12.

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El curso de lo inevitable

Un segundo día al pendiente de su madre había dejado a Lena agotada.

Lo único que podía considerar un remanso de paz en medio de la presión, fue su tiempo con Key.

Pensó en cómo, en un principio, protestó la idea de que viniera con ella, y, en cuestión de cuarenta y ocho horas, estaba empezando a considerarlo indispensable.

Sutherland tenía razón. Se debían conversaciones, las cuales, de alguna manera u otra terminaban en hacerla reír, distrayéndola del dolor lo suficiente como para seguir en pie.

Sin embargo, las noches eran solo suyas, y, tras de haber dormido juntos la primera, la creciente cercanía entre ambos le advertía que, era preferible guardarse las pesadillas.

Pero nadie es capaz de cerrar las puertas del subconsciente. Por más que tratarán de disimular la razón por la cual se separaron por años, la pesadilla continuaba allí, en los espacios vacíos, y las preguntas que eran incapaces de contestar.

Una vez dormida, un mundo que nada tenía que ver con el suyo, la llamaba. No había nada que ella pudiese hacer para evitarlo.

—Shea... —Lena vio, sin el menor temor, cómo las ramas de los árboles volteaban en su búsqueda del sol para seguirla, convirtiéndose en brazos y manos que la guardaban y, al mismo tiempo, la separaban de la luz.

—Shea... —La flora comenzó a llorar una sabia dorada, mientras los árboles se retorcían formando un túnel. El viento dejó de mover las hojas para meterse en los espacios donde madera tocaba madera, provocando la ilusión de música.

La voz que llamaba desde el bosque, en un momento placentera y armoniosa, comenzó a distorsionarse hasta convertirse en un chirriar insoportable que buscaba alejarla de lo poco que le quedaba de conexión a la realidad.

—Abre tus ojos. Arráncate los párpados si es preciso...

Lena despertó agitada, el olor de agujas de pino y el crujir de las hojas muertas, todavía ocupaban sus sentidos. Sentía un ardor en el rostro, que atribuyó al sol, hasta que se dio cuenta de la oscuridad en la habitación.

Sutherland entró, por la puerta que, de común acuerdo, permanecía abierta conectando sus habitaciones.

La volteó sobre su espalda, sosteniendo sus manos sobre su cabeza. No fue algo violento, pero sí inesperado. El corazón de Lena dio un vuelco, al percibirlo tan cerca.

—Lena, ¡por Dios! Estabas arañándote la cara. 

No se movió mientras Key sacaba las molestas almohadas de en medio. Reaccionó una vez más cuando él, en lugar de levantarse de la cama, la atrajo y con sumo cuidado comenzó a acariciar los contornos de su rostro, espantando el sudor frío que dejó la pesadilla.

Su mirada afectuosa se combinó con una sonrisa al encontrarse con la de ella. Lena sintió que se le estaba yendo el aliento. No quería romper el espacio entre ambos, así que cerró los ojos. Nunca se había sentido tan vulnerable como en ese instante. Sin embargo, algo en lo confiado de su respirar o en la forma inconsciente en que lamió sus labios hizo que Sutherland no considerara detenerse. Sus dedos trazaron la forma de sus labios, bajando por el mentón hasta la curvatura de su cuello, y cada toque fue una descarga de electricidad.

—Comencemos de cero —dijo, inclinándose a su oído—. Dime que estás bien, que me quieres aquí, contigo. —Su voz se sentía más profunda y espesa, pasando del despertar del sueño al del deseo. 

Ella se movió a buscar el roce de sus labios. El beso fue tierno y lleno de expectativas, de esos que llegan cargados de preguntas que la razón echa a un lado con tal de seguir disfrutando de la calidez de la piel, la suavidad de unos labios, mientras, se va entendiendo que, en un instante, todo cambia.

—Excusando las circunstancias —Lena se las arregló para entrar en sus sentidos, y encontrar su característica disposición, mientras daba forma al cabello revuelto de Key—, y, en términos que un entrenador pueda entender: un ocho de diez.

Sutherland detuvo el paso para reírse.

—¡Oh, Harrington, disculpe! Podemos intentar deportes extremos en un instante; esto es solo calistenia. O a lo mejor, debo confesarme tímido. Si cerramos la puerta del toallero, la cafetera no será testigo, y le trabajo en ese diez...

