30. Amor capital

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

N/A.: Me da vergüenza tener que hacer esta anotación, pero bueno. La historia está etiquetada como contenido adulto precisamente por este capítulo. Advertidas quedan mis señorías.♡


Sylvain sintió que aquel nombre comenzó a revolotear en su cabeza.

—Se llama igual que mi padre —sonrió Sylvain, nostálgico—. Pero él murió hace ya mucho tiempo.

Darrell frunció el ceño al oírle. No quiso interrumpirles.

—Lamento oír eso —murmuró Evelyn, algo retenida—. Este Jean del que os hablo era aún joven. Tendría unos seis o siete años más que vos.

Algo se removió con fuerza dentro de Sylvain. Se sintió inquieto de pronto, pero enseguida deshechó lo que acababa de pensar. Simplemente era una tonta casualidad.

—Igual... que mi hermano —musitó con inseguridad, tensándose en su asiento.

El rostro de Evelyn perdió su habitual color al oírle. Darrell, confuso, los contempló a ambos de hito en hito.

—Pero vuestro hermano también falleció —dijo el mayor de los Maystone con cuidado.

—Sí, lo hizo. Hace muchos años.

—Bueno... Jean solía hablarme de un hermano pequeño que tenía en París —continuó Evelyn, provocando que Sylvain se irguiese en su asiento—. Oh, no. No me miréis así que me estáis asustando, mi señor.

—¿Cómo se llamaba su hermano?

—Nunca me lo dijo. Simplemente sé que vivía con su madre, porque su padre falleció.

—Su aspecto, decidme cómo era físicamente, os lo ruego.

—Pero Sylvain, vuestro hermano se llamaba Charles, no Jean —intervino Darrell, alarmado.

—Mi hermano se llamaba Charles-Jean Lemierre —respondió, comenzando a ponerse nervioso por momentos—. Jean era el primer nombre de mi padre.

—¿No creeréis que...?

—Por favor, ¿cómo era su aspecto? ¿Qué más os contó de su familia?

Evelyn descansaba las manos sobre su vientre, visiblemente afectada por el rumbo de aquella conversación.

—Él... Él era muy alto, más que vos. Su cabello era corto y castaño, y sus ojos eran tan azules como los vuestros. La forma de los mismos también —titubeó, aterrada—. Su nariz era un poco aguileña, en cambio.

Sylvain sintió que se le empañaban los ojos.

—Mi hermano heredó la nariz aguileña de mi padre, y su cabello —susurró, señalándose la comisura de los labios con un dedo tembloroso—. ¿Tenía un lunar aquí?

Evelyn asintió con lentitud, provocando que Sylvain se pusiese en pie de un salto. Alarmado por su reacción, Darrell se levantó con cautela, temeroso de que fuese a desfallecer.

—¿Cómo lo conocísteis? —preguntó Sylvain, sintiendo náuseas de pronto.

—Mi señor, me estáis asustando.

—Sylvain, puede ser simple azar. Vuestro hermano falleció —repitió Darrell, aproximándose con lentitud—. Aunque se pareciera a vos y hasta ahora yo mismo desconociera estas causalidades, es imposible que sea él.

—Nos comunicaron que falleció a través de una carta después de que huyera a Prusia. Nunca pudimos recuperar su cuerpo. Nunca vimos su cadáver.

—¿Prusia? —replicó Darrell, deteniéndose en seco— No, tenéis que estar de broma.

—No estoy bromeando —protestó, exasperado—. Nunca bromearía con algo así. ¿Cómo le conocísteis?

Evelyn tragó saliva. Sus ojos habían comenzado a empañarse a causa del miedo.

—Nosotros... nosotros tenemos un amigo de la familia entre las filas del ejército prusiano. Antes acudíamos a visitarle a él y a su familia con frecuencia en los veranos, y la última vez que fuimos me presentó a un buen amigo suyo. Me dijo que era francés y que quería alistarse al ejército, pues había huido de París y buscaba forjarse una nueva vida —Evelyn hizo una breve pausa para sobreponerse—. No estuvimos juntos por mucho tiempo y nos vimos en muy pocas ocasiones, hasta que un día se desplazó hasta aquí para despedirse de mí. Nunca me dijo por qué se marchó, ni a dónde iba, pero no volvimos a saber de él. Ni siquiera nuestro amigo prusiano volvió a verle.

