31. Cinco botellas

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Obligándole a abrir los ojos con una caricia invisible, los primeros haces de luz del alba despertaron a Sylvain. Tardó un poco en situarse, incapaz de reconocer aquella estancia con la dorada iluminación del amanecer. Hacía un frío terrible y, buscando las mantas para taparse más, descubrió un brazo que rodeaba su cintura desde atrás.

Se quedó inmóvil, recordando de pronto todo lo que había ocurrido la noche anterior. Un poderoso rubor hizo que cerrase los ojos, volviendo a rememorar aquellas escenas en su aturrullada conciencia. ¿Podía ser más feliz en aquel momento? Si algo tenía claro es que nada de lo que dijo la noche anterior había caído en saco roto.

Con cuidado de no despertarle, Sylvain se giró con extrema cautela para poder verle. Había algo completamente distinto en aquel hombre, algo a lo que probablemente jamás lograría poner nombre. Su corazón le pidió que no pensase más de lo necesario y por una vez obedeció, pero la sola idea de que le había entregado todo cuanto era y que ahora le pertenecía... Dibujó en su rostro la sonrisa más emotiva que alguna vez habría esbozado en secreto.

Se preguntó si acaso no estaría desarrollando la siniestra costumbre de observar a la gente que quería mientras dormían, pero había algo de místico en ello. Se sentía privilegiado por poder atesorar en su memoria la paz de aquellas rasgos sin que nadie más lo supiera. Guardó aquella solemne imagen entre paños de terciopelo rojo, en el lugar más seguro y cálido de su conciencia.

De algún modo estaba impaciente por verlo despertar, y tuvo que contenerse las ganas de poner orden en su desastroso cabello. Ah... Aún así le confería un aspecto irresistible. Pudo apreciar con mayor claridad la línea de su clavícula y hombros, adivinando la fuerza que descansaba bajo aquellos músculos no tan visibles.

Mientras se había propuesto contar todos y cada uno de los pequeños lunares que advertía en su torso, un pequeño quejido proveniente del inglés lo alertó. Su ceño se había fruncido ligeramente, aunque no se movió. Dijo su nombre entre ruidos ininteligibles, y Sylvain se convenció de que no estaba despierto. Lo siguiente que pudo alcanzar a entender fue un «no te vayas» entre inconexos balbuceos que, lejos de sonar con dulzura, lo hizo en un angustioso lamento.

Dispuesto a acabar con su sufrimiento allí en el séptimo sueño, Sylvain lo instó a despertar con un delicado beso sobre su frente. Notó entonces que aquel cuerpo se relajaba lentamente. Esperando a que abriese los ojos, Sylvain dibujó pequeñas líneas imaginarias en su rostro a modo de caricias.

Cuando Darrell comenzó a parpadear perezosamente, observando a Sylvain un poco desubicado, un pequeño suspiro de alivio lo hizo destensarse del todo.

—Benditos sean mis ojos... —murmuró con voz extremadamente ronca— Qué visión me regalan al despertar.

Atrajo a Sylvain en un abrazo más que necesitado, sonsacándole una sonrisa al más joven. Se permitió descansar la cabeza sobre su pecho, arrollado por el acompasado latir de un corazón que llevaba su nombre.

—Sólo era una pesadilla —le aseguró Sylvain, perdiéndose en el calor que emanaba de su cuerpo desnudo—. No pienso irme a ninguna parte.

—¿He hablado durante...? Oh, lo siento.

Divertido, Sylvain alzó la cabeza para mirarle con falso reproche.

—¿De verdad vais a seguir disculpándoos hasta por respirar? —inquirió, testigo de cómo parecía haberlo aturdido aún más.

—¿Acabo de disculparme otra vez? Vaya, lo sient... Agh, ¡no puedo evitarlo!

Riéndose por lo bajo, Sylvain se deleitó en verlo sonreír algo azorado. Se limitaron a contemplarse en un estruendoso silencio durante más tiempo del que duran unos simples segundos. Darrell elevó una mano para esconderla entre los alborotados rizos del francés, dejando que poco después se deslizase por su blanco cuello hasta su hombro.

—¿Pude satisfacer vuestras expectativas anoche? —preguntó Darrell con cierto deje de preocupación en su voz.

Algo desconcertado por su repentina gravedad, Sylvain no tardó en asentir con seguridad.

—Claro que sí, y mucho más de lo que llegué a imaginar —dijo, ladeando la cabeza—. ¿Por qué lo preguntáis?

