22. De una triste belleza

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El sol se colaba a través de las hojas para parchear la verde y mullida hierba que ocupaban, pero Sylvain se mantenía a la sombra de un viejo y frondoso manzano. La fresca brisa del Mediterráneo acariciaba sus cabellos con suavidad, y el aroma a mar despejó por unos momentos sus fosas nasales.

Habían decidido dejar pasar unos cuantos días para que la hinchazón de su nariz desapareciese, y ya apenas había rastro del mismo. Había tenido la inmensa suerte de conservar tan sólo un pequeño cardenal morado a un lado de la nariz, pero Darrell le había segurado que no lo incluiría en su retrato.

En la campiña más cercana a la propiedad de Ludovic, a apenas cinco minutos de paseo, Sylvain descansaba sentado sobre una silla de madera. También aprovechando la sombra del manzano, tanto su madre como Savary habían decidido acompañarles aquella tarde, y charlaban animadamente con el pintor.

Darrell había traído consigo un caballete portátil y los materiales que necesitaba para comenzar el boceto. De un humor tan bueno como el día que hacía, el inglés les había asegurado que no era ninguna molestia desplazarse hasta allí cada tarde. Sylvain se sonreía, pues el propio Darrell estaba tan ilusionado con el retrato que apenas se parecía al hombre tan tosco de la taberna.

—Ahora mismo no me interesa demasiado la luz, por lo que ahí estáis bien —le dijo a Sylvain, sentándose tras el lienzo mientras buscaba un carboncillo—. Mirad aquí arriba —señaló la pieza central del caballete que sobresalía tras el lienzo—. Si os cansáis después de un rato decídmelo.

Sylvain obedeció en silencio, relajando su rostro y su postura mientras observaba el punto que le había pedido, procurando no moverse mucho.

—Hacía tiempo que debería haberle pedido a alguien que nos hiciese unos cuantos retratos, ¿sabéis? —dijo Anne-Marie mientras se abanicaba con tranquilidad.

—No creo que debáis distraerle —intervino Savary, frunciendo el ceño—. Acaba de empezar ahora mismo.

—No se preocupen. Agradecería mucho que me dieran conversación. No conviene que esto sea tan aburrido.

Sylvain sonrió al escucharles, complacido. Aún no sabía de lo que habían hablado exactamente Savary y su madre hacía más de un mes, pero no podía estar más agradecido al ver que habían vuelto a dirigirse la palabra. Se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba que la paz y la armonía reinase dentro de su familia, pues conseguía reflejarlas en su estado de ánimo.

—En ese caso, permitidme que os pregunte, mi señor. ¿Qué hace un inglés que habla francés en tierras italianas? —preguntó Anne-Marie sin rodeos. Tal vez no hubiera sido tan buena idea dejar que viniera, pensó Sylvain. No quería que acabara incomodándolo con demasiadas preguntas.

—Es una larga historia, pero digamos que estudié francés durante mi infancia y me trasladé aquí por cuestiones académicas —respondió Darrell con templanza, y Sylvain pensó que podría quedarse dormido oyendo su relajante acento.

Su madre se quedó en silencio, esperando probablemente que le dijese algo más.

—Sois un hombre de concisas palabras, por lo que veo —dijo, ligeramente decepcionada.

—No se me suelen dar bien.

—Lo que creo que ocurre es que lo habéis agobiado, Anne-Marie —intervino Savary, intercambiando una divertida mirada con su alumno.

Darrell pareció no entender el sarcasmo que acababa de utilizar, y lo miró entrecerrando ligeramente los ojos. No obstante, pronto relajó el gesto y continuó con su tarea, observando el rostro de Sylvain con atención.

—Tonterías, Alain. ¿Os he agobiado con mi pregunta, señor?

—En absoluto, madame.

—¿Y cómo es que un caballero de vuestra estampa no ha conocido esposa? Porque, ¿cuántos años tenéis?

—¡Madre! —murmuró Sylvain, apurado.