Sylvain sintió que verdaderamente estuvo a punto de desfallecer. De repente no supo qué hacer ni decir, y no reaccionó hasta que sintió los brazos de Darrell sujetándolo por la espalda. Ni siquiera se había dado cuenta de había perdido el equilibrio y, volviendo poco a poco en sí, buscó apoyo en el inglés.

—Sentaos —le dijo con suavidad, ayudándolo a regresar al sofá—. Mandaré pedir algo de beber para vos.

—No, no quiero beber nada —musitó Sylvain al sentarse.

Se aferró a su mano con fuerza, y Darrell entendió lo que necesitaba. Se sentó junto a él, escondiendo su mano entre las suyas. Debido a la taquicardia, Sylvain tardó un poco en volver a pensar con claridad, todavía demasiado aturdido por semejante cantidad de información. Apenas podía creer que, de seguir vivo y de ser él, su propio hermano hubiera pisado aquella misma casa hacía ocho meses, cuando ellos apenas llevaban tres en Livorno, si no le fallaban las cuentas con el embarazo  de Evelyn. Si de verdad era su hermano, ¿acaso no sabía que su tío Ludovic vivía allí? De saberlo y haber querido evitarle explicaría por qué habría decidido usar su segundo nombre en lugar de Charles.

Se obligó a dejar de pensar tanto. Le iba a explotar la cabeza de un momento a otro.

—¿Hay alguna forma de contactar a vuestro amigo y preguntarle todo cuanto sabe de él? —inquirió Sylvain, sintiendo que unas leves caricias en su mano lo tranquilizaban poco a poco.

—Por supuesto. No sé si sepa algo más que nosotros, pero podría arrojar algo de luz —respondió Darrell.

—Le escribiré cuanto antes y saldremos de dudas, pero ¿estáis seguro de que podría tratarse de vuestro hermano?

Todo apuntaba a que lo era, todo encajaba demasiado bien para su propio terror, y sin embargo le faltaban muchísimos cabos por atar.

—Si no es él venido de entre los muertos, debe de ser la causalidad más exacta, concreta y espeluznante de mi vida —respondió Sylvain—. Os rogaría que nada de esto llegase a oídos de mi madre o de algún miembro de mi familia todavía. Necesito asegurarme primero de que esto no es una broma macabra del destino antes de alarmarles sin motivo.

—Descuidad. En cuanto cenemos me dispondré a escribirle a Adalbert y os avisaré en cuanto obtenga una respuesta —le aseguró Evelyn—. Podéis estar tranquilo, que nada de esto saldrá de aquí.

—Os lo agradezco enormemente.

—Será mejor que vayamos cenando ya, de hecho —dijo Darrell—. Mandaré a un mensajero para avisarle a vuestra madre de que pasaréis aquí la noche debido a la tormenta.

Tan absorbido había sido por la conversación que ni siquiera se había dado cuenta de la lluvia caía con estruendo en el exterior. Ni siquiera había oído los truenos o visto los relámpagos. Cierto alivio lo invadió al pensar que aquella noche no la pasaría solo, y le dedicó una sonrisa al pintor.

—Claro. Lo había olvidado por completo.

—Es lógico, me temo —Darrell besó su mano con cariño antes de levantarse—. Si me lo permitís iré a encargarme de ello.

—Avisa a Marco para que preparen la cena —se apresuró a decir Evelyn.

—Que sí, que yo me encargo de todo. Necesito que ambos os relajéis. No podría permitirme perder a ninguno de los dos por un ataque de ansiedad.

—No, si en el fondo me quiere.

Sylvain sonrió al oír el murmullo de Evelyn, quien procuró que su hermano no la escuchase. Ambos lo vieron marcharse a paso presto de la estancia, y a Sylvain le pareció advertir un leve y momentáneo cojeo en su andar.

Con una amarga sonrisa en su rostro, Evelyn se recolocó en su sillón con las manos sobre su vientre.

—No quisiera seguir abrumándoos con el tema, pero parece que definitivamente estábamos destinados a conocernos.

