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Abrí los ojos con la pereza de sentir que había dormido más de la cuenta, pero recién eran las 2 de la madrugada. Los reflejos de la TV encandilaban mi rostro y el calambre en mi pierna derecha delataba que Alina estaba con su cabeza recostada sobre mi muslo.

Sonreí observando su perfil sereno respirando sobre mi regazo. Con una mano, retiré un mechón de su cabello, el cual caía rozando su respingada y perfecta nariz.

Replanteándome mi destino, mi pasado y mi futuro, tragué en seco haciéndome la misma pregunta que Alina dejaba suspendida en el aire, con la ilusión de que algún día obtuviéramos la respuesta.

¿Qué habíamos hecho mal para merecer todo este sufrimiento? ¿Y por qué Leo nos estaría mintiendo? Suspiré sin saber qué más decir.

Con mis dedos tibiamente acariciando la blonda cabellera de mi bella Alina, la miré, perdidamente enamorado de ella. Tan calma, tan serena, su tranquilidad se contraponía con su estado cotidiano.

Verla triste me dolía. Yo deseaba decirle que la amaba. Gritarle mis sentimientos y mandar todo al demonio. Jugármela por una vez en la vida...pero no podía.

─Mmm ¿qué hora es?─ levantándose con lentitud de mi pierna adormecida, refregó sus ojos, para luego, desperezarse sin tapujos.

─Hora de irme...─ como una muletilla, aquella frase de cabecera me salvaba de sucumbir a sus encantos y mis fantasmas.

Los ojos transparentes de Alina se abrieron como dos mares cristalinos para mirarme por un instante que pareció eterno. Petrificado, atestigüé el momento en que sus dedos acariciaron mi quijada, con la suavidad del pétalo de una rosa. Impávido, sin reacción, sólo absorbí aquel tierno movimiento.

Su pulgar, su índice y su dedo mayor, navegaban en mi escasa barba, encendiendo mi señal de alerta interior. Atrapado en la danza de su mano, inmerso en sus ojos clavados en los míos, me entregué a la incertidumbre de un después.

Entre balbuceos pregunté qué sucedía, pero el susurro salido entre sus dientes me silenció automáticamente.

Prosiguió, para sumar su otra mano y cercar mi rostro por completo.

─No te voy a comer, tontito ─ con una sonrisa tímida y pestañeando hacia abajo, dijo.

─No te detendría de todos modos ─ determinante, di el pie hacia la debacle que acarrearía.

El aliento de su boca era delicioso, dulce, suave. Envolviendo con delicadeza mi boca, delineó mis labios con la tersura de una flor en plena primavera.

Arrancando por tibia exploración, nos dimos la primera licencia de este romance. Un romance explosivo, un romance lleno de obstáculos e indecisiones que actualmente nos encontraba en la casa de mi hermano, en su sillón y con el ardor en fase uno.

Sus manos descansaron en mi quijada, en tanto que las mías comenzaban la búsqueda de su cintura pequeña. Nuestros cuerpos se aproximaron hasta no dejar espacio libre entre ellos; las bocas, se nutrían de sus propias lenguas, de su sabor íntimo y ya conocido.

Mi respiración agitada se acompasaba con el vaivén de su pecho, inflado de calor y palpitante.

Tomando la iniciativa me incliné hacia ella, acorralando su espalda contra el sillón. Como un gato agazapado, pero sin recurrir a mi instinto animal, besé el lóbulo de su oreja, notando cómo se estremecía bajo mi contacto.

Sus gemidos sensuales y poco casuales, hacían de su voz un velo encendido para mi oído, que pedía clemencia, pedía piedad. Arrastré mis labios sobre su piel cremosa y única; un dejo de aroma avainillado inundó mis fosas nasales perversamente.

Delineando su clavícula con mi lengua, entrelacé mis dedos en los suyos y ambos, extendimos los brazos para esparcirnos horizontalmente por todo el sofá.

Sin mediar palabras, pero hablando con nuestro calor interno, bebimos de nuestro perfume, de nuestra pasión retenida. Por primera vez me tomaría el tiempo para recorrerla sin presiones ni apuros, aun sabiendo que la presencia de mi hermano era una bomba que podría caer en la casa en cualquier momento.

Bajé por su garganta, abandonando un cúmulo de besos exigentes en sus poros. Mis manos se deslizaron con calma por el interior de sus brazos, aun estirados y una sonrisa traviesa se escapó de sus labios carnosos.

Rehundiendo mi nariz en su ombligo, la cúspide de mi cabeza se colaba por entre la parte superior de su pijama, dejando al descubierto sus pechos ansiosos.

Tomé de a uno sus pináculos, adorándolos, degustándolos con una ansiedad serena pero latente. Rodeé su redondez con las palmas y agradecí en silencio tener el placer de poseerlos otra vez más...y de ese modo.

Arqueando su columna, con la punta de mis dedos bajé la cintura de sus pantalones.

Juguetonamente, mordisqué su dedo mientras me miraba como una gata en celo desde su posición expectante regodeándome al ver el fuego instalado en sus ojos. Con la autorización implícita en su rostro, continué con el comienzo del final.

Descendí sus pantalones, dejando expuesta ante mí la parte inferior de su cuerpo frágil y candente.

Ahogándole un grito osco en su boca, hundí la mía en su interior pleno y delicioso. Muchas veces habríamos estado juntos, muchas veces habríamos pasado noches de sexo duro y desprejuiciado, pero jamás habíamos hecho el amor como dos personas que deseaban algo más que el contacto de su carne.

La conexión existente entre ambos era innegable e inexplicable.

Lamí su femineidad abriendo sus muslos y besuqueándolos, causando risas y temblores. Se sentía tan dulce y celestial que hubiera dedicado a ese momento los sonetos más escandalosos de mi vida.

Con su figura diminuta bajo mi sombra, me incliné apoyándome sobre mis rodillas, dispuesto a proseguir con lo que deseaba hace tiempo: poseerla.

Dándome la iniciativa, dejando en mis manos cada segundo de este momento, quité mi cinto y bajé mi cremallera para colocarme protección.

─Estoy nervioso─ confesé casi sin darme cuenta.

─Yo también...─ expuso bajo el carmín de sus mejillas.

Deslizando mis jeans levemente hacia abajo, por debajo de mis glúteos, regresé a mi posición, dándole un beso intenso pero cordial, el cual respondió con ímpetu.

Perdiéndome en el cristal de sus ojos, entré en ella con lentitud, gozando de cada milímetro de nuestra fricción. No deseaba ser el animal descarriado que la poseía y ya. No deseaba ser el Neardenthal que buscaba la satisfacción instantánea...deseaba que fuésemos uno. Como lo estábamos siendo.

Meciéndome sobre ella, una y otra vez, nos entregamos al deseo prohibido que nos embargaba desde siempre. Acuné su rostro con ternura absorbiendo cada gota de su esencia personal como si acaso fuera la última vez.

Rodeando con sus piernas mi cadera, Alina me daba la bienvenida sin reproches ni vacilaciones. Era mía...y yo suyo.

Nuestras lenguas danzaban en la intimidad de la noche; nuestras miradas, se anudaban en su hilo imaginario. Con el miedo subyacente de decir "Te amo" bordeando mis labios, lo medité en silencio cayendo nuevamente en la cobardía de la negación.

Caminando en el borde del abismo, la penetré con fuerza pero sin violencia; como se merecía, la traté como una mujer y no como un objeto que cumplía con mis expectativas.

Un agudo grito de placer ahorcó mi voluntad alrededor de mi cuello, disparándole al pecho a mi autocontrol. Deshaciéndose en hilachas, agolpando sus contracciones alrededor de mi miembro combativo y satisfecho, subimos a lo más alto tomados de la mano tocando el cielo con las yemas de nuestros dedos.

Caí sobre ella cuidando de no lastimarla con el peso de todo mi cuerpo. Como un adolescente, consciente de mi fechoría, exhalé una risa nerviosa en el hueco de su hombro y su oreja, provocándole cosquillas.

Al girar su cabeza, su nariz rozó la mía y no dudaríamos ni un segundo en liberar una carcajada teñida de esperanza, de sentimientos contenidos.

Sin poder quitarme del abrigo de su perfume, su mano acarició el pabellón de mi oreja y una dulce melodía susurrada comenzó a brotar de sus labios como un torrente angelical.

Era un tarareo melódico, hipnotizador.

─Decime que estoy despierto ─ supliqué ante su canto, acariciando las palmas de sus manos con la punta de mis dedos.

─Creo que sí ─ respondió grácilmente, entrelazando las notas musicales con sus palabras.

Sintiéndome levitar besé su frente tibia, la comisura de sus labios y me incorporé poniéndome de pie, apoyando por primera vez los pies en el piso.

Arreglé mis vaqueros y subí mi bragueta, recomponiéndome de la contienda amorosa que acabábamos de liberar con completo consentimiento y consideración.

─Supongo que me dirás que tenés que marcharte ─ similar a un quejido, la voz quebrada de Alina apareció detrás de mi.

De espaldas a ella, peiné mi cabello con mis manos y giré para colocarme de rodillas, cobijando sus manos frías y nerviosas entre las mías.

─ Por primera vez en nuestra historia lamento corregirte, mi linda.

Con el asombro como testigo de mis dichos, ella me agarró por la nuca con efusividad, haciendo tambalear mi equilibrio. Su beso intenso llenó cada milímetro de mis labios, eclipsando mi voluntad por ceder en mi postura.

Llevando mis manos a su mentón, bebí de ella nuevamente; ininterrumpiendo el contacto, nuestras cabezas se meneaban al compás del deseo de saborearnos.

El elixir de su aliento, su aroma a vainilla, sus ojos cándidos y desesperados ante mi decisión de quedarme allí, me retenían por completo.

Corrí su flequillo desordenado el cual surcaba su frente de lado a lado para observarla con cautela; sus labios hinchados por los besos, las pestañas de sus párpados inferiores húmedas por un llanto que no se llevaría a cabo y sus mejillas sonrosadas por el cercano placer, hacían de su rostro un paisaje que jamás querría dejar de contemplar.

─No quiero casarme con Leo ─ en un hilo de voz, angustiosa confesó entre las sombras de la sala

─¿Y qué es lo que querés? ─ alerta ante el riesgo de mi pregunta y aun más de la respuesta, arrinconé sus sentimientos.

─Irme con vos a la mierda ─ fiel a su estilo, sin mediar consecuencias, replicó sin disimulo y con el dolor quebrando su pecho.

Reticente y poco valiente, posé mi frente en el puente de su nariz, sin soltar mis manos de sus hermosos rasgos, sujetándola con fervor.

Sin embargo, la historia no acabaría allí: el tintineo de un manojo de llaves y la posterior apertura de la puerta de acceso, dejó en evidencia mi infracción.

Leo entraba cabizbajo, peinando su cabello. Acto seguido elevó sus ojos y detuvo su marcha al notar mi nerviosismo y el rostro esquivo de Alina, escondido entre sus manos.

─ ¿Qué carajos esta pasando acá? ─ desafiante, avanzó rumbo a nosotros, con rostro transfigurado y mascullando bronca.

─¿No es evidente? ─ solté, provocador.

─Decímelo con todas las palabras a ver si sos tan valiente.

─¿La curda que tenés no te lo deja ver por vos mismo?

Leo se acercó lo suficiente dándome un leve empujón que no quise responder; conteniendo mi ataque recibí sus manotazos.

─¿Te estas cogiendo a mi novia?

─¿Desde cuándo es tu novia?─ comenzaría con la disputa.

─Que yo sepa estoy por casarme con ella, ¿no te llegó la invitación? ─ irónico, levantó su ceja al mismo tiempo en que su aliento se mostró teñido de alcohol y tabaco.

─Vamos, Leo, sabés a lo que me refiero. Si realmente fuese tu novia o te importase que realmente lo sea, no te irías a putanear por ahí o la abandonarías en Londres de una hora para la otra.

─Fui a darle una mano a un amigo.

─¿Tan tontos nos creés?─ la voz de Alina hizo eco por primera vez en nuestro debate.

─Tonta no, Alina. Pero después de esta noche, me demostraste que sos una puta...¿a él también le propusiste casamiento a cambio de cobrar la herencia?