Tras oír su queja, Darrell le dedicó una breve sonrisa, aparentemente sumido en su tarea.

—Hijo mío, nos ha pedido conversación, así que se la estoy ofreciendo. Además, me gustaría conocer al hombre que tantas tardes va a pasar por aquí retratándote.

—Precisamente porque va a pasar mucho tiempo aquí, tal vez querriaís esperar a que esas preguntas surjan con naturalidad —suspiró Sylvain, muriéndose de la vergüenza.

Savary se dedicó a contemplar la escena como si estuviese a punto de echarse a reír, y Sylvain deseó que interviniera en su ayuda.

—Veo que se apuran por una nimiedad —respondió Darrell, divertido.

—Decídselo a mi hijo, señor. Pareciera que le hubiese escandalizado.

—Estáis desconcentrando al modelo, Anne-Marie —dijo Savary, reclinándose en su asiento mientras miraba hacia arriba y cerraba los ojos.

—En efecto. Volved a mirar aquí, por favor.

Sylvain obedeció, sintiendo que el rubor no se le iría de las mejillas hasta que su madre desapareciese de la escena. ¿Por qué sentía que lo ponía en ridículo?

—Entonces, ¿cuántos años tenéis? —volvió a oír a la señora Lemierre, aparentemente tranquila.

—¿Cuántos me ponéis?

—No digáis ninguna barbaridad, querida. Los números no son lo vuestro —murmuró Savary, arrastrando las letras.

—¿Barbaridad? Oh, no. A juzgar por vuestro aspecto diría que... No estoy segura, sois difícil de clasificar, pero apuesto por treinta y seis.

—Os excedéis ligeramente —respondió Darrell, algo más animado.

—En ese caso, ¿veinticinco?

—Ha dicho ligeramente, querida. Ligeramente.

—Oh, cerrad la boca Savary. Vos sí que me estáis desconcentrando.

Por primera vez, Sylvain oyó una risa que nunca antes había conocido ni esperaba conocer. Era liviana, más que su voz, pero de algún modo melódica. No pudo evitar pensar que la risa de aquel hombre era bonita, y pensó que Taggart volvía a tener razón con cierto pesar, mas Sylvain volvió en sí.

—Son más de veinticinco. ¿Tal vez monsieur Savary quiera probar suertes?

—Por supuesto. Yo digo treinta y uno.

Sylvain no creyó que acertase, pero la sorpresa en el rostro del pintor tras su lienzo lo hizo palidecer.

—Bueno, se acabó el misterio. Habéis acertado.

¿Tan mayor? No lo era en exceso, pero algo lo alertó. Él estaba a punto de cumplir la veintena en el próximo mes y tenía la esperanza de conservarse un poco mejor para entonces. Cerrando los ojos por unos momentos, se preguntó por qué esperaba oír otra cosa. Debió de cavilar demasiado tiempo, pues Darrell volvió a pedirle que alzase la cabeza.

—¿Y cómo es posible que aún disfrutéis de la soltería? —insistió Anne-Marie, cerrando su abanico con visible interés.

Esta vez Darrell no respondió. Frunció el ceño ligeramente, y Sylvain vio que había dejado de mover su mano sobre el lienzo.

—No he encontrado a la persona adecuada —respondió con sequedad, reanudando su tarea después de pensárselo.

—Me sorprende. Me faltarían dedos en mis manos para contar a todas las buenas damas que vi pendientes de vos en el baile —suspiró Anne-Marie, y Sylvain se preguntó si acababa de delatarse.

—Eso he oído.

—¿Y vuestra hermana? ¿Se encuentra bien? —inquirió Savary.

—De maravilla. Me comentó que algún día vendría de visita por cortesía —asintió Maystone tranquilamente.

—Eso es bueno saberlo. Que sepa que, si viene, será invitada a una buena ronda de pasteles de crema.

—Nada le haría más feliz.

