29. Una vida juntos - Parte I

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La temperatura en Manta bordeaba los treinta y dos grados centígrados, el sol coronaba el cielo azul prístino. Era un buen día para la playa, no tanto para una competencia ciclística. A unos metros de la línea de salida, los competidores realizaban ejercicios de calentamiento. La ruta de setenta y cinco kilómetros abarcaba el centro de la urbe y parte de la playa, en menos de treinta minutos las calles se llenarían de ciclistas.

—Por lo visto Raúl no vendrá. —Martín bajó la vista a su reloj de mano, faltaban pocos minutos para salir.

—Dijo que sí —respondió Iván—, pero al final la resaca le pudo más. No contesta el celular, ni los mensajes que le envié.

—Tampoco ha respondido los míos. —Martín revisó su WhatsApp, no halló respuesta de él, pero sí un mensaje de Estela. Sonrió como bobo.


Martín: Hola, mi mica preciosa. 😍

Le respondió él.

Estela: Hola, mi doctor patitas. 😍

Le contestó ella enseguida.

Martín: ¿Me esperarás en la meta?

Estela: Por supuesto. Te aviso que tengo una sorpresita para cuando llegues. 😏

Martín: ¿Una sexi lencería? 😏🔥😍

Estela: ¿Piensas que te esperaré en la meta vestida en ropa interior? 😆

Martín: ¿No? 😢 💔

Estela: Nooo. Estás loco jajaja. Para la noche sí, ahí solitos los dos. 😏🔥 La sorpresa de la que te hablo es otra, espero te guste. 🤭

Martín: Aaaah, qué intriga... ¡Muero por saber qué es! 😍

Estela: En unas horas lo sabrás. 🤭

Martín: También tengo algo para ti... 👀

Estela: ¿Qué cosa? Dimeee.

Martín: Tienes que esperar a que llegue a la meta.

Estela: Malooo, ¡no me dejes en suspenso!

Martín: Estamos a mano. Así sufrimos los dos. 🤣

Estela: Encontraré la forma de cobrártelo. 😈 ¡Suerte! Te quieroooo.

Martín: Si me cobras en carne, no me molesto. 😏 Te quiero mááás.


Cerró el celular y lo guardó en el bolsillo trasero de su camiseta junto a una cajita.

—Qué pena por Raúl, entrenó mucho para esta carrera —expresó Martín. Volteó la vista a los otros miembros del equipo—: ¡A sus puestos, en breve salimos!

Los participantes se acomodaron en sus lugares, pronto iniciaría el conteo regresivo.

—¡Bienvenidos a esta fiesta deportiva por conmemoración de la independencia de nuestra bella ciudad! —habló la presentadora, emocionada—. ¿Están listos para dejarlo todo en el asfalto?

—¡¡Lo estamos!! —vocearon los presentes.

—¡Eso, así, con ánimo! ¡Cuenten conmigo: diez, nueve, ocho... —La adrenalina aumentó—..., tres, dos, uno! ¡Fueraaaa!

Cientos de ciclistas cruzaron la línea de salida, confeti de colores cayó sobre ellos.

—¡Mantengan el ritmo! En cuanto haya un hueco nos abrimos —avisó Martín a sus compañeros.

Los primeros kilómetros fueron difíciles de despegarse del pelotón general. Martín y sus compañeros iban en el medio, atentos al primer espacio que tuvieran para escabullirse del resto de ciclistas y adelantar puestos. No podían perder tiempo. En el deporte, cada minuto, cada segundo era valioso, la diferencia entre ganar o perder.

Se mantuvieron juntos, en una sincronización perfecta. En esa carrera demostrarían el resultado del duro entrenamiento que realizaron.

—¡Cuesta a doscientos metros! —gritó Iván.

—¡Preparados! —advirtió Martín—. ¡Para esto entrenamos, señores!

El grupo de ciclistas cambió la postura, acomodaron todo el cuerpo sobre los pedales y presionaron con fuerza. Las piernas debían resistir el esfuerzo para subir la pendiente y otras más que habría en la ruta.

Aunque eran un poco más de setenta kilómetros, la elevada temperatura del ambiente, sumado a la pérdida de líquidos, estaban complicando las cosas.

—¡No olviden hidratarse! —previno Iván—. El calor está insoportable el día de hoy.

—Si alguien siente que va a sufrir un golpe de calor, paren de inmediato, ¿de acuerdo? —manifestó Martín. Lo importante era el bienestar del equipo.

—¡De acuerdo, líder! —contestaron los ciclistas.

Al salir de la cuesta aprovecharon para recuperar fuerzas en las rectas, más subidas vendrían para ponerlos a prueba. La ruta en algunos tramos era sinuosa y estrecha. Así mismo, debían estar vigilantes por si algún aficionado lograba burlar el cordón policial y evitar un accidente a causa de su imprudencia.

Martín procuró mantener los cinco sentidos puestos en la competencia, pero hubo momentos en que su mente inevitablemente se desconectó. Una rubia de ojos verdes, de aspecto risueño, ocupó su concentración. Era como si sus neuronas reemplazaran el circuito de la carrera y en su lugar pusieran la foto de Estela. No le molestaba en lo absoluto, porque su imagen aparecía cuando el cansancio le pasaba factura, pensar en ella lo animaba a seguir. Otra motivación provenía de la sorpresa que le aguardaba al llegar. No imaginaba qué podía ser, y eso lo tenía expectante.

Treinta kilómetros más y lo descubriría.



Estela no había dormido debido a la sorpresa que estaba preparando para Martín. Luego de la noche de pasión que tuvieron, algo cambió dentro de ella. Dormir con él le benefició en muchos aspectos, pero no entraremos a detallar sus intimidades, solo diré que mientras retozaba con su amor, las dudas desaparecieron. Y ese día, cuando cruzara la meta le haría saber la decisión que tomó.

Fue a la terraza a buscar a su sobrina. Necesitaba de su ingenio para cierto asunto que tenía en mente.

—Raia, ¿me puedes ayudar con algo?

—Claro, tía, ¿qué necesitas? —La joven levantó la vista de su celular.

—¿No estás ocupada?

—No, solo chateaba con mi amiga Lucía Fernanda. Me preguntaba que cuando regreso a la capital, le dije que mañana en la tarde.

—Lucifer, sí que es intensa —habló Eduardo desde la hamaca—. ¿No tiene otras amigas con quien hacer maldades?

—No te metas, feo —respondió ella—. Te pica no ser tan popular como yo.

—Tu hermano no es feo y lo sabes —aclaró Estela—, él es la versión del patito feo que se convirtió en cisne —rio.

Raia miró de reojo a Eduardo. Sí, ya no era desagradable a la vista. Había pegado un cambio total al dejar atrás la pubertad: el acné había desaparecido y también había dejado atrás unas cuantas libras de peso; quién diría que debajo de esas capas de fealdad se escondía un chico guapo. Mas nunca lo admitiría en voz alta, molestar a su hermano le resultaba divertido.

—Gracias, tía, por apreciar mi belleza. —Eduardo imitó una pose de dios griego.

—Pues yo te veo igual —dijo Raia, encogiendo los hombros—. ¿En qué te ayudo, tía?

Estela contuvo una risa. Sus sobrinos eran muy parecidos a ella y a Andrés, que de adolescentes no hacían más que discutir, pero se querían a pesar de todo.

—Sé que eres excelente con el dibujo, así que necesito de tus habilidades artísticas. Ven conmigo a mi habitación. —Al llegar, señaló un pliego de cartulina blanca que estaba sobre su escritorio, un kit de lápices de colores y otro de marcadores.

—¿Qué quieres que haga con eso? —inquirió, frunciendo la frente.

Estela le susurró algo al oído.

—¡Ay, tía Estela, eso es maravilloso! Qué alegría por ti y Martín. —La abrazó con cariño—. Te voy a hacer un lindo cartel, ya verás.

—Gracias, mi cielo. Pero recuerda: solo diseña lo que te pedí. Las letras las haré yo. —Le guiñó un ojo, cómplice.

—Tranqui, tía, ahí te dejo un espacio para el texto. —Estiró la cartulina y se puso a dibujar.

Minutos después, Raia terminó el trabajo.

Estela quedó maravillada por la forma de ilustrar de su sobrina, la motivaría para que estudie diseño y en un futuro contratarla en la empresa que estaba creando con sus amigas.

—Te quedó lindo. Eres una artista con un gran futuro —alabó.

—Gracias, tía. —Raia se ruborizó—. Falta el texto y quedará completo.

—Sí, ahora lo hago. —Con una bonita caligrafía escribió en el centro del pliego una frase que haría que Martín se derritiera de amor—. ¿Qué te parece, sobrina? —preguntó al finalizar.

—Esas palabras son el merengue y la cereza del pastel —respondió Raia, enternecida.

—Lucas, ¿apruebas lo que dice aquí? —La opinión de su pato era importante.

—¡¡Cuack!! —Aleteó las alas con alegría—. ¡¡Cuack!!

—Es un sí muy efusivo —soltó una risita—. ¿Te diste cuenta que apareces retratado en el cartel? Es que tú no podías faltar, mi Lucas, guapo. —Lo apretó contra su pecho y le dio muchos besos—. Vamos, acompáñame a darle la sorpresa a Martín.

Raia y Lucas la siguieron al primer piso.

—Ya me voy a la competencia ciclística, ¿están listos todos? —preguntó al ingresar a la cocina. La familia estaba desayunando.

—Sí, Estelita —dijo Concha, comiéndose lo último que quedaba de su empanada.

—Sí, cuñis, podemos irnos cuando quieras —contestó Armando, terminándose su café.

—Vayan ustedes, el sol está fuerte y prefiero quedarme en casa con Humberto. —Leticia resopló—. Dale un saludo a Martín de mi parte.

—Dile que le deseamos muchos éxitos en la carrera —agregó Humberto.

Estela asintió.

—¿Puedo ir, tía? —pidió Raia—. Quiero estar presente cuando el tío Martín vea el cartel. —Esbozó una risita traviesa.

