Capitulo 12

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Lisa

—Entonces, ¿qué pasa contigo y Holli? —Eunha entró a mi oficina con un café y una sonrisa forzada.

Solo su sonrisa ya era alarmante, porque sonreír no era lo suyo.

— ¿Qué quieres decir?

—Tienes que admitir que las cosas son diferentes con ella.

No podía decirlo con exactitud, pero Eunha no actuaba como ella misma.

—Nuestro acuerdo no es diferente al del resto de las chicas en mi libro.

—Sí, jodidamente cierto —resopló alrededor de su taza de café—. No recuerdo que le compraras a las otras chicas condominios de lujo.

—Necesita un lugar. Sacaré la diferencia de sus pagos semanales. Conseguirá menos. —Mentía, pero no quería que Eunha pensara que Holli me estaba cambiando. No lo hacía.

—No me mientas, Lisa. Vi la cuenta que abriste para ella. Tiene la misma cantidad de dinero inicial que el resto de las chicas. —Ubicó su cadera contra mi escritorio y me frunció el ceño—. ¿Cuál es el trato? ¿Esa perra te está volviendo suave?

Una sensación de ira pulsó profundo en mí, en un lugar que no había visitado desde que era joven, estúpida, y luchaba por sobrevivir en las calles de Nueva York.

—No la llames así —ladré, el costado de mi puño aterrizó con fuerza sobre mi escritorio, sacudiendo los papeles.

Mi voz era oscura, retándola a decir otra palabra. Eunha y yo por lo general nos llevábamos bien, pero el que llamara a Holli una perra sacudió algo suelto.

Me dirigió una mirada de lástima. —No hay diferencia, ¿eh? — Sacudiendo la cabeza, se giró y salió de mi oficina.

Mis manos temblaban de rabia. — ¡No puedes hablarme de esa manera! — Sin darse la vuelta, escupió sobre su hombro—: Lo siento, señora.

Pensé que era mi derecho señalar cuándo la persona más cercana a mí se está convirtiendo en una idiota azotada.

La puerta se cerró con fuerza detrás de ella, tumbando un cuadro de mi pared. Iba a tener que bajarle a Eunha una muesca o dos.

Definitivamente se sentía demasiado cómoda tratando de controlarme. No iba a permitirlo.

No quería escuchar más mierda de la maldita Laura Croft: La Castradora. Holli no estaba haciéndome cambiar. Acababa de conocer a la chica y apenas había tenido una probada de ella. No iba a cambiar por nadie, y lo probaría.

Saqué mi libro y moví las páginas. Holli todavía no se encontraba lista para el sexo, pero me sentía necesitada de algo de atención.

Escogiendo al azar, saqué mi teléfono y preparé un mensaje de texto para una de mis damas, pero un fuerte ruido, desde el club abajo, me detuvo.

— ¿En dónde demonios se encuentra? —bramó una voz femenina.

Yendo hacia la ventana, los trabajadores de abajo se separaron mientras Bambi atravesaba las mesas a rebosar, lanzando sillas al suelo.

No se veía tan controlada como parecía cada vez que nos encontrábamos.

Sus ojos eran amplios, pero no los enormes ojos de gacela a los que estaba acostumbrada. Se veía salvaje... feroz, y a la caza.

Tomando las escaleras tan rápido como pude, fui directo a ella.

Prácticamente gruñó cuando la tomé del brazo y la halé hacia la sección VIP. Mis empleados no necesitaban conocer mis asuntos personales y con ella comportándose como una perra desagradable, no pasaría mucho tiempo antes de que todo el mundo supiera todo.

— ¿Cuál parece ser el problema? —pregunté con calma, esperando que siga mi ritmo.

—Estoy completa y jodidamente quebrada. Ese es el problema. Por meses, tus pagos me mantuvieron. Perdí mi trabajo ya que me iba cada vez que llamabas, y ahora me cortaste por completo. Eso es una mierda y lo sabes, Lalisa. —Puso énfasis en mi nombre ya que nunca me molesté en decirle.

En silencio me pregunté cómo descubrió quién era; cómo me encontró.

—Eso apesta para ti. Sin embargo, el club no está abierto en este momento. Abrimos a las siete. Por favor, vuelve entonces.

— ¿Disculpa? —preguntó, horrorizada.

—Te pido que te vayas. Si no lo haces, tendré que sacarte por la fuerza del local.

