53.

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Advertencias: angst, drama, temas de género.

Al menos la primavera se asoma dándome flores,

Y ahí es dónde encuentro el camino para la vida de nuevo.

No tiene sentido luchar contra el tiempo que fluye silenciosamente...

(...)

Mi padre me dijo que sonriendo una vez, dos preocupaciones desaparecen

Y ahí es donde encuentro el camino para la vida de nuevo...

~Be Calm, Mamamoo~

Yoonji estaba quedándose dormida.

Frente a ella, Hoseok estaba escuchando al doctor darle algunas indicaciones sobre qué hacer en caso de que la escena de horas atrás se repitiera en algún momento, y bostezó producto del sueño, a pesar de que hubiera estado durmiendo sólo un momento atrás.

―Es por el calmante ―llamó su atención el doctor con amabilidad―, estás bajo mucho estrés y tu cuerpo necesita descansar, Yoonji.

―Pero mañana tengo colegio ―dijo―, ya he faltado mucho. No puedo...

―Te ayudaré a mantenerte al día ―ofreció Hoseok con una sonrisa tensa.

―Pero...

―Ven, los acompañaré a casa de Tae ―dijo Jin a su lado―, el fin de semana podríamos ver alguna película todos juntos, ¿eh?

Yoonji asintió, distraída, y se puso de pie con ayuda de Jin, frotando sus ojos por el cansancio. Sentía su cuerpo pesado, su mente adormilada, y quería llegar a una cama para acurrucarse bajo las mantas y dormir, dormir, dormir...

Al salir le sonrió a Taeyeon, que sostenía su mochila, y la madre de Tae le revolvió el cabello con una sonrisa de cariño, una sonrisa que envió una sensación agradable por su cuerpo. La madre de Taehyung siempre fue dulce, afectuosa y amable con ella, pero ahora, al mostrarle tanto amor en pocos días, Yoonji no podía evitar sentirse buscarla como una figura materna.

Por supuesto, amaba todavía a sus padres, ¿cómo iba a odiarlos? Ellos la criaron, la alimentaron, le dieron cariño y amor muchos años, y aunque le hubieran hecho tanto daño, no se veía capaz de odiarlos. Ella los iba a seguir queriendo, con la esperanza de que tal vez, algún día, ellos pudieran entender todo.

―¿Cómo te sientes? ―preguntó Taeyeon, mientras caminaban por los pasillos.

―Mejor ―bajó la vista, avergonzada―. Lamento todo esto, señora Kim, no quiero...

―Oye ―Taeyeon llamó su atención―, si estoy aquí es porque quiero ayudarte, Yoongi ―ella le sonrió, dulce―. Porque todos queremos ayudarte, ¿sí? No nos estás obligando a nada.

Mordió su labio inferior, mirando hacia atrás. Vio a Hoseok hablando con Jin, como si fueran los mejores amigos del mundo, y recordó a su Hobi, meses atrás, haciéndole el quite a Seokjin, sin observarlo directamente a los ojos, molesto por tener que estar a su lado. No pudo evitarlo, y pensó en todas las cosas que cambiaron en ese tiempo.

En todas sus acciones y cómo cometió error tras error.

Pero, tal vez, llegó la hora de solucionarlos.

―¡Hyung, estás haciendo trampa! ―acusó Jongin

―¡No es trampa, es un nuevo estilo de juego! ―contestó Taehyung, presionando con desesperación las teclas del juego.

―¡Mamá, dile algo!

Taeyeon suspiró, sacudiendo su cabeza, y Yoonji sonrió con un toque de diversión en su rostro al ver a los dos chicos jugar entre gritos y risas. Mientras, Sohyun estaba sentada en la mesa terminando de hacer su tarea.

―Yoongi oppa ―llamó la niña―, ¿puedes ayudarme con la tarea de matemáticas?

Las palabras de la menor enviaron una sensación agradable por su espina dorsal y se acercó, revolviéndole el cabello.

―Cuando regrese ―le prometió.

Sohyun hizo un puchero, indignada, para después asentir volviendo su atención al cuaderno. Taeyeon terminó de ponerse el abrigo, agarrando su cartera, y buscó las llaves del auto.

―Taehyung, ¿qué te dije recién? ―preguntó con paciencia.

El chico no se volteó a mirarla, pendiente de la partida.

―Eh... Algo sobre... uh... ¡Jongin, no, por ahí no!

Taeyeon hizo una mueca antes de caminar detrás de la televisión y desconectarla de golpe, la pantalla tornándose negra inmediatamente.

