CAPÍTULO 37: Pamplinas

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—Una obscena casualidad... —apuntó el Dómine señalando con sorna a su alrededor—. Que hayáis escogido Hammondland para... lo que quiera que sea esto. —Torció la línea recta de sus labios con superioridad—. Digamos... que le tengo un repugnante apego especial —escupió mirándose las uñas—. Un verdadero castigo el practicar la misericordia... —dijo frunciendo el ceño, volviéndose aún más severo el gesto de su cara—. Tendría que haberles cortado la cabeza cuando tuve la oportunidad... ¡A tu mugrienta bisabuela y a tu gato metomentodo!

La Desdenia presente se carcajeó con perversidad con las palabras de su amo pero Damon, a pesar de sonreír levemente, no emitió sonido alguno. En el cuerpo de Star, la rabia comenzó a extenderse como ese virus incontrolable al que empezaba a acostumbrarse. Ella había presenciado con sus propios ojos lo que había ocurrido aquel día en Hammondland, y conocía la verdad: no era tan sencillo como el Dómine quería hacer ver a sus fieles. Michael Eville había sido débil aquel 23 de febrero de 1831. Había actuado como un medio humano narcisista que confiaba en su total supremacía, y había dejado escapar a la mujer que había creado la línea sucesoria de su mayor enemigo.

Star despegó su cuerpo de la silla y se alzó audaz con aparente seguridad, aunque por dentro algo le decía que estaba pecando de insolencia. Emitió un grito abrumador que retumbó en los altos techos de la biblioteca y se coló entre los libros y, sin estimar los daños posibles, se lanzó contra el líder con los brazos extendidos dispuesta a despellejar a su enemigo y dejarlo en carne viva. Cuerpo a cuerpo.

En ocasiones, cuando se dejaba llevar por sus emociones más básicas, la chica, simplemente se olvidaba de que disponía de habilidades que le permitían despedazar a alguien sin necesidad de tocarle, pero estas surgian entonces sin control, con voluntad propia. Así que se movió mucho más rápido de lo que había calculado en su cabeza. No obstante, antes de alcanzar el cuello de ese ser que le producía arcadas, la puerta de la estancia se abrió de par en par, emitiendo un estrépito que perturbó la atmósfera de improvisto.

Un vetusto individuo, enterrado en una negra túnica apareció tras el umbral, haciendo que todos se volvieran empujados por el nerviosismo y la inquietud. Todos, excepto Michael, que únicamente movió el foco de su mirada. Kuna lucía algo más arrugado y alicaído de la cuenta, y portaba en sus delgados brazos un precioso gato abisinio de color miel. Nada más ver la escena, Ben gruñó, propiciando que los pelos de su lomo se erizaran.

—¡BEN! —exclamó Star abriendo los ojos con entusiasmo—. ¡BEN! ¡Maldito garante! ¡Cómo se te ocurre...! —gritó al tiempo que se le resbalaban un par de lagrimones por sus mejillas encendidas.

—Muy conmovedor... —bufó Michael, fulminando con la mirada al garante y al Desdenio disidente que había provocado una revuelta entre los suyos.

Al instante, Matt y Star repararon en que nadie les prestaba atención. A ninguno de los dos: Ispanda se divertía jugando con las ropas de Mary Dorcas, como una adolescente impertinente que necesita una reprimenda. Damon, miraba inquisitivo al gato, esperando que en cualquier momento tomara su forma humana, preparado para darle caza si era necesario. Y Michael Eville, el despiadado abuelo del linaje Entherius, estaba demasiado ocupado castigando con su gesto al traidor.

Entonces, Matt miró a Star de reojo, pretendiendo llamar su atención todavía más. La muchacha se dio cuenta enseguida, así que encogió los hombros y abrió la boca, formando con sus labios las palabras: «¿Qué hacemos?». El muchacho lanzó por los aires un objeto pequeño y brillante, y cuando Star lo atrapó entre sus manos, supo lo que era al instante: la gargantilla de Mary Dorcas, con la piedra hermana de aquella que guardaba entre sus costillas.

La empuñó con fuerza, cerrando los ojos, repitiéndo una y otra vez entre susurros que por favor la ayuda llegara. No sabía muy bien a quién se la estaba pidiendo. Puede que a sus poderes. Quizá estaba suplicando a ese parásito instalado entre las costillas que hiciera algo, que le despejara el juicio, y a ese otro pedazo que guardaba entre los dedos, que le enseñara cómo actuar mientras todos estuvieran distraídos con la llegada inesperada de Kuna y Ben.

