⌲ El cuerpo

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❝ Alguien habita debajo de mi piel
Abre una herida, va recorriéndome...
...Y cuando estoy por explotar, el cuerpo pide más❞



Lo conoció hace seis años, en 1960. Kim Seokjin era ponente en la UCI, International Ufology Commission. Había disertado sobre los canales de Marte que descubrió Schiaparelli, argumentando que la instrumentación de antaño no precisó que estos no eran, en realidad, más que pigmentos concentrados en la superficie planetaria. Añadió, además, lo urgente que era una exploración marciana para recoger muestras de suelo que disparen si es que era posible algún indicio de vida que excluya de su composición vital la clorofila. El comité de Ufología, sin embargo, se decantó por la propuesta de un equipo de Málaga que mostró al público una variable de clorofila que podría justificar una expedición a Saturno.

Min Yoongi, que asistió en calidad de oyente, había encontrado a Kim Seokjin un tanto improvisador. Como si hubiese preparado su presentación diez minutos antes de salir. Nervioso, errático, con gestos y modulaciones un tanto caricaturescas, pero de todos modos tuvo el impulso de ir detrás del escenario y conocerlo. Quiso creer que se debió a que, pese a lo desprolijo de su exposición, era atractiva su propuesta y contagiosa la emoción por descubrir vida en otros planetas. No como los demás conferencistas, defendió sin siquiera haberlo tratado, que aspiraban a titulaciones y renombre, así como subsidios generoso.

Cuando lo encontró medio escondido detrás de una pila de sillas plegables, con un niño de no más de dos años aferrado a su pecho y chupándose el dedo, sintió una anticipada contrición, como un vuelco en el estómago, y respirando hondo tomó una decisión. No contaba con un plan, o idea de por qué, pero lo contrató. Y, para sorpresa de Yoongi, que esperaba un rechazo por lo brusco de su pedido y lo poco formal de la entrevista laboral, Kim Seokjin aceptó. Maniobró con su bebé en brazos y le estrechó la mano en un apretón fuerte, pero con una sonrisa suave:

—Claro, ¿por qué no?

Por fortuna, Yoongi pudo excusar su actitud con la desesperada cruzada de ufólogos en la región noroeste del país. Sitio al que no solo iban especialistas, sino todos aquellos que encontraran viable la existencia de OVNIS. Cada septiembre acudían a registrar, si es que había, avistamientos de objetos voladores y extraer muestras del terreno para posterior análisis. Lo que tenía de particular ese espacio geográfico eran las fuertes impresiones en el suelo. Patrones, si bien difusos, de octógonos irregulares con una profundidad de medio metro. Tales impresiones, y era hasta entonces la versión oficial y única, eran producto de la lluvia de inexplicable acidez que eclosionó prematuramente el territorio y volvió la vegetación una mutación digna de ser estudiada por sus pigmentos inusitados para las especies y rebrotes deformes tal como si Dalí hubiera paseado por allí. Una alteración que atentaba contra lo esperado en casos del estilo, pero de esto se ocupaban los botánicos y géologos.

Los meteorólogos, por su lado, tenían a su cargo investigar el por qué tal diluvio. Solo que no hallaban veredicto final, puesto que no se presentaban en la zona de G. las condiciones particulares de ese fenómeno. No había un asentamiento de fábricas o centrales eléctricas o siquiera ciudades en el perímetro que pudiesen contribuir, como ocurre en otras regiones, a la lluvia ácida. Según comunicaron, el diluvio afectaba una porción terrestre de 14,25 km², región noroeste de G.; llegaba puntual el primero de septiembre y se retiraba a mediados de octubre como si nunca hubiera ocurrido.

A Min Yoongi poco le importaba esta explicación, si bien tomaba datos para su trabajo de campo. Él, junto a Kim Seokjin y otro puñado de cerebritos, venía por los ovnis. Era su labor de ufologista intentar entender el otro acontecimiento que llegaba con las lluvias y no avisaba ni explicaba a nadie por qué: las luces en el cielo. Como los cada vez más famosos Espectros rojos del Reino Unido, los Elves, los Medusas azules o las Auroras de Alaska. Pero, y aquí lo extraordinario y que trae a Min Yoongi tan excitado, el campo eléctrico del que convergen las moléculas de aire y reflectan la luz solar se encuentra por sobre la exosfera.

