24. El silencio de un adiós

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Varios días transcurrieron desde el primer beso entre Estela y Martín bajo la luz de la luna. La pareja dejó de resistirse a la fuerte atracción y al deseo que ardía entre ellos cada vez que se miraban. Decidieron darse una oportunidad, pero sin definir el tipo de relación que mantendrían: amantes, amigos con derechos, era lo de menos. Vivirían el momento sin pensar en lo que el futuro les tenía reservado.

La actitud enamorada de Martín llamó la atención de su familia, especialmente de su hermana con la que solía hablar seguido, siendo esta la primera en enterarse de la relación amorosa que mantenía con Estela.

Los siguientes que se interesaron en Estela fueron los padres de Martín. Invitaron a la joven a un almuerzo en su casa, querían conocer a la mujer que tenía a Martín en las nubes.

—¿Seguro este vestido me queda bien? —preguntó Estela a su madre. Giró varias veces frente al espejo, insegura de la vestimenta elegida—. Quiero dar una buena impresión a los padres de Martín.

—Te ves hermosa —dijo Leticia con sinceridad—. Hace mucho que no te veía tan emocionada por salir con un hombre. A decir verdad, nunca te vi en ese estado con ninguno de tus ex —sonrió, ver a su hija feliz le llenaba el alma.

—¿Seguro? ¿Y si mejor me pongo el vestido celeste de franjas blancas? —La inseguridad la sobrepasaba—. ¿O mejor un pantalón y una blusa?

—El vestido te queda perfecto, no me hagas repetirlo de nuevo —refunfuño la anciana—. Ven, siéntate. Te voy a hacer un bonito peinado.

Estela tomó asiento frente a la peinadora. Su madre le cepilló el cabello, lo trenzó y le dejó dos mechones sueltos que le dieron una apariencia elegante. Las inseguridades desaparecieron, se veía y se sentía linda.

—Gracias, mami. —Abrazó a su progenitora con cariño.

—Quedaste preciosa, más de lo que ya eres —respondió la madre mirándola con ternura—. Verdad, Lucas?

—¡Cuack, cuack! —Lucas agitó las alas, ufano.

—¿Ves? Lucas está de acuerdo conmigo.

—Gracias, Lucas, por el piropo. —Estela lo abrazó con amor.

—No te demores más, no querrás llegar tarde al almuerzo con tus suegros. —Leticia soltó una risita.

—No te adelantes, mamá. Te recuerdo que el matrimonio ya no está dentro de mis planes. Acepté tener algo con Martín como una última oportunidad de amar, pero solo el tiempo dirá lo que nos aguarda a los dos.

—Y hasta que el destino diga lo contrario, seguiré refiriéndome a ellos como tus suegros —susurró divertida.

Estela negó con la cabeza. Su madre sabía cómo salirse con la suya.

—Estela, tu cita llegó. —Andrés entró a la habitación—. Pero qué linda estás —soltó un silbido de aprecio—. Martín va a quedar noqueado cuando te vea.

—Gracias, hermano. —Andrés no solía tener muestras de cariño con ella y sus palabras la emocionaron demasiado—. ¿Quieres hacerme la corte de honor al bajar las escaleras? —alzó una ceja burlona.

—No abuses —esbozó una mueca jocosa—. Baja, que mi papá ya va en la tercera anécdota que le está contando a Martín.

En efecto, en la sala estaba Humberto charlando alegremente con Martín. Desde aquella vez que lo invitó a cenar, su familia lo había aceptado sin poner reparos, eso incluía a Andrés y a Lucas. Martín se los había ganado con su sencillez y la nobleza de su corazón.

—Buenas noches. —Estela carraspeó para hacer notar su presencia.

—Estela... qué bella estás. —Martín se levantó del asiento, embelesado por la imagen que le mostraron sus ojos. El cabello trenzado le recordó a un campo de trigo bañado por el sol; y el vestido blanco de flores rosas la hacían ver como un ser etéreo—. Siempre estás bella, pero hoy mucho más.

—Tú también estás guapo. —Estela devolvió el halago con una sonrisa coqueta.