Besó sus párpados con ternura, como si quisiera calmar sus preocupaciones y dudas. Más que solo sexo, quería supiera que anhelaba la cercanía tanto como ella.

Lena se dejó llevar por la dulzura del momento, mientras sus manos se deslizaban suavemente por sus hombros, sintiendo la fuerza reconfortante y protectora de su cuerpo.

Con delicadeza, comenzó a acariciar la curva de su espalda, explorando a ciegas hasta llegar a sus sus caderas. Allí, su mano continuó el recorrido, acariciando y provocando de manera instintiva.

Por un preciado instante, ambos se vieron atrapados en un bucle más complejo que la suma de sus pesadillas compartidas. Algo que les hizo creer que el mundo exterior podía ser caótico, incierto y aterrador, pero que todo estaría bien, si se tenían el uno al otro.

Tras las cortinas oscuras de la habitación del hotel, el sol comenzó a salir, y el día prometía ser perfecto.

***

—Lele, sé que vuelves mañana, y Dios sabe que tienes un mundo de cosas en la cabeza. Pero dado que te van a obligar a terminar la pasantía, quería saber si has recibido alguna nota sobre la paciente Susan Hardy. No llevo mucho tiempo aquí, pero para un lugar que cierra los viernes durante la temporada de football, siento que su referido se manejó de forma demasiado eficiente. No quiero que tu primer paciente se vaya a perder entre las grietas de la burocracia de hospital.

Zuri colgó, extrañada de que Lena no hubiese contestado el teléfono. Pero el día ya iba atrasado en extremo. Nadie le informó sobre las complicaciones de un embotellamiento de tráfico en un pueblo donde solo existía un carril de entrada y uno de salida. En menos de una semana iba de camino a tener su primera tardanza.

Trató de llamar a la clínica en Morganton, y nadie respondió, a pesar de que ya estaba pasada la hora de apertura. Llevaba unos diez minutos enfrascada en tráfico cuando una patrulla policial que viajaba en contra del tránsito se detuvo paralelo a su vehículo, indicándole que saliera del mismo.

—Perfecto, lo que me faltaba. ¿Qué hice, fuera de aplanarme el trasero en este asiento?

—¿Doctora Rivera?  —Un oficial entrando de edad de retiro se removió las gafas de sol para dirigirse a ella y presentar su identificación—. Vana Fisher nos indicó que probablemente estaría de camino. Si no le molesta, he de llevarla a Morganton y mi alguacil se encargará de transportar su vehículo. Si me permite las llaves, se lo agradeceré.

—No ando como para practicar desobediencia civil, pero, ¿le importa si le pregunto cuál es el motivo de la urgencia, oficial? No creo que una estudiante de medicina sea tan importante o interesante.

La contestación del policía fue a la par con la actitud de Zuri, pero para nada entretuvo su humor inicial.

—¿Cómo anda en el área de las autopsias? El tráfico está siendo detenido por un cadáver. El fiscal de distrito ha ordenado el levantamiento y, sinceramente, es un asunto desagradable.

—¿Asesinato? ¿Accidente? —Zuri se concentró en su modo profesional en cuanto fue informada de la gravedad del asunto.

—Cuando vea lo que nos ha tocado ver hoy, va a empezar a pensar en una tercera opción. No he visto un asunto tan grotesco desde... —El oficial se detuvo para abrir la cajuela y sacar unos apuntes—. Disculpe, aquí todo se hace a mano. Si tiene problemas con la letra, pregunte en confianza.

—¿Hardy? —Zuri reaccionó de inmediato—. S. Hardy, ¿Susan?

—No pensé que estuviera al tanto de algún nombre local. Pero no se trata de Susan, sino de Sarah, su hija.

—Cierto, especifica cincuenta y dos años. Es solo que llevo a la anciana metida en la cabeza desde esta mañana. La mujer está teniendo episodios de espacios mentales. ¿Han visto por ella?

—En un pueblo pequeño, todos vemos por todos. Si se refiere a asuntos oficiales, sí. Las autoridades se han comunicado con la clínica en Savannah, donde se encuentra en este instante.

—O sea, que el referido sí se gestionó a la velocidad del rayo... —La mujer murmuró entre dientes.