―¡MAMÁ! ―gritaron los dos niños.

―Dejé comida en el horno, caliéntenla en el microondas ―dijo antes de girarse, ignorando los reclamos de sus hijos―. Vamos, Yoongi.

Yoonji comenzó a reírse sin control al escuchar las protestas de Tae y Jongin, siguiendo a la mujer hacia el auto. Se sentó en el asiento del copiloto y esperó hasta que partieran para poder hablar:

―Gracias, señora Kim ―dijo en voz baja, avergonzada―, por recibirme y...

―No es nada, cariño ―respondió Taeyeon con calma―, siempre has sido un buen amigo para Tae desde que nos mudamos, y eres como un segundo hijo para mí. O, mejor dicho, un tercer hijo.

Sintió el nudo en su estómago, con su garganta apretada como si quisiera llorar, y se preguntó por qué su mamá no podía ser así, por qué su mamá no podía comprenderla un poco. Por qué Taeyeon parecía entenderla mejor que sus propios progenitores.

Taeyeon le miró, como adivinando el hilo de sus pensamientos.

―Tú sabes, de seguro Taehyung te ha contado que vengo de una familia pobre... ―le dijo, desviando su vista hacia el frente, mirando las calles por las que conducía―, y vivíamos con mis padres en un barrio algo peligroso. Allí había un hombre, Yeongjin, que era travesti. Todos allí le teníamos miedo y le hacíamos el quite, aunque a veces nos seguía para pedirnos alguna moneda o comida ―se rió con las mejillas avergonzadas―. Yeongjin me defendió cuando, a los trece años, unos chiquillos mayores me atacaron y quisieron propasarse conmigo. Él apareció con el maquillaje corrido, su vestido floreado, y habló con una voz grave que asustó a esos idiotas en un santiamén, antes de preguntarme si estaba bien y pedirme un cigarrillo.

Yoonji no quería seguir escuchando. No quería seguir oyendo, porque sabía lo que iba a venir, porque notaba el tono triste en las palabras de Taeyeon, porque sabía que no era una historia bonita y dulce.

Porque sabía que iba a doler.

―Cada vez que podía, le llevaba a Yeongjin algo para comer o le daba una que otra moneda. Él siempre bromeaba conmigo, ¿sabes? Era cariñoso y atento, y me decía siempre, "ah, TaeTae, tú eres una chica muy inteligente y vas a llenarme de orgullo. Cuando seas millonaria, no te olvides del viejo Yeong y ven a traerme algo de comida", y me revolvía el cabello, a pesar de que yo le reclamara que no lo hiciera, pues me dejaba con olor a alcohol y cigarro.

Apretó sus manos en puños, parpadeando para no romper a llorar.

La expresión de Taeyeon se suavizó.

―Cuando yo tenía diecisiete, Yeongjin desapareció y lo encontraron una semana después, muerto en una zanja, violado, mutilado y calcinado ―hizo una pequeña pausa―. Nunca supimos quién fue, a la policía no le importó porque era travesti y gay y borracho, pero a mí... A mí todavía me duele, Yoongi. Me duele porque él no lo merecía, porque él era como yo y la sociedad lo convirtió en alguien marginado, en... en una basura que no merecía justicia. Lo estigmatizaron sólo por ser distinto.

Se detuvo, estacionando el auto, y apagó el auto antes de girarse a mirarlo, agarrándole el rostro con sus dos manos. Le sonrió con tanto amor, con tanto cariño, que sintió como algo dolía en su interior.

Algo parecía apretarse y enviaba un sentimiento extraño por el resto de su cuerpo, y no podía entenderlo bien.

Taeyeon le besó la frente.

―Así que no vamos a permitir que tú termines igual, ¿está bien, Yoongi? ―le susurró Taeyeon―. Porque tú no mereces sufrir por querer ser feliz. Porque tú no mereces ser estigmatizado por ser distinto. Porque tú eres alguien maravilloso que merece muchas cosas buenas y puedes ser la persona que desees. Vamos a solucionar todo esto, y no dejaremos que más estrellas se apaguen, ¿entendido?

Yoongi sentía que su interior dolía mientras asentía, pero no era un dolor malo.

Era un dolor que valía la pena tener, ya que parecía contener algo de aquel sentimiento que llevaba mucho tiempo sin sentir.

Esperanza.

Jo Kwon la recibió con una taza de té y un montón de papeles sobre la pequeña mesita de centro que tenía, diciéndole que se sentara frente a él.

