9. De los errores se aprende

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Una semana después


Era una mañana radiante de sábado, con un clima fresco, ideal para realizar diferentes actividades en la ciudad. Con la entrada del mediodía y hasta la mitad de la tarde, el sol se tornó abrasador; perfecto para los bañistas, no así para el resto de habitantes que se encerraban en sus casas con el aire acondicionado.

Andrés optó por salir de paseo. Si el calor aumentaba, encendería el aire de su auto. No quería ver ni tampoco hablar con nadie, especialmente con Estela. Aún estaba indignado por la decisión tan descabellada que había tomado.

Recordó el momento de su regreso al salón, agarrada de la mano de Floripondio. Estela les comunicó que se iba a vivir con él. Andrés no habló, se marchó en silencio a su habitación. Con aquel mutismo dijo más que con mil palabras.

El único que no se enteró de nada fue Fluver, que estaba atento a cualquier posible ataque de Lucas.

Aprovechó el día para llevar a su hijo a desayunar a uno de los restaurantes del puerto. Mónica le había pedido que lo cuidara durante unas horas y no pensaba desaprovechar ni un minuto. Lo siguiente fue una mañana de juegos en la playa.

Sentado frente al mar, con los pies metidos en la arena, reflexionó en el aciago futuro que le aguardaba a su hermana. No quería que Estela terminara como él, o que cayera en un lugar oscuro del cual no pudiera salir.

Aquellos pensamientos, inevitablemente, le trajeron recuerdos de su antigua vida matrimonial.

Andrés se consideraba así mismo un hombre fuerte y con autonomía propia, pero hasta el árbol más robusto cae ante una afilada hacha. Él cayó por el amor de una mujer, un amor que lo transformó en un ser manipulable, sin identidad, reducido casi a cenizas. La sola idea de perder a su esposa, lo llevó a soportar humillaciones y desprecios.

Cuando Mónica le confesó en medio de gritos que solo se casó con él para escapar del yugo de sus padres, no cambió ni un ápice lo que sentía por ella. Sí, dolió saber que todos esos años de noviazgo y matrimonio fueron una mentira, que en realidad no lo amaba como ingenuamente creyó.

Lo siguiente fue fingir frente a su familia; continuó ensalzando las virtudes inexistentes de su mujer para que la imagen que tenían de Mónica se mantuviera intacta. En tanto él, moría un poco cada día. Se obligó a mostrar una sonrisa que ocultaba muy bien su dolor.

Mas todo tiene un comienzo y un fin, y hasta el hombre más enamorado se podía desenamorar. Paradójicamente fue su propia esposa quien le hizo abrir los ojos al hacerle una propuesta de lo más despreciable. Fue ahí que tocó fondo. Esa línea no la cruzaría, ni por ella, ni por ninguna mujer.

Al decir no, rompió esa cadena invisible que lo había aprisionado durante mucho tiempo. Volvió a tomar las riendas de su vida y juró que nunca más permitiría que una mujer hiciera de él lo que quisiera.

—¡Aaaah! —murmuró Elian, sacándolo de sus pensamientos.

—Es un cangrejo, no te hará daño. —Su hijo retrocedió temeroso al meter el dedo en un hoyo en la arena—. Es la casita del cangrejo, espera a que salga.

Observó a Elian con ternura, él era lo único bueno que le quedó de aquel nefasto matrimonio. El pequeño le daba sentido a su vida y era el motor que le impulsaba a seguir.

¿Angejo? —repitió el pequeño.

—Sí, cangrejo —corrigió Andrés para que el niño aprendiera a pronunciar bien.

Teno ambe. —Elian se cansó de jugar en la playa y de perseguir a los cangrejos.

—Yo también tengo hambre —rio Andrés—. Vamos a buscar donde amarrar el burro. Pero, primero a quitarnos la arena, que así no nos dejarán entrar en ningún restaurante

Padre e hijo se dirigieron a una de las duchas públicas ubicadas a lo largo del malecón. Una vez limpios y vestidos, fueron a almorzar.

—Vaya, media ciudad vino a comer al mismo restaurante —murmuró. El local en cuestión no tenía áreas libres de parqueo—. Tocará ir a La madrina. Queda lejos, así que sé paciente, come esto mientras. —Le entregó unas galletas de dulce—. ¿Cómo se dice?

—Gacias —contestó el niño con la boca llena.

—Muy bien. —Le acarició el cabello.

Andrés tomó la salida hacia el área rural. En cuestión de minutos el paisaje marino fue sustituido por campos destinados a la siembra. Cultivos de arroz y palma africana se extendían en ambos lados de la carretera. El viento cálido que ingresaba por las ventanillas tenía un efecto calmante. Desconectar del ajetreo de la ciudad no venía mal.

Algunos kilómetros después, llegaron a una zona donde se preparaba variedad de comida criolla. El local "La madrina" destacaba entre los más populares. Una parada obligatoria para los turistas que visitaban Puerto Cruz.

—¡Llegamos! —Andrés estacionó bajo la sombra de un árbol de plátano. Al abrir la puerta, el clima lo hizo resoplar—. ¡Qué calor! Es un alivio que el restaurante esté al aire libre. —Sacó a Elian del asiento para niños. Ladeó la cabeza, encontró una mesa desocupada cerca al mostrador.

—¡Hola, madrina! —saludó a la mujer mayor que estaba en la caja, cobrando—. Tráigame dos encebollados, un seco de gallina, y dos jugos de tamarindo.

—¡A los tiempos, ingeniero! Dichosos los ojos que lo ven —rio divertida—. Tome asiento, una de las chicas le llevará la comida.

—El trabajo me tiene muy ocupado, a ver si algún día me vuelvo rico —se carcajeó—. Envíeme el encebollado primero, este niño trae un hambre que ni le cuento.

—Cuando sea rico no se olvide de los pobres —contestó ella en tono jocoso.

—No lo dude, madrina.

Transcurridos diez minutos, llegó una joven con la orden. Dejó los platos y se marchó a atender otras mesas

—¡Madrina, este encebollado está huérfano! —exclamó Andrés, revolviendo la sopa con la cuchara—. No tiene cebolla. ¿Se acabó?

—Disculpe, joven. Con tantos pedidos, seguramente lo olvidaron —respondió apenada—. Ya le mando la cebollita y unas rosquitas de yapa.

—¡Gracias!

—Aquí tiene la cebolla. —El pocillo fue entregado por otra mesera. Sonrió coqueta y señaló—: Que risueño es su hijo, se parece mucho a usted.

—Sí, es muy guapo —respondió Andrés, orgulloso—. Dios dijo: "hágase lo bonito" y nació mi hijo.

—¿Y la mamá? —indagó la chica. La primera pregunta fue para verificar si era el padre del niño, la segunda para saber si era casado—. Es por si necesita otro pedido.

Andrés, que no era tonto, captó las segundas intenciones. Cada que salía con Elian, le pasaban cosas peculiares. Para la sociedad, ver a una mujer y su hijo era algo normal, pero al tratarse de un hombre y su hijo, la situación cambiaba; un padre soltero era visto como una especie exótica. Entendible en cierto modo, no todos los padres se comprometían en la crianza de sus hijos.

—Estoy divorciado —manifestó exultante—. Y tampoco me interesa ninguna relación sentimental, ni en el presente o futuro próximo —aclaró, matando cualquier ilusión que la fémina pudiera albergar.

La chica entendió la indirecta, esbozó una sonrisa incómoda y se alejó.

—¿Qué cosas no, Elian? —Le dio una cucharada de sopa—. Quieren echarle el lazo a tu padre, pero ni loco caigo de nuevo. Cuando seas grande, espero que tengas mejor suerte que yo.

Aoz, Aoz. —Elian apuntó con la manita al plato de arroz. Tenía problemas para pronunciar la r y otras letras similares.

El joven padre sonrió a medias. Su hijo tenía cuatro años y todavía no hablaba bien, pero al menos se había vuelto más comunicativo y sociable. Sin duda, divorciarse fue lo mejor que pudo hacer para la salud emocional del niño.

Andrés aprovechó para comer mientras Elian masticaba la presa de gallina. El encebollado que pidió estaba delicioso, el local La madrina era famoso por la comida, lo mejor de la gastronomía manabita. Quedaba lejos de la ciudad, pero valía la pena los kilómetros recorridos. Y tuvo suerte de encontrar una mesa vacía, sino le hubiera tocado esperar un buen rato.

Observó de reojo la fila, familias en su mayoría. En donde estaba había dos asientos vacíos. A él no le incomodaba compartir mesa, pero no todos eran del mismo pensamiento. Volteó la mirada, su hijo comía con gusto el arroz. Era un niño de buen apetito y nada problemático cuando se trataba de comida.

—Elian, no tanto a la boca —dijo, al ver los cachetes inflados del niño—, despacio, no hay apuro. Te puedes indigestar, y...

—Disculpe, ¿podemos sentarnos aquí? —interrumpió un hombre joven—. Solo somos mi amigo y yo.

—Claro, no hay problema —respondió Andrés. Le llamó la atención la camiseta del hombre, era un perro y un gato en versión Star Wars, emulando a C-3PO y R2-D2

—Muchas gracias. No queríamos irnos sin comer donde la madrina —mencionó el recién llegado.

El hombre llamó con la mano a una de las meseras. Hicieron el pedido y aguardaron la comida.

—Jugo. —El niño estiró la mano y por accidente hizo caer el vaso.

—Rayos —exclamó Andrés. El líquido se le derramó sobre el pantalón—. Señorita, ¿me puede traer unas servilletas? —pidió a una de las meseras.

—¿Es su hijo? —preguntó el desconocido de la camiseta.

—Sí, es mi hijo. Estoy acostumbrado a estos accidentes —contestó, restándole importancia.

—Lo entiendo perfectamente —asintió con una sonrisa—. También soy padre. Cuando salgo con mi hija, es casi un hecho que termine con alguna mancha en la ropa.

—No tengo hijos, pero sé a qué se refiere mi amigo —intervino el otro hombre—. Gracias a él ya tengo experiencia para cuando sea padre —soltó una carcajada.

—Interesante. —Andrés ladeó una mueca jovial—. Me llamó Andrés y él es Elian —extendió la mano.

—Soy Martín y él es mi amigo Iván. —Los hombres estrecharon las manos—. Mucho gusto.

Minutos después, la mesa estaba limpia y los tres hombres degustaban sus platos.

El almuerzo fue interrumpido por el sonido del celular de Andrés. Reconoció el número, por un momento pensó en ignorar la llamada, pero conociendo a su madre, no dejaría de insistir.

—Hola, mamá.

—Andrés, ¿dónde estás? —preguntó Leticia, preocupada—. Llevas desaparecido todo el día. ¿Cómo está Elian?

—Tranquila, mamá, estamos bien. Elian está comiendo —informó—. En la tarde iremos a la casa o a lo mejor en la noche —bromeó sin ganas.

—¿Hasta cuándo seguirás molesto con Estela? —reprochó la madre—. Sí, a todos nos tomó por sorpresa cuando nos dijo que se iba a vivir con Fluver. Pero enojándote, dejándole de hablar, y desapareciendo, no cambiarás nada.

—Lo sé, pero es la única forma que hallé para lidiar con la situación. Entiéndeme mamá. Floripondio la hará infeliz y me enoja no poder hacer nada.

Martín e Iván soltaron una pequeña risa por el nombre del sujeto. Se preguntaron si en verdad se llamaba así.

Aquel gesto no pasó desapercibido para Andrés. Ese era otro motivo por lo que la gente no compartía mesas, resultaba incómodo oír charlas ajenas.

—Después de comer, llevaré a Elian al parque y de ahí a la casa —prometió él—. Quédate tranquila, mami.

—Está bien. Los espero para la cena, haré pollo al horno con ensalada de papa con huevo, tu comida favorita, a ver si te motiva a venir pronto —rio la madre.

—Haberlo dicho antes. Estaremos en casa antes de que caiga el sol —dijo Andrés, feliz—. Nos vemos.

Dejó el celular en la mesa y fijó la vista en uno de los hombres.

—¿Tienes hermanas? —le preguntó a Martín. El aludido lo miró extrañado—. Dijiste que eres padre, ¿tienes hermanas también? ¿Que te hagan enojar con las decisiones que toman? Yo tengo dos hermanas. La mayor está casada con un hombre bueno, que la quiere. Pero mi hermana menor es lo contrario, escoge hombres que no le convienen —bufó.

Martín arrugó el entrecejo, comprendió por donde iba el asunto.

—Tengo una hermana, y en ocasiones no he estado de acuerdo con sus decisiones, pero las he respetado. ¿Qué pasa con tu hermana? Si se puede saber.

—Mi hermana sale con un tipo de lo peor, y ella es la única que parece no darse cuenta. Floripondio no le conviene, se lo he dicho muchas veces. Está totalmente obnubilada por ese adefesio. —Torció los ojos—. Hasta hace unos días estaba decidida a separarse de él, y ahora se van a vivir juntos.

—Andrés, ¿te puedo tutear? —preguntó Martín.

—Sí, no hay problema.

—En el amor, los hombres y las mujeres manifestamos un sentir distinto, lo que es claro para unos, para otros es difuso —expresó Martín—. Hay personas que se enamoran de una forma irracional, que les impide reconocer abiertamente los defectos del ser amado; y nada de lo que la familia haga o diga les hará cambiar de parecer, solo conseguirán que se aferren más. El miedo a quedarse solos, o el no poder hallar algo mejor, no los deja avanzar. La compañía se vuelve una necesidad y no una elección.

—¿Eres psicólogo? —inquirió Andrés—. Pareces saber mucho de relaciones afectivas.

—Martín tiene de psicólogo lo que yo tengo de astronauta —se burló Iván—. Da buenos consejos, eso sí. Pele la oreja, mijo.

—No soy psicólogo —aclaró Martín, riendo por la pulla de su amigo—, pero en la vida se aprenden cosas. Andrés, probablemente no nos volvamos a ver, pero creo necesario contarte algo —empleó un tono condescendiente—. Mi hermana tuvo un novio que nos caía bien a todos, era un buen sujeto. Con el tiempo se comprometieron. No obstante, ella tenía dudas, entonces le propuso vivir juntos antes de dar el sí en el altar. Nadie imaginó que esa convivencia terminaría con la relación. Compartir el mismo techo les hizo comprender que no eran almas gemelas. Mi hermana no toleraba ciertas cosas de él y viceversa.

—Vivir juntos en lugar de unirlos los separó —analizó Andrés—. Tu hermana fue inteligente. Ojalá a mí se me hubiera ocurrido hacer lo mismo antes de casarme —suspiró, pensando en su fatídica boda—. Todos deberíamos hacer una prueba para saber en qué nos metemos.

—Sería lo ideal, ¿pero dónde queda el riesgo? —rio a causa de la situación—. En fin, el matrimonio no es para todos.

—En eso tienes razón —concordó Andrés—. Pero me preocupa que mi hermana termine más apegada a ese tipo, tanto que sea imposible que lo deje.