—Por nada.

A pesar de haberlo dicho con una sonrisa, no podía engañarle. Había aprendido del mejor a leer lo que nunca fue escrito en sus ojos, y no se convenció.

—¿Qué os inquieta? —preguntó Sylvain, jugando distraídamente con el vello de su pecho.

—Bueno... digamos que mi tamaño es algo escaso para el gusto general...

Sylvain frunció el ceño, creyendo adivinar lo que quiso decir. ¿Su tamaño? Enseguida quiso cerciorarse y levantó las mantas para intentar llegar a ver su entrepierna. A sus ojos estaba perfectamente proporcionado, aunque tampoco es que hubiera visto muchos más miembros ajenos a lo largo de su vida.

—Yo os veo maravillosamente bien —dijo con simpleza.

Cuando volvió a mirarle descubrió una más que intensa rojez en sus mejillas y, dejando escapar una risa avergonzada, Darrell lo encerró en un nuevo abrazo.

—Oh, ¡Sylvain! —dijo, besando su sien— Mi pequeño Sylvain. No podéis ir por ahí comprobando tal cosa tan directamente.

—¿Y por qué no? Ya os he visto por completo y vos a mí. Me temo que el gusto general es un desastre, porque a mí me ha encantado vuestr...

—Shh, está bien. No sigáis.

Contagiándose de su silente risa, Sylvain volvió a recostarse sobre su pecho, cerrando los ojos. Sentía el calor de sus brazos rodeándolo entremezclado con el del sol en su espalda, siendo acunado por ambos en tan armonioso equilibrio.

—Con todo el caos que parece haberse montado últimamente, he estado pensando en algo —dijo el Lemierre con sosiego al cabo de largos minutos.

—Soy todo oídos.

—He decidido que quiero ir a Oxford. Pase lo que pase con mi hermano, si es que acaso sigue vivo, quiero estudiar leyes y forjarme una buena reputación. Cuando haya ganado lo suficiente podré permitirme vivir dando clases de violín y, con suerte, podré ayudaros a reunir dinero para William.

—Sylvain... No podéis enfocar vuestro brillante futuro a la causa que me concierne únicamente a mí —respondió Darrell con calma.

—Pero quiero ayudaros —Sylvain se giró para poder verle—. Además de a vos quiero asegurarme de que a mi familia no le faltará de comer cuando las cosas exploten en Francia y nos veamos obligados a deshacernos de nuestras posesiones, si eso llega a pasar. Si mi hermano vive, no puedo confiar en que él vaya a hacerse responsable de la herencia a la que renunció cuando se marchó. Me temo que recae sobre mí una responsabilidad demasiado grande que requiere de mi previsión para lo que pueda llegar a ocurrir.

Darrell lo contempló compungido, frunciendo el ceño ligeramente.

—¿Tan mal están las cosas en Francia?

—Terriblemente mal. Si no contamos las malas cosechas de este año y la crisis, la deuda del gobierno ha provocado que dejen de cederse préstamos, y dudo mucho que la sola idea de vender nuestros terrenos sea viable en estos tiempos.

—Deduzco entonces que no planeáis volver a París —dijo Darrell, acariciando su espalda.

—No mientras no se relaje la situación. Aunque no quiera tomar parte en la que han comenzado a llamar la Revolución, nuestra presencia allí corre grave peligro —suspiró, sacudiendo la cabeza—. Personas como mi madre os dirán que la monarquía está haciendo lo correcto y que todo esto no son más que temores infundados, pero se les está yendo de las manos. La gente no va a parar hasta que consiga lo que quiere, y eso significa acabar con todo, incluidos los privilegiados como nosotros.

Sin responder enseguida, Darrell se limitó a masticar toda aquella información en silencio.

—No creí que los rumores que llegaban a mis oídos fuesen meritorios de tanta consideración, pero eso cambia las cosas —respondió con tranquilidad—. En cualquier caso, sabed que siempre hallaréis refugio bajo mi ala ya sea aquí en Livorno, en Oxford, Liverpool o donde quiera que vayáis. Confío de todas formas en que todo acabará apaciguándose en unos pocos meses, pero mientras tanto hacéis bien alejándoos del núcleo de la tormenta.

—Sé que siempre podré contar con vos, y eso me llena —sonrió el Lemierre, inclinándose para besar su mejilla con cariño—. Sabéis... tanto mi hermano como Jacques estaban locos por seguir a los republicanos.

Sylvain tardó en darse cuenta de que era la primera vez que pronunciaba su nombre en su presencia. Silencioso por unos momentos, Darrell pareció entender lo que quiso decir.

—Así que por eso os causa tanto rechazo la Revolución...

—Creo que sí.

Con una cálida sonrisa, el inglés alzó su barbilla con delicadeza para que le mirase.

—No habéis de ofuscaros por lo que pueda ocurrir. Disfrutad mientras podáis de la paz que os brinda la vida en estas tierras, que todo se andará.

—La sola idea de que estáis junto a mí ya me lo recuerda —sonrió Sylvain, recibiendo de buen grado el beso que le fue regalado.

Dejando que se incorporase con algo de dificultad, Sylvain continuó tumbado bajo las mantas, admirando la firmeza de aquella espalda más morena que la suya. No obstante, la presencia de unas finas líneas rojas lo sobrecogió, buen sabedor de que había sido él el causante de aquellos arañazos. ¿Cómo podía haber sido tan bruto?

—De buen grado compartía lecho con vos durante todo el día, pero me temo que tenemos regresar con un retrato y un marco que ni siquiera hemos escogido —dijo Darrell, ajeno a su pequeño ataque de pánico.

—Oh, quedaos cinco minutos más —ronroneó Sylvain sentándose a su lado algo resentido, pues acababa de encontrar agujetas donde no creía que podía tenerlas.

—Temo que vuestra madre me mande a estrenar la guillotina si lo hago.

—¿Cuándo podré volver a yacer con vos?

Conmovido por su pregunta, Darrell se giró para mirarle. Ahí estaba, de nuevo, aquel afecto tan palpable que tanta vida le arrebataba y otorgaba al mismo tiempo.

—Siempre que queráis. Dudo que logre volver a conciliar el sueño sin vos a mi lado, pero habéis de tener en cuenta que hemos de ser discretos.

Sylvain asintió, conforme. Vio cómo se inclinaba para depositar un último beso en su sien, intentando animarlo.

—Estaba pensando que tal vez os gustaría ir a la taberna esta tarde conmigo y Clementine —dijo, ilusionado—. No va a parar hasta que la lleve de nuevo, y no creo que me sienta muy tranquilo si vos no estáis allí.

Entendiendo lo que quiso decir, Darrell entrecerró los ojos por unos momentos. Sylvain supo que no hizo falta mencionarle el hecho de que, muy probablemente, Taggart se encontrase por allí.

—Descuidad. Dudo mucho que nadie vuelva a ser una molestia, pero con mucho gusto os acompañaré.

Una enorme sonrisa de gratitud se estiró en los labios de Sylvain, pero esta se esfumó de pronto en cuanto vio cómo Darrell se escogía sobre sí mismo violentamente. Profirió un alarido y se llevó las manos a las piernas que había intentado mover para ponerse en pie, retorciéndose de dolor.

—¡Darrell! —exclamó Sylvain, aterrorizado— Por Dios, ¿qué os ocurre?

No esperó a que respondiera y, a la velocidad del rayo, lo obligó a volver a tumbarse con cuidado. Se le partió el alma en dos al ver el dolor materializado en su rostro. Apenas fue capaz de hablar durante los primeros momentos, y sólo pudo hiperventilar. Sylvain se apresuró a comprobar el estado de sus piernas, pero no vio ni rastro de alguna señal que le hubiese provocado aquel ramalazo ni en sus pantorrillas, rodillas o gemelos.

—No... no os molestéis en buscar —jadeó el inglés, llevándose un brazo a la frente—. Mi mal está por dentro.

—¿Vuestro mal? Pero, ¿qué clase de mal es este? —inquirió, enseguida arrepintiéndose de hacer la pregunta— No, no habléis. Intentad respirar hondo y calmaos. Iré a buscar un médico.

—Es inútil.

Desconcertado por su respuesta, Sylvain fue testigo de cómo poco a poco lograba dominar su respiración, aunque no abrió los ojos todavía. Lo cubrió con las mantas para evitar que cogiese frío y tomó su mano con fuerza, aguardando paciente a que pudiese hablar. No quería agobiarlo con las preguntas que se agolpaban en su cabeza.

—Ya he visitado a múltiples médicos —musitó Darrell con lentitud—. Lo único que saben decirme es que lo que causa estos ataques está por dentro. A veces... a veces pierdo la sensibilidad en las piernas, sin previo aviso —intentó sobreponerse con una sonrisa temblorosa.

—Pero eso es terrible... —susurró Sylvain—. ¿No hay ninguna forma de aliviar vuestras dolencias?

Darrell meneó la cabeza con pesadez.

—Aunque las aliviara no me serviría de nada —alegó, acariciando su mano con su pulgar—. Los médicos dicen que dentro de unos años no podré volver a mover las piernas.

Algo semejante a un sablazo atravesó las entrañas de Sylvain, cuya consternación hizo acto de presencia en mitad de aquel mar embravecido. Aquello no era posible. ¿Cómo podía ocurrirle algo a alguien como él? ¿Y por qué? ¿Por qué le había tocado a él?

—No, no os abruméis, mi bien —dijo Darrell, habiendo logrado sentarse con éxito—. Todavía queda mucho tiempo antes de que eso llegue a ocurrir. Además, lo peor que puede pasar es que simplemente deje de caminar. Podré seguir haciendo lo que me gusta.

—Pero hasta entonces vais a vivir con el miedo de no saber cuándo podéis sufrir un nuevo pico de dolor.

—Estoy acostumbrado a ello desde hace años. Precisamente por esto no quería contároslo —suspiró el inglés, sacudiendo la cabeza.

—¿Cómo que no íbais a contármelo? —repitió el Lemierre, atónito— Cuando os dije que os amaba lo dije en serio, velar por vuestro bienestar es parte de amaros. ¿De qué me serviría hacerlo si no me dejáis preocuparme por el mal que pueda aconteceros?

—No quiero que me miréis ni me tratéis con lástima, Sylvain. Por eso no quería decíroslo.

Por unos momentos alcanzó a ver un dolor en sus ojos que iba más allá de lo físico. Con el corazón en un puño, Sylvain no supo qué hacer o decir, pues la dureza de su voz lo amedrentó. No pasó mucho tiempo hasta que el propio Darrell tuvo que apartar la mirada, probablemente porque se le habían empañado los ojos.

—Disculpad mi arrebato —musitó en voz baja—. Entended que lo último que quiero es suponerle una carga a alguien, y mucho menos a alguien tan importante para mí como lo sois vos.

—¿Qué carga iba a suponerme ser el brazo que os sostenga cuando os fallen las fuerzas? ¿Habrá mayor suerte que la mía al ser yo quien pueda hacerlo?

Con delicadeza, tomó su rostro entre las manos para que lo mirase, dedicándole una cálida sonrisa.

—Si puedo ayudaros con cualquier cosa, lo haré. Cuando no podáis vestiros por vuestra cuenta, me tendréis ahí para hacerlo por vos, así como de buen grado atenderé cualquier pequeña tarea que no podáis desempeñar —continuó, dejando que cubriese sus manos con las suyas.

—Pero Sylvain... Llegará un momento en el que ni siquiera podré satisfaceros como anoche...

—¿Y? Eso no ha de ser un problema —sonrió con sinceridad—. Yo os proporcionaré ese placer por ambos.

Por unos momentos creyó que Darrell acabaría por echarse a llorar, pero no lo hizo. Logró contener sus lágrimas, perdido en el azul de sus ojos.

—Sin duda sois el ángel por el que tanto pedí en mis plegarias —respondió, asintiendo levemente—. ¿Veis? Ahora soy yo quien teme que algún día os aburráis de soportarme.

—Si volvéis a decir algo semejante os prometo que os llamaré Dirry por el resto de vuestra vida.

—No osaréis hacerlo.

—No me tentéis.

Habiendo logrado hacerle reír en contra de su voluntad, Sylvain sonrió, victorioso. Aquello era un trabajo en equipo, se dijo, y no se cansaría de recordárselo tantas veces como fuera necesario.

Dejó que se pusiese en pie por su cuenta, habiendo comprobado que la estabilidad no le había abandonado. El propio Darrell esperó unos pocos segundos para ver que podía mantenerse, y finalmente dejó escapar el aire que había retenido durante el proceso.

—Pediré que os preparen un baño antes de que regresemos a vuestro hogar —le dijo Darrell, buscando su ropa por el suelo de la desordenada alcoba—. Podemos ahorrar tiempo si me decís cómo os gustaría que fuese el marco de vuestro retrato.

—No vais a olvidaros del tema, ¿verdad?

—Soy un hombre de palabra.

—Entonces me conformaré con el marco más sencillo que tengáis por ahí.

Sylvain dejó escapar una pequeña risa en cuanto vio que lo miraba entrecerrando los ojos, pensativo.

—No. Nada de florituras. Sabéis bien lo que significa sencillo —le reprochó, aproximándose al filo de la cama, horrorizado al ver cuán arrugadas estaban sus prendas.

Oyó cómo Darrell chasqueaba la lengua a sus espaldas, pues su plan de elegir el marco más caro acababa de fracasar.

*  *  *

Sylvain tomó un pequeño sorbo de su vino, reclinándose en su asiento de siempre del Barril de Casiraghi.

Todavía era incapaz de olvidar la expresión de sorpresa su madre en cuanto lo vio llegar con el cuadro bajo el brazo. No hacía falta describir cómo ella y Chrystelle formaron un corrillo a su alrededor para intentar sacarle algo de información, en vano por supuesto. Con una sonrisa orgullosa, Sylvain decidió colgar el cuadro en su alcoba, a pesar de las protestas de su madre. En vista de que no iba a soltar prenda con respecto a la noche anterior, las dos mujeres estaban lejos de rendirse. Sin perder la sonrisa de su rostro, Sylvain tomó a Clementine y la llevó consigo a la taberna tal y como le había prometido, pues entre otras cosas ése era su único medio de escape.

—Y tu madre se cree que sé todo sobre tu vida y obra sólo porque eres mi sobrino —protestó Ludovic con sorna—. Como si me interesase dónde pasas la noche.

En vista de que su tío tampoco estaba dispuesto a aguantar las constantes preguntas de las féminas, decidió acompañar a los dos jóvenes en busca de algo de libertad. A Sylvain le sorprendía que un despavorido Savary no se les hubiese unido todavía.

—Hay muchas cosas que no cambiarán jamás, me temo —respondió Sylvain, acabando su segunda copa de vino. Sentía que le ardían las mejillas.

—Supongo que después me tocará a mí soportar a Chrystelle —dijo Clementine, suspirando.

Si aquel no era el trío más deprimido del mundo, Sylvain no supo lo que era. A su lado, un divertido Darrell acababa de sentarse con cuidado, después de llegar un poco tarde. Dejó en el suelo el bastón que había decidido traer consigo por si acaso.

—Hablan como si vivieran rodeados de cotorras —dijo el inglés con sorna.

—Oh, lo son. Sobre todo mi hermana. Probad a pasar veinticuatro horas seguidas con ella en un día de lluvia en el que no puede salir —replicó Ludovic.

—Me temo que no habéis llegado a conocer del todo a mi hermana Evelyn, Ludovic.

—¿Y si juntásemos a las tres en la misma habitación durante un día entero para ver arder la Toscana?

Todos los allí presentes, incluido Taggart, se giraron para contemplar a Sylvain con extrañeza. Éste se limitó a sonreír de forma bobalicona mientras volvía a llenar la que creía que era su tercera copa.

—No me miréis así. Sé que todos vosotros lo habéis pensado pero no os atrevíais a decirlo, cobardes.

—Sylvain, ¿cuántas copas habéis bebido desde antes de que llegara? —le preguntó Darrell con cierta preocupación.

—Sólo dos.

—Llevas cinco, sobrino.

—Oh, Jesús —susurró Darrell, apresurándose a quitarle la botella de su alcance.

—Yo llevo seis. Os voy ganando, monsieur.

—Tú eres un caso especial, Clementine. Eres inmune al alcohol —le reprochó Sylvain—. Vamos, Dirry. No estoy borracho, devuélveme la botella.

Una mueca de dolor decoró el rostro de Darrell al oír aquel fatídico apodo. Ludovic soltó una sonora carcajada al verlo intentando alcanzar la botella, la cual sostenía Darrell en el aire.

—Me temo que tienes que formar a tu sobrino en el solemne arte de la bebida, Lud —dijo Otto desde la barra, sonriéndose.

—Créeme que lo intento, pero el vino está vetado en casa. ¡En mi propia casa!

—Ahora entiendo por qué comenzaste a venir aquí hace más de un año —intervino Taggart, divertido.

—¿Cómo no voy a hacerlo si Anne-Marie ha cerrado con llave mi bodega y la ha escondido en algún macetero?

—Puedes abrir la puerta con el macetero entonces —dijo Sylvain, recostándose sobre el hombro Darrell.

—Eso es poco probable y harto destructivo, Sylvain.

—Nah. Sólo tienes que lanzarlo contra la puerta.

Clementine comenzó a reírse al escucharlo, provocando que Sylvain se contagiase de su risa sin mucho esfuerzo.

—¿Bebes, Darrell? —le preguntó Taggart al tomar la botella que sostenía.

—Me temo que hoy estoy de guardia —suspiró con una sonrisa, refiriéndose a Sylvain.

—Ya veo. Supongo que lo de la apuesta era cierto entonces, ¿no?

Algo tenso de pronto, Darrell lo contempló fijamente. Taggart había vuelto a sonreír con cierta malicia y, desconcertado, Ludovic frunció el ceño.

—No es momento de hablar sobre eso, Taggart —le advirtió el inglés con suavidad.

—Parece que nunca lo es, por desgracia.

—Eh tú, cara espárrago —intervino Sylvain, señalando al italiano con un dedo torcido—. Déjalo en paz o te pego un bocado.

—Míralo, qué adorable francesito. Hasta te defiende y todo —se rió Taggart abiertamente, contemplando a Sylvain de arriba a abajo.

—Taggart, déjalo ya —murmuró el inglés.

—Caballeros, ¿quieren tomar un aperitivo antes de cenar?

La voz de Otto a sus espaldas provocó que todas las cabezas se girasen hacia el dueño del Barril. Tal vez a sabiendas de que era necesario intervenir, el bueno de Otto no dudó en alzar la voz. Sylvain le indicó a Darrell que se inclinase un poco mientras los demás discutían sobre lo que podrían pedir.

—Tú eres mi aperitivo, bombón —le susurró al oído, cubriendo su oreja con una mano.

Ruborizado y aguantándose la risa, Darrell sacudió la cabeza, ayudándolo a sentarse correctamente.

—Y decíais que no estábais borracho.

—No lo estoy. ¿Ves? Soy capaz de razonar y perfectar habladamente.

—Yo que vos no seguía intentándolo.

Haciendo un puchero, Sylvain suspiró. Nadie lo entendía. ¿Por qué Dirry seguía riéndose? Comenzó a sentir cierto mareo, pero no era de la bebida. Llevaba mucho tiempo allí dentro sin poder respirar bien, y luego estaba Taggart. Agh... Qué poco lo aguantaba. ¿Por qué en no dejaba de hablarle a Dirry de una vez?

—Sylvain, ¿por qué me miráis así? —inquirió el italiano con sorna.

—No me caes bien —le dijo entre francés e italiano, sintiendo de repente que le pesaban los ojos—. Me parece que eres un hipócrita, un bocazas y un pervertido.

—Por Dios, Sylvain —susurró Darrell, dándole palmaditas en la pierna para que se calmara.

Por su parte, tanto Ludovic como Clementine y Otto estallaron a reír a carcajadas, sabedores de que no deberían concederle demasiada importancia a lo que dijera.

—Creo que vuestras suposiciones son algo erradas, monsieur —respondió Taggart, uniéndose a las risas.

—No. Eres un pervertido. He visto cómo me miras y me repugna. Sé que tramas algo detrás de tu fachada de tipo gracioso y simpático que le enseña palabrotas en italiano a las chicas —torció el gesto en una mueca altanera—. Qué poca clase.

—Me parece que habéis bebido demasiado —rumió Taggart, habiendo perdido la sonrisa del rostro. Se inclinó hacia Darrell con discreción, dándole un toque en el brazo—. ¿Qué diantres le has contado al crío?

—No soy un crío, y no le toques —protestó Sylvain, queriendo alcanzarle para darle un inocente manotazo.

—Caballeros, me temo que por motivos evidentes hemos de retirarnos antes de tiempo —anunció Darrell finalmente, poniéndose en pie sin dificultad y ofreciéndole una mano a Sylvain.

—¿Necesitáis que os acompañe, Darrell? —preguntó Ludovic.

El inglés meneó la cabeza con una sonrisa, recogiendo su bastón y sosteniendo a Sylvain por los hombros en cuanto se tambaleó.

—No os preocupéis. Lo llevaré a casa.

—Si Anne-Marie pregunta decidle que ha sido cosa mía —dijo Ludovic con resignación, ignorando a su sobrino.

Lo próximo que Sylvain recordó fue haber intentado caminar de regreso a casa, haciendo alarde de lo bien que podía andar en línea recta. Oía las risas de Darrell a su lado, que lo vigilaba a cierta distancia.

Lo que no recordaba muy bien era en qué momento cayó de bruces sobre la hierba.












Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro