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Tenerla tan cerca nuevamente me causaba una extraña sensación. Su cabello acomodado en ondas acompañando las curvas de su frágil cuerpo, colapsó mis pulmones. Pero verla con Leo, resultaba aún más perturbador.

Siendo cómplices como siempre, otra vez me sentía fuera de su círculo de amistad. Rozando mis límites, había estado a punto de quedar en evidencia cuando retruqué su comportamiento hacia mi hermano. De inmediato reconocí que eran celos. De los más canallas e hipócritas.

Mi futura esposa estaba descansando a cuatro metros de altura de donde estábamos a punto de cenar y yo solo pensaba en arrebatarle algo más que un simple beso en la mejilla a la hija de la cocinera.

Nosotros nunca habíamos mantenido una relación en el sentido propio de la palabra y mucho menos, un noviazgo. Pero lo que se inició como un juego de chicos, como una apuesta un tanto absurda, se convirtió en una obsesión para mí.

Negando mis verdaderos sentimientos cada vez que hacíamos el amor, el corazón se me desgarraba. Sangrando, no lograba reponerme porque al momento de resurgir de mis penurias, volvíamos a vernos...y a acostarnos.

Éramos cinco en la mesa: mi madre, mi hermano, Catalina,yo y el silencio agobiante y paradójicamente, ensordecedor. Mónica apareció con unas bandejas; su rostro transfigurado daba cuenta de su pesar.

─Mónica, ¿por qué no le decís a Alina y a Juan que cenen con nosotros? ─aun sin mirarla directamente pude ver que los ojos oscuros mi novia se clavaban en mi cuello ante mi propuesta.

─¡Me parece una excelente idea! ¿No, mamá? ─Leo se acopló a mi sugerencia con vehemencia.

─No creo necesario que la servidumbre cene junto a nosotros ─Catalina masculló entre dientes. Ignorándola por completo, dejé mi servilleta sobre la mesa.

─Decíles que vengan. La abuela hubiera deseado que estemos juntos en un momento así ─ agradeciéndole a mi madre su buena predisposición, me puse de pie al oír  que aceptó ─.La vida es muy corta para andar de riñas y enojados por tonteras ─agregó con justa razón ante la expresión atónita de mi pareja.

Pero Leo me ganó de mano como siempre: yendo en dirección a la cocina en busca de los otros comensales me dejó junto a Mónica, quien no aceptaba que le corriese la silla para que tomara asiento.

─Mónica, por favor... ─mi madre, humanizándose, con cordura y un inesperado gesto, señaló el asiento que yo dispuse tras el ama de llaves ─.Sentate.

Dubitativa, la empleada acató sus órdenes situándose frente a Catalina, quien contenía una mueca de desagrado estoicamente.

Haciendo monerías, Leo trajo una pila con platos en tanto que Juan sumó a la mesa unas copas.

─Falta Alina ─apunté en un susurro.

─Ya viene ─sostuvo mi hermano guiñándome el ojo.

Para cuando fue de la partida, Alina ya no vestía el mismo atuendo que por la mañana. Con unos jeans desgastados y una camisa a cuadros de estilo "leñadora", acomodaba su cabello de lado. Sin maquillaje, lucía más pequeña. Sus cercanas tres décadas resultaban imperceptibles.

─Ella es Alina, la hija de Mónica ─introdujo Leo. Catalina ni se inmutó en ponerse de pie para saludarla.

Tímida, como pocas veces la había visto en mi vida, Alina sonrió manteniendo las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros.

─Buenas noches a todos ─saludó esperando una respuesta afable de parte de mi novia.

Aclarando la garganta y sin emitir sonido, Catalina fingió cordialidad entregando una fría sonrisa. Luego, se acercó a mi oído para susurrar:

─Ahora entiendo por qué me dijiste que se llevaba tan bien con el bohemio de tu hermano. ¡Son tal para cual!

Ignorando las náuseas por su comentario, la fulminé con la mirada, invitándola en silencio a disculparse. Arqueando sus cejas, cedió ante mi fusilamiento privado.

─Buenas noches Alina ─esbozó descontenta mirando al plato de sorrentinos caseros, revoloteando el tenedor entre el queso rallado y la pasta. Haber conseguido ese gesto, fue casi una victoria.

____

Decir que la velada continuó tan aburrida y abrumadora como hora y media atrás era quedarse corto. Las miradas de Catalina eran desagradables, en tanto que mi madre ni siquiera participaba de las pocas conversaciones que entablábamos con Leo.

─¿Cómo van los planes de boda? ─Leo arrojó nafta a una fogata de campamento. Lo que menos deseaba era exponer mis planes de casamiento frente a Alina.

─¡Fenomenales! ─exagerando su expresión, mi futura esposa tomó la delantera. Por un momento agradecí que así haya sido. ¿Me arrepentiría? Era probable.

─¿Ya tenés el vestido listo? Las mujeres suelen enredarse demasiado con esa historia ─aportó mi hermano intentando ser cordial, ganando un punto.

─Nos enredamos porque la novia es la estrella de la fiesta ─respondió Catalina con suficiencia.

─A mi humilde criterio, ambos novios son las estrellas de la fiesta. ¿Una boda no es de dos? ─recibiendo un par de ojos homicidas en su frente, Alina expuso su disentir ─, ¿o estoy equivocada?

─¡Nunca mejor dicho! ─como era previsible, Leo se pasó de su bando. Coloqué mis ojos en blanco deseando regresar al momento del vacío sonoro y no a este bombardeo semejante al de Afganistán en plena guerra.

─¡Nadie se fija en el novio! ─aseguró mi compañera manteniendo su postura, ofuscada por la complicidad de mi hermano con Alina ─. Además ¿vos qué sabés de casamientos?

─¿Quién te dice que no quiera casarme algún día? ─Contra cualquier pronóstico, expresó Leo.

─¿Vos?¿Casarte? ─ella rió con sorna y vaticiné lo peor ─.Nadie soportaría tus chistes burdos y tu vida libertina ─tomándolo como algo personal, Catalina se extralimitaba.

─Haya paz por favor ─obligándola a claudicar en sus agravios, ella solo bajó la mirada ante mi ruego.

─Dejála que hable, hermanito. Pero tené el suero antiofídico cerca. ¡No vaya a ser cosa que muera al morderse la lengua!

─¡Basta ya! ─estrellando su puño derecho en la mesa, para sorpresa de propios y extraños, mamá gritó furibunda ─:¡Su abuela acaba de morir y lo que menos desearía en este momento es que discutan por un estúpido vestido!

Determinante, mi madre se retiró de la mesa no sin antes disculparse ante los presentes, quienes fuimos testigos del triste espectáculo.

─Mamá...¡dale! ¡No hinches!¡Terminá de comer con nosotros! ─Leo corrió tras ella, subiendo las escaleras perdiéndose en la planta superior de la casa.

Como con un resorte, Mónica, Juan y Alina se pusieron de pie.

─¿Adónde se van ustedes tres? ─pregunté mirando hacia todos lados.

─Amor, el personal debe retirarse para limpiar la vajilla ─susurró mi novia con naturalidad.

Alina estaba de espaldas a la mesa pero reconocí su columna erguirse al inspirar profundo, llenando sus pulmones de aire. Contuvo su respuesta, lo intuí y agradecí su silencio. El polvorín estaba a punto de explotar.

─Alejandro, ya compartimos la cena tal como lo ha pedido tu madre. Nosotros pertenecemos a la cocina ─Mónica agregó con suavidad, retirando de a uno los platos vacíos, continuando por las bandejas con comida sobrante.

Para cuando intenté socorrerla Catalina presionó mi muslo, deteniéndome en el acto.

─¿Qué hacés? ─fue su turno de intimidarme con la mirada.

─Ayudo a levantar las cosas de la mesa.

─Sos el señor de la casa, querido. Esas tareas dejáselas al personal doméstico que para eso se les paga ─irritado conmigo mismo por ser incapaz de reaccionar, finalmente accedí a permanecer sentado.