—Claro que sí, sobrina —concedió.

—¿Cartel? ¿Es lo que llevas ahí? Déjame verlo. —Andrés intentó agarrarlo pero Estela se lo impidió.

—No. Martín lo verá primero, luego los demás.

—¿Le vas a proponer un plan de negocio? No crees que es muy pronto. —Arqueó una ceja, burlón—. Al menos espera tener seis meses de relación con él, como mínimo, para embarcarlo.

—¿Qué? Nooo. Es otra cosa —refutó Estela, riéndose de las ocurrencias de él—. Vámonos, quiero llegar temprano para ganar un lugar cerca a la meta. —Ladeó la vista a su hermano—. ¿Podemos ir en tu auto, Andrés? Es más espacioso que el mío.

—No es posible, lo dejé temprano en el taller, no me gusta ese ruido que ha empezado a hacer —contestó él—. Nos toca hacernos flaquitos y acomodarnos en el tuyo.

—Podemos ir en mi auto, cuñis —intervino Armando—. Es grande, entraremos todos cómodamente.

—¡Noooo! —A Andrés casi se le sale el alma del pecho—. Armando, tu auto no tiene aire acondicionado. Es un sauna con ruedas. —Largó una carcajada.

—Eso te pasa por tacaño. —Concha le dio un codazo a su esposo.

—Cuando regresamos a casa le instalaré aire al carro —dijo Armando admitiendo su error.

—Llévense mi auto. —Humberto extendió la llave—. Eso sí, cuiden en donde lo dejan aparcado, no quiero ver rayones ni nada.

Los hermanos abrieron mucho los ojos. Su padre no soltaba el auto a nadie, así que el ofrecimiento fue recibido de buen agrado.

—Gracias, papi. —Estela lo abrazó.

—Yo conduzco. —Andrés voló a agarrar la llave antes de que su padre se arrepintiera—. ¡Vamos familia, un evento deportivo nos espera!

Fueron contentos al parqueadero de la casa.

—¿Tú no quieres venir, Eduardo? —preguntó Estela a su sobrino que en ese momento cruzaba por el jardín.

—No, tía, quedé en ir con María Elisa al shopping. —El rostro del joven irradiaba felicidad al pensar en la chica.

—No te emociones tanto, que seguro será para que le cargues las bolsas de las compras. —Raia se carcajeó.

—Nos vemos. —El joven siguió de largo sin inmutarse por la pulla.

—Cuídese, mijo —exclamó Concha desde la distancia.

Tiempo después llegaron al malecón. Ríos de gente invadían las calles. El sol canicular no daba tregua, aún así los aficionados permanecían tras las vallas a la espera del arribo de los ciclistas.

Luego de dejar el auto en un parqueadero privado, la familia se dirigió a la zona de llegada.

Estela le pidió a Raia sostener a Lucas mientras hacía una llamada. Por suerte el pato era sociable y no se estresaba al ver tanta gente.

—¿Dónde andan? —preguntó a Esther. Esta le dio la ubicación y fue al lugar señalado.

—¡Estela, aquí! —gritó Paula.

—Ahí están Paula y Esther —dijo a sus familiares que la seguían de cerca—. ¡Hola, chicas!

—Es hoy, es hoy. —Sonrió Esther, percatándose del cartel que traía Estela. Sabía de que trataba el contenido—. Ay, amiga, me alegro mucho.

—Qué emoción, Estela. —Paula la abrazó—. Martín se pondrá feliz cuando lo sepa.

—Estoy a la espera de que llegue para decírselo. —Estela soltó una risilla—. ¿Es mi idea o estamos un poco lejos de la meta? —Observó por encima de la gente.

—La policía tiene restringida la parte de adelante, ya sabes, para evitar que alguien cause algún accidente —bromeó Esther.

Estela entendió perfectamente la indirecta.

Su mente se trasladó al momento en que había coincidido a Martín, cuando en un despiste se cruzó en la línea de llegada ocasionando que él se estrellara con la bicicleta. Sonrió, una manera poco convencional de conocer al amor de su vida. Sin duda, ese accidente fue lo mejor que le pudo haber pasado.

Sujetó el cartel y miró la hora en su reloj de muñeca. Faltaba poco para que Martín y su equipo llegaran. Cruzó la barrera, esta vez a conciencia. Se quedó unos metros atrás de la línea para no interrumpir el paso a los ciclistas. Raia y Lucas le hacían compañía.

Los espectadores contemplaron con asombro a las mujeres y al ave, era evidente que un ciclista tendría un bonito recibimiento.

—Lucas, me avisas apenas lo veas, ¿de acuerdo? —solicitó Estela.

—Cuack, cuack —confirmó él.

Los minutos transcurrieron hasta que Martín apareció.

—¡Cuack! —parpó Lucas en cuanto advirtió al ciclista—. ¡Cuack! —Corrió a su encuentro.

Estela desenrolló el cartel. Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios. 




La segunda parte viene prontito. Siento el suspenso jaja. 🤭

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