—Cuack... —parpó Lucas para hacerse notar. Acarició con el pico la pierna de Martín. Se ponía feliz cada vez que él llegaba de visita.

—Siempre es lindo verte, Lucas. —Se agachó y le acarició la cabeza.

—Deja la melosería, Lucas, ya sabemos que lo quieres mucho —sonrió Leticia, luego dijo—: Me saludas a tus papás. Espero conocerlos en algún momento.

—Claro que sí. La próxima reunión será con todos —anunció él—. Hasta luego.

—Me cuida mucho a mi niña —dijo Humberto.

—Le aseguro que Estela está en buenas manos —respondió.

Salieron de la casa y subieron al auto de Martín. En el camino se encontraron con Raia y Eduardo que volvían de la playa. Los saludaron con la mano y prosiguieron la ruta.

—Antes de ir donde mis papás, pasaremos por mi hija —informó Martín,

—Qué bueno, llevo tiempo queriendo conocer a tu nena.



Algunos kilómetros después, llegaron a una urbanización. Cruzaron el portón luego de anunciarse con el guardia de seguridad. El auto se detuvo en la primera fila de casas.

—¿Quieres venir conmigo o esperarme en el auto? —preguntó Martín.

—Voy contigo —dijo Estela con rapidez. Tenía mucha curiosidad de conocer a la ex esposa de Martín.

—De acuerdo, vamos.

Martín tocó el timbre. La intención era recibir a la niña en la puerta, como solía hacerlo la mayoría de las veces, mas no contó con que Noemí le pidiera entrar en la casa, a él y a Estela. Presentía que su intención era conocer a la mujer con la que estaba saliendo, no porque estuviera celosa, entre ellos no existía nada excepto una buena amistad. Con Estela tenía una similar impresión. En el fondo quería saber cómo reaccionarían al conocerse.

—Hola —saludó una joven mujer desde la puerta de la casa—. Tú debes ser Estela. Yo soy Noemí, mucho gusto.

—Buenos días, encantada de conocerte —respondió Estela, sorprendida de que la conociera.

—Hola, Noemí. ¿Karlita está lista? —inquirió Martín—. Estamos con el tiempo justo.

—Ya casi, me faltan algunas cosas por guardar en su mochila. Pasen y esperenme en la sala, ya bajo con la nena.

Estela echó un vistazo, la decoración del interior hacía juego con la sala y el comedor. Todo ordenado y elegante.

Cinco minutos después Noemí bajó con la niña.

La pequeña se lanzó a los brazos de Martín apenas lo vio. Él la llenó de besos y mimos. Fue una escena tierna entre padre e hija.

—Martín, antes de que te vayas, ¿puedes cambiar el tanque de gas de la cocina? —pidió Noemí—. Se acabó mientras preparaba una colada para Karlita.

—Claro, no hay problema —dejó a la niña con su madre.

En cuanto Martín se fue al patio trasero, Noemí aprovechó para hablar con Estela.

—Así que tú eres la mujer que tiene suspirando a Martín.

Estela se tensó a la espera de algún ataque, mas lo que vino después la descolocó.

—Me alegro por él, por los dos. Espero que a tu lado sea feliz como no lo fue conmigo.

—La felicidad no siempre se la puede alcanzar. —Estela lo sabía muy bien—. ¿Te puedo preguntar por qué te divorciaste de Martín? —Ladeó la cabeza a la cocina, Martín intentaba que la válvula enroscara en el collarín.

—¿Martín no te lo ha contado? —Noemí arrugó el ceño.

—No. Y esa negativa ha provocado que me haga mil ideas en la cabeza.

—Si de algo ayuda, no es nada malo, aunque desde la perspectiva de Martín sí lo sea. Entiendo por qué no te lo ha dicho. Pero ten paciencia, que pronto lo sabrás.

Estela intentó indagar más, pero desistió ante la llegada de Martín.

—Listo. Ya quedó el nuevo gas —indicó él—. Te sugiero comprar una válvula nueva, la que está puesta tiene la rosca muy dura.

—Sí, tengo pensado cambiarla. Gracias.

—Nos tenemos que ir. A las cinco de la tarde paso a dejar a Karlita —comunicó Martín.

—Un gusto conocerte —dijo Estela.

—Lo mismo digo. Hasta pronto —se despidió Noemí.

Martín acomodó a la pequeña en el portabebé del auto. Luego condujo a casa de sus padres.

—¿De qué hablaban tú y Noemí? —interrogó Martín, sin apartar la vista de la carretera.

—Le pregunté el motivo del divorcio. —Estela lo observó con una expresión imperturbable—. Tranquilo, no me dijo nada.

—Dame tiempo, por favor —suplicó con la mirada—. Te lo contaré todo, pero no será hoy.

Estela asintió. Lo menos que quería era arruinar el día con una discusión.

—Karlita es muy linda —volteó la mirada a la pequeña, era una muñequita de rizos oscuros, ojos castaños como la miel y con una sonrisa adorable—. Se parece mucho a ti, es tu copia.

—Lo sé, me lo dicen a menudo. —Los ojos de Martín se llenaron de amor al mirar a su hija.

Luego de varios kilómetros llegaron a una casa ubicada en las afueras de la ciudad. En la parte delantera había bonito jardín con plantas ornamentales, palmeras y árboles de naranja.

Martín tecleó en el móvil para avisar de su llegada.

Estela sintió los nervios a flor de piel. Esperaba que la madre de Martín no fuera como las suegras que conoció.

—Tranquila, todo saldrá bien. —Martín le transmitió tranquilidad, intuyendo lo que ella pensaba—. Mis papás son unas personas amables, les caerás bien. No te angusties.

—Gracias por preocuparte por mí. —Se acercó a él y le dio un beso rápido.

El portón eléctrico se abrió. En la entrada del hogar los esperaban una pareja de ancianos de apariencia afable y dulce. Estela los analizó rápidamente. Calculó que debían tener una edad similar a la de sus padres.

—¡Bienvenidos! —Los padres se acercaron a saludarlos con efusividad.

—Mamá, papá, les presento a Estela. —La presentó ante sus padres.

—Estela, un placer conocerte. Eres más linda de lo que nos contó mi hijo. —La anciana la saludó con un beso en la mejilla—. Yo soy Mariela, y él es mi esposo, Víctor.

—Concuerdo con mi esposa. Martín se quedó corto con la descripción. —El padre le dedicó una sonrisa de aprobación.

—Encantada de conocerlos. —Estela percibió sinceridad en la voz de los ancianos. Comprobó que eran lo que transmitían a través de sus rostros.

—El gusto es nuestro —respondió Víctor—. Pasen, el almuerzo está listo.

—Déjame cargar a Karlita. —pidió Mariela a su hijo—. ¿Cómo está el amor de la abuelita? —Le dio un beso en la cara.

—Te quero abela. —La niña rio a causa de los mimos.

—Yo también te quiero, cariño mío.

—¿Y al abuelo no lo quieres? —Víctor compuso una mueca triste.

—Sííí —exclamó la pequeña, extendiendo los brazos a su abuelo.

Ingresaron a la casa, de fondo sonaba una melodía de un cantante famoso.

—¿Le gusta Raphael? —inquirió Estela—. A mí mamá también le gusta su música, pero más la de Roberto Carlos. ¿Irá al concierto?

—Mi mamá es fan de ese cantante —terció Martín.

—Raphael es de mis cantantes favoritos —confirmó la anciana—. Mi hijo nos obsequió unas entradas. Espero ansiosa el concierto.

—Mi mamá igual —rio Estela.

Mariela sonrió de vuelta.

—Pasemos a la mesa —dijo Víctor—. Esperen a ver el banquete que les preparó Mariela.

En el camino, Estela fue inspeccionando en lugar. La casa era muy bonita, pero lo que la dejó más sorprendida fue la elegante decoración de la mesa del comedor.

—¿Todo bien, Estela? —preguntó la mujer mayor al notar su silencio.

—Sí, todo está bien. Es solo que la decoración de la mesa me ha dejado deslumbrada.

—Apenas mi esposa supo que vendrías a almorzar sacó su vajilla especial, la que todos tenemos prohibido tocar, para usarla en tu honor —intervino don Víctor—. Y eso no es todo, me ha tenido de aquí para allá con las compras para el almuerzo. Espero te guste la comida, es una especialidad de Mariela: carne punzada, acompañada de arroz con choclo amarillo y jamón, y ensalada rusa. Está para chuparse los dedos.

—Lo mejor para ti —manifestó Mariela con una sonrisa dulce.

Estela sintió una emoción en el pecho. Ninguna de sus ex suegras tuvo tal consideración con ella.

—Te dije que mis papás te adorarían —le susurró Martín al oído.

El celular de Mariela sonó y esta se puso feliz al ver quién llamaba.

—¡Es Romina! Le conté del almuerzo que tendríamos y quería conocerte, Estela. Mi hija vive en Italia, por eso no está aquí con nosotros. —Colocó el celular en forma horizontal para que todos la vieran.

—¡Romi, hermanita! Cómo estás —saludó Martín.

—¡Hola, Martín!, ¡mamá, papá! ¿Cómo están? —En la pantalla de celular apareció una joven de cabello corto y ojos claros—. ¡Karlita, mi amor, hola! Aaaah, están todos, cómo me gustaría estar ahí.

—En navidad estaremos todos reunidos —recordó el padre, contento.

—Nos haces mucha falta, mi niña —expresó Mariela con alegría. Faltaban pocos meses para volver a ver a su hija.

—Yo también los extraño mucho. ¿Y dónde está Estela? —preguntó Romina.

—Aquí estoy. —Estela se acercó con timidez a la pantalla—. Un gusto conocerte, Romina.

—Lo mismo digo. Mi hermano me ha hablado mucho de ti —reveló, feliz—. Lo conquistaste, sin duda. Les deseo lo mejor.

—Y él me conquistó a mí. —Estela contempló con dulzura a Martín—. Gracias por los buenos deseos.

El almuerzo incluyó anécdotas divertidas de la niñez de Martín y de su hermana. El entorno de calidez familiar hizo que la joven se sintiera como en casa.

Las horas pasaron y llegó el momento de partir.

—Gracias por la invitación. La comida estuvo deliciosa —agradeció Estela.

—Nos alegra saber que te gustó, lo hicimos con mucho cariño. Esperamos tenerte de visita en otra ocasión. —Mariela la miró con cariño.

—Hasta la próxima —dijo Víctor con una sonrisa.

—Mamá, papá, gracias por todo. —La felicidad embargaba a Martín, el almuerzo con sus padres resultó mejor de lo esperado.

Luego de dejar a Karlita con Noemí, llevó a Estela a su casa.

El recorrido fue silencioso, demasiado. Nubes grises anunciaban una tormenta.

—Martín, me niego a esperar más tiempo.

—¿A qué te refieres? —Él se tensó en el asiento.

—Sabes a qué me refiero. Tu ex esposa me hizo un comentario respecto al secreto que guardas. ¿Tan terrible es que no puedes decírmelo?

Estela había optado por olvidar el tema, mas fue ver a Noemí de nuevo para que las dudas volvieran.

—Te lo contaré pronto, Estela. —Aparcó el auto a unos metros de la finca.

—¿¡Y cuándo es pronto!? —Alzó la voz enojada—. ¡Quiero que me cuentes todo, aquí y ahora!

—Estela, tranquilízate, no es bueno hablar con la cabeza caliente.

—Tampoco es bueno construir una relación basada en mentiras. —La voz se le quebró—. Aunque eres un hombre distinto a los que conocí, ocultas cosas que de un modo u otro han empezado a hacerme daño. —Los ojos reflejaron dolor—. Si de verdad quieres algo serio conmigo, has de decirme la verdad. Si no lo haces, entenderé que todo ha terminado.

A pesar de la dura advertencia, Martín no tuvo el valor de revelar su secreto.

—Tu silencio ha dicho más que mil palabras. Adiós, Martín. Atesoraré en mi memoria los bonitos momentos que viví contigo. —Bajó del auto y entró en su casa sin mirar atrás.

Martín apretó el volante con rabia, molesto consigo mismo. Estela tenía razón, no se podía iniciar una relación con mentiras.


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