Y a continuar dominado por mis temores.

___

Al recostarme, mirando al techo, busqué respuestas a mis cientos de preguntas sin encontrar ninguna que resultara convincente.

A mi lado dormía plácidamente la mujer que yo elegía diariamente para pasar el resto de mi vida. Supuse que el miedo a comprometerme era algo lógico, siendo una sensación común a todos las personas próximas a casarse. Lo que no era posible, es que ese sentimiento me agobiaba como una gran horca con cada minuto que pasaba junto a ella.

Con cuidado, quité el acolchado que cubría mi lado de la cama, me coloqué las pantuflas y bajé hasta la cocina para prepararme un té caliente y meditar en soledad.

─¡Carajo! ─el canturreo suave y repentino de Alina saliendo desde las tinieblas, me sobresaltó.

En la oscuridad de la noche, su voz me hizo perder el equilibrio. Con el rostro apenas cubierto por la luz tenue de la luna, ella se incorporó ante mí cerrando su bata con fuerza.

─¿Tampoco podías dormir? ─pregunté poniendo agua a calentar.

─El cambio de hora me afectó más de lo previsto ─bufó rodeando el asa de su tazón con el dedo índice. Sus uñas pintadas de negro representaban, quizás, el último bastión de resistencia ofrecido por la Alina adolescente.

Verla a "cara lavada", sin el grueso maquillaje que se colocaba en su juventud, era encantador. Continuaba manteniendo esa sonrisa fresca y aniñada que tanto me agradaba.

─Disculpá mi exabrupto durante la cena, simplemente quise exponer mi punto de vista ─entrelazando sus dedos en torno a la porcelana, Alina se encorvó como un ovillo de lana en la silla.

─No tenés nada de qué disculparte, Catalina suele ser bastante polémica con sus dichos.

─Sí vos lo decís... ─inocente, su mirada fue angustiosa, palpando mi descontento.

─¿Así que estás viviendo en Nueva York? ─aguardé por una respuesta ya conocida al buscar una taza para mi té.

─ Sí, hace un año ya.

─¿Te gusta? A mí no me ha causado tan buena impresión.

─No me extraña que tengamos opiniones distintas ─reflexionó y agregó ─, aunque reconozco que me agrada más que Berlín y París.

─¿Más que París? ─parpadeé con desconcierto. Las mujeres solían elegir a esa ciudad como la ideal. Sin embargo, me recordé a mí mismo que Alina no era como el común de su especie; ella siempre iba a contramano de todas.

─Sí. París se asemeja a una pasarela constante de modelos publicitarios. Nueva York tiene una dinámica difícil de explicar.

─¿Tenés pesado establecerte allá por mucho más tiempo? ─haciéndome el distraído mientras preparaba mi infusión, pregunté sin caer en la ansiedad.

─No lo sé. Tal vez me aburra en breve y busque otra ciudad.

─¿Y no pensaste en Buenos Aires?

─Ya viví lo suficiente acá.

─Y... ¿Londres? ─su mirada cristalina se nubló. A mi mente vino aquel viaje sorpresa, cuando estuvimos juntos en mi departamento, teniendo relaciones como dos inconscientes. Como siempre.

─No me gusta el clima ─limitándose en sus palabras, salió airosa de la pregunta.

Su dulce voz era ineludible; lamenté que durante su adolescencia cantase sólo canciones de rock pesado. Recorrí sus labios perfilados con ojos obsesivos; mientras más cerca estaba de ella, más se acurrucaba como gatito manso.

Su respiración se hizo entrecortada cuando me senté a su lado. Noté su nerviosismo, el modo en que enfundó sus dientes y el incesante movimiento de sus caderas. Su velo de cabello húmedo acompañaba la curvatura de su hombro.

Un calor inmediato ardió en mis entrañas; la deseaba de un modo primitivo, lejos del modo en que solía comportarme en mi vida diaria. Culpé a mi abstinencia sexual, a las preocupaciones del casamiento, al cansancio del trabajo y al mal dormir por mis pensamientos poco éticos y fuera de lugar. La historia con Alina se remitía a tiempos lejanos, resumiéndose a una aventura post adolescente e inmadura.

En silencio, nos acompañamos. Unas pocas miradas avergonzadas, casi por asalto, se encontraron en el mismo camino.

─Te debo una disculpa ─sin haber prescripto, la deuda se mantenía con los años.

─¿Disculpas? ─preguntó sorprendida ─.¿Por qué?

─No me comporté como un caballero en Londres.

Alina frunció su ceño. Al instante, lanzó una sonrisa socarrona que retumbó en el silencio.

─¿Caballero? ¡Por favor Alejandro! Éramos dos...chicos... ¡ya está! ─simplificó a pesar de saber que yo bien era capaz de leer su cuerpo. No le era indiferente. En absoluto.

─Yo tenía más de 25 años, ya no era un chico.

Alina bajó los ojos hacia su té, no sin antes entregarme una mirada condescendiente que preferí no interpretar.  

─¿Te resulta liberador hablar del tema? ─preguntó.

─Me es liberador reconocer cuando soy un cretino. Aunque sea tardíamente.

Volvió a resoplar.

─Dejarme en la mitad de la noche y desprotegida no es el comportamiento más romántico que han tenido conmigo.

─Por eso es que te estoy pidiendo disculpas ─tragué con fuerza; acababa de comer mi orgullo y ella me retorcía el puñal.

─No es conmigo con quien debés comulgarte antes de la boda, Alejandro. Para eso están los sacerdotes ─poniéndose de pie, llevando la taza a la bacha, abrió la canilla para lavarla.

─No es necesario que seas tan sarcástica. ¿Por qué sos tan obstinada?

De inmediato, giró como trompo cruzando los brazos sobre su pecho; enarcando una ceja, avanzó unos pasos hacia mí.

─Lo hecho, hecho está Alejandro. Estábamos calientes, vos borracho y yo también. El número de veces en que cogimos es un dato irrelevante a estas alturas,¿no te parece? ─sus ojos transparentes se llenaron de furia y enojo. Yo acababa de destapar una olla de vapor en nuestras narices, innecesariamente ─.¡Hasta mañana! ─despidiéndose con desdén salió de la cocina, dejándome en las penumbras de mis propios pensamientos y sin haberme concedido su perdón.

___

Al día siguiente, las ojeras eran evidentes y la sombra de barba por no afeitarme por la mañana acentuaban mi insomnio.

Gruñendo, bajé a desayunar junto a mi prometida; eran las nueve de la mañana y el doctor Yaski vendría a la mansión a las doce, a más tardar.

La lectura del presunto testamento de mi abuela era inminente, pero lo que más me sorprendía era que Leo hubiese incluido en la reunión a Alina. No obstante, ella era la nieta mujer que Rosalinda no había tenido biológicamente.

Las carcajadas de la abuela ante las travesuras de Alina la rejuvenecían; agradecí en silencio que ella se hubiese comportado más como su nieta que yo. Sobre todo, en estos últimos años de ostracismo personal.

Reprochándome por estar ausente en la vida de mi familia, tenía ganado que todos me consideraran desamorado y poco gentil.

─¡Hijo! Parece que nos has tenido una buena noche ─disparó mi madre al saludarnos a Catalina y a mí.

─Debe de haberme afectado el vuelo.

─Y la cama, sin dudas ─acotó al pasar mi novia aunque sus ronquidos nocturnos dijeran lo contrario.

─Es un colchón que no se ha cambiado desde que él se fue a estudiar a Londres ─aclaró mi madre, excusándose.

─No hay problema mamá, es cuestión de costumbre.

─Además solo vamos a estar hasta mañana, ¿verdad cariño? ─rogando por mi afirmación Catalina clavó sus ojos en los míos.

Sin responderle besé su frente, dilatando la respuesta. Yo aun no había decidido qué día exacto me iría de Buenos Aires; súbitamente estando aquí, unas ansias irrefrenables por permanecer más tiempo del estipulado me acorralaron. Lo cierto es que mi vida estaba en Londres: mi casa, mi boda, mi futuro... 

Mi hermano no tardaría en unirse al diálogo. Animado, de buen talante y vivaz, era mi contracara.

─¿Por qué le dijiste a Alina que debe estar en la reunión con el abogado? ─pregunté deseando saber si solo era un modo de retener a la hija de Mónica aquí o si efectivamente,respondía a un pedido del amigo de Rosalinda.

─Teófilo quiso que tanto ella como su madre estén presentes ─agregó mamá, relajada.

─¿O sea que todos sabían que Alina y Mónica estaban involucradas en el testamento?

─Lógicamente, ¿no te lo dijo Yaski? ─untando una tostada con manteca, Leo sonó tranquilo.

─¡Evidentemente no!

─Debe ser porque no has estado muy presente. Tal vez ni siquiera le diste tu nuevo número de teléfono.

─¡Que no esté presente en Buenos Aires no significa que no tenga que estar al tanto de lo que sucede acá! ─ofuscado, levanté la voz como pocas veces ─. Desde que dirijo la empresa las ventas subieron, nos hemos expandido a nuevos mercados y los productos se venden como pan caliente. ¿No nos ha ido tan mal, no te parece? ¿Todo eso gracias a qué? ¿A quién? ¡Gracias a que me deslomo y me rompo el culo cada día de mi miserable vida para que a ninguno le falte nada!

Por la cara horrorizada de Catalina y la boca abierta de mi madre, supuse que mi desborde emocional fue exagerado. Sumando incomodidad, Leonardo aplaudió irónicamente.

─¡Al fin puedo ver que por tus venas corre sangre, hermanito! ─arrinconándome como en un cuadrilátero de boxeo, Leo me pegó duro. Sabía lo mucho que me costaba volver a Buenos Aires y sin embargo, me hacía colisionar con mi realidad.

Catalina comenzó a llorar. Yo acababa de reconocer en un ataque abrupto, que mi vida era una mierda. Y eso la incluía involuntariamente. Sollozando, se apartó con furia de la mesa, dejó la servilleta a un costado y salió disparada rumbo al parque sin dejarme otra alternativa más que ir tras ella.

─¡Cata!... ¡Catalina por favor!¡Hablé en modo figurado!¡Sin pensar! ─enardecido, la perseguí por el jardín trasero. Abrazada a sí misma, me recordó a Alina caminando sola por la avenida, sin rumbo, sin destino, en un país desconocido como Inglaterra.

─¿Decir que tenés una vida miserable es hablar sin pensar? ¡Parecías bastante seguro de eso! ¿Yo te hago sentir miserable? ¿Tener planes de casamiento conmigo te hace sentir miserable? ─con el dolor y la angustia atrapada en su garganta, se enredaba en su dolor.

Yo me comportaba de modo injusto, como un maldito egoísta que sólo pensaba en aquellas cosas que no tenía y deseaba, y no en todo aquello que sí habría logrado, como tenerla a ella a mi lado desde hace tantos años.

─Fue un error de expresión; realmente no es lo que siento. Fue Leonardo quien me llevó a perder la paciencia... ─me excusé sin sentido.

─Tenés la decisión en tus manos ─dijo con ojos enjugados.

─Cata, no hay nada que quiera más en el mundo que casarme con vos. Tenemos muchos planes juntos... ─tomando sus manos a la fuerza, besé sus nudillos. Mirar sus ojos tristes me confirmó que ella tendía que ser la indicada.

¿Pero ella tenía que ser o yo deseaba que fuese la indicada?

Fui un cobarde, un mentiroso y por ende, mal tipo.

─Entremos, ¿sí? Acá fuera hace mucho frío ─envolviéndola entre mis brazos acortamos los pasos que nos separaban del interior de la casa. 

____

Dispersos dentro de la sala atiborrada de libros de química, medicina y revistas cosmopolitas y femeninas, en el sillón más grande nos ubicamos Catalina y yo; mi madre en el sofá de un cuerpo, en tanto que Leo permaneció de pie, caminando de un lado al otro impacientemente.