—Muy cierto —respondió Sylvain, un poco más sosegado—. De no haberos encontrado aquel día probablemente habría acabado golpeando a Darrell en algún momento y ni siquiera habríamos sospechado que mi hermano... bueno. Que pudiera seguir vivo, si es que es así.

—Os aseguro que no sois el único que ha querido golpearle, pero apenas le reconozco. No sé qué clase de encantamiento habéis usado con él, pero hacía años que no le veía tan feliz —Evelyn le dio un cariñoso apretón en el antebrazo, provocando que se ruborizase—. Y a propósito de vuestro hermano... Darrell me dijo que nunca os llevásteis muy bien, ¿verdad?

Sylvain asintió. Le gustó que, a pesar de no ser uña y carne, los Maystone compartieran confidencias entre ellos. Cómo le habría gustado poder tener eso con su hermano, y cuán irónico era que lo pensase en aquel momento.

—Cuando él se marchó yo apenas tenía diez años. En el tiempo que conviví con él nos pasábamos el día peleando o discutiendo sobre cualquier cosa, pero ahora que lo miro con perspectiva eran cosas de niños, al menos por mi parte —suspiró—. Él no es que fuera precisamente un encanto conmigo, pero sospecho que, si no se hubiese marchado, tendríamos ahora una muy buena relación.

—¿Cómo era Charles?

No respondió. Entristecido, supo que no sabía apenas nada de él.

—Recuerdo que era muy impetuoso, a menudo solitario e irascible —dijo Sylvain, pensativo—. Supongo que ya era un rebelde sin causa antes de que se marchase.

—Me es tan familiar...

Ninguno de los dos volvió a decir nada al respecto. Una melancolía tan extraña como inusitada se materializó en el ambiente, cargándolo a su alrededor.

—Cuando creo que mi vida va a fluir por fin sin sobresaltos siempre hay algo que me demuestra lo contrario —dijo Sylvain, exteriorizando sus pensamientos de forma involuntaria.

—Me temo que esa es la magia de la vida, monsieur.

—Creo que debo detestar la magia, pues.

Apenas veinte minutos más tarde, la cena transcurrió con total tranquilidad.

A pesar de disfrutar de las constantes riñas entre los Maystone, no pudo evitar divertirse al ver con qué facilidad se ruborizaba el pobre Darrell, eterna víctima de los espontáneos comentarios de su hermana. Había llegado a prometer que aquella sería la última vez que cenarían los tres juntos, pero tanto Evelyn como Sylvain sabían que no pretendía llevarlo a cabo.

Cuando Evelyn se retiró a descansar, Sylvain se dio una vuelta por los pasillos de la segunda planta, admirando todos los cuadros que colgaban de las paredes. Necesitaba despejarse por unos momentos. Se preguntó por qué no vendía todos los cuadros que tenían allí, pero supuso que debían de tener un valor sentimental que impedía su venta. Mientras Darrell acordaba con el servicio el orden del día siguiente, Sylvain se permitió inspeccionar una de la habitaciones que, entreabierta, le invitaba a entrar.

Candil en mano, se sorprendió al ver que lo que veía desde fuera eran, en efecto, lienzos y caballetes de diversos tamaños, entre los que reconoció su propio retrato. Un pequeño rayito de emoción lo atravesó al suponer que aquel debía de ser el estudio de Darrell. No obstante, la presencia de una exquisita cama, así como la de los muebles típicos de un dormitorio lo confundieron. ¿Qué se supone que era aquello? El desorden de toda la estancia rezumaba un caos tan armónico que se sintió perdido.

Los bocetos y los frascos que se apilaban sobre dos mesas contiguas, mal colocadas, llamaron notablemente su atención. Iluminó los papeles con cuidado, sorprendiéndose gratamente al descubrir lo que parecía ser un dibujo al carboncillo de sí mismo. Pensó que habría sido una referencia para el retrato, pero no eran la misma postura ni la misma expresión. Debajo de ese boceto encontró otro, de nuevo siendo su rostro, pero esta vez riéndose de algo que jamás llegaría a conocer.