Con una fuerza sobrenatural desconocida y de la que no pude ni podría arrepentirme, encontré a mi mano impactando de lleno a su nariz. La sangre formó un camino desde su fosa nasal derecha hasta su labio, el cual limpió rápidamente con el puño de su camisa blanca, dejando una estela rojiza en ella.

─¿Qué te pasa?¿Estás loco, Alejandro? ─ Alina gritó llevando sus manos a la boca.

─¡Nunca más se te ocurra tratarla así, imbécil! ─ disparé a mi hermano con indignación y odio, con el dedo levantado y los nudillos inflamándoseme.

─No sabía que además de bioquímico eras abogado defensor ─ replicó acrecentando mi ira.

─Dáte un baño y sacate toda esa bola de mierda que te está comiendo por dentro ─ tragando en seco respiré hondo y dirigí mi vista hacia Alina, horrorizada.

Como un pajarito mojado observaba temblando. Salvando los diez pasos que nos separaban, rodeé su rostro con ambas palmas y busqué su mirada con la mía.

─Alina, venite conmigo, escapémosnos si es lo que deseás...

Como una hoja, tiritaba de miedo.

─ Si no es lo que querés, te llevo a lo de mi mamá...

Sin mediar más palabras, parpadeó después de un largo rato para asentir con la cabeza pero para cuando giró, Leo dio unas zancadas tan largas que lograría detenerla ante mi estupor. Volteándola en el aire, la tomó por los codos con violencia.

─No te vayas Ali...no quise decirte eso...estoy...desbordado...quedate por favor ─ zamarreándola, sin contribuir a su necesidad de tranquilizarla, él suplicó ante el silencio de la mujer en disputa.

─Dejame...por favor...no quiero estar acá...─susurraba quejumbrosa.

Me acerqué sin invadirlos, siendo espectador.

─ No te vayas...ya...ya te voy a contar...─ suplicante, Leo buscaba la mirada escondida de Alina.

─Contame ahora mismo─ determinó ella.

─Ahora no puedo

─Entonces dejame ir.

─¿Te acostaste con él?─ cambiando el tono de su voz, tornándose dominante, espetó.

─¿Qué?

─¡Si te acostaste con él! ─ inestable emocionalmente, pasaba de una pregunta a una acusación directa...y acertada.

─¡Basta Leo! No estas en condiciones de poner nada en duda, dejame en paz.

─¡Él se está por casar!

─¡Ya lo sé! No hace falta que me lo recuerdes ─ con las palabras anudándose en su garganta, dijo ella, transmitiéndonos su angustia en primera persona.

─Pero ustedes...─ arrastrando su lengua, me miró fijamente con sus ojos vidriosos ─ . Vos me dijiste que te acostaste con ella por una apuesta, que no te importaba. Que era una pendeja inmadura que solo estaba buena y que era un lindo entretenimiento para vos.

La tensión se apoderó de los tres; Leo buscando explicaciones, yo rememorando aquel discurso poco feliz e injustificado, en tanto que Alina se abrazaba a sí misma.

─Fue una apuesta, porque nunca tome dimensión de que algún día significaría algo más ─ confesé liberándome de muchos años de peso.

─¿Siguieron acostándose, entonces? ─ frunciendo el ceño, demostrando disgusto, Leo fue más allá.

─Si ─ acepté sin más ─.Pero no creo que haga falta seguir dándote explicaciones de nuestra vida privada.

─Ella es mi novia

─Ella es tu novia por conveniencia Leo, no te engañes.

─Yo siempre la amé.

─Yo también.

Inmersos en un intercambio propio de un diván, el silencio fue denso por un instante. Los tres estábamos en deuda con nosotros mismos y con los otros. Desorientados, buscábamos un norte en medio de la bruma.

─No puedo creer que me hayas mentido, Alina...éramos...somos...amigos ─ examinando los ojos tristes de ella, Leo susurraba por lo bajo meneando su cabeza.

─¿Qué hubiera ganado con decirte la verdad? Tanto tu hermano como yo seguimos con nuestra vida como si nada...este arreglo fue solo nuestro.

─Leo ─ comencé a decir con un atisbo de coraje, casi siempre ausente en mi ─ , ni ella ni yo buscamos que las cosas se dieran de este modo. Pensamos que sería una boludés de chicos, pero la situación nos sobrepasó.

─Vos sabías que yo la amaba y aun asi te la curtiste.

─No me la "curtí", como decís vos, como una represalia o por venganza...yo siempre la amé, aun antes de averiguarlo por mí mismo.

─¿Porque no la cuidaste? ¿Por qué te fuiste lejos de ella?

─ ¡Porque estaba convencido de que no era mujer para mi...sino para vos...!

─¿Por qué?

─Leo...ya fue...ya pasó ─ busque evadir el cuestionario, deseando aliviar el dolor que resurgía segundo a segundo del rostro de Alina.

─¿Yo no era lo suficiente para vos?─ preguntando lo que menos quería escuchar, Alina apareció de las cenizas, clavándome el puñal de su duda hasta el fondo.

Armándome de una fortaleza desconocida y de honestidad brutal, respondí afirmativamente, exponiéndome de un modo crudo y carnal.

Una lágrima fría rodó por su mejilla de porcelana nívea, dejando a su paso un reguero de reproches que se ahogarían en sus labios.

─ Perdoname Alina, pero así lo sentía...vos eras rebelde, libertina...yo tenía que mantener una imagen...─ aproximándome a su cuerpo, obtuve un halo de rechazo que me subyugaría ─ . Yo era el presidente de una compañía de mucho nivel y cualquier escándalo nos mandaría a la quiebra de una.

─¡No me toques! ─ sus dientes chirriaron, evitando mi tacto.

─ Entendí que estaba equivocado y que nunca podré redimirme por ser tan cruel e idiota. Te amo Alina y no quiero perderte...

Leo observó expectante; como un gato a punto de dar el zarpazo, se mantenía quieto pero atento. Alina bajó su rostro, limpió sus lágrimas y caminó hacia la habitación que era de ella, dejándonos en la soledad de la sala a mi hermano y a mí.

Con la bronca arrollándose en mi mandíbula, estuve a punto de quebrar mis huesos.

─ Ya la lastimaste, mucho ─ echando mas leña al fuego, Leo me acusaba cambiando el foco de atención.

─ No te creas que sos mejor que yo Leo. Lo de la ayuda al Gitano fue una idiotez; al menos tendrías que rodearte de amigos que te sigan el discurso y no sean tan torpes de llamar a Alina y no recordar que lo ibas a socorrer─ entrecomillé esto último.

─¿Emir habló con Alina?

─Sí, así que los dos estamos sabiendo que estás metido en algo raro. No creas que quedás tan bien parado de esta. Al menos no por mucho tiempo.

─No me amenaces─ sus ojos estaban inyectados en ira.

─No es una amenaza, es solo una advertencia. Te voy a estar siguiendo a sol y a sombra, Leo. Yo me hago responsable de la parte que me toca; ahora queda que vos asumas la que te estás mandando; yo no voy a estar limpiándote el culo para siempre.

─¡Ya me extrañaba que no sacaras a relucir tu estúpido ego e ínfulas de gran presidente y empresario!

Exhalé con fuerza conteniendo mis nuevas ganas por darle otro puñetazo.

─Me voy ─ por detrás, apareciendo con zapatos y visiblemente más abrigada, Alina cargaba una pesada mochila─, pero no con vos ─aclaró, mirándome.

─Alina, no te encapriches.

─¿Encapricharme yo? No te equivoques. Es que simplemente no estoy a tu altura.

Subidos a una discusión absurda Alina optó por irse sin más, dando un portazo, con el alma en ruinas.

─¿Adónde vas? ─ preguntó Leo, tomándome del codo. Forcejeé hasta deshacerme de su agarre.

─A seguirla.

─¿Para qué?

─Para no perderla...

Para cuando llegué a planta baja, Alina acababa de subirse a un taxi, en la espesura de la noche tal como mis gritos ahogados replicando su nombre.

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*Curda: borrachera.

*Curtir: tirársele.

*Boludés: tontería

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