El cuerpo, les llamaron por su manifestación antropomorfa.

Tal locación del campo eléctrico, sería quizá la que poco años después Carl Sagan mencionaría como base del sistema solar donde los extraterrestres se reabastecerían para sus expediciones interplanetarias. ¿Y cuán afortunados eran los ufólogos coreanos en tener en su territorio el posible punto de llegada de las naves de estos alienígenas? Solo era una oportunidad única en un millón, porque, a la par que los colegas de la especialización interplanetaria se abastecían de muestras y podían acceder a los terrenos sin pagar impuesto alguno, la economía se surtía con los viajes de ufólogos extranjeros, como de aquellos turistas curiosos y metiches a los que sí se les cobraba para ingresar a la zona de avistamiento de las luces.

Sin embargo, por muy en el epicentro de un posible paraje alíen que esté, Min Yoongi tenía en su pecho anidado un secreto. Como arañas tejiendo un hogar en los alrededores de su corazón, la ponzoña de lo que guarda celoso para sí lo envenena con extrema lentitud. Aunque poco reluce su inquietud cuando comparte el coche de Kim Seokjin, un daewoo nexia colorado, para dormir hasta el anochecer que es cuando inicia el espectáculo de luces. Cierto que ellos se adelantaron dos semanas a esto, pero ambos confiaban en que podrían averiguar más del hecho si se anticipaban a las condiciones climáticas.

Para esos días, el verano se volvía pegajoso y aplastante, pero no podían darse el lujo de bajar las ventanillas por los mosquitos e insectos, los cuales podrían percibir alteraciones de las lluvias. Y Yoongi tampoco quería prender la ventilación porque Seokjin es friolento y aunque ahora esté de camiseta sin mangas, lleva encima la manta de su segundo hijo. Un mechón del largo flequillo castaño le tapa los ojos, aun así, para estar seguro, susurra:

—¿Jin?

Tiene que cerciorarse de que no está despierto, así que Yoongi acerca el rostro al de Seokjin y lo estudia. Es que su amigo es de esos bromistas incorregibles, de los contadores de chistes natos. Y no sería de sorprender que quiera jugarle una broma y asustarlo, como si quisiera curarle el hipo. Pero viendo la dormida cara del otro, Yoongi entiende que al fin se rindió al sueño y cuando un leve resuello le golpea el rostro, trayendo consigo el aroma a mandarina, se echa atrás con alivio. Se estira en el asiento y saca el diario de notas de la guantera, procurando no hacer movimientos bruscos.

Sigiloso, como un ladrón, revisa lo que él mismo escribe frenético los días previos a esta expedición. Un hábito que adquirió desde que sintió los síntomas lo que fue, coincidentemente, luego de la última visita a G. Aquella vez, un año atrás, que llegó solo por sus medios ya que Seokjin lo alcanzaría un par de días después, tras festejar el cumpleaños de su hijo mayor. Su amigo era de esos padres comprometidos con la crianza y en verdad amaba a su esposa, Hyejin, por lo que Yoongi, aunque no lo alegró, entendía que priorizara la familia. Además, se decía con enfado, él contrató al hombre cuando este cargaba a su hijo, ¿cómo podría ser insensible al respecto luego?

Él continúa soltero. Y su única amante fiel es la indagación interplanetaria, tan patético como suena. Un factor que aún no decide si es causal o consecuencial de no tener suerte en las citas. Ni siquiera en las que en verdad pone empeño para sostener conversaciones sin dejar en evidencia lo mucho que anhela meterse en sus libros e investigación, y no entre las piernas de una muchacha. Cualquier interés por su conquista, logrado el objetivo de cena y coqueteo, moría en el instante en que los besos y las caricias iban más allá de un amistoso reconocimiento de la atracción. La lujuria se diluía precipitadamente tras el orgasmo y cierto remordimiento y culpa lo sacudía tanto como para salir corriendo de la cama y no volver a buscarla o llamarla.

Algo estaba mal con él, cada vez se convencía más de ello. Seokjin, en cambio, cuando lo oía relatar sus desventuras amorosas no parecía encontrar algo extraño y lo calmaba a su modo simpático e imbécil:

—Tal vez lo tuyo sea un amor extraterrestre.

Y tal comentario, en principio, fue irrisorio. Nada que tomar en serio. Seokjin siendo Seokjin. Solo que hace un año tuvo una revelación, una espantosa epifanía. Si tan siquiera pudiera hablar de ello sin sonar como un loco, podría compartir aquella experiencia. Pero hablar de ello lo pondría en foco de burlas, como a todos aquellos que dijeron ser parte de raptos alienígenas o haber visto señales de naves en el cielo. La prensa volvió cualquier testimonio, dado el poco crédito de ello por la falta de evidencia comprobable, un show mediático para echarse unas risas.

Por lo que restaba, descartando a la familia Min tan religiosa como recalcitrante, Kim Seokjin. Un confidente y compañero desde que se conocieron, pero, para el caso, un implicado indirecto en el evento que vivió. No. Solo se tenía a él y a su diario de notas para indagar en lo sucedido. Yoongi era reacio a quedar en ridículo, como cualquier otra persona, pero más que nada, era incapaz de admitir lo que esto le provocaba. Aquel juego de luces que lo encontró en el campo abierto había trastornado su vida.

Algo, no puede describir qué, habita dentro de él.

—¿Yoongi-ssi?

El sobresalto provocó que Seokjin se ría, aun medio dormido, de él. Lo estudió de reojo antes de, sin parecer sospechoso, cerrar su diario. Lo sostuvo con las manos sudando, nudillos blancos por la presión, y el corazón pateando su pecho. Volvió el rostro en la dirección de su amigo, con calculada indignación, antes de espetar qué quería, que aún la noche no caía sobre ellos. Y de esto era prueba el anaranjado resplandor que los envolvía y tornó el momento como un recuerdo difuso de cálido romance.

—Estás escribiendo –el bostezo se llevó la última parte del enunciado, pero Yoongi lo entendió de todas formas.

Cambió de tema, proponiendo señalizar las impresiones del suelo para no caer en ellas, mientras guardó otra vez el diario en la guantera, sin dejar de observar a Seokjin que se desperezó como un niño. De hecho, Yoongi, que había convivido con la familia Kim, podía detectar en los niños gestos típicos de su amigo. Como este, donde abría la boca en exageración para bostezar mientras sube los brazos y los baja en una posición de rezo. Luego, sigue rascarse la nariz con el dorso de la mano y quitarse las legañas. Ah, ni hablar de que, en todo este proceso, no abrirá los ojos sino que los arrugará como si pretendiera conservar el sueño un rato más.

—Tengo que mear –dijo, y por fin, renuente, despegó los párpados.

Los ojos de Kim Seokjin no eran especiales. Tan ordinarios como era todo él, con su rostro redondeado, su insulso atractivo. A nadie le era indiferente, sí, pero Yoongi explicaba tal fenómeno con una retorcida navaja de Ockhamante igualdad de condiciones, la opción más sencilla es posiblemente la correcta. Y en este caso, entre verlo feo o guapo, sus ojos pícaros y la boca voluptuosa favorecían lo segundo. Gruñó en cuanto se dio cuenta de qué estaba pensando y mandó que se marche ya.

—Estás de ese humor, me resigno –sonrió Seokjin, y enseguida desbloqueó la puerta, no sin cierta dificultad, para salir al exterior.

Lo vio caminar con paso desgarbado y lento, pero no quiso dar lugar a la culpa. Sabía que últimamente estaba siendo arisco y difícil de tratar. Y el pobre que debía soportarlo cascarrabias era su amigo, quien no tenía inconveniente en decirle que se comporta como un idiota. No discutían, lo cual, era exasperante para él porque Yoongi era cruel adrede. Como cuando le dijo a Seokjin que creer en que en verdad habían encontrado un dispositivo extraterrestre caído desde el espacio y lo estudiaban en Rusia lo volvía un soñador irremediable, o siendo lo mismo, un estúpido redomado. Seokjin se le quedó viendo, parpadeando chistoso, antes de soltar una carcajada de las suyas, altas y discordantes, y estirar los brazos para abrazarlo y darle un beso en la frente. Técnica aplicada con efectividad para los berrinches de sus hijos, solo que Yoongi era un adulto de veintisiete años.

No soportó el contacto.

Se le cortó la respiración, asfixiándose con la colonia de Seokjin y el aroma a sudor, así que lo empujó con fuerzas. Deseó desaparecer para no ver la decepción en su amigo que tenía apenas intenciones de ayudarle y no herirlo. Pero, sin poder evitarlo, se echó atrás cuando Seokjin trató de tocarlo. Su piel, como ya sintiendo el roce, quemó y picó. Le escocieron los ojos y se le secó la boca cuando balbuceó sinsentidos. Tal vez era aquello que se incuba en su pecho lo que le provocó náuseas y taquicardias, pero no se detuvo a considerarlo antes de huir. Desde ese momento en adelante, Seokjin no busca acercarse. Y eso está bien para él, quiere creer.

Aunque no puede continuar dándole vueltas al asunto porque sus lamentaciones son interrumpidas con un estallido de luz roja que le golpea las retinas y debe cerrar los ojos solo que, para el caso, no funciona. Una luz penetrante que no proviene del atardecer sumerge el espacio en una sangrienta visión de pesadilla. Y en lo único que puede pensar es en que Seokjin está afuera y en peligro. Así que, contoneándose, se pasa al asiento conductor donde antes estuvo su amigo, en vista de que la puerta de su lado no abrió, y forcejea con la perilla hasta que puede desbloquearla. De afuera, el vaho húmedo del verano lo empuja unos centímetros dentro del calor seco del coche, mas no como para no intentar de nuevo.

Respira hondo un par de veces porque sus pulmones no son capaces de entender que el aire tibio es de igual consumo para ellos. El rastro de sudor que antes apenas pudo crecer en su frente y nuca, ahora gotea con libertad por su piel y se estremece asqueado. No hay nada de este paisaje mutante que lo incite a quedarse y apreciarlo sin otras razones que las académicas, mucho menos cuando lleva un rato caminando y llamando a Seokjin sin que este aparezca. La luz roja que lo encegueció dentro del coche aquí fuera se escurre de su vista lo suficiente para permitirle andar, sin embargo, el parpadeo de esta lo marea como para tropezar en varias oportunidades. De ahí que, no lo sorprende, aunque recibe de igual manera el susto por la caída, acaba despatarrado dentro de una de las impresiones del suelo.

Permanece viendo al cielo cambiar su anaranjado tono por el sombreado de la noche y las luces, que continúan titilando como un mensaje en morse, acometen el paisaje como relámpagos sanguinolentos. Salvo que su tonalidad es más bien flúor y no asemeja en nada a los rayos y relámpagos de cualquier tormenta. Por eso, su preocupación teje una red aún más apretada en su pecho que lo obliga a removerse y comprobar que no está herido y puede salir de la marca terrestre. Llama a Seokjin tantas veces que al final sus cuerdas vocales parecen rasgarse, o tal vez es el súbito terror de que lo mismo que a él le afectó hace un año, ahora esté haciéndole lo mismo.

¿Y qué tan malo sería eso? Se detiene, clavando los talones tan firmes en el suelo que casi imita la postura aprendida durante su servicio militar. A un lado, sus manos son puños y sus uñas cortan la piel de sus palmas, pero no hay dolor peor que el que erupciona de su interior. Arde, y le repugna cuan contaminado está con ello. Con este secreto que en días como hoy, y tal vez a razón de estar con quien está, se torna una tarea titánica sostener sin delatarse. Lo fácil, escupe su mente salpicando cada pizca de sentido común y racionalidad que almacena por allí, que resultaría que Seokjin sienta lo que él. Y, al fin y al cabo, no sería culpa suya, ¿qué responsabilidad tendría? Ninguna. Él estaba en el coche, trató de encontrarlo y si para cuando el fenómeno lumínico terminó Seokjin ya estaba afectado, pues...

—¿Yoongi-ssi?

Irrumpe su maquinación la voz confundida de Seokjin, que proviene de algún sector detrás de él y lo hace saltar del lugar para correr hacia allá. Lo choca a medio camino y esta vez no hay rechazo cuando Seokjin lo rodea con sus brazos porque ha sido él quien inició el abrazo. Angustiado, aliviado y tal vez un tanto rencoroso de que nada haya ocurrido, pregunta, con la cara enterrada en el cuello de su amigo, dónde estaba, si algo le sucedió hasta que regresó, y si vio algo.

—No son más que un par de cazafantasmas –comenta con alegría Seokjin, llevando su mano hasta los cabellos de Yoongi para tranquilizarlo, parece intuir que este show extraño lo alteró—, dos argentinos que están aquí por una noche. Eso me han dicho, pero me distraje con su equipo paranormal. Es alucinante, ven, nos dejarán espiar sus grabaciones de actividad fantasma.

Respirar fue sencillo cuando su nariz captó familiares perfumes y aunque deseó vivir allí, en el refugio que halló, debió apartarse para enfocar la mirada en la cara contenta de su amigo. No lo mencionaría, pero le gustó que Seokjin no lo suelte, sino que lo sostenga cerca de él tal cual si fuese a interponerse ante cualquier amenaza que surgiese desde el horizonte. Un héroe despeinado, con algo de barba que le picó en la frente hace un instante, de boca muy gruesa, nariz un tanto grande, ojos vivarachos, pero de simple marrón. Un personaje de novela de algún drama que él no vería jamás.

—Lo siento –dice y su disculpa está lejos de esta sola situación.

Seokjin no lo puede entender, pero asiente y al fin se desembaraza del abrazo y se da vuelta para guiarlo hasta donde los extranjeros asentaron su campamento. Le comenta que estos lo vieron meando por sus cámaras de espectro y creyeron que era una aparición así que dispararon luces cálidas con radiación infrarroja para potenciar emisiones invisibles a los humanos, que no creen en seres de otros planetas sino en los de aquí una vez que han muertos. Yoongi lo oye sin intervenir con respuestas más allá de vagos gruñidos. No vuelven a tocarse, y da gracias porque tuvo suficiente espacio para barajar sus hipótesis de lo que le está pasando. Ya puede tener una respuesta, otra vez recurriendo a la navaja, la opción más sencilla es de seguro la correcta: un alíen habita debajo de su piel.

Y tal parece que este alíen, por lo que sea, está enamorado de Kim Seokjin.



FIN.





Nota:

Pensemos científica y objetivamente, ya que Yoon está muy implicado en el asunto, ¿entre tener un alien viviendo en él o estar descubriendo su orientación, cuál es la respuesta más sencilla y, por consiguiente, la más probable?

Memes clásicos, viene bien reciclar jaja

Ahora, no viene al caso, pero dejo cómo me imaginé al par:

(Con razón Yoongi la tuvo difícil)


Escuchen a Zoe, de verda'. El cuerpo, Mi primer día triste, Ganas, etc., etc., etc. son piezas de arte. Aunque, si soy sincera, cuando empecé a escribir esta historietita escuchaba a Pablo Alborán, Saturno, y de ahí la pequeña referencia al inicio. Entre ambas canciones, pude llegar a un acuerdo. ¡Gracias por la sugerencia Jinsu, Hyo Queen!

Referencias de Ufología, fenómenos metereológicos, navajas son tomados de internet y me vi en la tarea de ajustar para este OS. Si no tiene sentido, pues, sorry, no soy experta en el tema jaja

En fin, sugerencias para el próximo OS aquí:

:)


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