Maravillado y emocionado a la vez, comprobó que Darrell lo había dibujado en más de una ocasión, y supuso que habría sido de memoria. ¿Cómo de bien se conocía su rostro como para plasmarlo a la perfección sin verle? ¿Cuánto tiempo había pasado contemplándolo? Podía palpar la devoción que le profesaba en aquellos trabajos, y una sonrisa estúpida se dibujó en sus labios.

No se sobresaltó cuando oyó pasos a su espalda. Reconoció el lento y sosegado andar del autor de aquellos bocetos, que cerró la puerta con cuidado. Sylvain soltó el candil sobre el único espacio libre que encontró en aquella mesa, pronto sintiendo un par de brazos que lo rodeaban desde atrás.

—Habría arreglado todo este desastre si hubiera sabido que acabaríais viniendo hoy —murmuró, balanceándolo en un suave vaivén.

—Me temo que no habría tenido el mismo encanto —respondió Sylvain.

Se relajó entre sus brazos, descansando la cabeza sobre su hombro mientras cerraba los ojos. Por toda respuesta, sintió un pequeño beso en su mejilla que lo hizo sonreír.

—¿Dormís aquí?

—Muy a mi pesar, sí. Siempre intento mantener mi trabajo en el estudio, pero soy incapaz de no llenarlo todo de papeles.

—Eso dice mucho de vuestra esencia.

Dándose la vuelta para poder mirarle, se encontró con una calmada sonrisa que, a la tenue y cálida luz del candil, lo invitó a besar sus labios con delicadeza.

—¿Os encontráis mejor? —preguntó Darrell en un susurro.

Sylvain asintió, dejando que lo acunase en silencio durante un rato. Ninguno sentía la necesidad de interrumpir aquella ausencia tan sonora de palabras, precisamente porque no necesitaban hablar. Sus corazones estaban tan cerca que podían oírse sin necesidad de emitir sonido alguno.

Recibió sus labios en un beso que lo hizo estremecer. La suavidad con la que lo hacía, unido a las manos que recorrían su espalda, provocó que aquel hormigueo en su vientre volviera a aparecer. Algo le pedía más, y obedeció a dicha fuerza desconocida. Apenas podía creer lo fácil que era pasar de la delicadeza de una pluma a una pasión nueva para él, en la que creyó desenvolverse bien al principio.

Se dejó llevar por aquellos besos que pronto comenzaron a recorrer su cuello. Deliciosas cosquillas provocaron que sonriera de placer, y exhaló el aire que con tanta profundidad acababa de tomar. Casi inconscientemente enterró una mano en los cabellos del inglés, aferrándola a ellos con fuerza mientras buscaba volver a sentir sus labios sobre los suyos, hambriento de repente.

Para cuando quiso darse cuenta, Darrell lo había guiado casi a tientas hacia la cama. Incapaz de pensar, lo único que pudo hacer al sentir su espalda sobre el colchón fue tirar de él para seguir besándolo, ajeno a la sorpresa que había decidido despertarse entre sus piernas. Cuando sus manos se afanaron, valientes, en ir más allá y querer quitarle la casaca, se dio cuenta de lo que su propio cuerpo le estaba pidiendo.

Abrumado de pronto, la duda que aquella misma tarde lo había asaltado volvió a apuñalar su conciencia, inmovilizándolo durante unos segundos. Percatándose de que algo iba mal, Darrell se distanció unos centímetros de él con gesto grave.

—¿Estáis bien?

Ante su pregunta, sí. Se encontraba mejor que nunca. Se sentía vivo, movido por un fuego al que tan poco acostumbrado estaba a sentir. Sin embargo, la incertidumbre de lo que venía ahora lo hizo temblar de pies a cabeza, y el miedo a decepcionarle por su nula experiencia se apoderó de él.

—¿Sylvain?

Darrell acarició su rostro con cariño, todavía respirando agitadamente. Recogiendo las manos sobre su pecho, sin saber qué hacer con ellas, Sylvain se atrevió a hablar.

—¿Cómo se hace el amor?

Como si la pregunta lo hubiera pillado desprevenido, Darrell tardó unos segundos en parpadear. No iba a decepcionarle, ¿verdad? Él no era como Jacques en aquel sentido. Quiso aferrarse a esa esperanza con todas sus fuerzas.

