40. Arcángeles

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Bruno

Abro los ojos, iluminado por un sol tibio y blanco.

Veo un planeta naranja y otro violeta en un cielo cruzado por un cúmulo de polvo sideral. Mientras vuelvo a ponerme en pie, me deslumbra la vegetación a mi alrededor.

Escucho el canto de pájaros desconocidos y veo animales que se asemejan a una mezcla de felinos y ciervos que ronronean a mi lado. Tienen astas en la cabeza y melenas de fuego o energía. Debería alarmarme, pero me transmiten paz. ¿Dónde estoy?

Siento que mi cuerpo es diferente, mucho más grande. Los árboles son casi de mi altura. Debo medir tres o cuatro metros...

Siento el aroma relajante de plantas que reconozco enseguida, me invade una alegría inmensa, es como si ya hubiera vivido en este lugar.

Visto un traje rojo, pegado al cuerpo. Me toco la frente. No tengo cuernos, pero tampoco alas. Me toco el pelo, ahora es largo y enrulado, aunque sigue siendo rojo. Avanzo por el jardín, dejando a los animales atrás, y encuentro un sendero blanco. Lo sigo hasta llegar a un edificio con grandes columnas en la entrada.

Subo los escalones y entro. Mis pasos resuenan sobre el piso brillante en el que se ven distintos planetas y galaxias en movimiento. Hay símbolos tallados en las paredes. Los toco. Se iluminan y me informan que hace tiempo que no estoy acá.

—Bienvenido de regreso —escucho en mi cabeza, y una energía transparente se concentra frente a mí, formando un cuerpo.

Los colores surgen de él como rayos de luz. Tiene la piel tostada y los ojos verdes. Viste un traje anaranjado, parecido al mío. Su nombre aparece en mi cabeza.

—Uriel —le digo. Siento que ya lo conozco.

—Lo hiciste muy bien —sonríe.

—No podría haberlo logrado sin la ayuda de Nuriel —afirmo, momentos antes de que este se materialice a nuestro lado, como un espíritu de fuego transparente.

Es más pequeño que nosotros, de una estatura humana. Nos saluda y desaparece.

—Todavía no recuerdas quién eres, ¿verdad? —pregunta Uriel mientras camina por el lugar—. Tampoco dónde te encuentras...

—No —confieso y lo sigo—. Siempre estuve muy ansioso por saberlo, sin embargo, ahora que estoy acá, siento paz.

Uriel asiente. A nuestro alrededor hay pilares de los que surgen imágenes de distintos planetas, están hechas de luz. Llegamos hasta una representación de la Tierra. Nos detenemos y, en cuanto Uriel posa la mano sobre ella, esta se multiplica. Siento que hay muchísimas versiones de la Tierra coexistiendo en distintos tiempos y espacios, y que podemos verlas desde acá.

Surge un recuerdo en mi mente: estoy en otro jardín donde converso con Uriel por la noche. Nos iluminan esferas que flotan a nuestro alrededor. Frente a nosotros aparecen discos con imágenes del cosmos.

—Fuiste mi maestro —murmuro, de vuelta en el presente.

El arcángel asiente.

Vamos hacia el centro del salón. Siento un cosquilleo en mi pecho. Cuando miro, empieza a salir fuego de él. Las llamas se extienden y me cubren por completo. Su calor no me lastima, es parte de mí.

En cuanto el fuego se extingue, puedo recordarlo.

—Mi nombre es Nathaniel —pronuncio.

Uriel se acerca hacia mí y sonríe al tiempo que se abre un vórtice multicolor frente a nosotros, del que sale una marea de energía cálida y reconfortante. ¡Se acerca un resplandor! La persona que desciende tiene cuerpo ancho y viste un traje plateado por el que se mueven símbolos de luz. Avanza hacia mí con pasos largos y seguros, al estilo de un guerrero.

Sin embargo, algunos rasgos son delicados, como las cejas finas y el cabello, que le llega hasta la cintura. Parece estar hecho de electricidad dorada.

—Gabriel —lo llamo.

Asiente y me extiende la mano.

—Te estábamos esperando, Nathaniel. Ven conmigo.

—Debe volver a la Tierra. —Uriel se interpone entre nosotros.

—Primero necesita recordar un poco más. —Gabriel lo mira fijo—. Para eso lo llama Metatrón.

Uriel se tensa y se quedan en silencio por unos segundos. Me pongo nervioso. Confío más en él que en Gabriel, pero accedo a ir con el mensajero cuando mi antiguo maestro me indica con un gesto que todo está bien.