— ¿Cómo puedes tratarme así? Pensé... Pensé que teníamos algo especial.

La sostuve más cerca de mí. Tan cerca, que sus tetas se apretaron contra mí y pude saborear su respiración. Se retorció como si lo disfrutara.

—Teníamos un arreglo. Uno que te dio un montón de dinero y uno que me dio exactamente lo que quería de ti. No anduve con evasivas sobre nuestra situación. Sabías en qué te metías y aun así lo hiciste. Me aburrí de ti, algo que tiendo a hacer, y ahora nuestro arreglo está terminado. No es mi culpa que no supieras cómo ahorrar dinero. Quizás si no lo hubieras desperdiciado todo en mierda frívola, tendrías un poco más en tu cuenta. Ahora, no estoy preguntando, te estoy diciendo. Lárgate de mi jodido establecimiento.

Tartamudeó una respuesta inteligible, antes de darse la vuelta y huir del club. La seguí, los empleados dándome la espalda y trabajando, como si no hubieran escuchado cada pedazo de nuestra discusión. Qué se joda.

Me sentía estresada, más allá de lo creíble, y no había tenido ningún coño desde que mis ojos aterrizaron en Holli.

Holli. Era hermosa y sexy; sin ninguna idea de su seducción. Era la mujer que busqué, por años... Esa del tipo que faltaba en mi libro negro.

Y era tan buena como mía.

Ya le había comprado un condominio y dado una cuenta llena de dinero. Lista o no, era tiempo de que comenzara a cobrar mi parte del acuerdo.

La puerta del elevador se abrió al limpio y cómodo espacio del condominio de Holli. Estuve aquí la noche pasada, pero esta vez el lugar olía a mujer y flores frescas. Inhalé la dulzura y cerré los ojos ante la ráfaga de deseo consumiéndome.

Entrando a la habitación, me sorprendí por cuán cómodo y en casa me sentía en el condominio. Las fotos familiares tomadas del depósito de Holli se hallaban repartidas a lo largo de la pared y la mesa en el espacio de la sala. Era consolador.

Una foto particular de Holli y su hermano pequeño cuando eran más jóvenes, resaltaba. Envidiaba su relación. Familia; era todo lo que siempre quise. Aunque al mismo tiempo, el miedo de ser dejada atrás me contenía de tener una relación nueva con cualquiera. Era un ciclo sin fin.

Fue entonces que noté la música que venía de la otra habitación.

Mis pies siguieron el tono, hasta que me encontré en la puerta del dormitorio de Holli. Ella estaba allí, con solo una toalla envuelta alrededor de su forma curvilínea. De espalda a mí, se movía por la habitación, meneando las caderas, cantando espectacularmente en su cepillo.

Hebras húmedas de su cabello rubio se pegaban a su espalda y gotas de agua rodaban por sus hombros camino a la toalla. Mi boca se secó al pensar en succionar el agua de su cuerpo.

Apoyando mi hombro contra el marco, observé en silencio con los brazos cruzados. Era diferente... joven y entrañable. Llena de vida. Era refrescante.

Holli Would, el personaje de caricatura, no tenía nada al lado de mi Holli. Mi Holli no era una sirena seductora a propósito, pero fue la forma en la que me hizo sentir lo que sugirió el nombre. Desde el momento en que la vi por primera vez, siempre me encontraba a segundos de aullar como lobo con ojos saltones.

Su toalla subió por sus muslos, exponiendo el final de su nalga, y esa fue mi ruina. Entrando al cuarto, me deslicé detrás de ella y envolví mis manos alrededor de sus caderas. Ya me encontraba dura como una roca, así que froté mi pene rígido en la parte trasera de su toalla.

Gritó antes de girarse en mis brazos. La toalla fue olvidada y cayó al piso entre nosotras. Ahí estaba, desnuda en mis brazos, y húmeda... tan malditamente húmeda por todos lados. Solo podía esperar que el dulce punto entre sus piernas también estuviera empapado por mí.

Tomando una hebra de su cabello, las puntas de mis dedos brillaron por la humedad. Me miró con ojos enormes. Sus dientes se hundieron en su labio inferior y cuando lo soltó, se encontraba hinchado y rosado; rogándome que lo mordiera.

Así que lo hice.

Chupé su labio inferior en mi boca y lo mordí lo suficiente para hacer que se tensara.