—¿Es vuestra primera vez?

Demasiado avergonzado como para responder, Sylvain se mordió el labio inferior. Asintió en silencio con la cabeza, advirtiendo cómo la expresión de Darrell se suavizaba al instante en una cálida sonrisa. Se separó de él hasta sentarse sobre la cama, y Sylvain lo imitó para poder verle mejor. No parecía haber reproche en su rostro, sino todo lo contrario. Volvía a ver esa devoción en el brillo de sus ojos, la que tanta seguridad le infundía sin decir absolutamente nada.

—No tenéis por qué sentiros presionado a hacerlo si no queréis —murmuró. Su sonrisa no desaparecía—. Había dado por hecho que yo no sería vuestro primer hombre.

—Lo sois. Quiero que lo seáis —musitó Sylvain.

—¿Vos me amáis?

¿Le amaba? Recapacitó seriamente sobre su pregunta. Sabía que quería permanecer a su lado por tanto como le fuera posible. Una vez le había prometido que, si sus caminos se separaban en esta vida, le buscaría en la siguiente para devolverle todo el amor que había volcado en él. ¡Bendita fuera su dicha! No sería necesario esperar. No había nada que le impidiera hacerlo.

—Os amo —lo susurró por primera vez, haciendo un esfuerzo porque no se le empañaran los ojos.

Por toda respuesta, Darrell pareció combatir contra la emoción después de oírle, como si todavía no terminase de creer que había regresado y que le había permitido amarle. Se aproximó hacia él con lentitud, depositando un tierno beso sobre su frente.

—Entonces no habéis de temer nada —dijo, besando su nariz para descender a sus labios—. Ya sabéis todo lo que hay que saber.

Confundido, Sylvain lo miró, sintiendo que le ardían las mejillas.

—Eso no es posible.

Una pequeña risa escapó de los labios del artista, complacido.

—¿Qué creéis que es hacer el amor, si acaso no es amar al otro en cuerpo y alma?

Demasiado avergonzado como para responder, no pudo evitar pensar en su propia erección, la cual ni siquiera había podido esconder, e intentó cruzar sus piernas con algo de inseguridad. Entendiendo su dilema, Darrell comenzó a quitarse su casaca, dejándola en el suelo.

—Dejaos llevar y confiad en mí. Prometo haceros entenderlo —dijo, desabrochando su chupa.

El rubor se apoderó aún más de las mejillas de Sylvain en cuanto vio que se quitaba la holgada camisa que quedó bajo la chupa. Era la primera vez que veía un torso tan bien formado, aunque en absoluto musculoso. Más bien, era la primera que veía a un hombre desnudándose delante suya, pero era incapaz de apartar la mirada. No pudo evitar sobrecogerse al ver su miembro bajo la tenue luz del candil, habiéndose desprovisto de todas sus ropas. Su cuerpo rezumaba armonía y belleza al fin y al cabo. Su vestimenta habitual no le hacía justicia.

Consciente de su temor, el inglés volvió a besar sus labios mientras sus manos comenzaban a desvestirlo.

—No tengáis miedo de tocarme. Estoy a vuestra entera disposición —susurró a su oído con extrema sensualidad, provocando que Sylvain acelerase el proceso y lo ayudase a quitarse la ropa.

Cuando quiso darse cuenta le estaba revelando su cuerpo por completo a aquel al que había asegurado amar. No tuvo reparos en desparramar la ropa a su alrededor, aunque el temblor de sus manos lo delatasen en cuanto también logró desabrochar su calzón. Darrell lo instó a tumbarse con suavidad, alzándose sobre él mientras contemplaba la palidez de su cuerpo, tan diferente en todos los sentidos comparado con el suyo. A pesar de ser unos centímetros más alto que el inglés, eso no impedía que su constitución fuese algo más delicada que la suya, y ninguno de los dos era precisamente bajo.