—Vamos —insiste Gabriel.

Tomo su mano para entrar al vórtice multicolor. Al instante, me encuentro viajando a través del cosmos por un tubo de energía.

Llegamos ante una luz enceguecedora, inmensa. Me cubro el rostro. Emite un calor muy grande, sin embargo, lo que me agobia es su vibración; me atraviesa y alcanza cada punto de mi ser. La sensación es cada vez más fuerte y me obliga a arrodillarme sobre el suelo tibio y liso. ¿Qué es esto?

—Nathaniel —llama una voz tan fuerte como un trueno.

—Metatrón... —Levanto el rostro, todavía cubriéndome los ojos. Mi cuerpo se siente hecho de energía pura, que empieza a resonar con la de él.

Puedo distinguir una cabeza gigantesca sobre mí, completamente blanca. Por momentos pienso que es una estrella con ojos inmensos y cabello como olas monstruosas de fuego plateado. A su alrededor hay criaturas humanoides con rasgos de felinos y aves, hechos de llamas transparentes. Entran y salen de él, atravesando su cuerpo para después perderse en el espacio.

A su lado y a sus espaldas hay otros seres, incluso más grandes, también hechos de ese poder transparente. No puedo ver sus rostros ni otros detalles de sus cuerpos, pero siento su presencia suspendida entre las estrellas.

Metatrón habla directo a mi mente con una fuerza aplastante.

—Viniste hasta aquí buscando tu origen, Bruno. —En cuanto me llama por mi nombre humano, siento que es capaz observar cada átomo de mi ser, leer mis recuerdos y mi destino como si pasara las páginas de un libro—. Eres Nathaniel, el arcángel del fuego divino, del propósito cósmico, el guía de la transformación de esta humanidad.

—¿«Transformación»? ¿Qué significa eso? ¿Tiene que ver con los arcanos?

Su luz y su calor aumentan. Solo puedo cerrar los ojos y pegarme con mayor fuerza al suelo.

—Voy a mostrarte más, pero debes cambiar de cuerpo.

—¿Cambiar de cuerpo? ¿Cómo?

En ese momento, dos de sus criaturas baten sus alas para llegar hasta mí. Se ubican a cada lado. Me sonríen con esos rostros transparentes de rasgos humanos y felinos. Siento un escalofrío cuando apoyan sus manos sobre mis hombros y me transmiten una energía inmensa que no puedo contener.

Grito.

—No temas, Bruno —dice Metatrón.

El poder me quema en el pecho y se expande como un ardor por todo mi ser. Mi cuerpo se hincha cada vez más y pego un alarido, invadido por el terror.

—Vuelve a ser Nathaniel por completo.

Mi cuerpo ya no resiste. Estallo.

***

Soy aliento, ardor, purificación.

Soy lo que consume.

Soy transformación.

Soy un tornado de fuego que gira sin cesar, con un corazón de luz y piedra verde, flotando en el cosmos.

Veo a los seres a través de las galaxias, en distintos planetas y en mundos dentro de mundos. Algunos me invocan. Me extiendo hacia ellos como una emanación de consciencia que, por momentos, forma un cuerpo. Otros llegan hasta la dimensión que manifesté para recibirlos: un templo inmenso, destruido en parte durante la guerra contra los Vigilantes. Allí moran mis huestes, gigantes de fuego transparente, listos para ayudarme a responder lo que sea necesario y adecuado al plan cósmico.

Pasan eones en segundos. De pronto, mi poder se concentra. Colapso sobre mí mismo y siento que disminuyo de tamaño para caer por un túnel multicolor. Ahora tengo una forma con alas, un cuerpo de mensajero, de arcángel.

Aterrizo frente a la estrella inmensa que es Metatrón, listo para cumplir la misión que tengo en la Tierra.

***

Me estremezco al recuperar la conciencia, como si hubiera despertado de un sueño. Pero no me encuentro en mi cama, en el mundo humano. Sigo en mi cuerpo espiritual, donde algo cambió: ya no soy Nathaniel. Volví a ser Bruno, con mi estatura normal. Levanto la vista hacia Metatrón. No logro verlo con claridad, pero ya no me encandila.

—Acabas de recordar la forma primordial —explica—. Lo que entendiste como un tornado de fuego. A través de ella, los elohim experimentamos el multiverso. Sin embargo, para movernos por los mundos, utilizamos distintos cuerpos que materializamos según nuestra necesidad. Son las formas que en tu planeta actual conocen como ángeles, arcángeles y principados. Ahora, Bruno, recuperarás uno de tus recuerdos de elohim.