―Es de manzanilla ―le dijo Jo, señalando el té―, te ayudará a relajarte.

Mordió su labio inferior, rascando su brazo de manera distraída.

―Supongo que encontrarás muy estúpido preguntarte cómo te sientes, ¿no? ―Kwon le sonrió―, pero lo intentaré aun así. ¿Cómo te sientes, Yoongi?

Bien.

Esa era su primera respuesta instantánea, la palabra automática que salía de sus labios ante aquella pregunta, pues era la respuesta que no iba a preocupar a nadie. Significaría que no le iban a dirigir otra mirada para hablar sobre esos sentimientos confusos en su interior, sentimientos que no podía explicar bien.

Pero quería mejorar. Quería poder ser capaz de aceptarse a sí misma. A sí mismo.

―Me siento como... ―hizo una pequeña pausa―, como si un camión me hubiera arrollado.

Kwon enarcó una ceja, repentinamente interesado ante sus palabras, y asintió, alentándola a continuar.

―Yo no... no recuerdo bien lo que ocurrió ayer ―dijo con voz lenta, tratando de explicar lo que ocurría―. Estaba... asustada... Asustado ―corrigió con la voz temblando y notó la expresión de Kwon iluminándose―, y Hobi me... me llevaba de la mano para mantenerme de pie. Y en la oficina del director estaban mis padres y sentí que... que me iban a hacer daño, que... que me querían llevar con ellos y yo no... no me creo capaz de soportarlo. De volver a esa casa ―bebió un poco de té para tragar las lágrimas―. Yo los quiero, de verdad, pero... pero sé que tengo que estar lejos porque necesito mejorar. Necesito... ―su voz se quebró―. Necesito quererme a mí.

"Entonces... entonces tenía miedo, estaba aterra.... Aterrado ―el masculino salía con dificultad, se sentía como una palabra extraña en su boca―. Y quería desaparecer de allí, quería hundirme y estar lejos de la gente que pudiera hacerme daño, no podía respirar bien, estaba llorando sin control y sentía como el mundo se venía sobre mí.

―Un ataque de pánico ―le dijo Kwon―, el doctor te lo explicó ayer.

Asintió, dándole la razón, y humedeció sus labios.

―¿Los tendré siempre? ―preguntó con pena en su voz.

El psicólogo se quedó un momento en silencio, pensativo.

―No lo sé, Yoongi ―contestó con cuidado―, vamos a ocuparnos de eso después, ¿te parece? ¿Cómo te sientes ahora?

Sus dedos juguetearon distraídamente sobre su rodilla.

―Me siento... extraño ―rascó su nuca―. Como si... quisiera quedarme todo el día en cama, sin hacer nada y dejar que... que los días pasen.

La expresión de Kwon se mantuvo igual.

―Quiero que hagamos un ejercicio ―le dijo, apuntando a las hojas blancas―. Quiero que escribas algo.

Parpadeó, confundida, observando los lápices, con su estómago dando vueltas de forma repentina.

¿Cuándo fue la última vez que escribió algo? Llevaba más de un mes sin hacerlo. Sin agarrar el lápiz y plasmar algún sentimiento, ya que tenía miedo de leer todo lo estaba mal en su interior. Tenía miedo de que, en el fondo, fuera un monstruo.

―Hace mucho no lo hago ―expresó con voz débil.

―Lo sé ―contestó Jo, dándole la razón―, por eso quiero que lo hagas ―agarró su propia taza de té, impasible―. Me gustaría que escribieras algo, Yoongi, lo que desees. Puede ser un poema, una letra, un cuento, lo que quieras. Incluso frases sin sentido ―hizo una pequeña pausa―. ¿Crees que puedes hacerlo?

Quería vomitar cuando agarró el lápiz.

Trató de negarse, de decir un no para después cruzarse de brazos y adoptar una actitud arisca y cerrada (de gatito malhumorado, como solía decir Hoseok), pero su mano tembló, su corazón latiendo sin control alguno, para después inclinarse sobre la mesita.

Kwon se puso de pie en silencio, tarareando en voz baja mientras se distraía con el cuadernito que sostenía para dejarlo solo, y se lo agradeció en el fondo. Nunca antes escribió frente a otra persona. Nunca antes le mostró esas cosas a alguien más.

Mordió el interior de su mejilla, titubeante, y anotó algo de forma vacilante.

Min Yoongi.

Anotó unas palabras, pero enseguida las tachó, indeciso, e hizo de forma distraída el dibujo de una galleta, mordiendo ahora el pellejo de su pulgar.

Levantó la vista, dispuesto a decirle al psicólogo que no lo podía hacer, y lo vio dándole la espalda, buscando un libro en su pequeño librero. Volvió su vista a la hoja con su nombre, nervioso.

Respiró profundamente y comenzó a anotar algo.

Media hora después, Kwon volvía a sentarse frente a él luego de murmurarle que estaba listo. El mayor no se movió.

―¿Puedo leerlo? ―preguntó amablemente.

Se crispó, sus manos cerrándose en forma de puños, y asintió con rapidez, asustado. Calmo, Jo Kwon recogió la hoja de papel y la observó en silencio.

Pasaron unos minutos y Yoongi quería encogerse, desaparecer.

Cuando la noche llega de nuevo, todo se destruye ―leyó Jo―, cuando ordeno mis pensamientos, vuelvo a ser un idiota asustado.

Levantó sus rodillas, ocultando su rostro entre ellas, y se obligó a respirar profundamente en aquel ejercicio que le enseñó Taeyeon esa mañana para controlar sus emociones, para evitar que se desbordaran.

Me sigue dando miedo la amenazante sensación de realidad ―prosiguió―, otras personas siguen adelante, ¿entonces por qué yo estoy aquí estancado?

Estancado. Ahogado. Hundido en el barro. Así se sentía, como si estuviera siendo tragado y nadie pudiera extender una mano para ayudarlo.

Respirar o soñar, rema al ritmo de tu corazón ―una sonrisa titubeante pintó el rostro del psicólogo―, si estás atrapado en las inconsistentes opiniones del resto, el sol se rendirá en tu vida como tú en la cancha. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?

¿Para dónde voy? ¿Por qué no avanzo?, pensó, cerrando sus ojos un momento, su corazón tranquilizándose de a poco.

Este momento no se volverá a repetir ―la voz del hombre se tornó suave―, me pregunto a mí mismo otra vez ¿soy feliz ahora? ―levantó la vista, chocando con la amable mirada de Kwon―. ¿No hay respuesta?

―No ―contestó abruptamente―. No tengo respuesta.

Jo rascó su barbilla.

―Es una buena letra ―le dijo―, dice muchas cosas, Yoongi. Me gusta tu forma de expresarte, porque te cuesta hablarlo en voz alta, pero cuando lo escribes... Pareciera que algo se ilumina en ti ―el hombre se inclinó―. Yoongi, me gustaría que fueras a un psiquiatra.

Se sobresaltó de golpe, aterrorizado, y sacudió su cabeza en una señal de negativa. Sin embargo, antes de poder hablar, el psicólogo se le adelantó:

―Por supuesto, si no quieres, no puedo obligarte ―le dijo, alejándose unos centímetros―, pero estoy viendo rasgos depresivos y ansiosos en ti que quiero que solucionemos juntos, y para eso, necesito que colabores.

Yoongi quería colaborar, pero un psiquiatra...

El miedo era demasiado grande, demasiado devorador.

―Quiero que lo pienses, Yoongi ―continuó Kwon―, porque puedo ordenarte ir, pero si no pondrás de tu parte, no va a servir de nada ―suspiró, mirando la hora―. El sábado quiero que volvamos a vernos.

Se abrazó, tímido.

―¿Está enojado conmigo, señor Jo? ―preguntó con tristeza, poniéndose de pie.

El psicólogo le miró con algo de sorpresa antes de relajar su rostro.

―No, Yoongi ―lo acompañó hasta la puerta―, ¿cómo podría enojarme contigo? Es sólo que me gustaría que fueras capaz de ver la maravillosa persona que eres. El gran chico que eres.

Chico. Chico.

Min Yoongi era un chico.

―Gracias ―se despidió, saliendo al pasillo donde Taeyeon le esperaba.

La mujer se despidió del psicólogo, apoyando una mano en su hombro, y salieron de la consulta en silencio.

―¿Qué quieres comer para la cena? ―preguntó Taeyeon.

Lo pensó un momento.

―Brochetas de cordero ―dijo.

Taeyeon le pellizcó la nariz, riéndose.

―Creo que te estoy malcriando demasiado, Yoongi.

A Yoongi no le importaba, porque el toque de Taeyeon era cálido, y se sentía bien para él.

Y quería sentirse bien durante mucho, mucho tiempo.

¡gracias por leer!

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