Viendo que no respondía nada más, Sylvain hizo un gran esfuerzo por mantener la compostura. Oyó el abanico de su madre abriéndose de nuevo, y supo que no estaba satisfecha con aquella información. Por el rabillo del ojo vio cómo Savary se ponía en pie con dificultad, y respiró aliviado.

—Bueno, creo que ya va siendo hora de darme mi paseo diario. Estoy seguro de que el señor Maystone agradecerá un poco de paz para concentrarse en su trabajo —dijo Savary, aproximándose a él para contemplar el lienzo—. Vaya, sí que empieza a cobrar forma.

El pintor sonrió para sí, y Sylvain supo que no le rechazaría el cumplido.

—Aún me queda bastante por bocetar —respondió sin mirarle—. Una buena base asegura un buen acabado.

—No podría estar más de acuerdo. ¿Puedo preguntar de quién heredásteis esa habilidad?

—Del mejor mentor que alguna vez habría soñado con tener —su voz pareció animarse un poco—. Era de Florencia. Creo que con eso os podéis hacer una idea.

—Creo que ahora entiendo por qué vinisteis aquí, en efecto —sonrió Savary, dándole unas palmaditas en el hombro—. Pero no os entretengo más. Dejaré que vertáis vuestro genio en vuestra obra. Anne-Marie, ¿querríais acompañarme en mi paseo?

La señora Lemierre no respondió  enseguida, y a juzgar por la lentitud con la que volvió a cerrar su abanico, Sylvain intuyó que no podría negarse aunque quisiera. Temió que tuvieran que hablar de algo seriamente, pero que él supiera ya no tenía nada que ver con él. Agradeció profundamente que no hubiesen vuelto a sacar ciertos temas delante de él, por lo que se permitió relajarse.

—Será un placer —dijo finalmente Anne-Marie, poniéndose en pie y quitándose una hoja que cayó sobre sus faldas—. Si necesitáis algo, mi señor, no dudéis en pedírselo al servicio. Estáis en vuestra casa.

—Agradezco vuestra hospitalidad.

Sylvain tuvo que aguantarse una pequeña risa, pues vio cómo su madre se quedó esperando a que el pintor se levantase y le dedicase una reverencia, pero ni siquiera la miró. Supuso que se debió al alto nivel de concentración, que lo tenía absorbido. Alzando la barbilla con cierto orgullo, Anne-Marie se dedicó una forzada sonrisa a sí misma antes de seguir a Savary y aceptar el brazo que le ofrecía para caminar. Los vio alejarse con lentitud hacia el interior de la campiña por un sendero de tierra y, en cierto punto, oyó que habían comenzado a hablar. Recordando que debía estarse quieto, Sylvain giró rápidamente la cabeza, alcanzando a ver una breve sonrisa por parte del inglés.

—Siento mucho si os habéis sentido incómodo antes —murmuró el Lemierre con cautela, enseguida captando su atención—. Mi madre es así con todo el mundo, me temo.

—No os preocupéis. Supongo que es normal que le intrigase mi situación.

Sylvain asintió levemente con la cabeza, de repente demasiado inseguro como para seguir hablando con él. Por unos momentos echó de menos la presencia de Savary, pero se sobrepuso. Vio que, al no decir nada más, Darrell lo contemplaba en silencio, tal vez esperando alguna respuesta por su parte.

—¿No vais a preguntarme nada? —inquirió con extrañeza, descansando la mano sobre su pierna.

—No veo por qué debiera hacerlo, señor.

Como si el desconcierto lo hubiera hecho volver en sí, Darrell parpadeó algunas veces antes de volver a centrarse en el lienzo. Sylvain sintió cierta lástima al verlo tan confuso de pronto, y creyó saber a qué se debía.

—No soy como mi madre, si lo habíais preguntado por eso  —aseguró con una sonrisa, intentando aliviar la situación—. Podéis estar tranquilo. No voy a atosigaros con preguntas.

El inglés pareció alarmarse al oírlo, pero se relajó en cuanto lo vio sonreír. Sylvain se preguntó si acaso no terminaba de entender su humor del todo.