Incapaz de contenerse por más tiempo, Sylvain dejó que sus manos recorrieran la piel de sus hombros, brazos y pecho, preguntándose por qué a él todavía no le había crecido ese vello. Todo en Darrell desprendía una masculinidad tan atrayente como seductora, muy distinta de la suya. Creyó que su masculinidad era más frágil en un primer momento, pero no podía seguir pensando. Dejó que sus dedos trazasen las líneas de los músculos que, aunque apenas visibles, se dejaban entrever bajo su tacto.

—Sois hermoso —dijo el inglés en un arrullo, perdido en sus ojos por unos momentos.

Sorprendido, Sylvain se percató de que poco le importaba que le viera completamente desnudo. Una sonrisa se estiró en sus labios al ser partícipe de aquella intimidad tan bella como suya. Sabía que la lujuria era pecado capital, pero en sus ojos sólo veía amor, respeto... Comenzó a relajarse en cuanto aquellas manos acariciaron por primera vez su cuerpo, alegrándose de que la naturalidad no hubiese dejado de fluir entre ambos.

Encontró sus labios en un beso que reavivó lo que lo había hecho llegar hasta aquel punto. Se estremeció al poder sentir aquella piel tan cálida directamente contra la suya, y pronto se olvidó del frío que les rodeaba. En un impulso, Sylvain atrajo su cuerpo aún más hacia sí, ansiando poder sentirlo más cerca. Aspiró su aroma hasta extasiarse, advirtiendo el débil rastro de un dulce perfume que habría utilizado aquella mañana. Entrelazaron sus piernas en un abrazo que provocó un roce demasiado excitante como para no buscarlo, y el francés dejó escapar un pequeño gemido contra sus labios.

Los besos volvieron a desplazarse a su cuello, donde tantos escalofríos parecían provocarle. Darrell movía las caderas contra su cuerpo, buscando mantener la fricción que tantos suspiros y pequeños ruidos le arrancaban al más joven. Quería más. Necesitaba mucho más. Sus manos recorrieron casi con ansia su espalda, deleitándose en su fortaleza, hasta que sintió cómo un reguero de besos se iba dibujando por su pecho, abdomen y vientre.

Alarmado de pronto, un desbocado Sylvain se incorporó ligeramente para ver hasta dónde iba a llegar. Se sintió frío de pronto al no tener su cuerpo completamente sobre el suyo. Una mano se cernió entonces alrededor de su miembro y, respirando hondo, recordó repentinamente la vez en la que algo como aquello provocó que no quisiese continuar. Darrell pareció advertir la tensión de su cuerpo y, sin liberar su entrepierna, retrocedió para volver a besar sus labios.

—Relajaos —musitó entre beso y beso, acariciando su intimidad a un ritmo pausado—. No voy a haceros daño.

¿Acaso conocía lo que lo había hecho alarmarse? No fue capaz de seguir pensando, pues la fricción que continuaba sintiendo con creciente intensidad no hacía más que hacerlo gemir de placer. Volvió a sentir que Darrell descendía para besar su miembro a la par que seguía estimulándolo.

—¿Cómo podéis...?

¿...hacer algo tan repugnante? Quiso decir, pero jamás llegó a concluir aquella frase. Su espalda se arqueó involuntariamente cuando sintió su boca apoderándose de él, y tuvo que cubrir sus labios con una mano en pos de no exclamar una palabra malsonante. Creyó ver una sonrisa en los labios de Darrell, pero la vergüenza le pudo y no fue incapaz de seguir mirando.

Cuando creía que era imposible sentir más placer descubría que podía seguir avanzando escalón tras escalón. El calor que irradiaba su cuerpo comenzaba a ser insoportable, así como su descompasada respiración, la cual estaba a punto de costarle un mareo. Un nuevo hormigueo comenzó a recorrer su vientre, bien distinto a los que alguna vez hubiera logrado provocar por sí mismo. A sabiendas de que no podría aguantarse por mucho tiempo más, enterró una mano en los cabellos del inglés para intentar advertirle y éste le entendió, pero no le hizo ningún caso.

—Darrell, ¡por Dios!

Su propia voz le sonó extraña a sí mismo, abrumado e inmovilizado por la repentina intensidad del orgasmo que lo sacudió. Apenas fue capaz de reaccionar a tiempo, pues el pintor no lo liberó del dominio de su boca hasta que se derramó en ella. Terriblemente escandalizado por lo que había decidido hacer, un apabullado Sylvain se acodó para verle, incapaz de comprender cómo podía sonreír después de aquello.