─Voy a buscar a Alina y a Mónica ─finalmente él salió de la sala, en tanto que Catalina no disimuló su refunfuño, cuando segundos después, las vio entrar con la compañía de mi hermano.

─¡Mirá la pinta de ésta! ─resopló en mi oído, con tono desaprobatorio ─.Parece una homeless.

Como el día anterior a la hora de la cena, Alina lucía casual con unos pantalones un tanto holgados y un pullover de lana blanco, el cual realzaba el leve rubor de sus mejillas. Sus manos jalaban de sus mangas nerviosamente, estirando el tejido.

─Buenos días ─saludó con timidez, colocándose en el otro sofá más grande, al lado del que compartíamos Catalina y yo.

Agarrando cariñosamente las manos de su madre entre las suyas le dirigió una cálida mirada. Como cuando Alina era una nena, Mónica acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja de su hija.

La imagen era sumamente enternecedora y magnética para mí, que solía reservarme las demostraciones de afecto para otras ocasiones.

Finalmente y con un poco más de atraso que lo habitual en él, Teófilo Yaski acudió a la reunión a la que nos había convocado. Entró saludando con amabilidad a cada uno de nosotros junto a su infaltable maletín de cuero negro.

Colocándose detrás del fornido escritorio de madera de roble lustroso que solía usar mi abuelo, el abogado de la familia tomó asiento. Como era de esperar, Mónica fue a la cocina por un instante en busca de café, bien recibido por todos los presentes.

─Creo que quedan más que claras las intenciones por las cuales los he citado aquí, en este momento en particular ─comenzó ─.Como es de conocimiento para la mayoría de ustedes, Rosalinda me ha dado la potestad para ser yo quien les comunique las decisiones tomadas por ella en estos últimos meses en lo que respecta al destino de sus bienes ─abrió el portafolio en busca de carpetas, ubicadas en distintos compartimentos. Del interior de su saco extrajo sus anteojos de gran aumento. El tiempo pasaba para todos, incluso para el eterno amigo de mi abuela ─.Como bien saben, la heredera universal de todos los bienes es Bárbara ya que para legislación vigente en nuestro país ella es una heredera de carácter forzoso ─reforzó, por si alguien no lo sabía ─. No obstante, existe un porcentaje de todos los bienes que puede ser distribuido de modo arbitrario por el causante ─sin perder serenidad, nos abrió los ojos a una cuestión legal de la que al menos yo, no estaba al tanto ─; ello se debe a que está en juego lo que se conoce como la "legítima", un derecho de sucesión limitado a determinada porción de la herencia correspondiente a los herederos como Bárbara.

Todos nos quedamos mudos. Ninguno de nosotros era abogado, por lo tanto no teníamos más alternativas que confiar en su relato.

─Lógicamente, todo aquello que fue distribuido en vida, quedará de igual modo. Esto quiere decir lo siguiente ─limpiando su garganta leyó unas hojas abiertas frente a él ─:el 50% de las acciones de " L'élixir de Beauté" con sede en Londres que le correspondían a Rosalinda, será para su nieto mayor Alejandro Baltazar Bruni, en tanto que el 35% para Leonardo Matías Bruni y el 15% restante ─hizo una pausa, dando más suspenso a la cuestión ─es para la señorita Alina Martins, quien sólo podrá acceder a ellas si en el transcurso de seis meses a partir de la lectura del presente testamento, contrae matrimonio.

Petrificados.

Mudos.

─¿Viste, Ali? ¡La abuela se acordó de vos! ─exclamó mi hermano, el único capaz de reaccionar. 

No obstante, sus palabras no tuvieron destino ya quede inmediato, Alina se desvaneció en el sillón.

_____


*Hinchar: molestar.

*Acolchado: edredón.

*Coger: tener sexo.

*Bacha: fregadero.

*Canilla: grifo.

*Pinta: aspecto.

*Homeless: vagabundo.

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