—Disculpadme. Ha sido una pregunta absurda por mi parte —suspiró, volviendo a descansar la mano sobre su pierna mientras contemplaba algún punto del lienzo.

Pareció abrumado de pronto, pues se llevó una mano a la frente antes de pasarla por su cabello, como si se le hubiese ido la concentración al garete. Permaneció algunos segundos inmóvil, mirando al vacío ante él, y Sylvain se alarmó.

—¿Os encontráis bien, señor?

Su voz pareció volver a sacarlo de su ensimismamiento. ¿Eran todos los artistas así de extraños cuando trabajaban?

—Estoy bien, estoy bien. Tan sólo me había abstraído —se apresuró a decir, estirando su espalda ligeramente antes de colocar los brazos en jarras—. Sí, debe ser eso.

No muy convencido y comenzando a cansarse de pasar tanto rato sentado, Sylvain se permitió el lujo de recolocarse un poco, viendo como los primeros colores del próximo atardecer comenzaban a despuntar en el horizonte.

—¿Puedo levantarme? —preguntó, algo inseguro.

—Claro, por supuesto.

El repentino nerviosismo del pintor llamó su atención, pues al igual que él se había tomado unos segundos para contemplar el cielo. Con curiosidad, Sylvain se atrevió a avanzar unos pasos hacia él, queriendo ver el proceso del dibujo. Sin duda podía reconocerse en las delgadas y apenas existentes líneas de aquel boceto, y se sorprendió. El trazo era suave, pero seguro. Tuvo que acercarse un poco más intentar ver las líneas que yacían sobre las más recientes.

—¿Cómo lo hacéis? —inquirió, sumido en la imagen que ante él comenzaba a tomar forma.

—¿A qué os referís?

Darrell pareció sorprendido por el hecho de que mostrara interés por el proceso, y Sylvain intuyó que, si le preguntaba acerca de algo que dominaba, lograría sentirse más cómodo. Le daba la sensación de que su sola presencia lo mantenía tenso.

—Las proporciones —dijo, señalando con un dedo sobre el lienzo sin llegar a tocarlo—. ¿Cómo conseguís que sean tan exactas?

Vio que apartaba la mirada para seguir el recorrido de su dedo y, de nuevo, esbozó otra pequeña sonrisa mientras asentía. Quizás su plan funcionase al fin y al cabo.

—Quitando la práctica y la observación, es necesario entender cómo funcionan los rasgos de un rostro —respondió algo más animado, y señaló los todavía difusos pómulos del lienzo—. Ayuda saber qué músculos hay en cada parte, y qué forma tienen bajo la piel. Cómo se contraen o se relajan, dónde están situados exactamente... A la hora de dar volumen siempre es útil.

—Me parece demasiado complejo —murmuró Sylvain, abrumado.

—Oh, no lo es —tomó un pincel sin usar y lo colocó frente su rostro, justo en el centro—. Vos tenéis una complexión bastante equilibrada. Vuestro rostro no es excesivamente largo, y es delgado. Sabiendo esto es más sencillo comprender qué forma debo plasmar primero.

—Vais de lo más general a los detalles.

—En efecto —sonrió—. Cuando se prepara una de esas cosas a las que llaman pizzas necesitáis primero la masa. No podéis añadir en su lugar todo lo que tiene encima.

—Eso es un ejemplo algo obvio —se rio el Lemierre.

—Eso me temo, pero es así de sencillo.

Darrell se contagió de su buen humor y, contemplando el lienzo, Sylvain se preguntó con qué frecuencia se interesaban por su trabajo. Con renovadas energías e interés, dejó que la curiosidad lo llevase de la mano.

—¿Qué hay de mi nariz? ¿Cómo es?

Dejando el pincel sobre el caballete, Darrell entrecerró los ojos mientras lo contemplaba.

