Capítulo 9 | La muñeca de porcelana

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Capítulo 9 | La muñeca de porcelana.

•••

CHAD

Al terminar de ayudar a mamá con el almuerzo, me dispuse a salir cautelosamente de la casa para ir al galpón y hablar con Sam. Sin embargo, no todo sería tan fácil.

La voz seria de mamá me detuvo:

—¿A dónde vas, Chad? —Me cuestionó.

Me giré un poco y la vi de brazos cruzados y ceño fruncido. Era probable que supiera mis intenciones y no le gustaran nada.

Le sonreí con inocencia.

—A tomar aire fresco.

—A mí no me engañas, Clayton—Protestó—. No quiero que hables con Sam sobre nada de lo que esté pasando en esta casa; y con eso me refiero a los sucesos que pasaron hace poco.

Oh, claro. Ella no sabe lo que sucedió anoche.

—¿Pero por qué? —Protesté frunciendo el ceño.

Mamá caminó hasta mí.

—No me gusta que te relaciones con personas de este lugar, Chad. Son... un poco raras. Y no quiero que te metan ideas locas a la cabeza.

—¿Raras? —Cuestioné, molesto—. Raro es lo que está sucediendo en esta maldita casa. Y sin embargo aún nos tienes aquí.

Mamá me miró con sorpresa y dejó caer sus brazos a un lado. Su expresión se suavizó un poco.

—Hijo, creeme que si tuviera otro lugar a donde llevarlos no estaríamos aquí —Explicó—. Además ya no suceden esas cosas raras. Todo estará bien.

«Sí, claro»

Solté un suspiro y rasqué mi nuca, pensando en lo que diría.

—Mamá, hay algunas cosas que tengo que decirte —Admití mirándola con seriedad.

—Dímelas entonces.

—Mira, he notado que Georgie...

—¡Mamá, mamá! —Interrumpió la voz agitada de mi hermano, quién bajaba por las escaleras apresurado.

—¿Qué sucede Georgie? —Preguntó mamá alarmada.

—!Hay un insecto muy grande en mi cama! ¡Ven a sacarlo!

Evité rodar los ojos.

Mamá soltó un bufido y me miró.

—Luego hablamos—Setenció y se fue junto a mi hermano. Antes de darme vuelta y seguir con mi camino noté como Georgie me observó de una forma rara; en sus labios formándose una sonrisa triunfante.

Me extrañé, pero no le di importancia ya que ahora podría ir a hablar con Sam mientras mamá estaba distraída. Por lo mismo que emprendí camino hacia afuera y lo encontré en el galpón, cambiando algunas tuberías. Estaba de espaldas, así que no se percató de mí al llegar.

—¿Qué sabes del fantasma que hay aquí? —Demandé saber con notable seriedad en mi voz.

Sus hombros se tensaron y se giró para verme, sorprendido y nervioso.

—¿F-Fantasma, dices?

—Sí, Sam. Un fanstama. El mismo fantasma que vive en esta casa, en el ático para ser más específicos.

Sam miró rápidamente hacia arriba, como con miedo de ver algún ser raro que le saltase encima. Luego me observó con terror.

—Oh, no muchacho—Negó sacudiendo las manos—. Yo de fantasmas no sé. Solo lo que te conté.

Hice una mueca.

—¿En serio no sabes nada más de mis bisabuelos? — Indagué.

Sam pareció pensarlo.

—No lo sé, muchacho. Si los Jenkins eran tus abuelos entonces no quiero hablar mal de ell...

—No me importa —Interrumpí, suponiendo que mamá la había comentado el hecho de que ellos habían sido mis bisabuelos—. Solo quiero saber porqué hay un maldito fantasma en el ático y porqué busca ayuda.

Los ojos de él me observaron como si frente suyo estuviera un loco.

Rodé los ojos y le resté importancia a mis palabras, incitándolo a comenzar a hablar.

—Verás, Chad—Rascó su nuca y volvió a su trabajo mientras hablaba—. Cuando tus bisabuelos estaban vivos, hacían muchas cosas raras que incluía magia. Pero no precisamente de la blanca, sabes?

Lo escuché atento.

—Ellos no eran de esas personas que les gustaba llevarse bien con sus vecinos o algún otro ser humano en realidad—hizo una mueca mientras arreglaba algunas tuberías con un destornillador —. Así que cuando iban al pueblo a comprar comida o algo que necesitaran, trataban mal a todo el mundo. Y a veces solían decir que algún día tirarían sobre el pueblo alguna maldición.

—¿Tan odiosos eran? —ladeé la cabeza, sorprendido.

Sam parecía batallar contra un tubo.

—Ni... te imaginas, hijo—soltó un suspiro de alivio cuando sacó uno de los caños rotos, para reemplazarlo con otro nuevo—. Una vez mi padre casi atropelló al señor Jenkis sin querer, y el muy desgraciado rompió el vidrio de su camioneta con un ladrillo.

—Entiendo—murmuré, pensativo. Por más que Sam pudiera sacarme algunas dudas, eso no explicaba el hecho de que en la casa no había ni una sola foto de ellos. Es más, nada que perteneciera a mis bisabuelos. Lo que me hacía pensar en que podrían estar aquí, en este viejo galpón.
Era probable que los muebles cubiertos de sábanas que se encontraban aquí, perteneciera aquí.

Y entonces, después de observar a mi alrededor con detenimiento, recordé la muñeca.

—Dime, ¿qué sabes de la muñeca de porcelana? —pregunté a la vez que me alejaba de él para ir a buscar dicho juguete.

—No me digas que tenían una muñeca estilo Anabelle también —dijo en un tono burlón, pero nervioso.

—No realmente—negué—. Pero...—seguí buscando por todos lados. Y cuando creí que la bendita muñeca había desaparecido, la encontré en una esquina. Devuelta cubierta por una manta rosa vieja, cuando recuerdo perfectamente que no la había tapado de nuevo.

Pero, ¿por qué no me sorprendía. Pensé con sarcasmo.

—Aquí está —la tomé en manos mostrándole la muñeca a Sam. Él dejó de hacer lo que hacía para observar a la muñeca, extrañado. Por su mirada supe que no sabía nada. Aún cuando se acercó para observarla con más detalle, negó con la cabeza.

—Lo siento, muchacho. Pero parece una muñeca común y corriente —dijo con honestidad. —. Además debes tener en cuenta que cuando tus bisabuelos vivían, yo aún no nacía. Solo me guío por lo que me contaba mi padre, y algunas fuentes de este pueblucho.

Le di la vuelta a la muñeca y fue mi turno de observarla, receloso. Tal vez solo se trataba de una simple muñeca.

—Tal vez solo estoy paranoico por las cosas que han pasado últimamente—dije con una sonrisa sin gracia, para después soltar un suspiro lleno de frustración.

Al ver mi desánimo, Sam fue a hacer de nuevo su trabajo y después dijo:

—Sí te sirve de algo, muchacho —luego bajó el tono de voz, confidencial —, y no digas que yo te lo dije, pero dicen por ahí que cuando tus bisabuelos estaban vivos, secuestraron a una chica.

Sentí como mi respiración se cortó de pronto y todo mi cuerpo se heló.

—¿C-Como d-dice? —tartamudeé con sorpresa. ¿Tan lejos llegaron?

—Bueno, eso es lo que dicen en el pueblo—se encogió de hombros—. Pasó hace años, por supuesto. No sé hace cuánto exactamente. Pero dicen que un grupo de adolescentes que les gustaba hacer tonterías, se metieron en la casa de los Jenkis cuando ellos estaban en el pueblo en una de esas salidas que rara vez hacían.

»En ese grupo habían dos chicas, y tres chicos si no mal recuerdo. O menos o más tal vez. Nadie lo sabe. Pero lo que dicen, es que cuando entraron a la casa de los brujos, los adolescentes salieron traumados. Pero hay una chica que jamás salió y nadie sabe qué pasó con ella.

—¿La policía no investigó? —indagué, sintiendo la curiosidad comerme de pies a cabeza.

Sam se encogió de hombros.

—Tal vez. La verdad yo no sé mucho, y mi padre tampoco. —respondió, y cuando terminó de hacer su trabajo comenzó a guardar sus herramientas en el maletín —. Lo que te puedo asegurar, es que tus bisabuelos se convirtieron en una leyenda aquí. Más que nada por esta casa que está embrujada.

—Lo sé —jugué con la muñeca en mis manos sin interés alguno. Estaba distraído. Ahora tenía muchísimo en que pensar.

—Bueno, muchacho—soltó un suspiro cansino—. Ahora tienen agua. Coloqué nuevas tuberías así que el agua saldrá limpia. Y también arreglé las tuberías del gas natural. Aunque es posible que no ande muy bien ya que aún debo ver las casillas, pero eso deberá ser mañana ya que me comprometí con otras personas también.

—No hay problema, Sam—sonreí levemente —. Gracias por tu ayuda. Le diré a mamá que vendrás mañana.

—Perfecto, hijo. Mañana a las dos de la tarde estaré aquí—tomó su maletín y comenzó a caminar hasta la salida del galpón—. Cuídate hasta entonces.

—Usted igual—me despedí con amabilidad. Miré a la muñeca una vez más antes de dejarla sobre su sillita y taparla con la manta rosa. La observé unos minutos hasta que decidí irme de allí. 

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