xxvii. Circe's Island

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chapter xxvii.
( the sea of monsters )
❝ circe's island ❞

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PUEDE QUE HAYA SOBREVIVIDO, EL FUEGO NO PUEDE MATARLO.

No sabíamos qué decir o qué hacer. Percy estaba sentado en el bote con las cejas fruncidas, mirando al océano de color verde ácido como si estuviera dispuesto a atacarlo con todo lo que tenía, y no me sorprendería que lo hiciera. Percy daba miedo cuando estaba enfadado, y era peor porque no estaba enfadado con nadie más que con él. Se culpaba por la muerte de Tyson. Pero cuando levantó la vista y se encontró con mis ojos en una mirada terrible, retrocedí para acercarme a Annabeth. Me di cuenta de que él también estaba furioso conmigo. No pude mantener la mirada y aparté la vista hacia el océano.

No pensé que estaría tan triste por Tyson. Le había llamado monstruo, le había dado la espalda y había deseado a todos los dioses que se fuera. Me traía demasiados malos recuerdos, y esperaba que atacara a Annabeth y a Percy de la misma manera que el cíclope lo hizo conmigo, Luke, Thalia y Grover cuando era esa niña asustada de siete años.

Pero ahora que se había ido, todo lo que podía pensar era en cómo salvó a Percy. Cómo arriesgó su vida por nosotros contra la hidra. Y cómo no perdió tiempo en correr directamente al fuego, sólo porque su hermano mayor podía resultar herido. Empecé a echar de menos su único gran ojo y su sonrisa tonta y sus comentarios. Él era la sorprendente luz en la oscuridad que se manifestó entre nosotros después de la traición de Luke. Y ahora se había ido.

Las olas rompían contra el bote. Annabeth le enseñó a Percy algunas cosas que había logrado salvar del naufragio: el termo de Hermes (ahora vacío), una bolsa hermética llena de ambrosía, un par de camisas de marinero y una botella de Dr Pepper. También le enseñó su mochila, partida por la mitad por culpa de Escila. La mayor parte de sus cosas se habían perdido en el agua, pero aún tenía su bote de vitaminas que le había dado Hermes y su espada (que reaparecía en su bolsillo sin importar dónde la perdiera).

Navegamos durante horas. Ahora que estábamos en el Mar de los Monstruos, descubrí que no me sentía mareada, sobre todo porque estaba demasiado ocupada mirando el agua por miedo a que un calamar gigantesco emergiera y nos atacara. El aire era fresco y salado, pero tenía además un raro aroma metálico, el mismo que precede a las tormentas. No importaba hacia dónde girásemos, el sol brillaba en nuestros ojos. Recé para que fuera mi padre, intentando compensar nuestra admisible charla de anoche en mi sueño, pero tenía el presentimiento de que no era así. Me ayudó a salvar a Percy, y se lo debo, pero eso no cambia el hecho de que sólo se haya asegurado de que yo siga viva para que muera en el futuro.

Nos turnamos para dar sorbos al Dr. Pepper, sombreándonos con la vela lo mejor posible. Percy también nos contó su reciente sueño sobre Grover. Según las estimaciones de Annabeth y las mías, teníamos menos de veinticuatro horas para encontrarlo, suponiendo que el sueño de Percy fuera exacto y que Polifemo no cambiara de opinión e intentara casarse con Grover antes de tiempo.

—Sí —dijo Percy amargamente, lanzándome una mirada—. Nunca puedes fiarte de un cíclope.

—No me vengas con eso —le dije, frunciendo el ceño—. Mira, lo siento. Me equivoqué con Tyson... Nos equivocamos —añadí, lanzando una mirada hacia Annabeth—. Y... y me gustaría poder decírselo.

La mirada de Percy se suavizó y la apartó. Fruncí, jugando con mis dedos.

Otro pequeño silencio resonó entre nosotros antes de que Percy preguntara:

—Annabeth, ¿cuál es la profecía de Quirón?

Ella frunció los labios. Me miró alarmada.