—Me estás volviendo malditamente loca —dije, inclinándome y lanzando mi boca contra la suya.

Sabía increíble. Como fruta fresca en la lluvia. Como uno de mis recuerdos favoritos... como a un hogar que nunca conocí. Y extrañamente, eso me enfureció.

Me alejé, soltando sus brazos y su boca a la vez. Ella retrocedió, cubriéndose los pechos antes de que pudiera verlos. Doblándose, intentó recuperar su toalla, pero la detuve.

—Mueve las manos —demandé—. Quiero ver tus pechos.

—Lisa, esto es... —comenzó.

La corté antes de que pudiera terminar. — ¿Qué dije?

Permaneció ahí mirándome. Podía ver el debate en sus ojos. No sabía si debería escucharme o decirme que me fuera al infierno. Por fin, dejó caer las manos de su cuerpo y se quedó en frente de mí, gloriosamente desnuda.

Calor irradió de mis ojos mientras los dejaba hundirse y explorar su piel fragante. Sus pezones se endurecieron, tentándome a que los apretara.

Extendiendo la mano, pinché uno entre mi pulgar y mi dedo índice, provocando un sonido entre sus dientes.

— ¿Eso duele? —pregunté.

—Un poco.

—Pero aun así se siente bien, ¿cierto?

Estaría mintiendo si lo negaba. Sus ojos ya brillaban con deseo. No respondió, incitándome a que apretara más duro.

— ¡Sí! —exclamó.

— ¿Sí, qué?

—Se siente bien.

Solté su pezón enrojecido y lo alivié con una suave lamida de mi lengua. Su respiración se atoró y después gimió cuando chupé el pezón en mi boca y lo mordí suavemente. Se había ganado ese poquito por ahora.

Cuando me alejé y la miré, sus ojos se hallaban vidriosos con deseo.

Ya se estaba derritiendo en mis manos. No pasaría mucho tiempo hasta que la tuviera atada a una cama, su culo meneándose en el aire, rogándome que la follara.

Pasé un dedo desde su clavícula, bajando hacia su pezón húmedo.

Parecía no poder alejar mis manos de ella. Su piel húmeda se endureció bajo mi dedo. Seguí con mi camino, pasando por su estómago hacia su ombligo. Su piel era como seda. Era un error por su parte cubrirla con algodón barato.

Buscando en mi bolsillo, saqué una tarjeta y la coloqué en su palma, cerrando sus dedos alrededor de ella.

— ¿Qué es esto? —preguntó, abriendo la mano.

—Es para que gastes lo que te parezca conveniente. Solo tengo un pedido, deshazte de las bragas de algodón. Tu cuerpo ruega por seda y encaje.

Me sorprendió cuando empujó mi tarjeta de vuelta en mi mano.

—No, Lisa. Ya has hecho suficiente. No puedo tomar esto. El condominio, el auto, la camisa, todo eso... Por cierto, gracias por la camisa. Ni siquiera quiero saber cómo supiste que traté de comprarla.

—Tengo mis maneras.

No le dije que Martin había salido del auto por un paseo y vio lo feliz que parecía dentro de la tienda, comprando con su amiga. Él la recogió y me la dio. Como dije antes, recibía una enorme paga por una razón.

—Bueno, es demasiado. Por no mencionar, que realmente no he hecho nada para ganarme nada de esto.

Sonreí. Era demasiado despistada y dulce. Era una maravilla que Nueva York no se la hubiera comido viva todavía.

—No te preocupes, lo harás.

Su rostro palideció, timidez llenando su expresión, y me reí.

—Ve de compras. Cómprate algo que me vuelva loca. Te recogeré esta noche a las siete. Espérame lista y vestida para matar.

No esperé a que respondiera. Me alejé. Si no me apartaba de ella pronto, iba a hacer algo estúpido, y empujarla antes de que estuviera lista... como tirarla sobre la cama y hundirme hasta las bolas en su apretado coño.

Tenía completos derechos de hacer lo que quisiera con ella, y sabía que no me rechazaría porque obviamente se sentía en deuda conmigo. Pero esa no era mi meta. Quería que me deseara de la manera en que yo la deseaba. La quería húmeda y rogando por mi polla y cualquier otra cosa que tuviera para ofrecer. Para tener eso esperaría; incluso si eso me mataba.


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