—Es un riesgo que debes tomar, que deben tomar como familia —dijo Martín—. Deja a tu hermana volar, que cometa sus propios errores y aprenda de ellos; pero mantente cerca. Que sepa que puede contar contigo a pesar de todo. —Martín se tomó la libertad de palmearle el hombro—. Existe la posibilidad de que a tu hermana le pase lo mismo que a la mía. En la convivencia diaria se llega a conocer a la otra persona. La relación puede florecer o morir.

—Espero que sea lo segundo —siseó Andrés—. Nunca aceptaré a Floripondio como mi cuñado.

—Qué feo nombre —soltó Iván sin pensarlo—. Disculpe, no quise...

—Tranquilo, puede decir lo que piense, no voy a defender a ese fulano. —Andrés tampoco pensaba corregir el apelativo.

—El nombre me hace pensar en una especie de Igor —detalló Iván—. Nada agraciado, la verdad.

—No, el tipo no es feo, solo es incómodo de mirar —comentó Andrés sin pena alguna—. Igor es un galán comparado con Floripondio.

El comentario los hizo reír a ambos.

El tiempo avanzó entre conversaciones y anécdotas. Entre Andrés y Martín se creó un vínculo inusual; en el poco tiempo que hablaron, se dieron cuenta de que tenían varias cosas en común. Ambos eran fans de Star Wars e hinchas del mismo equipo de fútbol. Con Iván también hubo  buen rollo, a pesar de que este era hincha del equipo eléctrico, la barra enemiga de los canarios. No todo podía ser perfecto.

—Si el lugar al que vas no te gusta, hay unos locales cerca al club de tenis que están en alquiler. Es una zona comercial —informó Andrés—. Considera esa opción.

Martín le contó que pensaba visitar un local. Requería un lugar más amplio donde mudar su clínica veterinaria.

—Lo tendré en cuenta —agradeció Martín—. Nos tenemos que ir, un gusto haberte conocido. —Sacó de la billetera el dinero para pagar la cuenta, y una tarjeta que le entregó a Andrés—. Si llegas a necesitar un veterinario, llámame con confianza.

—O para tomar unos tragos —terció Iván—. Hay vacíos que solo se pueden llenar con unas cervezas bien frías —bromeó—. Nos vemos, amigo.

—Gracias por los consejos y la charla. Hasta pronto —se despidió. Andrés leyó la tarjeta: «ServiPet. Martín Palacios Rodríguez. Veterinario».

No tenía mascotas, pero tal vez lo llamaría para charlar. Tanto Martín como Iván le parecieron unas excelentes personas. Observó a los dos hombres subirse a un Kia Sportage color plata, en dirección a la avenida principal.

Después de pagar la comida, se fue con su hijo a uno de los parques de la ciudad. La mente la tenía más relajada, aquella conversación improvisada le ayudó a organizar mejor las ideas.

Estela era su hermana, y estaría junto a ella de forma incondicional, pasara lo que pasara. Solo esperaba que la elección que había hecho no le dejara marcas difíciles de sanar.




*Amarrar el burro: expresión costeña que significa "buscar un lugar donde comer"

*La madrina: apelativo cariñoso que se le da en la costa a una mujer que es dueña de un restaurante.

*Encebollado: plato a base de pescado, yuca, cebolla, y otras especias. Se acompaña con chifle, rosquitas. Es originario de la región costa, y es un platillo insigne de la gastronomía ecuatoriana. 

*Yapa: cuando un comerciante obsequia algo extra al comprador, o dar un poco más de producto por el mismo precio.


Comenten aquí alguna palabra/frase, plato típico de sus países. Intercambiemos un poco de cultura. 🤭


Foto Encebollado. De mis platos favoritos. 💯



Noticia: ¡¡Se busca esposo tiene nueva portada!! ¿Qué les parece? A mí me encantaaaa. Refleja muy bien el romance y el humor de la historia. 😍 🧡 ✨

Si desean una portada, contacten con Roma García. En Instagram la encuentran como:  @disenoromagarcia



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