—Percy, no...

Percy se dio cuenta de nuestro intercambio. Entrecerró los ojos hacia mí.

—Tú también la sabes. ¿Por qué la saben todos menos yo?

—No teníamos que saberla —le dije rápidamente—. Quirón prometió a los dioses que no se lo diría a nadie.

—Pero vosotras no lo habéis prometido, ¿verdad?

—No —Annabeth apretó los labios—. Saber no siempre es bueno.

—¡Tu madre es la diosa de la sabiduría!

—¡Ya lo sé! Pero cada vez que un héroe se entera de su futuro intenta cambiarlo, y nunca funciona.

—Los dioses están preocupados por algo que haré cuando crezca —aventuró Percy—. O sea, cuando cumpla los dieciséis. ¿Es eso?

Annabeth y yo compartimos otra mirada. Respiré profundamente y dije:

—Perc, no conocemos la profecía entera, pero sí sé que alerta a los dioses sobre un mestizo de los Tres Grandes... el próximo que viva hasta los dieciséis años.

—Ésa es la verdadera razón de que Zeus, Poseidón y Hades hicieran un pacto después de la Segunda Guerra Mundial y de que juraran no tener más hijos —continuó Annabeth—. El siguiente hijo de los Tres Grandes que llegue a cumplir los dieciséis se convertirá en un arma peligrosa.

—¿Por qué?

—Porque ese héroe decidirá el destino del Olimpo —suspiré—. Él o ella tomará una decisión y, con esa decisión, o bien salvará la Era de los Dioses o bien la destruirá.

Percy frunció, asimilando aquello un rato.

—Por eso Cronos no me mató el verano pasado.

—Tiene sentido —me encogí de hombros—. Podrías resultarle muy útil si consigue que te pongas de su lado.

—Pero si la profecía se refiere a mí...

—Sólo lo sabremos si sobrevives otros tres años —dijo Annabeth—. Lo cual puede llegar a ser mucho tiempo para un mestizo. Cuando Quirón oyó hablar por primera vez de Thalia, dio por supuesto que ella era la persona de la profecía. Por eso procuró tan desesperadamente que llegara a salvo al campamento. Luego ella cayó luchando y fue transformada en un pino, y ninguno de nosotros sabía ya qué pensar. Hasta que apareciste tú.

A nuestra izquierda, una aleta verde y erizada de púas, de unos cinco metros de largo, salió a la superficie y desapareció. Tragué con fuerza y miré hacia otro lado.

—El protagonista de la profecía... quiero decir, él o ella, ¿no podría ser como un cíclope, por ejemplo? —preguntó Percy—. Los Tres Grandes tienen un montón de monstruos entre sus hijos.

Annabeth meneó la cabeza.

—El Oráculo dijo «mestizo». Y eso siempre significa medio humano medio divino. Realmente no hay nadie vivo que pudiera serlo, salvo tú.

—Entonces ¿por qué los dioses me han dejado vivir siquiera? Sería más seguro matarme.

—Tienes razón —solté.

Me lanzó una mirada.

—Wow, muchas gracias.

—¿Qué? —me encogí de hombros—. No lo sabemos. Supongo que algunos dioses preferirían matarte, pero seguramente temen ofender a tu padre. Otros quizá te están observando aún y decidiendo lo que harás. También podrías salvarlos, ¿recuerdas? Todavía faltan tres años, pueden pasar muchas cosas durante ese tiempo.

—¿La profecía daba alguna pista?

Fui a decir algo más, pero algo me llamó la atención. Una gaviota bajó de la nada y se posó en nuestro improvisado mástil. Me asusté asustado cuando dejó caer un racimo de hojas en mi regazo.

—Tierra... —inspiré—. ¡Tiene que haber tierra cerca!

Percy se sentó y los tres miramos a lo lejos. Se veía una línea azul y marrón. Un minuto más tarde se divisaba una isla con una montañita en el centro, con un deslumbrante conjunto de edificios blancos, una playa salpicada de palmeras y un puerto que reunía un surtido bastante extraño de barcos.

Parecía un paraíso tropical.

*

¡BIENVENIDOS! —dijo una mujer que sostenía un sujetapapeles.

Percy, Annabeth y yo nos miramos. La mujer parecía una azafata: traje azul marino, maquillaje impecable y cabello recogido en una cola de caballo. Nos estrechó la mano en cuanto pisamos el muelle con la sonrisa más deslumbrante. Me hizo pensar que habíamos bajado del Princesa Andrómeda en lugar de un viejo bote salvavidas, pero no era el barco más extraño de su muelle. Además de una buena colección de yates de recreo, había un submarino de la marina norteamericana, muchas canoas de troncos y un antiguo barco de vela de tres mástiles. Había también una pista para helicópteros, con un aparato del Canal 5, y otra para aviones en la que se veía un jet ultramoderno junto a un avión de hélice que parecía un caza de la Segunda Guerra Mundial.

—¿Es la primera vez que nos visitan? —preguntó la mujer.

Intercambiamos miradas.

—Hummm... —dijo Annabeth.

—Primera... visita... al balneario —dijo la mujer mientras lo anotaba—. Veamos...

Nos miró de arriba abajo con aire crítico.

—Hummm... Para empezar, una mascarilla corporal de hierbas para las damas. Y desde luego un tratamiento completo para el caballero.

—¿Qué? —Percy pareció extrañado, pero ella estaba demasiado ocupada tomando notas para responder.

—¡Perfecto! —dijo con una animada sonrisa—. Estoy segura de que C.C. querrá hablar con ustedes personalmente antes del banquete hawaiano. Por aquí, por favor.

No estaba muy convencida. Percy, Annabeth y yo ya nos habíamos acostumbrado a que nos tendieran trampas, así que perdóname si no me fío de nadie, especialmente en un lugar que parece tan bonito. Pero, por otro lado, habíamos estado flotando alrededor del Mar de los Monstruos durante la mayor parte del día, y me alegraba volver a pisar tierra. Tenía calor, estaba cansada y tenía hambre. Y la idea de un spa... bueno...

—No perdemos nada —murmuró Annabeth.

Claro que sí, pero seguimos a la mujer de todos modos.

Era el lugar más hermoso que he visto, y eso que he estado en el Olimpo. Parecía salido de una animación de Disney, todo era tan blanco, prístino y puro. Había mármol blanco por todas partes. La ladera de la montaña se iba escalonando en amplias terrazas, con piscinas en cada nivel conectadas entre sí mediante toboganes, cascadas y pasadizos sumergidos que podías cruzar buceando. Las fuentes rociaban agua, adoptando formas imposibles. Fruncí el ceño al ver la cara de Percy mientras miraba la fuente. Estaba pálido.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté, y saltó—. Te veo pálido...

—Estoy bien —sabía que mentía, pero lo dejé pasar—. Es sólo... Sigamos andando.

Nos cruzamos con todo tipo de animales: tortugas durmiendo en un montón de toallas de playa, un leopardo estirado y dormido en el trampolín. Las huéspedes del complejo —hasta ahora sólo mujeres jóvenes— se sentaban en bonitas tumbonas, bebiendo batidos o leyendo revistas mientras se dejaban mimar con mascarillas y manicuras.

La hermosa voz de una mujer cantando bajaba por las escaleras, y me encontré gravitando hacia ella, subiendo lentamente la escalera de mármol con el corazón encogido. Su voz flotaba en el aire como una dulce y triste canción de cuna, que se entrelazaba en un idioma más antiguo que el griego antiguo —lengua minoica, quizás— sobre la luz de la luna en los olivos, de los colores del sol. Y la magia, siempre la magia.

Llegamos a una gran estancia cuya pared frontal era toda de cristal. Annabeth y yo nos quedamos boquiabiertas. La pared del fondo estaba cubierta de espejos, de modo que el lugar parecía extenderse hasta el infinito. Había una serie de muebles blancos de aspecto muy caro, y sobre una mesa situada en un rincón, una enorme jaula para mascotas. Parecía muy fuera de lugar, con un montón de cobayas corriendo, mirando a la mujer que cantaba.

Era probablemente la mujer más hermosa que he visto nunca, e inmediatamente, sentí celos de su sedoso y largo cabello y de sus suaves rasgos. Estaba sentada junto a un telar del tamaño de una pantalla de televisión gigante, tejiendo hilos de colores con destreza para crear un hermoso y brillante tapiz de una cascada tan real que podía ver el agua cayendo y las nubes por un cielo de tela.

Annabeth contuvo el aliento.

—Es precioso.

La mujer se volvió. Su pelo oscuro estaba trenzado con hilos de oro y sus penetrantes ojos verdes nos observaban con tanta curiosidad que me daban ganas de aplastar mi pelo. Un sedoso vestido negro envolvía su esbelto cuerpo, transformándose en sombras de animales en negro sobre negro, como ciervos corriendo por un bosque nocturno.

—¿Te gusta tejer, querida? —le preguntó a Annabeth, y sus ojos grises brillaron.

—¡Sí, señora! Mi madre es...

Se detuvo en seco. Hice una mueca, casi le dice que su madre era Atenea y eso no habría terminado bien.

La mujer se limitó a sonreír.

—Tienes buen gusto, querida. Me alegra mucho que estés aquí. Me llamo C.C.

Las cobayas del rincón empezaron a chillar. Nos presentamos a C.C. Cuando le tendí la mano para estrecharla, me miró con gran asombro y una mirada artística, como si yo fuera un tapiz que estaba tejiendo. Sus dedos recorrieron la palma de mi mano, y sus uñas me produjeron un escalofrío en el brazo.

—Tienes una piel tan suave, querida. Y un pelo largo y dorado muy bonito.

Me ruboricé profundamente y sonreí para mis adentros. No sé por qué, pero el hecho de que esta mujer me hiciera un cumplido me animaba y, por alguna razón, era importante; como si significara algo para el universo que ella pensara que tenía una piel suave y un pelo bonito.

La penetrante mirada verde de C.C. se encontró con la de Percy, y su amable sonrisa se desvaneció. Su vista se estrechó mientras lo observaba de arriba a abajo con una pizca de desaprobación.

—Ah, querido —suspiró—. Tú sí necesitas mi ayuda.

—¿Señora?

C.C. llamó a la mujer con traje de azafata.

—Hylla, hazles un tour completo a Annabeth y a Claire, ¿quieres? Muéstrales todos los servicios disponibles. Habrá que cambiarles la ropa —fruncí, mirando mi camiseta rosa de corazones, mis shorts y zapatillas. Solía ser mi camiseta favorita, pero ahora estaba embarrada y rota y pensé, —. Y el pelo de Annabeth, cielos. Solicitaremos una consulta exhaustiva de imagen en cuanto haya hablado con este caballero.

—Pero... —Annabeth pareció dolida—. ¿Qué pasa con mi pelo?

C.C. sonrió con benevolencia.

—Eres encantadora, querida. ¡De veras! Pero no estás sacando partido de ti misma ni de tus encantos. En absoluto. ¡Semejante potencial desperdiciado!

—¿Desperdiciado?

C.C. me cogió de la mano y su sonrisa se iluminó.

—Serás la chica más guapa de mi salón. Hylla, lleva a Claire a que le hagan un tratamiento facial completo, y tal vez le que den un pequeño corte de pelo... hay que quitarle todas esas puntas muertas y estará maravillosa. Hay que acentuar esos hoyuelos.

Me dio un golpecito en las mejillas y me encontré resplandeciente. Me volví hacia Annabeth, sonriendo para verla fruncir el ceño, y mi sonrisa se desvaneció.

—Querida —me volví hacia C.C—, ¿hay algo que desees cambiar?

—¿Cambiar? —ladeé la cabeza.

—¡Seguro que no eres feliz tal y como estás! Cielos, no hay una sola persona que lo sea. Pero no te preocupes. Podemos probar a cualquiera aquí en el balneario.