—¡Eso... eso es asqueroso! —jadeó con urgencia, todavía intentando recobrar sus sentidos.

Aparentemente divertido por su reacción, Darrell meneó la cabeza mientras volvía a alzarse sobre él.

—No lo creo. Eso no es nada comparado con lo que pienso haceros sentir.

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía derretir sus sesos con tanta naturalidad? En cualquier caso, se sorprendió al descubrir que aquello no le fue suficiente. Buscó besar sus labios de nuevo, dándole poca importancia a donde hubieran estado hasta que sentía cómo un par de manos abrían sus piernas con cautela. En ese momento la lógica lo golpeó con su maza de hierro, provocando que se sintiese sumamente estúpido al no saber cómo diablos se hacía el amor si ambos eran hombres. Recordó y entendió, algo tarde, lo que Jacques quiso reprocharle en su momento cuando dijo que era un cerrado de piernas. Sintió que se iba a desmayar de un momento a otro.

—Habéis de relajaros todo cuanto podáis —le dijo al oído, besando su oreja con lentitud y provocándole todavía más escalofríos—. Si en algún momento no queréis seguir, decídmelo inmediatamente.

—¿Va a dolerme?

Como si aquel lastimero hilillo de voz lo hubiese conmovido, Darrell se distanció de él para contemplarlo, pronto deshaciéndose en besos y caricias en pos de tranquilizarlo.

—Un poco, pero sólo al principio.

Ya intuía la respuesta de antemano, pero la curiosidad era todavía mayor que su miedo a lo desconocido. La dulzura que Darrell irradiaba con todos y cada uno de sus gestos sólo hacía que se convenciera todavía más de una única cosa. Quería entregarse a él por completo, y se sentía lo suficientemente seguro y respetado como para hacerlo.

Contempló, algo aturdido, como humedecía sus propios dedos con su boca, pero Darrell no estaba dispuesto a dejar que se centrara en ello. Logró distraerlo del rumbo de aquella mano al pasar un brazo bajo su cabeza a modo de apoyo, quizás. Sylvain pronto sintió que aquellos ansiados besos retornaban a su cuello, zona que tan débil y vulnerable parecía volverlo. Abrazó a Darrell contra sí, de pronto clavando accidentalmente las uñas en su espalda al sentir un dedo intruso allí abajo. Tal fue el respingo que arqueó su espalda, enterrando el rostro en su hombro para reprimir un quejido.

—Si no os relajáis, os dolerá más —le dijo en un murmullo—. Y de paso me vais a arrancar la piel.

A sabiendas de que lo había dicho con intención de hacerlo reír, Sylvain no pudo evitar sentirse culpable al haberle hecho daño.

—Lo siento —susurró, avergonzado—. Pero es... no sé.

—Pronto os gustará, creedme. Simplemente dejaos llevar.

Qué fácil debería ser decirlo, pensó para sí con cierto pesar. Se preguntó si alguna vez tendría tanta experiencia como él y podría devolverle aquel mal rato. No obstante, se ocultó todavía más bajo el calor de su cuerpo al notar cómo movía su dedo con extrema lentitud. No le era una sensación angustiosa, pero sí un poco molesta al principio. Sorprendiéndose al descubrir un nuevo tipo de placer de aquel modo, fue relajando su cuerpo poco a poco, dejando que Darrell se hiciese con el control absoluto de todo.

Le susurraba ñoñerías al oído para distraerlo de la ya apenas existente molestia, recordándole cuánto lo quería y arrancándole alguna que otra risa por cualquier estupidez que se le venía a la cabeza y que, por consiguiente, creía que era buena idea decir.

De este modo, entre risas y besos, apenas se percató cuando un segundo dedo entró en acción para prepararle. Lo único que quería era sentirle a él dentro de sí, pues aunque aquello le estaba dando placer, quiso que se lo diera directamente con todo cuanto era.

—Hacedme ya vuestro —gimió, cerrando los ojos en un pequeño éxtasis—. Os lo ruego.

—¿Estáis seguro?

Sylvain se limitó a asentir con la cabeza, demasiado impaciente y anhelante de algo tan fuerte como aquel primer orgasmo. Supo que la cosa iba en serio cuando, tras haberlo liberado de sus dedos, sintió la presión de su miembro empujando con suavidad. ¿En qué momento le había parecido que aquello era una buena idea? Ni siquiera se entendía a sí mismo por culpa del repentino pavor que lo invadió.

Aferró sus manos a los hombros del contrario, notando que un dolor un poco más fuerte volvía a hacer acto de presencia a medida que se introducía en él. Sofocó sus numerosos quejidos contra su piel, tratando de controlar su respiración. Darrell se alarmó en cuanto vio las lágrimas que se agolpaban en las esquinas de sus ojos, y lo distrajo de su dolor al estimular su miembro con suavidad, susurrándole que todo iría bien. ¿Por qué no había ideado Dios otro método para hacer el amor? ¿De veras tenía que ser algo tan poco decoroso? Pudo oír un pequeño jadeo por parte de Darrell en cuanto se detuvo completamente dentro de él, siendo la primera vez que lo oía de aquel modo. Excitado sobremanera, pudo rodearle con sus piernas y brazos, acostumbrándose a aquella palpitante sensación que aún le dolía, pero había algo más que no había alcanzado a ver con anterioridad.

En aquel momento, sólo por el hecho de estar completamente unido a él, entendió por fin lo que significaba hacer el amor. Permanecieron abrazados entre besos, disfrutando simplemente de aquel instante en el que se habían convertido en un único espíritu. Cuando el inglés comenzó a moverse con extrema lentitud, la molestia acabó por disiparse al cabo de unos minutos y, sonriendo de pura felicidad, Sylvain dejó escapar un sonoro gemido.

El placer pronto comenzó a hacer acto de presencia, esta vez de manera más intensa, y Sylvain pudo deshacerse en atenciones para su amante. En cierto momento no pudo controlarse y mordió su labio inferior por accidente, pero Darrell había perdido la paciencia de los santos y acalló sus disculpas con un hambriento beso.

A medida que el ritmo de sus embestidas se acrecentaba, más necesidad tenía de sentirle todo cuanto era. Quiso abarcar todo su cuerpo en un vano intento por unificarse aún más, pero ni se trataba de lo físico ni lo lograría. El amor que podía palpar y oír constantemente, la preocupación por que estuviera disfrutando y su infinito cariño eran la fórmula de la magia que le había prometido sentir.

Se deleitó al oír su nombre en los labios de aquel hombre, jadeante, que con tanta necesidad de protegerle lo hacía suyo. Sylvain tomó su enrojecido rostro entre las manos para poder mirarle directamente a los ojos, sintiendo que experimentaba un éxtasis emocional al que no era capaz de asignar calificativo alguno. Lo vio sonreír, y pudo saborear aquella sonrisa en cuanto una inminente oleada de placer amenazaba con arrancarlos de cuajo de la orilla.

Sylvain apenas se oía pidiéndole más, pidiéndole que lo llevara con él. Sintió que le faltaba el aliento cuando, reprimiendo una sonora exclamación en mitad del frenesí, alcanzaba el mismo Edén entre sus brazos. Le rogó que no se contuviera y, a pesar de su aparente preocupación, fue su turno de acallarlo con otro tosco beso, derritiéndose al escuchar cuán vulnerable se tornaba con aquellos gemidos. Pronto notó que su calidez lo invadía por completo, y no le desagradó en absoluto.

Se aferró a su torso con fuerza, enterrando el rostro en su cuello para colmarlo de debilitados besos a causa de la intensidad de aquel final. No tardó en notar que, tras reducir poco a poco el ritmo, Darrell estaba a punto de derrumbarse sobre él. Lo refugió entre sus brazos tal y como había hecho con él al principio, abrazándolo con fuerza para seguir sintiéndolo tan cerca... Pero ya no era necesario seguir sintiendo su cuerpo.

Sabía que, mucho más allá de haberlo liberado físicamente, había logrado acariciar su propia alma con tan sólo ser quién era, y aquella huella tan profunda conservaría su nombre y apellidos para siempre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro