias... —Apretó los dientes. Con lo experta que era Pilar en las artes culinarias, rogó no indigestarse. Y ante ese panorama, no volvió a tocar la puerta, que Fluver se demorara lo que quisiera, así tendría una excusa para no desayunar.

Pero fue pensarlo para que el cosmos hiciera de las suyas. En el momento que dejó de insistir, Fluver salió del baño con una toalla anudada en la cintura.

—¡Mi vida! —Fluver quiso darle un beso, pero Estela lo empujó a un lado, irritada, y cerró la puerta—. ¡Qué genio, caramba!

Minutos después, aunque Estela se demoró a propósito, no pudo escaquearse del desayuno que su amorosa suegra le preparó. Y mucho menos del regalito que le aguardaba en la cocina, aunque lo intentó.

—Estela, date prisa con tu comida —demandó Fluver—. Y deja de mirar el fregadero, llegaremos tarde si haces lo que estoy pensando.

La joven trató de concentrar la mirada en su desayuno: huevos revueltos con patacones, contenía un mínimo de sal, y cero especias. No obstante, eso no era lo que la tenía agobiada, sino los platos de la cena anterior, que Pilar nunca lavó. Estela tenía cierta manía con la limpieza y el orden, ver esa imagen le generaba malestar.

—¿Qué pasa, no te gustó el desayuno? —interrogó su suegra. Pilar estaba sentada de espaldas al fregadero—. Seguro es la sal. Ya te la traigo. —La mujer hizo ademán de levantarse.

—No, deje así. —Estela se irguió de la silla, pero no a buscar el salero. Fue directo al lavaplatos, agarró la esponja y comenzó a lavar la vajilla.

—Estela, no lo hagas, mi mamá ya los va a lavar —dijo Fluver—. Ven acá y termina tu desayuno.

—Yo los iba a lavar más tarde, pero si ella los quiere lavar ahora, no le quitaré esa satisfacción —replicó Pilar con descaro.

—Mi vida, ya que estás en el mesón, pásame otra taza de café —pidió Fluver.

—A mí también —dijo la suegra, asumiendo una postura de patrona—, y la mermelada de frutilla.

Estela refunfuñó. Apretó la esponja con rabia, maldita sea su manía de ver las cosas limpias. Pilar se lo hizo de nuevo. No solo se había adjudicado la preparación de la cena, sino que encontró la forma de hacer que lavara los platos.

—Estela, estoy esperando mi café —exigió Fluver.

—Igual yo —repitió la suegra.

—¿No pueden servirse ustedes? ¿No ven que estoy ocupada? —protestó ella, cabreada.

—Pero qué genio, empezamos mal, ¿eh? —Pilar la miró con reproche—. Pon atención a esos detalles, Fluver, te darás cuenta de la vida que te espera a lado de ella con ese carácter que tiene.

Estela volteó la cabeza a la espera de alguna respuesta de Fluver. Mas este no dijo nada para defenderla, estaba ocupado engullendo los patacones que eran del plato de ella.

—Mi vida, ¿te importa si me como dos patacones? —preguntó Fluver cuando Estela lo pilló robándole la comida.

—¿Para qué me pides permiso si ya te los comiste? Devoraste tres panes y no te llenas. Por eso estás gordo.

—¡Yo no estoy gordo! —bramó indignado—. Soy robusto que es diferente. ¿Ya terminas? Tenemos el tiempo justo para llegar a la oficina.

—Ya casi. —Enjuagó los utensilios que quedaban. Miró el mesón: todo limpio. Se secó las manos, y agarró el bolso que colgaba de su silla.

—Estelita, qué pena que no hayas podido desayunar. —Pilar compuso una mueca apenada. Falsa en todo aspecto, cabe recalcar.

La joven, a pesar del aseo que le tocó hacer, se alegró de perderse el desayuno. ¿Quién quita que algún patacón no estuviera envenenado?

—Hasta la noche, señora. —Salió de prisa sin esperar respuesta de Pilar.



Estela estacionó el auto en el parqueadero de la empresa, aliviada de quitarse de encima a Fluver. Durante todo el recorrido no dejó de exigirle que condujera más rápido, a expensas de que tuvieran un accidente, le echaba la culpa a ella del retraso que llevaban. Estela no se quedó callada, y por consiguiente se armó una fuerte discusión entre ellos.

Al entrar en el edificio, ella subió las escaleras hacia el departamento de publicidad. Fluver fue al área de bodega.

—¡Hola, Estela! —saludó Esther al verla llegar—. Adivina... El jefe vino con otros añadidos para el nuevo catálogo de productos. Esa revista va a parecer un Frankenstein. —Torció los ojos—. No tiene idea de diseño gráfico y quiere decirnos cómo hacer nuestro trabajo.

—¿Preguntó por mí? ¿Se dio cuenta de mi ausencia? —inquirió preocupada.

—No.  Apareció antes de la hora de entrada. —La tranquilizó—. ¿Por qué llegaste tarde? La casa de Fluver queda cerca del trabajo.

—Queda cerca, sí, pero no contaba con lo que pasó. —Soltó la cartera encima de su escritorio—. Quiero ahorcar a mi suegra, es una auténtica suegronis ponzoñosus.

—¿Tan mal te está yendo? Y apenas llevas un día, no quiero imaginar cómo estarás al finalizar la semana. —Esther la miró con pena—. Así te molestes conmigo, te lo dije. Vivir con Fluver y sus padres no era una buena idea. Es más, saliendo del trabajo podemos ir por tu equipaje. Tu familia se pondrá contenta de que vuelvas.

—¿Sabes que sí lo estoy considerando? —confesó Estela—. Pero por otro lado, ha pasado solo un día. Vivir en pareja no es color de rosa, lo estoy descubriendo, mas no voy a arrojar la toalla ante el primer obstáculo. ¿Me comprendes?

—Sí y no —respondió Esther—. Fluver no merece una oportunidad más. Le has dado muchas en estos dos años y no ha cambiado. ¿Piensas que lo hará ahora que viven juntos?

—No sé si cambie, pero vivir con él me dará una idea de lo que me espera, ¿no?

—Punto para ti. Y por lo que mencionaste, no está pintando nada bien. ¿Qué pasó? No omitas nada, así podré darte mi punto de vista de acuerdo a los detalles que me des. —Esther pegó su silla a la de Estela, ansiosa por saber el chisme.

Estela procedió a contarle todo, desde que cruzó el umbral de su nueva casa, hasta lo acaecido en la mañana.

—Ay no, tremenda suegra que te levantaste —interrumpió Esther, indignada—. Espera, este chisme merece un trato vip. —Se levantó en dirección a su escritorio.

—¿Qué vas a hacer?

—Imagino que no desayunaste. —Abrió el cajón y sacó un cartón rectangular—. Haz espacio en tu escritorio, son empanadas de pollo y carne.

Estela quitó la cartera de la mesa y la puso en uno de los estantes.

—¡Empanadas de verde, qué rico! Gracias, Esther. La próxima invito yo —ofreció ella—. Solo falta el café.

—Voy por él —dijo Jair, un joven que hacía sus pasantías en la empresa. No solo era un genio para la publicidad, también era muy servicial y, por supuesto, quería una excusa para unirse al chisme.

—Gracias. Eso sí, no te quedes comadreando en la cafetería. —Esther Alzó una ceja acusadora—. Te conozco, Jair.

—No, cómo se te ocurre —dijo en tono teatral—. En un abrir y cerrar de ojos estoy de vuelta.

El joven le dio a "guardar" lo que estaba haciendo en el Illustrador y fue a traer el café. Tiempo después volvió con las bebidas calientes y un plato para las empanadas.

—¿Viste que sí te demoraste? —Esther lo miró con burla—. ¿De qué nuevo chisme te enteraste?

—Chisme en sí, no fue —explicó Jair—. El departamento de ventas está preocupado por las devoluciones que están teniendo. Al parecer han aumentado más de lo normal.

—Lo más probable es que los vendedores estén anotando a sus clientes artículos que no pidieron. —Estela le quitó importancia al asunto—. No sería de extrañarse, falta poco para que termine el mes y deben cumplir con el cupo que tienen.

—Es una estrategia nada ética. —Esther negó con la cabeza—. No perdamos el tiempo hablando de eso. Jair, trae una silla y siéntate junto a nosotras.

El joven se acomodó junto a las chicas en un parpadeo.

—Continúa, amiga —dijo Esther, hincando el diente a una empanada.

—Bueno, como iba diciendo...—La aludida prosiguió el relato.

En el lapso de diez minutos, los compañeros de trabajo de Estela estaban al día de los sucesos vividos por ella.

—Vieja abusiva —bufó Esther—. ¿Esa mujer piensa que consiguió sirvienta gratis? Aunque te salte la vena de la frente, no laves los platos de nuevo.

—No lo haré —respondió con firmeza—. Vamos a trabajar, que no nos pagan por chismear. Dime, ¿qué cambios quiere el ingeniero que implementemos?

Esther le mostró la hoja con los requerimientos.

—El catálogo quedará muy saturado con todo esto —expresó Estela en desacuerdo—. Voy a hablar con él.

—Perderás el tiempo. Antes de venir para acá, vi a Fluver entrar en su oficina —mencionó Jair, sin apartar la mirada del computador.

—¿Será que están hablando sobre el evento de este sábado? Dios los cría y el diablo los junta —murmuró Esther.

Estela se agobió al pensar en la fiesta de aniversario de la empresa. La imagen de Fluver borracho se instaló en su mente. Conocía la debilidad que tenía con el alcohol y la vergüenza que le había hecho pasar en más de una ocasión.

—Esperemos que Fluver no se exceda con la bebida. —El estado de ánimo de su amiga no pasó desapercibido para Esther.

—Ojalá —dijo ella con voz apesadumbrada—. Sigamos con el trabajo.

Los tres se enfocaron en sus respectivas tareas.



En otra área de la empresa, en la oficina del gerente comercial, se llevaba a cabo una reunión entre Fluver y el hijo del dueño, que revelaría información importante.

—Así que tu novia se mudó a tu casa. ¿cómo hiciste para convencerla? —Vinicio colocó ambas manos encima del escritorio—. ¿Cuál de tus tantas artimañas empleaste, amigo mío?

—Vinicio, me ofendes.

—No te hagas el digno conmigo, que te conozco. —Vinicio le dio una mirada afilada—. Te recuerdo que el trato era boda, no unión libre. ¿El reto te quedó grande?

—En lo absoluto —refutó Fluver—. Ahora que Estela vive en mi casa, será fácil convencerla —dijo en actitud presumida.

—¿Seguro? Que ella viva contigo es un arma de doble filo, ¿pensaste en eso? ¿Cómo harás para rechazar alguna intimidad con ella, teniéndola bajo el mismo techo? ¿Seguirás poniendo de excusa la religión de tu mamá o le dirás la verdad del porqué no puedes tocarla? —Largó una carcajada—. Estás fregado, Fluver, y no te has enterado.

—No pienso hablar de mi vida privada contigo. Lo que sí te puedo asegurar es que más temprano que tarde, Estela se casará conmigo.

—Después de cuatro intentos, lo dudo. —Vinicio sentía satisfacción en burlarse de Fluver—. No conseguirás casarte con ella, es más que evidente. Nuestro trato queda anulado —dictaminó.

—No te adelantes, aún no está todo dicho. Me casaré con Estela, y tú me darás lo que convenimos. —Lo señaló con el dedo—. Cuando me propongo algo, lo consigo. ¿Es que acaso no te lo he demostrado?

—Sí, debo reconocer que tienes un talento para la pillería, lo que nos ha servido para nuestros negocios.

Vinicio observó a su subalterno de hito en hito. Fluver era un advenedizo en toda regla, siempre buscaba colarse en ambientes sociales que no habían sido hechos para gente de su clase. Sin embargo, reconocía el poder de convencimiento que poseía con la gente.

—Tú no te quedas atrás —contraatacó Fluver—. Me preguntó qué pensaría don Jorge si supiera que su hijo está usando la empresa para negocios ilegales.

—No me amenaces —dijo Vinicio en tono severo—. Volviendo a lo que nos concierne, tienes una semana para resolver tus asuntos con Estela.

—¡¿Una semana?! —exclamó Fluver, alterado— No, hermano, en una semana no haré nada.

—¿No dijiste que ahora que Estela vive contigo sería más fácil de convencer, o fue pura boca?

—Sí, pero una semana es poco tiempo. Vinicio, en nombre de nuestra amistad, no me hagas esto.

—Muy cara me ha salido esa amistad —siseó el ejecutivo—. ¿Revisaste los reportes de devoluciones? —sacudió la hoja—. Novex y Ferroluz no deberían estar aquí, ellos pertenecen a MaxiFer, ¡no son parte de los clientes que tú y yo manejamos!

—No fue culpa mía, sino del transportista que entregó la mercadería equivocada.

—¡Es tu culpa y punto! —Vinicio lanzó un golpe a la mesa—. Arregla ese problema inmediatamente, ponlo en primer lugar de las cosas que harás hoy. —Lo miró con ojos amenazantes—. Otra cosa, mañana te vas a Guayaquil. Llega un nuevo cargamento, y necesito que lo distribuyas donde ya sabes. Ahora márchate, tengo trabajo que hacer.

—¿Puedo tomar un whisky? —Fluver apuntó al mini bar ubicado al costado del gerente.

—¿No te parece que es muy temprano para beber? Sin mencionar que estás en horas de trabajo.

—Deja el sermón, suficiente tengo con mi padre. Un trago no me hará daño, lo necesito para aplacar el estrés que me espera.

—No puedes con el vicio. En fin, allá tú. Sírvete el whisky y luego sal de mi oficina. —Vinicio bajó la vista a unos documentos que tenía sobre el escritorio y empezó a leerlos, sumergiéndose tanto en la lectura que olvidó la presencia del vendedor.

En cambio, Fluver aprovechó la situación para beber dos vasos en lugar de uno. Necesitaba el trago, sí, pero también el whisky que consumía Vinicio era de excelente calidad, un buen pretexto para darle gusto al paladar.

Caminó de vuelta a la bodega. No contaba con que Vinicio le diera un ultimátum. Siete días, pensó, mientras ojeaba la revista con las ofertas de la semana y guardaba unos productos en su maletín para mostrárselos a sus clientes ferreteros. Tenía siete días para conseguir que Estela se casara con él.




¿Cuánto piensan que aguante Estela viviendo en su nuevo hogar?

¿Conseguirá Fluver que Estela se case con él? 

¿Y qué será lo que Fluver y Vinicio ocultan?


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