Arrugué el ceño, pensando. Mis pensamientos se dirigieron inmediatamente a mi nariz y mis dedos fueron hacia la protuberancia en medio del puente.

—No soy gran fan de mi nariz...

—¡Nos ocuparemos de ello enseguida! —dijo C.C—. Hylla te mostrará lo que quiero decir. Vosotras, queridas, necesitáis desbloquear vuestro verdadero yo.

Los ojos de Annabeth brillaban con anhelo, y tuve la sensación de que si miraba desde fuera, los míos también lo harían.

—Pero... ¿y Percy? —eché una mirada hacia Percy, casi había olvidado que estaba allí.

—Claro —dijo C.C, lanzándole una triste mirada—. A Percy tengo que atenderlo personalmente. El requiere más trabajo.

Las cobayas chillaban como si estuviesen hambrientas.

—Bueno... —Annabeth y yo nos miramos—. Supongo...

—¡Por aquí, queridas! —dijo Hylla, y Annabeth y yo nos dejamos llevar hasta los jardines del balneario, llenos de cascadas.

Annabeth y yo nos separamos casi al instante. Literalmente. A ella la llevaron a la izquierda con Hylla, mientras que a mí me llevó a la derecha otra mujer, que empezó a ocuparse de mis cejas y de las puntas cortadas de mi pelo largo sin arreglar. Nunca me habían tratado tan bien. Me llevaron a una habitación donde me dieron un buen batido de fresa y galletas, excepto que no eran galletas ricas, sino saludables (lo que supuso un inmediato no, gracias). Luego me cubrieron la cara con una pasta rara y me hicieron tumbarme al sol un rato. Creo que me quedé dormida, porque cuando me desperté, me habían quitado el batido, la pasta y me dolía.

No sé nada de belleza. Soy mestiza. No me dedico a ello. Silena solía ofrecerme peinarme y maquillarme, pero siempre respondía que no. No lo encuentro necesario cuando paso el tiempo entrenando y sudando. Así que no tengo ni idea de lo que me ponen en la cara, pero gran parte de ello salió de botellas comprimidas.

Procuré no pensar en Percy mientras me llevaban de un lado a otro y me arrancaban el pelo de las piernas y las axilas. No sé por qué me preocupaba, pero la mirada que le había echado C.C. era un poco inquietante, y ¿por qué había cobayas en una jaula? En un lugar lleno de animales salvajes domesticados que se paseaban por donde querían, parecía un poco raro. Al final, salió de mi mente, y todo lo que pude enfocar fue el dulce canto de las chicas que trabajaban en mi apariencia.

Terminaron antes de que me diera cuenta de que habían hecho algo. El atardecer se veía cuando finalmente terminaron de tejer hojas de oro en mi cabello. Ni siquiera me había dado cuenta de que el tiempo había pasado, estaba tan concentrada en ser cuidada que me había olvidado por completo de Annabeth, Percy, Tyson y Luke... de hecho, me gustaba no tener que pensar en todo eso...

Las mujeres me llevaron a un espejo y no pude reconocerme.

Cuando era más pequeña siempre me decían que me parecía mucho a mi madre (lo cual no era algo que me gustara especialmente, teniendo en cuenta lo que hacía...) pero aquí, en cambio, parecía realmente la hija de Apolo. Mi piel parecía brillar en un tono dorado, vibrando con un bonito bronceado que no me había dado cuenta de que tenía después de lo que parecían años en el mar. Mi cara parecía diferente, era diferente. Y entonces me di cuenta de que estaba maquillada: oro brillante, sombra de ojos chispeante y labios carnosos de fresa. Mis mejillas estaban mucho más sonrosadas de lo normal y mi cara parecía más delgada... (¿cómo lo hacen?)

Pensé que nunca me vería bien de blanco, pero esto me demostró que estaba equivocada. El vestido griego, parecido a un quitón, que me llegaba hasta los tobillos, era lo más bonito que había visto nunca. Y era extremadamente suave.

El pelo me caía por la espalda en suaves ondas, con pequeños hilos dorados trenzados entre las hebras rubias y la corona de hojas doradas... Parecía una especie de diosa...

Me gustaba, pero no me parecía bien. Sin embargo, no pude evitar sonrojarme al ver mi reflejo.

—¿Esa soy yo?

—Sí —se rió una de las mujeres—. Vamos, debemos llevarte con C.C.

—Sí... —dije distraídamente, dejándome llevar.

*

CUANDO REGRESÉ, algo iba mal.

Percy no estaba. E inmediatamente, después de todo lo que habíamos pasado, Annabeth y yo nos pusimos en alerta máxima. Ella había llegado primero, entrando con un "¿señora C.C.?" y la mujer saltó de donde estaba junto a la jaula, dejando caer una cobaya.

En cuanto supe que Percy no estaba allí, pasé por delante de Annabeth y frunció a C.C.

—¿Dónde está Percy?

Una de las cobayas chilló como loca. Miré, frunciendo el ceño. Pensé... dioses no, esas ideas son estúpidas, incluso para mí.

—Le están aplicando uno de nuestros tratamientos, queridas —C.C. sonrió—. No os preocupéis. ¡Estáis preciosa! ¿Qué os ha parecido el tour?

Los ojos de Annabeth se iluminaron.

—¡Su biblioteca es impresionante!

—Y el teatro... —contuve el aliento, sonriendo—. ¡Tiene un teatro!

—Sí, desde luego. Todo el conocimiento de los tres últimos milenios y el teatro más antiguo de la Antigua Grecia. Cualquier cosa que queráis estudiar, o cualquier cosa que deseéis ser, queridas.

—¿Arquitecta?

—¿Cantante?

Annabeth y yo hablamos a la par, y nos dimos una mirada.

—¡Puaggg! —exclamó C.C—. Vosotras, queridas, tenéis madera de hechiceras, como yo.

Eso hizo que mis manos se crisparan. Annabeth y yo dimos un paso atrás.

—¿Hechiceras? —mi voz era vacilante mientras trataba de pensar. Algo iba mal...

—Sí, queridas —C. C. alzó la mano. Una llama surgió de su palma y bailó por la punta de sus dedos—. Mi madre es Hécate, la diosa de la magia. Reconozco a una hija de Atenea y a una hija de Apolo en cuanto las veo. Vosotras y yo no somos tan diferentes; las tres buscamos el conocimiento, las tres admiramos la grandeza y ninguna necesita permanecer a la sombra de los hombres.

—No... no acabo de comprender.

Una vez más, aquella cobaya chilló.

—Quedaos conmigo —nos dijo C.C—. Estudiad conmigo. Podéis uniros a nuestro equipo, convertiros en hechiceras, aprender a dominar la voluntad de los demás. ¡Os volveréis inmortales!

—Pero...

—Sois demasiado inteligentes, querida. Demasiado para confiar en ese estúpido campamento para héroes. Decidme, ¿cuántas grandes heroínas mestizas seríais capaz de enumerar?

—Uh... Amelia Earhart, Atalanta...

—¡Bah! Son los hombres los que se llevan siempre toda la gloria —C.C. no escuchó lo que dijo. Apretó el puño y extinguió la llama—. El único camino que les queda a las mujeres para adquirir poder es la hechicería. ¡Medea y Calipso son ahora muy poderosas! Y yo, desde luego. La más grande de todas.

Me golpeó como una pila de ladrillos. Me alejé de ella, agarrando la mano de Annabeth y arrastrándola conmigo. Esta mujer... hechicera... C.C... Su nombre real era Circe, la infame hechicera. Circe se rió, y yo agarré la mano de Annabeth con más fuerza.

—No temáis. No voy a haceros ningún daño.

—¿Qué le ha hecho a Percy? —pregunté.

La cobaya volvió a chillar, y me di cuenta incluso antes de que Circe dijera:

—Sólo ayudarlo a encontrar su auténtica forma.

¡Percy era una de las cobayas! Ella lo había convertido en uno, por eso no había hombres en este lugar. ¡Por eso los animalillos estaban enjaulados! Annabeth pareció darse cuenta también. Sus ojos se abrieron de par en par.

—¡Olvidadlo! —dijo Circe—. Uníos a mí y aprended los caminos de la hechicería.

—Pero... —la voz de Annabeth se atascó en su garganta. Me miró y supe que tenía una idea. Le hice un sutil gesto con la cabeza, haciéndole saber que fuera lo que fuera, yo estaba con ella. Confiaba en ella.

—Vuestro amigo estará bien atendido —comenzó Circe—. Será enviado a tierra firme, a un nuevo hogar maravilloso. Los niños del jardín de infancia lo adorarán. Y vosotras, entretanto, os haréis más sabias y más poderosas, tendréis todo lo que siempre habéis deseado.

Annabeth y yo mantuvimos la mirada antes de que ella apretara la mandíbula, una rápida muestra de estar preparada.

—Déjanos pensarlo —murmuró—. Sólo un minuto... a solas. Para despedirnos.

—Claro que sí, queridas —susurró Circe—. Un minuto. Ah, y para que dispongais de completa intimidad... —hizo un ademán con la mano y descendieron unas barras de hierro sobre las ventanas. Luego se deslizó fuera y cerró la puerta con llave.

Inmediatamente, Annabeth corrió hacia la jaula, arrastrándome con ella.

—Bueno, ¿cuál eres?

Esperaba que alguna chillara y tuviéramos una respuesta fácil, pero todas chillaron con desesperación, arañando los barrotes de la jaula de forma que Annabeth y yo no pudimos saber cuál era Percy. Annabeth dejó escapar un suspiro de frustración. Mientras seguía mirando a las cobayas, esperando que hubiera algún rasgo definitorio, pero todas eran muy genéricas. Annabeth pasó por delante de mí y se acercó a la cortina. Hurgó bajo ellas y cogió un par de vaqueros. Los de Percy.

Metió la mano en su bolsillo trasero y sacó el envase de vitaminas. Annabeth forcejeó con el tapón, pero en cuanto lo sacó, cogió una vitamina al azar y me la lanzó. La cogí y me dijo que me diera prisa. Se metió en la boca una de limón y yo sólo tuve tiempo de tragarme la mía cuando se abrió la puerta.

—Bueno —Circe suspiró—, ¡qué rápido pasa un minuto! ¿Cuál es tu respuesta, querida?

Me encontré con la mirada de Annabeth, y sus ojos me dijeron, ahora.

Casi al instante, Annabeth y yo sacamos cada una nuestras dagas. Siempre guardaba la daga que me dio mi padre por si había peleas de cerca para las que no podía usar el arco, y este era el momento perfecto para ello.

—¡Ésta! —dijo Annabeth.

Circe dio un paso atrás, pero su sorpresa no duró mucho. Pronto, una risa seca salió de su garganta.

—¿De veras? ¿Cuchillos contra toda mi magia? ¿Os parece sensato?

La hechicera miró a sus asistentes, que sonrieron. Levantaron las manos, como si se prepararan para lanzar un hechizo.

—¿Cuál será vuestra forma adecuada? —Circe reflexionó—. Una cosa pequeña y malhumorada... ¡Ya sé, unas musarañas!

Las llamas azules nublaron mi visión y levanté la mano, esperando que el mundo a mi alrededor se hiciera más pequeño y que viviera el resto de mi vida como una musaraña... pero no pasó nada. Con los ojos muy abiertos, vi cómo Annabeth saltaba hacia delante, clavando su cuchillo bajo la garganta de Circe.

—¿Y por qué no convertirme en una pantera? ¡Una que te ponga las zarpas en el cuello!

—¡¿Cómo demonios...?!

Annabeth levantó el frasco de multivitaminas para que Circe lo viera, y entonces me di cuenta. Ella también. Dejó escapar una burla en señal de frustración.

—¡Maldito sea Hermes y sus vitaminas! ¡No son más que una moda pasajera! ¡No aportan ningún beneficio!

—¡Devuélvele a Percy su forma humana! —exigió Annabeth.

—¡No puedo!

—Tú lo has querido.

Las ayudantes de Circe dieron un paso adelante, igual que yo. Pero Circe gritó.

—¡Atrás! ¡Son inmunes a la magia mientras dure el efecto de esa maldita vitamina!

Annabeth arrastró a Circe hasta la jaula, y yo la seguí, cogiendo las vitaminas que Annabeth me tendía. Las destapé y las vertí en la jaula.

—¡No!

Las cobayas se apresuraron a tomar las vitaminas. Nos apartamos, observando cómo empezaban a crecer y a desdibujarse. El que había llegado a ser el primero en masticar crecía a gran velocidad cuando... ¡bang! La jaula explotó y Percy cayó al suelo —totalmente vestido, gracias a los dioses— y nos miró con unos amplios ojos verde mar que le hacían parecer graciosamente un conejillo.

Otros seis tipos les siguieron, todos con aspecto desorientado, parpadeando y sacudiendo las virutas de madera de sus cabellos.

—¡No! —gritó Circe—. ¡Tú no lo entiendes! ¡Éstos son los peores!

Uno de los hombres se levantó. Su cara estaba prácticamente cubierta por una larga barba negra y enmarañada con dientes del mismo color. Vestido con lana y cuero, soltó un grito de descontento.

—¡Argggg! ¿Qué me ha hecho esta bruja?

—¡No! —gimió Circe.

Annabeth ahogó un grito.

—¡Te conozco! ¿No eres Edward Teach, el hijo de Ares?

—Sí, muchacha —gruño él—. ¡Aunque todos me llaman Barbanegra! Y ésa es la hechicera que nos capturó —se volvió hacia sus hombres, que vestían prácticamente casi igual—. Vamos a cortarla en pedazos y luego me zamparé una buena ensalada de apio. ¡Argggg!

Circe gritó, y ella y sus asistentes salieron corriendo de la estancia con el grupo de piratas que las perseguía. Casi me sentí mal, pero luego recordé lo que le hizo a Percy, y todo desapareció.

Hablando de Percy...

Enfundé el cuchillo de mi padre y me volteé para mirar a sesos de alga. Percy se levantó, con un aspecto muy asustado bajo mi mirada, como si hubiera hecho algo malo. Claro que sería él el que se convertiría en cobaya, era algo que le pasaría a él y a nadie más.

—Gracias... —dijo con voz temblorosa—. Uh, lo siento mucho...

Lo hice callar abrazándolo. A diferencia de nuestro último abrazo en el bote salvavidas, Percy se tensó, sin saber qué hacer. No me importó, sólo me alegré de que estuviera de vuelta. Cuando me separé, le di un puñetazo en el hombro.

—¡Ow! —soltó, sujetándose el hombro y mirándome como si le hubiera traicionado.

—Eso por convertirte en una cobaya.

—¡No es que hubiera tenido elección!

Volví a abrazarlo, superando mi frustración y mi miedo. Acabábamos de perder a Tyson, y tenía miedo de haberlo perdido a él también.

—Me alegro de que no seas una cobaya, sesos de alga —le dije, sintiendo bastante calor.

—Um... yo también.

Me di cuenta de que Annabeth estaba sonriendo para sí misma, pero opté por ignorarlo, apartándome y diciendo:

—Vamos, Niño Acuático, salgamos de aquí.

*

¡Hola! Espero que los comentarios ya funcionen. Quería agradecer que haya casi 30K leídas, significa mucho el apoyo que le dais a esta traducción. Os amo muchísimo por ello <3<3

Por cierto, ¿os gusta Marvel? Porque estoy escribiendo una historia con una amiga que se llama LADY OF THE FLIES y comienza a partir de Civil War. Me gustaría que le dierais una oportunidad porque hace años que no escribo algo propio del MCU 😳👉👈

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