Las llamas de Metatrón me rodean y me veo en el pasado, con otra apariencia, ni de humano ni de ángel: era un tornado de fuego con un corazón de luz y piedra verde, suspendido entre los cúmulos estelares lilas y anaranjados de algún punto en el espacio-tiempo.

Desde allí, en uno de los pequeños planetas que giraban a mi alrededor, vi que se abrió un portal, a través del cual llegó un dios descendiente de nuestras primeras emanaciones. Miró el desierto a su alrededor, también el templo derruido que tenía frente a él, antes de levantar la cabeza y fijar la vista en mí. Luego, avanzó hacia la construcción.

Su energía era agradable, aunque también gastada. Tenía cabello y barba celestes, vestía de azul. Flanqueado por mis ángeles de llamas transparentes, subió las escaleras, que plegaron el cosmos para que llegara ante mí, y se arrodilló.

Lo recordaba, ya se había acercado otras veces con el mismo pedido. Era Abventerios, una de las deidades de Agha. Acepté su petición, pero iba a tener un costo... Él lo aceptó y se retiró con gracia, desapareciendo tras una puerta de luz.

***

Vuelvo al presente. Estoy ante Metatrón, que se aleja con un movimiento suave. De pronto, me encuentro en un cuarto vacío, con paredes en las que se divisan más planetas y estrellas. Me cubren las llamas y mi cuerpo cambia; crezco unos metros, vuelvo a ser Nathaniel. A mi lado aparece Gabriel, que me extiende la mano. La tomo. Salimos hacia un jardín donde se abre un portal por el que atravesamos el cosmos.

Regresamos al primer parque, donde habitan los felinos astados, y avanzamos hacia la entrada del edificio en el que Uriel aún me espera.

—Debes volver —me recuerda.

Asiento y me conecto de nuevo con esa parte de mí. Soy Bruno, un arcano, y tengo que ayudar a concretar nuestro plan en la Tierra.

—A medida que recupero mis memorias humanas, olvido todo sobre nosotros —explico a ambos arcángeles—. Siento cómo mi consciencia cósmica empieza a ocultarse.

Los dos ríen. En ese instante, las llamas me rodean y vuelvo a ser Bruno. Uriel toma mi cabeza con gentileza entre sus manos y me invade el sueño.

—Vas a recordar lo que sea necesario —asegura.

—Saludos a tus nuevos maestros, Raziel y Haziel —dice Gabriel.

Cierro los ojos.

***

—¡Bruno!

Alguien me sacude. Esa voz... es Gaspar.

—¡Bruno! ¡Bruno, despertate, por favor! —grita Débora, angustiada.

Abro los ojos. Estoy acostado en la iglesia, cubierto por lo que queda del techo. El resto del lugar, repleto de tejas, cascotes y vigas, es azotado por la lluvia. Frente a mí se hallan mis amigos y mis maestros.

Recuerdo que estábamos enfrentando al demonio gigante que invocó Sebastián. Parece que al final logré destruirlo.

El sol empieza a asomarse. La luz en este mundo, en el mundo humano, es... diferente. Todo es mucho menos brillante y mi energía, mis poderes... están contenidos, encapsulados, limitados.

Logro sentarme y noto que sigo en mi forma de arcano. Débora se agacha y me abraza con fuerza. Me da un beso.

Miro a Gaspar. León está a su lado, seguro acaba de llegar.

—¡Decí algo! —Débora me toma por los hombros y me sacude de nuevo.

—Mackster tenía razón. Soy un ángel... un arcángel, en realidad.

—¡Yo sabía! —dice mi amigo, secándose las lágrimas. Está abrazado a Vane e Ismael.

Me invade un sentimiento de gratitud y de amor inmenso hacia ellos. Me hacen muy feliz.

Observo mi espada, que ya no es blanca. Recuperó sus colores normales: el filo y la empuñadura negros y la gema roja. Giro hacia Gaspar y León.

—Uriel y Gabriel les mandan saludos —comento.

Se miran durante un instante, con los ojos bien abiertos. Después, se vuelven hacia mí, intrigados.

—Tengo un hambre descomunal —aseguro una vez que me levanto—. Me comería una docena de facturas yo solo.

—Lo que quieras, Bruno. —Gaspar se ríe y me palmea en el hombro—. Hoy nos salvaste a todos. 

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