Un año pasó volando, entre juegos, paseos y reuniones junto al piano de Yoongi. El tan esperado primer día de clases de Park Jimin por fin había llegado.

-¡Mamá, el uniforme picaaaa!- se  quejaba el niño castaño mientras jalaba el cuello se su camisa, se encontraba caminando detrás de su madre con destino a la casa de los Min, quienes se habían ofrecido a llevar a Jimin a la escuela ese primer día.

Jimin estaba frustrado, toda la alegría que había acumulado las semanas anteriores se desvaneció cuando se puso esa ridícula ropa de colegio y pensó que no había manera de que su hyung viviera tranquilo usando esos trapos incómodos.

-Hola, Jimin...- ajá, Park casi se cae de trasero al ver lo fresco que iba su hyung sentado en la parte trasera del auto, aparte de tener cara de sueño, con algunas legañas en los ojos, no parecía vivir el mismo calvario que Jimin.

En el camino el pelinegro le enseñó un truco al castaño, le dijo que sí se desabrochaba el primer botón del cuello y lo ocultaba con el nudo de la corbatita, se iba a sentir menos asfixiado y más cómodo, lo cuál hizo que Jimin confirmara que su hyung era el niño más increíble sobre la tierra y le estuvo agradeciendo hasta que llegaron a la institución.

El primer día de escuela de Jimin, tuvo que pasársela siendo acosado por alumnos y alumnas mayores que alegaban que el pequeño era la cosa más tierna sobre la tierra. Por supuesto que quién lo protegía de ser devorado vivo por la multitud, era nada más y nada menos que Yoongi, quién acabó sucio y con el pelo desordenado de lo mucho que había sido jalado y correteado.

Valía la pena si así no ponían sus manos sobre el pequeño Park