40. La Invocación. Parte 2

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Bruno


Poder. Eso exuda el aura del demonio. Está hecho de humo rojizo, excepto por sus alas y cuernos de fuego. Atraviesa el portal clavando en el suelo unas pezuñas inmensas. Luego, extiende sus múltiples brazos y tentáculos, pero ruge al notar que se deshacen en el aire. Todavía no está por completo en este plano. Observa el edificio, también a Sebastián y a los monjes, que se arrodillan a su paso. Después, gira hacia nosotros.

—¡Vamos! —escucho a Mackster a mis espaldas.

Lo veo disparando a la criatura, a pesar de estar lleno de cortes y moretones. Débora y Vane también arremeten con sus rayos desde los flancos del dios. Me arrastro hacia ellos y me uno a la lucha.

Mi novia cambia de la Dama Plateada a su forma de escamas, que proyecta una energía más poderosa. Veo los rayos azules de Ismael, aunque ya no sé desde dónde ataca.

El monstruo vacila y Sebastián, que está protegido por un campo de fuerza más pequeño junto a los monjes que lo asistieron con el ritual, extiende las manos. La bestia se sacude y empieza a ser absorbida por él.

—¡No! ¡Dejen de dispararle al demonio, estamos ayudando a Sebastián! —grito.

Los chicos entienden. Apuntamos hacia el mago, acometiendo con todo nuestro poder, pero no logramos afectar su burbuja protectora. Los monjes están arrodillados a sus pies y lo veneran, sus cánticos se expanden por la iglesia.

Sebastián tiembla y larga parte de la energía del demonio por los ojos, las orejas y la boca. Recuerdo mi visión... Es demasiado para él, en cualquier momento va a perder el control. De pronto, un estallido. Llueven más maderas y tejas. El agua de la tormenta se extingue antes de llegar al piso, consumida por el aura del monstruo.

Miro al cielo y reconozco esas alas grises.

Gaspar señala al demonio y una luz lo separa de Sebastián. Los monjes corren despavoridos.

Alejado de su fuente de poder, Sebastián observa a Gaspar con una mirada triste, que se endurece enseguida. Noto que ahora ya no tiembla y que su rostro se alivió. Logró estabilizarse.

Gaspar lo ataca con más rayos de energía blanca, pero Sebastián sigue protegido por su campo de fuerza personal.

—¡Disparen con más poder! —animo a mis compañeros.

No sé qué sucede con el demonio; solo puedo escuchar sus bramidos de fondo. Todo está cubierto por el resplandor de nuestros ataques.

—¡No! —Sebastián grita, cuando su campo de fuerza se quiebra.

Confieso que siento una puntada en el pecho al verlo volar por los aires y atravesar una pared. ¿Habrá muerto? Los ojos se me llenan de lágrimas. Él también fue mi maestro, después de todo. Una parte de mí quiere que haya sobrevivido.

Ya no veo a los monjes, pero sí al demonio de vapor, que es recorrido por luz mientras se materializa en un cuerpo rojizo. Gaspar vuela hasta él y lo golpea con los puños envueltos en fuego. El engendro brama y arremete con sus fauces, pero Gaspar resiste creando un escudo de energía. En ese instante, deja de llover y el lugar tiembla una vez más.

Mackster se lanza con su hacha hacia las piernas de la criatura, Vanesa lo sigue con su hoz. Ismael y Débora continúan disparando luces intermitentes que impactan en la carne demoníaca.

Aprovecho para embestir a la criatura con mi espada. Un tentáculo me golpea y me tira al suelo. El demonio gigante me toma en una de sus garras.

—¡Bruno! —grita Débora.

El terremoto se detiene. La bestia me mira con desprecio antes de abrir sus fauces. Dios mío, quiero vivir... Quiero volver a ver a mis viejos, quiero volver a la escuela. Quiero seguir saliendo con Débora, quiero mi vida normal...

—¡No! —Mackster atraviesa el espacio que me separa del demonio.

Corta con su hacha la mano del engendro, a la altura de la muñeca. Los dedos y la palma que me apresaban se deshacen.

Caigo de pie. Los chicos siguen atacando a la bestia. El monstruo no sangra, despide vapor o fuego por las heridas.

Estoy por unirme a ellos, pero enseguida pienso en Sebastián. ¿Dónde está? No puedo dejar que escape. Si logro atraparlo, podríamos terminar con esto de una vez por todas.

Lo busco entre los restos de ladrillos, tras haber atravesado la pared por el hueco.

—Bruno... —escucho su voz y giro hacia un lado.