—Está bien definida. Es recta y un poco puntiaguda. A veces conviene resaltar esos detalles para darle un toque especial al retrato. ¿Veis? —Volvió a señalar al lienzo— Me he permitido la licencia de hacer hincapié en la punta. Cuando tenga color lo veréis mucho mejor, y sin embargo no percibiréis la diferencia.

—Pero eso hacer trampas. Ya no es exactamente igual a mí.

—No se trata de calcar un rostro a la perfección. A veces se trata de capturar la esencia de esa persona y dejar que hable más que sus propios rasgos.

Sylvain asintió en silencio.

—Eso tiene sentido —murmuró, sintiendo que estaba teniendo acceso a un mundo completamente distinto—. Pero me temo que entonces mi retrato será bastante mediocre.

A pesar de haberlo dicho con una sonrisa, Darrell lo miró desconcertado.

—¿Por qué decís eso?

—Habéis dicho que la esencia a veces es más importante. Estoy seguro de que habréis retratado a personas mucho más interesantes y con más cosas que contar que yo.

Tomándose un tiempo para responder, Darrell ladeó la cabeza. Sylvain le devolvió la mirada, temiendo haber dicho algo erróneo a juzgar por su expresión.

—¿Qué es la esencia para vos? —le preguntó, habiendo suavizado el tono de su voz.

No muy seguro de lo que debería responder, Sylvain miró hacia cualquier otra parte, pensativo. No es algo que se hubiese parado a pensar con frecuencia.

—Supongo que la esencia es lo que hace que las cosas sean como son —dijo, volviendo a contemplar el boceto de sí mismo—. Lo que hace que las personas sean lo que son cuando las conocemos.

Darrell asintió con la cabeza.

—En ese caso no es justo que os juzguéis tan vanamente. Vos sois alguien, y podéis tener la certeza de no existe nadie que sea como vos. Puede parecerse físicamente, hablar de forma similar, sentir igual... Pero todas las circunstancias que os han llevado a estar aquí os hace único. Vuestra esencia es tan válida como la mía, o la de ese manzano.

Sylvain no respondió. Nunca antes había oído algo similar, y se estremeció de pronto. Tenía todo el sentido del mundo y, sin embargo, le parecía demasiado hermoso como para ser cierto.

—¿Podéis ver la esencia de la gente?

—Depende. A veces la subjetividad me juega una mala pasada, y creo que ya lo habéis podido comprobar por vuestra cuenta.

Sabía a lo que se refería, pero Sylvain prefería achacarlo a un error humano. No obstante, un pequeño cosquilleo en su estómago lo empujaba a querer saber más o, tal vez, oír más acerca de lo que nunca había oído hablar.

—¿Cómo podéis verla? —inquirió el joven, reduciendo el volumen de su voz— Necesitaríais mucho tiempo para llegar a conocer a una persona y saber por qué es así.

—Cierto, pero existen pequeños trucos. Los ojos son siempre el espejo del alma.

Tras decir aquello, Sylvain permaneció en silencio durante unos momentos. No fue lo que dijo, sino el cómo. Había convicción en su voz, incluso cariño, tal vez hacia aquel aspecto de su vocación.  

—Vuestros ojos dicen más de vos de lo que creéis, y por desgracia no mucha gente lo sabe —continuó, esta vez con lentitud—. No sabría explicaros cómo exactamente, pero todas las miradas cuentan una historia distinta.

—Así que podéis leer rostros.

Darrell tardó en reaccionar, pero acabó asintiendo con una pequeña sonrisa.

—Nunca me lo había planteado así, pero supongo que es algo parecido.

Sylvain se dedicó a mirar el boceto por enésima vez. Le costaba entender lo que decía, pero no dudó de su veracidad. Podía sentir que hablaba con sinceridad y, de algún modo, creyó que la barrera de incomodidad que los mantuvo tan tensos se había derrumbado sin que se diera cuenta. Abrumado, Sylvain intentó recordar cuándo fue la última vez que habían vuelto patas arriba su forma de ver las cosas.

—Vuestros ojos son expresivos.

Al ver que no añadía nada más, Sylvain dudó de si lo dijo para incitarlo a preguntarle, a darle permiso para decirle lo que leía en ellos. De ser así, se sorprendió por la cautela y la sutileza con la que lo hizo, pero lo entendió. Si se lo permitía, expondría probablemente todo cuanto veía en él, y eso lo hizo sentirse un poco inseguro. Supuso que era un voto de confianza de bastante valor y, para no sentirse culpable, pensó en el lienzo, pero algo mayor de lo que se obligaba a evitar lo movía a querer saberlo.

—¿Quién soy?

No fue consciente del peso de sus palabras hasta que pasaron unos segundos. Quiso preguntar cómo era, y de pronto se sintió vacío. No era él quien lo había preguntado, pero ¿quién... quién era? Se percató de que en todos sus años de vida no se había atrevido a preguntárselo, tal vez porque no lo creyó necesario, tal vez porque no quería saberlo.

Sentir la mirada de Darrell sobre él no le ayudó en absoluto, pues por unos momentos sintió que veía más allá de su alma, que cualquier secreto que pudiese esconder en lo más recóndito de su ser acababa de ser descubierto. Aquel par de ojos verdes saludaban a los suyos con una intensidad que jamás creyó posible, pero de algún modo se tranquilizó. Poco a poco, muy lentamente, el pavor que anteriormente hubiera sentido fue disipándose y llegó un momento en el que entendió qué significaba el auténtico concepto de paz.

Nunca antes había contemplado a alguien a los ojos durante tanto tiempo y sin apartar la mirada, pero había algo de magia en ello. Se le escapaba un elemento que no lograba entender y quizás se debiese al silencio, a una conexión invisible con un desconocido que, tras contemplar durante largos segundos de aquel modo, no sentía tan desconocido. Se preguntó si Darrell haría aquello con todos sus modelos. Un leve resquemor lo agitó. ¿Le molestaría tanto de ser así? Supo que quiso sentirse privilegiado por compartir aquella silente intimidad con alguien que no era quien debería ser.

—Quién sois... —habló al fin, todavía contemplándolo, como si hubiera encontrado lo que buscaba— Hay luz en vuestro mirar, en vuestro gesto y vuestras palabras, pero no podéis verla. Algo os la oculta y os aterroriza —hizo una breve pausa para respirar, reduciendo su voz a un murmullo—. Sois... sois un alma de una belleza tan triste que me abruma.

Puede que la herida causada por un puñal le hubiese dolido menos que la brecha que sentía abrirse en su corazón. Sylvain tuvo que parpadear algunas veces para que no se le empañasen los ojos. Buscó en lo más hondo de su ser qué clase de fibra sensible había tocado tras decir aquello en aquel momento tan preciso de su vida, pero sólo halló recuerdos de aquel mismo mensaje dicho de otra forma... desde otra persona y otros ojos.

Con semblante preocupado, Darrell se levantó con cautela, de repente habiendo perdido toda la seguridad que pudiera haberle transmitido. A su altura, pareció seguir indagando en sus ojos, pero no como lo había hecho antes. Esta vez también había temor en los suyos.

—¿Os he ofendido con mis palabras?

Sylvain se apresuró a menear la cabeza rápidamente, esbozando una sincera sonrisa mientras miraba hacia cualquier otra parte.

—No, es sólo que... Alguien hace mucho tiempo me dijo algo similar.

En silencio, Darrell asintió lentamente, retrocediendo unos pasos para darle espacio.

—¿Es ahí donde radica vuestra tristeza?

Sin saber qué responder, Sylvain observó el que sería una copia de sí mismo en aquel retrato. Un profundo sentimiento de abandono lo invadió; una repentina soledad que, si bien no lo empujó a querer volver con aquel que lo hizo suyo, lo empujó a querer consolarse de su prolongada ausencia y aparente indiferencia.

—Ahí es donde radica mi tristeza.















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