El gato saltó de los brazos del viejo Desdenio, arrojándose al pecho de Damon con las garras en posición de ataque. Enganchó sus patitas cerca del cuello del Entherius padre, marcando con arañazos rosados toda su cara y los segmentos visibles de su piel.

—Sucia semi criatura —bramó con las palabras cubiertas de un asco arraigado—. Quita. —De un golpe Damon se sacudió al felino de encima, como quien se quita una molesta mosca, que revolotea un sándwich de atún en una tarde cualquiera de un verano cualquiera.

Sin embargo, la Sorgeni advirtió que su querido garante había armado un ataque estratégico. Star sabía, que Ben sabía que era imposible que él pudiera derribar a un Entherius con solo arañazos y gruñidos. El gato se desmoronó, y terminó tumbado cerca de Matteo. Este, con celeridad, alargó la mano tratando de tocar el lomo peludo del otro. Simultáneamente, Kuna divagó con seguridad hasta una de las estanterías de la biblioteca, dejándose observar por todos. Se detuvo justo delante de un grueso libro de piel. Star lo reconoció al instante: La Renacida. El anciano colocó sus manos sobre las cubiertas de este y lo extrajo con cuidado.

—Curioso... —ironizó mostrando el pesado libro al que una vez había sido su líder. El Dómine frunció el ceño, pero aceleradamente relajó su posición mostrando desdén. Damon e Ispanda observaron con detenimiento a su amo, y al ver que su actitud era de desprecio, lo imitaron.

—¡Rumores... pamplinas... mentiras! —se mofó agitando los brazos—. La verdad no se esconde en un viejo libro lleno de polvo. La verdad está en el futuro, Kuna, no en una historieta para niños. —Matt aprovechó el momento, agarró con fuerza a Ben y se desatomizó. Ambos desaparecieron de la biblioteca dejando atrás un fuerte silbido y un rastro prácticamente imperceptible en el aire. Un rastro que Damon fue capaz de distinguir.

—¡Iré a por ellos! —resolvió este, dando un paso hacia delante.

—No, Damon. Déjalos, al final acabarán muertos igualmente... —ordenó levantando su brazo con convencimiento. Damon se detuvo al instante, sin rebatir—. Volverán mientras poseamos esta preciosa joya... ¿verdad, Star? —Star barrió el lugar con la mirada y fue entonces cuando se percató de que ni Matt ni Ben estaban ya en la biblioteca. Tenía que ganar tiempo, salir de allí. Buscó a Kuna y aunque este, sin duda, la había visto, permaneció quieto, impasible, como si nada—. Ah, Kuna —suspiró con sorna—. Con tanto circo, no te estoy prestando la atención que te mereces... ¡Amigo! Sin duda, has perdido la cabeza.

Dómine —respondió inclinando la cabeza.

—¿Dómine? Ah, no... Ya elegiste otra suerte. —Movió levemente los dedos de la mano y elevó a Kuna por los aires, empujándolo contra la estantería llena de libros. El anciano soltó el libro que todavía tenía entre las manos. Unos viscosos tentáculos salieron de las paredes para apresar al Desdenio, que no ofreció resistencia al poder del Entherius lider. Ni siquiera gritó.

Dómine —repitió tosiendo por la presión que los tentáculos ejercían en su pecho—. La suerte que he elegido es la misma que vos decidiste emprender en una ocasión. No hay elección en esta contienda. Será lo que debe ser.

—¡Ven aquí, sucia Desdenia disidente! —Ispanda bramó sujetando a Mary Dorcas de su usualmente, perfecto moño. Por sorpresa, la mujer había conseguido deshacerse de las manos de su captora.

—¡¡AHORA!! —gritó esta. Nahama emergió de un hueco oculto entre los libros. La institución estaba repleta de secretos, y aquella biblioteca escondía un pasadizo que llevaba a los calabozos. La rubia portaba un objeto entre las manos. Un objeto que sin duda había sido creación de Ben. No era nada fuera de lo común, sin embargo, se parecía mucho a un prototipo del ojeador. La única diferencia con el invento final, era que este que portaba Nahama emitía ondas de un sonido tan fuerte y tan estridente, que cegaba las intenciones de cualquiera. Star entendió que era ahora o nunca, y salió disparada hacia la puerta, alejándose con angustia a través de los magnos pasillos de Hammondland.

A lo lejos percibió varios golpes, y comprendió que Michael había recobrado el control de la situación. Pero ella había conseguido escapar, por lo que debía dar con Ben y Matt cuanto antes para trazar un plan que al menos les diera una oportunidad. Por ahora, todo apuntaba al desastre.

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