—¿Dijo algo, doctora?

—Nada que venga al caso.

La patrulla se aparcó en la parte trasera del centro comercial donde se encontraba la clínica. Mientras cruzaban la línea amarilla que separaba la investigación policial, Zuri saludó a varias de las personas que había visto hace un par de días con una señal de cabeza. Beppo, el cocinero, había cerrado el negocio y solo tenía una nevera afuera con agua gratuita. Junto a la pared trasera de Willow's, Ray Walker estaba de pie, con las manos metidas firmes en los bolsillos y una cara inescrutable, junto a un policía que parecía indígena. El hombre estaba tan atento a lo que se presentaba en la distancia, que no se molestó en contestarle el saludo.

—¡Santo cielo! —Zuri combatió la necesidad de llevarse la mano a la boca.

Frente a ella, y colgando de entre las ramas del antiguo sauce, el cuerpo de Sara Hardy pendía de un par de ramas altas que sirvieron como gancho para sus brazos. Una herida horizontal y profunda en el abdomen provocó que su cuerpo expulsara las vísceras, que descansaban, esparcidas sobre sus piernas.

—Supuse que encontrarías la forma de llegar hasta aquí, Ray —El sheriff de la reserva le comentó a Walker, alejado del oído de todos—. Pero te aconsejo que desaparezcas. Yo ando aquí solo ayudando a vigilar la escena en lo que llega el refuerzo estatal. Si algo me tiene tranquilo es que esto no pasó en la reserva. No había visto algo así desde...

—Desde mi padre. —Ray contestó resoluto—. Desde que recursos naturales determinó un ataque de oso y todos durmieron tranquilos, sin molestarse en ir a su funeral. Pero te aseguro, esto no es lo mismo, aunque me temo que es solo el principio.

***

—El proceso de recuperación de su madre tomará tiempo, señorita Harrington —. El médico a cargo del caso de Ivy se dirigió a Lena, haciéndole saber el progreso de las últimas veinticuatro horas—. La razón por la cual la volvimos a llamar después de que dejó el hospital es que su madre despertó. Parece estar confusa en cuanto a las razones de su hospitalización. Según nos indica, lo último que recuerda es haber estado hablando con usted, previo a lo que ella indica fue un desmayo.

»No vamos a abundar en el tema del intento de suicidio, al menos no por ahora. Dado que no ha tenido crisis de autolesión, intentaremos tratar su salud física en primera instancia. Le recomiendo que escuche activamente, y responda acorde, evitando traer a colación desencadenantes.   

—Por supuesto.  —Lena se dirigió a Key—. Es preferible que me esperes en el pasillo. No te había mencionado nada antes, pero, cuando mamá habló conmigo, antes de... pareció estar desvariando sobre Grafton. No quiero pensar qué sucedería si te viera sin aviso previo.

—Tranquila, no tienes que explicar nada. Es natural. Lo importante es que está consciente. Ve y habla con ella. —Sutherland permaneció en el pasillo, recostado de la pared, pensando en cómo la vida cambia en setenta y dos horas. No pudo evitar sonreír...

—Mamá —Lena casi corrió hacia su madre.

—¡Nena! —Ivy Harrington sonaba casi recuperada, la energía en su voz era dispar con las heridas en su cuerpo—. No tenías que venir. Ya les dije a todos. Fue un accidente. Perdí el balance y me resbalé, o algo así debió haber pasado. Sinceramente, no recuerdo.

—Un par de días fuera de la clínica no van a hacer una diferencia, mami. Ojalá pudiera quedarme contigo hasta que salgas.

—Ni pensarlo, Olena. Si vas a cuidar de mí, que sea con el título apropiado, ¿eh, doctora?

Lena tomó la mano de su madre entre las suyas, y besó sus nudillos con devoción.

Existe una cantidad de razones por las cuales los manuales de medicina advierten sobre el conflicto de interés. La emoción es enemiga de la lógica.  En medio de la paz mental que le brindaba ver a su madre de camino a la recuperación, Lena, la hija, se dejó llevar por el júbilo y no notó que en el interior de la muñeca de su madre había una marca blanquecina impresa sobre la piel. Finos trazos, como rasguños que comienzan a desaparecer. Largos y paralelos, recordaban la espesura de una arboleda.

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