Estamos frente a frente. Me pongo en guardia, listo para enfrentarlo.

—No hay tiempo —me dice, con la mirada distinta; parece haber recuperado la cordura.

Noto que se sanó con magia, probablemente usando parte del poder que absorbió.

—¡Callate! No vas a volver a engañarme.

Hace un gesto en el aire y me preparo para recibir un ataque, pero su magia solo afecta a mi espada, que se ilumina, tiñéndose de blanco. Después, se graba un símbolo del infinito en color plateado sobre su gema roja.

—Para vencer al demonio, tenés que clavarle la espada en su frente —dice.

—¿Por qué debería hacerte caso?

—Porque en el fondo sabés que digo la verdad. Este no era mi plan. Todo se salió de control, yo... —suspira y mira el piso—. Es necesario blandir un arma sagrada para deshacer la invocación. Yo no puedo hacerlo, pero vos sí.

—¿Por qué?

—Porque sos un arcángel, Bruno —me contesta con un brillo en la mirada—. Tu alma guarda el conocimiento y el poder para lograrlo.

Mi corazón da un salto al escuchar su respuesta. Siento calor que me recorre de pies a cabeza. Oigo los gritos de mis amigos y giro hacia ellos. Veo a Mackster con el hombro atravesado por un filo, a Gaspar inconsciente y a las chicas presas de las garras de la criatura.

Miro a Sebastián y asiento. Despego.

¡Nebula! —exclama el mago, y envuelve al monstruo en una nube. Después, se esfuma y aparece del otro lado de la iglesia—. ¡Vení! ¡Acá estoy! —le grita al demonio. Lo distrae con disparos de luz blanca.

La bestia enfurece y lanza a las chicas contra las paredes. Débora y Vanesa caen, probablemente inconscientes, y yo lucho contra mí mismo por no ir en su ayuda. Tengo que destruir al demonio antes de que nos mate.

El monstruo va hacia Sebastián.

Aprovecho y me elevo sobre la contienda, sumergido en la nube de aire caliente que me sostiene. Me ubico sobre la cabeza de la bestia y planeo en círculos. Observo el cráneo inmenso entre el vapor.

Tomo aire y desciendo, emergiendo del cúmulo con el filo apuntado hacia su frente. El demonio ruge y me esquiva. Después, me golpea con un tentáculo y pierdo la dirección. Vuelve a atraparme con su garra y uno de mis brazos queda inmovilizado, aplastado contra mi cuerpo por sus dedos. Por suerte, sostengo la espada con el otro.

—¡Bruno! —exclama Sebastián.

El demonio me aprieta. Grito, adolorido. Sus ojos naranjas se encienden, amenazándome. Sebastián vuela hacia la bestia, pero un tentáculo rojo lo golpea y el hombre se derrumba.

Las fauces vienen hacia mí. Apunto mi espada hacia la frente de la bestia. Tengo una sola chance.

El metal de mi arma refleja el brillo de la mirada del demonio segundos antes de que la arroje con lo que me queda de fuerza. El engendro la bloquea.

Desesperanzado, extiendo mi mano hacia la espada, que gira en el aire y se pierde. ¡Maldita telequinesis! ¡¿Por qué no funciona ahora?!

Hago una fuerza inmensa para liberar mi otro brazo. El dolor que siento es espantoso. Por un segundo creo que me estoy desgarrando los músculos. El demonio me lleva hacia su boca. Pego un alarido y termino de soltar mi brazo, con las palmas de las manos ya invadidas por un cosquilleo. Le disparo una ola de fuego. El monstruo se atraganta y retrocede, tambaleando. Me suelta.

Caigo, exhausto.

Llamo con telequinesis a mi espada. No llega hasta mí, pero la escucho moverse y corro hacia el sonido. Mientras tanto, la bestia me busca, todavía cegada por la nube de Sebastián.

¡Veo a mi espada! La tomo y salto, dando varios aleteos. No llego a la frente del monstruo, que ruge al verme, pero sí a su cuello. Ruego que funcione...

Hago un corte rápido en su garganta y salen llamaradas en vez de sangre.

Aterrizo y me refugio tras los restos de una columna caída mientras el gigante chilla y se tapa la herida con las manos. El lugar vuelve a temblar. Surge un destello plateado del corte, que se extiende por su cuerpo e hincha sus venas. Escucho un zumbido ensordecedor y me cubro los oídos segundos antes de que el demonio estalle.

BRUNO

Solo quedan dos capítulos. Gracias a todos los que leen y me acompañan en este camino hacia el final.

Mati

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